Qué tan pronto es
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Qué tan pronto es
¿Qué tan pronto es «pronto» para Dios? ¿Entonces por qué el Altísimo promete en la cita bíblica una pronta respuesta: «Os digo que [Dios] les hará justicia pronto» (Lc 18, 8)? El aparente retraso que creemos percibir en la respuesta divina a nuestras oraciones en realidad no es tal; y tampoco las sagradas Escrituras mienten; antes bien, éstas nos aclaran la situación: «No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión» (2 Pe 3, 9). Aunque dicha cita se refiere de manera específica a la segunda venida de Cristo, explica con claridad cuál es el proceder de Dios respecto del tiempo. Por eso en el versículo anterior explicaba el apóstol: «Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día» (2 Pe 3, 8). Mas a nosotros, mortales y encerrados en el tiempo, el transcurso de las semanas, los meses y los años sin una respuesta puede parecernos intolerable; pero Dios, inventor del tiempo y ubicado por fuera del tiempo, no actúa ni antes ni después sino en el momento oportuno. «Así dice Yahveh: "En tiempo favorable te escucharé"» (Is 49, 8); y todo esto, como dice la Escritura, porque el Señor quiere que « todos lleguen a la conversión» (2 Pe 3, 9). «Quiere Dios salvarnos; mas, para gloria nuestra, quiere que nos salvemos, como vencedores» apunta san Alfonso María de Ligorio en su libro El gran medio de la oración; «por tanto, mientras vivamos en la presente vida, tendremos que estar en continua guerra. Para salvamos habremos de luchar y vencer. Sin victoria nadie podrá ser coronado». A más tiempo, mayor satisfacción final Por otra, «Cuando se concibe verdaderamente hasta dónde llega la bondad de Dios, jamás se cree uno rechazado, jamás se podría creer que desee quitarnos toda esperanza. Pienso, lo confieso, que, cuando veo que más me hace insistir Dios en pedir una misma gracia, más siento crecer en mí la esperanza de obtenerla; nunca creo que mi oración haya sido rechazada, hasta que me doy cuenta de que he dejado de orar; cuando tras un año de solicitaciones, me encuentro en tanto fervor como tenía al principio, no dudo del cumplimiento de mis deseos; y lejos de perder valor después de tan larga espera, creo tener motivo para regocijarme, porque estoy persuadido de que seré tanto más satisfecho cuanto más largo tiempo se me haya dejado rogar. Si mis primeras instancias hubieran sido totalmente inútiles, jamás hubiera reiterado los mismos votos, mi esperanza no se hubiera sostenido». «En efecto, la conversión de san Agustín no fue concedida a su madre Mónica hasta después de dieciséis años de lágrimas; pero también fue una conversión incomparablemente más perfecta que la que había pedido». Y concluye san Agustin con una exhortación para «usted que solicita la conversión de este marido, de esta persona querida: no os canséis de rogar, sed constantes, sed infatigables en vuestras peticiones; si se os rechazan hoy, mañana lo obtendréis todo; si no obtenéis nada este año, el año próximo os será más favorable; sin embargo, no penséis que vuestros afanes sean inútiles: se lleva la cuenta de todos vuestros suspiros, recibiréis en proporción al tiempo que hayáis empleado en rogar; se os está amasando un tesoro que os colmará de una sola vez, que excederá a todos vuestros deseos». La fe que falta A veces puede suceder que estemos totalmente convencidos del poder infinito de Dios, de que Él efectivamente hace milagros e interviene constantemente en la vida humana; es decir, podemos tener una gran fe en el poder de Dios. Pero puede resultar que, al mismo tiempo, no estemos seguros, convencidos, afianzados en la creencia de que Dios nos va a conceder eso que pedimos, dudamos que sea voluntad divina. «Dios sanó a mi vecino de cáncer, pero a mí... ojalá que a mí también; yo, por las dudas, le voy a pedir que me cure». Un pensamiento como éste, por fugaz que sea, no muestra esa confianza que Dios espera de nosotros. Y es que en el fondo, si bien tenemos fe en que puede librarnos de la enfermedad, no tenemos fe en que quiera librarnos de ella. El que vacila ya fracasó Ya con eso el orante va por mal camino, pues dice Santiago, el hijo de Alfeo, que cuando uno le pide algo al Señor debe hacerlo «con fe, sin vacilar; porque el que vacila es semejante al oleaje del mar, movido por el viento y llevado de una a otra parte. Que no piense recibir cosa alguna del Señor un hombre como éste» (Stgo 1, 6-7). Y no hay que sospechar que esta sentencia sea una particular opinión del apóstol colada extrañamente en la Biblia, pues el propio Jesús ya había dicho: «Yo les aseguro: si tienen fe y no vacilan, .... si dicen a este monte: "Quítate y arrójate al mar", así se hará. Y todo cuanto pidan con fe en la oración, lo recibirán» (Mt 21, 21-22). Aquel que se pone a orar con duda y desconfianza, nada puede recibir. «Nada alcanzará, porque la necia desconfianza que turba su corazón será un obstáculo para los dones de la divina misericordia», dice san Alfonso María de Ligorio. Y san Basilio: «No pediste bien cuando pediste con desconfianza». Cómo hacer «violencia» a Dios Cristo no puso un límite a su omnipotencia. Por lo mismo, a pesar de nuestra falta de fe, bien podría darnos lo que le pedimos. Entonces, ¿por qué no lo hace? Porque nos falta confianza. «la causa de que nuestra confianza en la misericordia divina sea tan grata al Señor es porque de esta manera honramos y ensalzamos su infinita bondad, que fue la que Él quiso sobre todo manifestar al mundo cuando nos dio la vida». El que pide con confianza tiene tal fuerza sobre su corazón, que no parece sino que le obliga a oírle y darle todo lo que pide. Lo mismo afirmó san Juan Clímaco: «La oración hace dulcemente violencia sobre Dios». ¿Qué hacer cuando la confianza se nos escapa? Vuelve san Alfonso María de Ligorio con sus enseñanzas: «Verdad es que hay momentos en que, por aridez del espíritu o por otras turbaciones, que agitan nuestro corazón, no podemos orar con la confianza que quisiéramos tener. Mas ni en estos casos dejemos de orar, aunque tengamos que hacernos violencia... ¡Oh, cómo se complace el Señor al ver que en la hora de la tribulación, de los temores y de la tentación, seguimos esperando en Él contra toda esperanza, esto es, contra aquel sentimiento de desconfianza que la desolación interior quiere levantar en nuestro espíritu!... Perseveremos en la oración hasta el fin. Así lo hacía el Santo Job, el cual repetía generoso: ...Dios mío, aunque me arrojes de tu presencia no dejaré de orar». Y ése es, precisamente, el segundo requisito para obtener lo que pedimos en la oración: la perseverancia. La humildad La humildad, precisamente, es la cuarta y última condición para que la oración «funcione». Jesús nos lo enseña a través de la parábola de los dos hombres que subieron al templo a orar: «El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros"... En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!". Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lc 18, 9-14). Por falta de humildad alguien puede negarse a orar; pero también puede ocurrir que sí haga oración, pero con soberbia. «Escucha el Señor bondadosamente las oraciones de sus siervos, pero sólo de sus siervos sencillos y humildes, como dice el Salmista: Miró el Señor la oración de los humildes. Y añade el apóstol Santiago: Dios resiste a los soberbios y da sus gracias a los humildes. No escucha el Señor las oraciones de los soberbios que sólo confían en sus fuerzas, antes los deja en su propia miseria». Pregunta: Llevo tiempo buscando trabajo, hasta ahora sin éxito. Si oré y estoy haciendo lo que puedo, ¿por qué no me ayuda Dios? Respuesta: Muchas veces no logramos entender cómo obra Dios en nuestra vida y por qué hace lo que hace. Es misterioso, pero nos enseña humildad, y por lo general requiere fe y paciencia. Sus propósitos suelen ser diferentes de los nuestros. Porque demora tanto la respuesta? Cuando las cosas se pongan difíciles, cuando te parezca que no están saliendo como esperabas, cuando te dé la sensación de que Dios no responde a tus oraciones, cuando las pruebas de la vida se vuelvan insoportables y la batalla interminable, cuando tu fe se vea amenazada, cuando te invada el cansancio y dudes de si vas a poder aguantar mucho más, plántate firme en el cimiento que Dios ha provisto para tu fe, en la multitud de promesas y mensajes de aliento contenidos en Su Palabra. Ese puede ser tu refugio. Una de esas promesas afirma: «Les digo que obtendrán todo lo que pidan en oración, si tienen fe en que van a recibirlo»1. Lo que no promete Dios es que lo vayas a obtener al instante. Su cronograma no es siempre el mismo que el nuestro. A veces sí nos responde de inmediato; pero muchas otras veces Él deja pasar un tiempo para que nuestra fe madure y se desarrolle, como un vino de buena crianza. La paciencia es el distintivo de una fe añeja, profunda, generosa y con cuerpo. A lo largo de la Historia, Dios ha puesto a prueba la fe de la gente al no responder inmediatamente a sus oraciones. Los israelitas aguardaron miles de años la venida del Mesías. Sin duda que con frecuencia le suplicaron a Dios que lo enviara. Sin embargo, Dios esperó el momento propicio. La paciencia no es una virtud fácil de cultivar. De hecho, va a contrapelo de la actitud imperante en el mundo de hoy, donde todo el mundo busca resultados rápidos. Claro que ocurren milagros y que hay oraciones que son respondidas instantáneamente, pero solo cuando Dios considera que eso es lo que más nos conviene; por otra parte, puede que a veces prefiera que pasemos por las pruebas, trances y desafíos que surgen cuando Sus respuestas no llegan en el acto. La fe no se manifiesta únicamente en nuestra capacidad de obtener milagros inmediatos en respuesta a nuestras oraciones; también se evidencia en nuestra tenacidad, perseverancia y paciencia para aguantar incluso cuando no vemos que nuestras plegarias surtan efecto enseguida. Así que «tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna» 2. DIOS ME ENSEÑÓ A ESPERAR Jesús Adrián Romero, un día se puso mal con Dios porque estaba atravesando circunstancias muy complicadas y le vinieron ganas de quejarse delante del Señor. Yo nunca me involucré con ninguna mujer mientras esperaba que Dios me diera la que Él quería, a quien yo iba a amar. Cuando le declaré mi amor a Marta, ella me dijo que no quería saber nada conmigo. Y yo le dije a Dios: “Señor, si Marta no me quiere, ¿para qué quiero la vida? ¿De qué sirvió serte fiel?” Unos amigos míos, de la iglesia, eran bastante sinvergüenzas con las chicas, pero yo tenía temor de Dios, así que me quejé delante de Dios por lo que estaba viviendo. Un día, medio decepcionado, Jesús Adrián Romero decidió escribir una canción con la intención de quejársele a Dios, porque no sólo estaba atravesando un tiempo de enfermedad sino también una crisis emocional y comenzó a sufrir temores, ataques de pánico, de tal manera que se desesperaba y pensaba que Dios no escuchaba su oración y se había olvidado de él, entonces se sentó en el piano a quejarse delante de Dios y la canción que salió es la siguiente: “Esperar en ti, difícil sé que es, mi mente dice no, no es posible. Pero mi corazón, confiado está en ti, tu siempre has sido fiel, me has sostenido. Y esperaré pacientemente, aunque la duda me atormente, yo no confío con la mente, lo hago con el corazón. Y esperaré en la tormenta, aunque tardare tu respuesta, yo confiaré en tu providencia, tu siempre tienes el control”. ¡Hoy te vamos a dar el control de todo, Dios! Queremos entregarte a ti nuestras cargas, Señor. Perdónanos porque nos apuramos a actuar, en el nombre de Jesús. En las circunstancias difíciles, la mente anda buscando cómo resolver el asunto, pero Jesús Adrián Romero le dio a la tecla, él dice en su canción: “Esperar en ti difícil sé que es, mi mente dice no, no es posible…y esperaré pacientemente…yo no confío con la mente, lo hago con el corazón”. Mi mente es finita y no puede resolver todas las cosas; se tiene que dar cuenta que alguien más grande está gobernando mi vida. ¡Dios es mi Señor! Es bueno que vengan imposibles sobre ti, para que se manifieste en tu vida la mano poderosa de Dios, para que aprendas a humillarte y declares: “Yo sé que no puedo con esto, pero Dios está conmigo”. Y entonces, cuando llegue la solución, le des la gloria a Dios. Cuando te has apresurado a hablar y a actuar te lo has echado a Dios de enemigo porque no lo has dejado obrar a Él. Recuerdo cuando me enamoré de Marta y me dispuse a contarle de mi gran amor por ella. Marta se había ido de vacaciones unos veinte días, y para mi fueron larguísimos, pero decidí que apenas regresara, le hablaría, y así lo hice. ¿Qué me respondió ella? “Me puse de novia en las vacaciones”. ¡La tuve toda la vida viviendo al lado de mi casa! Su casa estaba pegada a la mía. ¡Cuando me decido a hablarle se va y se pone de novia a dos mil quinientos kilómetros! ¿Cómo seguiría todo? ¡A partir de ese momento comenzó la vía crucis para mí porque no podía soportar la idea de que tuviera novio y no era yo precisamente! Le dije a Dios: “¿Cómo se va a ir con ese otro si yo la amo más que nadie en el mundo? ¿Habrá alguien que la ame más que yo?” ¡Me peleé con Dios! Pasó un año y Marta seguía de novia con ese gil; ya habían puesto fecha de casamiento y compraron la heladera y otras cosas para la casa, pero me dije: “¡Yo le voy a hablar de nuevo! ¡Qué me importa!” Esa es mi forma de ser, ¡soy de actuar! Así que después de un año, me atreví a hablarle otra vez y le confesé que la quería, entonces ella me respondió: “¿No te dije el año pasado que con vos no quiero nada?” ¡Fue un tiempo muy difícil! ¡Todo se me vino abajo! Hasta Palito Ortega estaba conspirado contra mí cuando cantaba: “Al lado, justo al lado, vive, la que me tiene enamorado, ilusionado, trastornado, yo la tengo de vecina, por desgracia está viviendo justo al lado”. Yo le decía a Dios: “Quiero odiarla y que este sufrimiento se termine”. ¡Y no se terminaba! Yo buscaba a Dios y leía la Biblia, entonces apareció el Salmo 40: “1 Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. 2 Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso…”¡Yo quería salir pero no podía! Nos apresuramos a hablar o a actuar y la empeoramos, y a veces, Dios nos manda circunstancias en las que tenemos que callar y esperar. Y no te enojes con Dios, yo no te lo recomiendo. Dile siempre: “Dios te amo, tú tienes el control de todo, esperaré pacientemente aunque la duda me atormente”. Jesús Adrián Romero quiso escribir una letra para quejársele a Dios pero terminó creando una tremenda canción, declarándole al Señor que iba a esperar en Él. ESPERAR TIENE RECOMPENSA “14 Aguarda a Jehová; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Jehová”. Encontramos muchos versículos en la Biblia que hablan acerca de esperar, como también el Salmo 42:11: “11 ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío”. Leemos asimismo en Lamentaciones 3:26: “26Bueno es esperar en silencio la salvación de JehovᔡNo hay otra que esperar! Dios siempre te pondrá situaciones que tú no podrás resolver para que aprendas a confiar o te revientes. “31 Porque el Señor no desecha para siempre; 32 Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; 33 Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres”(Lamentaciones 3:31 al 33). Y en Isaías 40:31 leemos: “31pero los que esperan a Jehová Dice el Salmo 27:14: tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. Fíjate que quien no espera se agota; el que no espera en el Señor se debilita, corre para acá y para allá, se cansa y se le acaban las fuerzas. Como dije, yo no soy hombre de esperar sino de actuar; cuando era joven y tenía que ir a la universidad por ejemplo, me iba a la parada de ómnibus pero no me gustaba esperar, entonces miraba para ver si venía y como me impacientaba, me iba a la próxima parada; al llegar, volvía a mirar pero nada, y me dirigía hacia la siguiente parada. ¡No me gustaba estar quieto en un lugar! Cuando salgo de la segunda parada, miro hacia atrás y veo que viene el ómnibus. Yo no sabía si volver a la parada de atrás o seguir hacia la próxima, entonces me ponía a correr hacia adelante porque se acercaba el autobús; y corría y corría, ¡y el ómnibus me pasaba por al lado! Así que corría más rápido, entonces llegaba a la parada justito… ¡Justito cuando el ómnibus se iba! Dios dijo: “Yo voy a enseñarle a éste a saber esperar”. Desde ese entonces hasta hoy, el Señor me ha hecho pasar por varias circunstancias, de esas que yo no puedo resolver. Y a pesar de que la gente me ve como un hombre de fe, que todo lo que emprendo sale bien, debo confesarte que hay muchas cosas que no me han salido y hay situaciones que no he podido superar, pero lo que he aprendido de la palabra de Dios es que cuando hay algo que yo no puedo resolver, lo mejor que puedo hacer es confiar, esperar y callar. ¿Por qué mejor no te callas y esperas en el Señor? ¡Los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas! Parece que al esperar te puedes debilitar cuando comienzas a declarar: “Dios se está tardando”, “Dios no ve y no escucha”, “Dios no se acuerda de mí”, pero quien tiene un corazón correcto delante de Dios, se fortalece en fe; en el proceso de esperar, el Señor lo fortalece, mientras que el que no confía corre, corre, corre y se debilita. “31pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. ¡Si aprendes a esperar, el resultado será que Dios te dará nuevas fuerzas! “10 Muchos dolores habrá para el impío; Mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia”. El Señor te dice: “¿Quieres Leemos en el Salmo 32:10: mi misericordia? Entonces aprende a esperar en mí. Yo tengo reservadas para ti muchas cosas que tú no podrás resolver por tus propios medios”. PERSEVERA EN ESPERAR EN DIOS Escuché la historia de un ex presidente argentino, Marcelo Torcuato de Alvear. Él había ido a un teatro en Europa a ver a una cantante lírica y se enamoró de ella. Le envió flores, se le presentó en el camarín y la mujer lo despreció. Alvear era un hacendado de mucho dinero en Argentina, así que volvió a su país pero averiguó en dónde hacía sus presentaciones la mujer y no faltó a ninguna de ellas. Viajó a Europa para poder verla y en cada oportunidad se presentaba en el camarín de la mujer y le llevaba flores, pero ella no quería saber nada con él. Hasta que un día se le ocurrió comprar todas las entradas de un teatro en donde la cantante hacía su presentación. Cuando llegó la hora de salir al escenario, le informaron que no había nadie en el teatro; la mujer no entendía nada, porque se habían agotado todas las entradas. Agregaron que sólo había un caballero; entonces salió al escenario, y Alvear, que estaba sentado en un palco preferencial, le arrojó todas las entradas al suelo y le dijo: “Hoy vas a cantar para mí solo”. Un ex presidente de Argentina que tenía mucho dinero pero murió en la miseria. Un hombre que perseveró hasta que la mujer se enamoró de él. Si fuéramos así con Dios y si apostáramos todo a Él, ¡qué distinto sería todo! De hecho, la mujer no llenó el corazón de ese hombre porque fue bastante mujeriego, considerando que ella había dejado su carrera por casarse con él. ¡Pero Dios no es infiel! Puedes apostar al Señor porque Él se hará cargo de tu problema y tus conflictos. Lo que debemos resolver hoy delante de Dios es el hecho de que no lo hemos esperado y nos decidimos a actuar por nuestra propia cuenta. Al final nos ofendimos con Dios porque no hizo lo que nosotros queríamos, cancelamos nuestra amistad con Él, le hicimos huelga de diezmos o dejamos de asistir a la iglesia. Muchos que no han sabido esperar en Dios se enfriaron espiritualmente, y se alejaron de Él y de la iglesia; hoy están fríos y tristes, y todo porque no supieron esperar en el Señor. Si tú eres consciente de que tienes un futuro venturoso con Dios, entonces sabrás esperar en Él. ¡Nada de lo que venga contra ti te destruirá! ¡Nada te detendrá! Tuve una linda experiencia con un hermano de la iglesia, empresario, que tiene un negocio de venta de vehículos. Nos juntamos para hablar en el auto, yo en una butaca y él, en la otra, se reclinó hacia atrás y me dijo: “Pastor, todo anda mal. Si Dios quisiera que todo anduviera bien sería así pero Él quiere que todo ande mal”. Continuó diciéndome: “Hoy entraron cinco cheques al banco y no había fondos”. Yo le pregunté qué iba a hacer al respecto, a lo que me responde: “Voy a esperar a ver qué hace Dios. Yo estoy en sus manos”. ¡Me agradó su actitud y lo quiero honrar hoy! Podría haberme encontrado con un hombre desesperado, frustrado y enojado con Dios. En un momento me dijo: “Si Dios quisiera que vendiéramos muchos vehículos, no faltaría dinero para la construcción del templo pero estamos en sus manos y vamos a esperar y ver qué hace el Señor”. Yo lo reprendí porque sé que es de librar muchos cheques, y sé muy bien lo que sucede con esos cheques voladores, entonces le recriminé que tenía que dejar esa costumbre que le hacía daño. Él reconoció su error y dijo que iba a cambiar. A pesar de todo su problema lo vi bien plantado a este hermano y entendí que la misericordia de Dios está disponible para los que han hecho bien y también está disponible para los que han hecho mal. No pierdes el acceso a la misericordia de Dios a pesar de que hayas hecho mal, si tu corazón se pone en la actitud que el Señor quiere. Porque si has hecho mal, ¿a quién vas a ir? ¿Quién tendrá misericordia de ti sino sólo el Señor? Y si has actuado bien, la misericordia de Dios te rodea. Sea que hayas hecho bien o mal, Dios está dispuesto a extenderte su mano misericordiosa. Yo quedé contento en esa charla. Cuando estábamos conversando me había dicho que hacía seis meses que no vendía nada. En un momento entendí que no tenía sentido seguir hablando, así que oré por él, le pedí a Dios que lo bendiga y lo guarde. A los dos días me llama y me dice: “Pastor, entre ayer y hoy vendí siete vehículos” y agregó: “¿Te acordás que te conté que había una persona que me debía cien mil dólares y me dijo que nunca me los iba a pagar? Bueno, me aseguró que me iba a pagar todo y me lo firmó” Le pregunté por los cheques sin fondo y me dijo: “Quedate tranquilo que los cheques están cubiertos”. ¡Se terminó el problema! “18 He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, Sobre los que esperan en su misericordia, 19 Para librar sus almas de la muerte, Y para darles vida en tiempo de hambre”. Los ojos Salmo 33:18 y 19 afirma: de Jehová hoy te están mirando. Dios está viendo si hay alguien que le teme y espera en su misericordia. ¿Para qué? ¡Para librarle y sustentarle! Yo sé que Dios es misericordioso porque lo ha sido conmigo y aún sigo aprendiendo que en mis crisis, esas que yo no puedo resolver, no me queda otra que esperar en Dios y guardar silencio delante de Él. CONCLUSIÓN Yo sé que hay madres y padres que lloran en silencio por sus hijos y esperan en el Señor pacientemente pero hay muchos que no lo hacen. Recuerdo una mujer que me dijo: “Mi marido es muy duro pero estoy orando y voy a doblegar en el nombre de Jesús al enemigo. Dios va a tocar a mi esposo y él va a cambiar, entonces vamos a ir juntos a la iglesia”. ¡La mujer parecía una topadora! Al tiempo vino y me dijo: “Mi esposo está más duro que nunca, pero no importa porque yo estoy orando y Dios lo va a transformar. Usted me va a ver en la iglesia con él”. Luego de dos años me declaró: “Mi marido está muy duro, no va a cambiar nunca. Me está cansando, ya no quiero saber nada con él. Le tengo bronca, es un incrédulo”. Yo le reproché: “Me parece que tú te estás volviendo incrédula. ¿Vas a arrojar a la basura las oraciones de tantos años?” “Si, él no quiere nada así que le voy a decir que me quiero divorciar”. ¡Y lo hizo! El esposo comenzó a desesperarse y le pidió que no lo dejara. Pero la mujer lo abandonó. Entonces, él apareció en la iglesia, llorando. Yo le dije que tenía que entregarse a Cristo y no puso objeción, todo con tal de que Dios le devolviera a la esposa. Llamé a la mujer y le conté: “Tu marido está asistiendo a la iglesia, se convirtió, Dios contestó tu oración”. Y ella me respondió: “Qué bien, pero que se busque otra porque yo…” ¡Hay algunos que esperan hasta dos centímetros antes de la victoria! Cuando están a un paso de llegar y de vencer, dicen: “Me cansé, no quiero más nada” ¡Pobrecitos! ¿Hasta dónde tienes que perseverar? ¡Hasta la victoria! ¡Hasta el final! ¿Cómo vas a perseverar hasta dos centímetros antes? Yo sé quiénes son los que perseveran en esperar, en confiar y callan delante de la presencia de Dios. Se de unas cuantas madres que oran y lloran en silencio delante de la presencia de Dios. Yo quiero decirles a esas madres que Dios les va a dar la victoria. ¡No dejes de confiar ni de esperar! ¡No dejes de orar! La victoria es de los que saben esperar delante de Dios. Si hasta aquí has sido una persona que no sabe esperar, que se apresura y se afana, o te pones ansioso y ansiosa, si tú quieres paz, tienes que decirle a Dios: “Hoy vengo a entregarte mi carga y a pedirte perdón por mis pecados, quiero poner en tus manos mis circunstancias”. Te doy una clave: alguien que le entrega a Dios sus problemas, puede esperar y el resultado es que tiene paz. Si dices que le has entregado tus cargas a Dios pero continúas ansioso o ansiosa, entonces no le has entregado nada. Muchas veces entregamos de boca pero no de corazón. Leemos en Filipenses 4: 6 y 7: “6Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. 7Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Cuando le entregas al Señor ese problema imposible, ya deja de ser tuyo; ahora ese problema es de Dios. “Señor, te pido perdón por dejarme dominar por la ansiedad y por haber actuado precipitadamente; perdón por no haber sabido esperar. Estoy sufriendo las consecuencias por no haber esperado y por haber actuado por mi cuenta. Te quiero entregar mis imposibles. Yo te entrego mi problema y voy a descansar en ti. Te doy el control de mi vida, no lo quiero tener yo, Señor. Perdóname porque me he apresurado y me he llenado de tensiones, de angustia, de enfermedad. He tomado decisiones apresuradas y me ha ido mal, Padre. Yo recibo ahora la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, que guarda mi corazón y mis pensamientos en Cristo Jesús, amén”. Dile: