Numéro 32-36 en texte intégral, pages 249 à 403

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Numéro 32-36 en texte intégral, pages 249 à 403
EL CONCEPTO DE NACIÓN
EN LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA1
Ramón LÓPEZ FACAL
S
e estudia el concepto de nación que utilizan los estudiantes de bachillerato,
tratando de explicar en qué medida la enseñanza de la historia facilita o no la
construcción de un concepto que sea aceptable, tanto desde el punto de vista de
valores sociales democráticos como desde una perspectiva académica rigurosa. Se
combinan metodologías de tipo cuantitativo, para el análisis de libros de texto y materiales producidos por escolares y de tipo cualitativo, para aproximarse a la argumentación de los jóvenes sobre el tema estudiado.
Tras los capítulos iniciales dedicados, por una parte, a exponer el estado de la
cuestión en la historiografía reciente, en los estudios sobre nacionalismos, y en la
investigación educativa y, por otra, la justificación de las metodologías utilizadas, se ha
estructurado la investigación en cuatro amplios capítulos con los siguientes títulos: la
nación enseñada, la nación ocultada, la nación aprendida y la nación cuestionada.
En la nación enseñada se realiza un detallado análisis del concepto de nación en
los manuales escolares de historia de España desde principios del siglo XIX hasta la
Ley General de Educación de 1970. Llama la atención la continuidad, durante ese
largo periodo, de un concepto de nación histórico-organicista, de origen liberalromántico, construido fundamentalmente a mediados del siglo XIX y que fue asumido
en algunas de sus características básicas tanto por el pensamiento integrista católico del
último cuarto del siglo XIX, como también, aunque con elementos diferenciados, por
el liberalismo progresista agrupado en torno a la Institución Libre de Enseñanza. La
existencia de elementos comunes —relacionados con la etnicidad e historicidad de la
nación— han hecho que este concepto mantuviese su presencia de manera hegemónica e incuestionable hasta los años finales del franquismo sin que las obvias diferencias
ideológicas presentes entre los autores de libros de texto a lo largo de más de un siglo,
hayan afectado en lo esencial, al concepto de España que se ha enseñado en los libros
escolares de historia. Por otra parte, también se analiza la debilidad del sistema educativo español en esa etapa y sus efectos en la débil nacionalización del conjunto de la
sociedad. Este hecho explica, en parte, el fracaso de los esfuerzos adoctrinadores del
franquismo que, indirectamente, propició un amplio rechazo a un concepto de nación
que había tratado de monopolizar:
“Además del fracaso del concepto de nación del nacional-catolicismo franquista por ser incompatible con la modernización, el sectarismo excluyente de ese régimen político basado
en la retórica de “vencedor de la anti-España”, impedía que, por lo menos el cincuenta por
1Tesis doctoral leída en noviembre de 1999 en la Universidad de Santiago de Compostela
(dir.: Prof. Justo G. Beramendi y J. Ignacio Pozo Municio). Existe una edición íntegra en
CDRom realizada por la Universidad de Santiago.
ciento de la población se pudiese identificar con él. El nacionalismo franquista y su concepto de nación carecieron pues, de la virtualidad político-ideológica más potente de los nacionalismos: la cohesión social interclasista en un sistema de valores compartidos.” [pág. 162].
El capítulo titulado "La nación ocultada" se ocupa de un aspecto poco estudiado
hasta ahora: la transformación de la enseñanza de la historia que se inicia en los últimos
años del franquismo y llega hasta la actualidad. El punto de partida es la Ley General
de Educación —LGE— de 1970 que se presenta como el momento de ruptura con la
larga tradición anterior; a partir de ella se abandonaron, en los programas y en los
manuales escolares, los elementos más tópicos del nacionalismo español. Este cambio
ha venido inducido por lo ocurrido en otros países europeos (Francia, Alemania…) tras
las dos guerras mundiales, cuando comenzó a cuestionarse la tradicional intencionalidad nacional-patriótica en la enseñanza de la historia, y se sustituyó la irracional exaltación de lo propio y el menoscabo del enemigo secular por la difusión de valores comunes. Este hecho favoreció el éxito arrollador de la escuela de Annales en la historiografía escolar francesa —y posteriormente en la española— superando los viejos esquemas positivistas.
“En la España de finales de los sesenta y primeros setenta está relacionado [el cambio en la
enseñanza de la historia] —además de con el íntimo deseo de identificarse con la “civilización occidental” del bando que se apuntaba como vencedor de la guerra fría— con la inadecuación de una identidad simbólica que identificaba la nación con el integrismo católico. La sociedad española, cada vez más urbanizada, cada vez más abierta a las influencias
exteriores (…) no podía asumir ya los tópicos decimonónicos: la superioridad del carácter
español sobre la “decadencia moral” de los otros países europeos. La nación es una idea, no
una realidad material, y únicamente cobra existencia real en la medida en que es asumida
por la mayoría de la población que actúa en función de ella. Pero cuando la imagen simbólica, ideal y no material, entra en contradicción con las experiencias cotidianas y las aspiraciones más inmediatas, acaba por derrumbarse y parecer ridícula”. (págs. 240-241).
En los planes de estudio posteriores a la LGE, la enseñanza de la historia se diluyó en una imprecisa área de ciencias sociales en las etapas de escolarización obligatoria, reduciéndose el estudio de la historia de España a un único curso de bachillerato.
La influencia de Annales incidió en que la historia enseñada, con la excusa de hacerse
“total”, se limitase casi únicamente a desarrollar aspectos económicos y sociales reduciendo al mínimo la dimensión política. Desaparecieron así, de golpe, los mitos tradicionales del nacionalismo español; sin embargo no se realizó ni una somera revisión
crítica sino que se produjo una ocultación, por lo que no es difícil identificar su presencia implícita en los libros de texto, ya sea en las ilustraciones, la información o los
mapas históricos en los que suelen proyectarse fronteras actuales para cualquier época
del pasado. En la representación social de la nación que asume la mayoría de los escolares perviven elementos histórico-organicistas, bastante tópicos, pese a que estas
formulaciones ya no figuran explícitamente en los libros de texto; sin duda contribuye a
ello su presencia implícita y la ausencia de la menor crítica a ese tipo de formulaciones.
En el mismo capítulo —la nación ocultada— se analiza el discurso escolar de
los emergentes nacionalismos alternativos, centrándose en el caso gallego. Se constata
la utilización de una idea de nación especular a la utilizada por nacionalismo español
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tradicional (histórico-organicista) en la que únicamente cambia el referente nacional.
Otro de los aspectos abordados es la mayor presencia de los mitos nacionalistas (tanto
españoles como gallegos) en los manuales escolares de otras materias, como las respectivas literaturas, de una manera mucho más explícita que en los de ciencias sociales o
en los de historia de España.
En el capítulo la nación aprendida se presentan las ideas que expresa el alumnado actual de bachillerato sobre la nación y los nacionalismos. El estudio comienza por
el análisis de los problemas específicos de enseñanza y aprendizaje de conceptos
históricos, a la luz de las recientes aportaciones de la psicología cognitiva y otras ciencias de la educación para ocuparse, a continuación, de las respuestas escolares obtenidas a partir de las pruebas de acceso a la universidad (análisis de unos 500 exámenes),
y de diversos cuestionarios desarrollados entre los años 1996 y 1998 en varios institutos gallegos. Los resultados podrían resumirse en la siguiente frase:
“En la representación social de la nación, por lo menos entre los escolares de 17-18 años de
Galicia, tienen una importancia muy grande elementos procedentes de la tradición histórico-organicista: lengua, cultura, territorio… y, en menor medida, la historia. Coexisten con
otro tipo de representaciones más infantiles como son las de identificar nación y Estado”
(pág. 356).
Se atribuye a otras asignaturas diferentes a la historia, de manera destacada a los
contenidos habitualmente presentes en la enseñanza de la legua y literatura gallegas
(materia obligatoria en todos los cursos de la enseñanza primaria y secundaria) una
mayor incidencia en la formación del concepto de nación asumido por los y las estudiantes. Esto podría explicar por qué las concepciones que en la investigación se identificaron como histórico-organicistas están presentes en mayor medida entre el alumnado
de los bachilleratos de humanidades y ciencias sociales que entre los que siguen las
modalidades de ciencias y tecnología.
En la nación cuestionada se plasman los resultados de estudios de caso a partir
de entrevistas individuales realizadas a diversos escolares y de la organización, transcripción y análisis de debates que se mantuvieron en las aulas —estructurados en
grupos reducidos de cinco o seis estudiantes— sobre problemas específicos de conflictos nacionales (Irlanda del Norte tras los acuerdos de Stormont y el País Vasco); se
utilizaron técnicas cualitativas. No se aprecian diferencias significativas sobre el concepto de nación expresado por alumnos de diferentes ideologías, que parece independiente del referente nacional asumido (España o Galicia según los casos).
La transcripción y análisis de los debates, en los que sólo intervienen los estudiantes, permite apreciar que el esfuerzo que realiza cada alumno o alumna para construir una argumentación convincente favorece la formulación de conceptos de complejidad creciente, incorporando nueva información y haciéndolos progresivamente más
consistentes (con mayor coherencia interna, independientemente del concepto o del
referente nacional asumido). Los debates no sirven, en casi ningún caso, para que los
participantes modifiquen sus posiciones iniciales, sino para desarrollar la capacidad de
argumentación. En este sentido apuntan un interesante camino para la renovación de la
enseñanza de la historia orientada hacia la comprensión y la construcción de conceptos
sociales —es decir, históricos— que faciliten un conocimiento más riguroso.
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Esta potencialidad educativa queda de relieve en el caso de una alumna, identificada como “Ester”, que llega a percibir sus contradicciones al expresar su idea de
nación:
“Los tópicos histórico-organicistas chocan con los propios sentimientos que tampoco son
racionales. Esta toma de conciencia es, de hecho, fruto de la reflexión escolar, es conocimiento. Se da cuenta de su propia inconsistencia y, en esa medida, estará en disposición de
racionalizar mejor su discurso siempre que se le aporten nuevos datos e informaciones que
hagan posible la reconstrucción del concepto [de nación] desde la coherencia y la racionalidad; sólo a partir de la consciencia y de la reflexión logrará superar los prejuicios y los tópicos que integran la representación social de la nación que se asumen como verdades evidentes” (págs. 445-446).
La cita de Iggers con la que concluye el capítulo sobre la nación cuestionada pone de manifiesto la intencionalidad de esta tesis:
“Esta nueva comprensión de la sociedad exige una nueva comprensión de la historia, la
cual, a su vez, requiere una reorientación de las ideas sobre las formas establecidas de la
ciencia y la utilización de la ciencia. Si el objeto no son ya las instituciones centrales del estado y de la economía, la ciencia histórica ha de desarrollar nuevas estrategias de investigación que sean adecuadas para ocuparse con espíritu crítico de los muchos seres humanos en
sus respectivas relaciones existenciales” (Georg G. Iggers, La ciencia histórica en el siglo
XX, Barcelona, Idea Books, 1998, p. 21-22).
LES REFUGIÉS CARLISTES EN FRANCE
DE 1833 A 1843 1
Sophie FIRMINO
L
e 29 septembre 1833, le roi d’Espagne, Ferdinand VII meurt. Sa fin déclenche
la première des guerres carlistes de l’Espagne contemporaine : la guerre de
“ sept ans ” (octobre 1833 – août 1840). Ce soulèvement qui affecte principalement le nord de l’Espagne – des Provinces basques, en passant par la Catalogne et
jusqu’à la Province de Valence – s’achève par la défaite des carlistes dont environ
30.000 trouvent refuge en France. C’est précisément vers ces exilés (militaires ou civils
qui ont subi ce conflit ou y ont pris une part active) que va se tourner notre étude. Nous
avons donc la possibilité d’aider à construire l’histoire de ces réfugiés politiques ; étant
donné que, dans l’abondante bibliographie traitant de la question carliste, ce thème de
l’exil espagnol est rarement abordé. Les questions qui définissent la problématique de
1 Thèse d’Etudes Hispaniques soutenue le 8 décembre 2000 à l’Université François Rabelais
de Tours. Directeur de recherches: M. le Professeur Jean-Louis Guereña.
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cette recherche ont trait, dans un premier temps à la présentation du profil socioprofessionnel de ces réfugiés qui fuient les revers ou les représailles : qui sont-ils ? Ensuite, il
s’agit de voir comment ils ont été accueillis par les autorités et, en particulier, par les
autorités départementales qui doivent accomplir les ordres émanant des autorités centrales. Quelle conduite ont-ils adopté lors de leur séjour ? Comment ont-ils envisagé
leur exil, dans le court ou le long terme ? Les populations ont-elles favorisé
l’intégration des membres de cette immigration carliste ? Par notre recherche, nous
explorons ainsi un sujet aux multiples facettes.
Afin de mener à bien cette étude, nous avons placé ce thème entre deux bornes
chronologiques. La première d’entre elle est fournie par l’éclatement du conflit, en
septembre 1833, et la venue sur le territoire français des premiers réfugiés. Tandis que
la borne extrême se situe elle, en 1843. Ce choix n’est cependant pas motivé par un
quelconque événement marquant qui aurait surgi alors, si ce n’est que sur le plan de la
politique interne espagnole l’année 1843 marque la fin de la Régence et le début de la
majorité du règne d’Isabelle proprement dit. Etudier l’immigration carliste jusqu’en
1843, sans trop s’étendre, permet ainsi de connaître son sort dans les divers dépôts
d’accueil, même si la présence de réfugiés carlistes issus de la première guerre est
effective au moins jusqu’au début de 1850, parce qu’une minorité d’entre eux s’est
intégrée au sein de la société française. Quant à la délimitation géographique de notre
champ d’étude, elle est d’autant plus complexe que quasiment tous les départements
ont reçu des réfugiés espagnols en plus ou moins grande quantité. Notre champ d’étude
porte sur toute la France, mais nous avons choisi de centrer plus spécifiquement notre
recherche sur treize départements, à partir des ressources des archives départementales :
le Nord, les Yvelines, Paris, la Haute-Marne, la Vendée, la Vienne, la Nièvre, le Lot-etGaronne, la Gironde, les Pyrénées-Atlantiques, les Hautes-Pyrénées, les PyrénéesOrientales, le Var. Nous avons donc dépouillé des centaines de sources manuscrites et
une multiplicité de dossiers renfermant des renseignements concernant la surveillance,
les catégories socioprofessionnelles des réfugiés espagnols, leurs activités exercées
pendant leur séjour en France.
Au cours de ce travail, nous avons apporté un certain nombre de réponses aux
questions qui définissaient la problématique de cette recherche. Et tout d’abord, nous
suivons la trace des réfugiés au moment de leur passage de la frontière des Pyrénées, et
nous étudions les modalités d’accueil des autorités françaises à leur égard. Lorsque les
réfugiés carlistes foulent le sol français, ils côtoient des Espagnols qui sont venus
trouver refuge avant eux. Ce sont, pour la plupart, des anciens “ prisonniers de guerre ”
du temps de l’Empire, des afrancesados et des libéraux. De 1833 à 1843, plusieurs raisons conduisent les militaires carlistes à trouver refuge en France : les mauvaises conditions économiques (des rations réduites), les problèmes de santé, mais surtout des
actions militaires parfois désastreuses. Nous avons ainsi affaire tantôt à des flots de
faible importance (au début de la guerre de 1833 à 1835), tantôt à des foules (surtout à
la fin du conflit en 1839-1840), dont le prétendant au trône Don Carlos fait partie, car il
doit lui aussi se résigner à passer la frontière française, le 14 septembre 1839.
A leur arrivée, les réfugiés carlistes sont l’objet d’une méfiance gouvernementale. Et sous Louis-Philippe, l’organisation de cette immigration est le résultat
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d’une politique préconçue. Les décisions sont élaborées de façon empirique qui autorisent le gouvernement à fixer la résidence des réfugiés, à contrôler leurs déplacements et
leurs activités ou à statuer sur les modalités de versements des subsides. Pour la première fois, une véritable politique d’accueil à l’égard des étrangers et des réfugiés est
mise en place, même si, à l’époque, il manque encore une définition juridique du
national, de l’étranger et –à plus forte raison– du réfugié. Ce qui est sûr, c’est que la
France doit exercer, dès le début du confit carliste, une surveillance renforcée de la
frontière des Pyrénées. Les passages d’hommes et les transferts de marchandises destinées aux carlistes (contrebande) sont susceptibles de troubler la sécurité intérieure des
deux pays. Et malgré l’accroissement de détachements militaires et de gendarmerie sur
la frontière, des zones restent moins surveillées (la Haute-Garonne et les HautesPyrénées). Les autorités tentent néanmoins de canaliser et de contrôler l’immigration
carliste grâce, entre autres, à cinq postes frontaliers. Depuis ces villes de la frontière, les
réfugiés sont contraints à la loi de l’internement. Au préalable, les officiers sont séparés
des sous-officiers et des soldats, et partent pour leur résidence par petits groupes (30
personnes), tandis que ces derniers forment des détachements plus importants de
l’ordre de 100 personnes. Tous doivent être pourvus de passeports pour effectuer un
voyage qui ne dure, en moyenne, qu’entre un et quinze jours. L’installation des Espagnols doit se faire dans une zone bien délimitée, loin des frontières. Mais malgré
l’interdiction qui pèse sur les réfugiés de résider dans certains départements du sud, de
l’ouest et du centre, les autorités leur accordent ces destinations. En effet, les départements où l’importance numérique des carlistes est la plus forte sont ceux du sudouest, précisément ceux qui leur sont interdits.
Il est incontestable que ce qui caractérise ces réfugiés, c’est leur relative jeunesse,
l’âge moyen étant de 30 ans. Quant à l’état matrimonial, 59 % d’entre eux sont célibataires, 39 % sont mariés et les 2 % restants sont veufs. Cette émigration pour cause
politique est avant tout une affaire d’hommes : les femmes ne représentent que 5 % de
la population carliste réfugiée. Pour ce qui est des catégories socioprofessionnelles, les
militaires se trouvent logiquement en première position et représentent 61,5% du total,
le groupe des civils est lui de 38,5 %. Nous remarquons que, par opposition à
l’immigration de la période 1823-1833, où ses membres faisaient partie d’une élite
(hauts fonctionnaires, intellectuels), celle qui nous occupe est d’une autre composition
sociale. Le contingent des civils qui, bon gré mal gré, ont laissé leur métier ou se sont
arrachés à l’oisiveté, est composé de la façon suivante : 9 % d’ecclésiastiques ainsi que
9 % de travailleurs agricoles ; 6% d’artisans ainsi que 5% d’individus travaillant dans
le secteur des services et 3 % de personnes sans profession. Nous trouvons également
2,5% de propriétaires ainsi que 2,5% de membres de professions libérales, 1%
d’étudiants et enfin 0,5 % d’aristocrates.
Par ailleurs, l’étude de la correspondance entre le ministre de l’Intérieur et les
préfets, entre autres, révèle que ces derniers s’écartent très souvent des décrets promulgués par leur supérieur. Cela provoque parfois un froid à l’échelon diplomatique.
Pendant leur exil, les Espagnols trouvent des sympathies auprès des populations et, tout
particulièrement auprès des notabilités légitimistes qui les aident financièrement et
moralement. En général, l’opinion publique oscille entre réserve et bienveillance ;
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parfois, l’inquiétude l’emporte sur tout autre sentiment lorsque les autorités font état
d’évasions, d’intrigues politiques ou de rixes, de jets de pierre provoqués par les réfugiés.
Comme les allocations ne peuvent pas leur être distribuées indéfiniment, les autorités et les entrepreneurs locaux se chargent de leur procurer du travail. Ils épousent
alors les conditions de vie de la classe ouvrière française et sont employés dans
l’agriculture, le bâtiment ou l’artisanat. Très peu de réfugiés ont travaillé dans le secteur
tertiaire ; néanmoins il est fréquent qu’ils donnent des cours particuliers dans des
familles d’aristocrates ou que des ecclésiastiques disent des messes. Au bout d’un
certain temps, la plupart des réfugiés vont progressivement rejoindre leurs foyers en
Espagne, en profitant des divers décrets d’amnistie qui sont promulgués, à partir de
1840. Ceux-ci sont des freins à l’installation et à l’intégration des réfugiés en France.
D’autres réfugiés vont réussir dans le moyen ou long terme à se fondre dans la masse.
L’investissement personnel dans la société d’accueil, dont le travail est un aspect
essentiel, est souvent la conséquence de la stabilisation. Les “ mariages mixtes ” constituent également une étape essentielle à l’intégration dans la société d’accueil. Les
réfugiés demandent à être naturalisés ou admis à domicile ; là encore, le nombre de
demandes est dérisoire. Enfin, d’autres réfugiés préfèrent s’engager dans la légion
étrangère en Afrique. 40% de la population espagnole, après 1843, se fixe dans les sept
départements du sud-ouest aquitain (Pyrénées-Atlantiques, Haute-Garonne, PyrénéesOrientales, Gironde, Lot-et-Garonne, Tarn-et-Garonne), de façon plus surprenante,
dans l’ouest et le nord de la France (Amiens, Arras, Alençon).
Grâce à notre étude, nous avons pu nous faire une idée plus précise de la situation politique et sociale de la France et de l’Espagne et prendre conscience de
l’importance que revêt, pour l’Espagne contemporaine, le thème de l’émigration politique (phénomène constant à partir de la première guerre carliste).
NATIONALISME ET THÉÂTRE PATRIOTIQUE EN ESPAGNE
1
PENDANT LA SECONDE MOITIÉ DU XIXe SIÈCLE
Marie SALGUES
L
e XIXe siècle est généralement donné comme le moment de
l’affirmation des identités nationales et, dans ce contexte, l’Espagne
connaît une trajectoire modèle, de sa guerre d’Indépendance, au début
du siècle, jusqu’au “ Désastre ” de 1898 qui sanctionne la perte de ses ultimes
colonies. Si les historiens ont longtemps débattu de l’absence d’une véritable
1Thèse soutenue le 14 décembre 2001 à l’Université de Paris III. Dir: Prof. Serge Salaün.
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révolution bourgeoise en Espagne, il semble cependant qu’une classe moyenne
aisée se consacre, à la faveur de la monarchie, à écrire son histoire et à se
chercher une place aux côtés d’une noblesse en perte de vitesse. Parallèlement
à l’élaboration d’une Histoire nationale, l’art de Thalie offre à la société la
possibilité de se mettre en scène. Le théâtre patriotique parcourt toute la seconde moitié d’un XIXe siècle espagnol que ne cessent de secouer guerres et
révolutions ; une telle continuité permet de chercher dans cette production une
cohérence, d’en dessiner des constantes. Si ce théâtre est présent sur
l’ensemble du territoire et, à ce titre, révélateur d’un phénomène national, il ne
constitue, finalement, qu’un faible pourcentage des innombrables représentations théâtrales de l’époque. Cependant, c’est dans ses implications extralittéraires qu’il prend toute son importance. Pendant ces quarante années,
théâtre et politique ont véritablement partie liée. Si toute production dramatique est nécessairement ancrée dans la période qui la voit naître, parce que le
contexte, ici, est celui de nations en formation, parce que l’heure est aux définitions et à la défiance vis-à-vis des autres, la composante politique du théâtre
est, plus que jamais, en jeu. Il se présente donc comme une sorte d’essence, de
condensé, des présupposés idéologiques sur lesquels la bourgeoisie montante
est en train de bâtir sa société idéale.
Le travail s’est effectué à partir d’un corpus constitué de 198 pièces, venues de tous les coins d’Espagne (y compris de Cuba et Porto Rico, quand ces
deux îles sont encore colonies espagnoles), et couvrant les quarante dernières
années du XIXème siècle ; de 1859 à 1900, le théâtre patriotique s’édite à
profusion, et il est joué encore bien plus. La consultation des journaux de
l’époque, de façon systématique pour Madrid, sous forme de larges sondages
pour la province, fait apparaître l’existence de nombreux autres titres impossibles à localiser actuellement. Les comptes rendus de représentations que l’on y
trouve soulignent l’intérêt que prêtait cette société à son théâtre et permet de
connaître les conditions dans lesquelles il se jouait. Ces pièces retracent les
conflits qui se succèdent et les inquiétudes qu’ils entraînent, notamment autour de la très forte proportion de désertion dans les régions qui se sentent
oubliées par le pouvoir central, dans les endroits les plus pauvres. On y voit,
également, le reflet des interrogations de la société au sujet de l’inégalité
inhérente au système de recrutement militaire (les “ quintas ”), le passage à la
retraite des officiers de réserve en temps de guerre… Écrit par la bourgeoisie,
comme en témoigne l’étude de l’origine socioculturelle des dramaturges du
corpus, ce théâtre bâtit une société idéale et utopique où le bon peuple accepte
de partir à la guerre, la fleur au bout du fusil. Mené correctement par une élite
sans laquelle il n’est rien, il vient à bout des ennemis les plus terribles.
L’Espagne manque des traditionnels vecteurs d’unité, par exemple ceux
que la France exhibe pour expliquer l’avènement de son État républicain. Le
service militaire, théoriquement obligatoire dans la Péninsule, est, en fait,
extrêmement injuste, permettant le rachat des populations aisées et condamnant, inéluctablement, les plus pauvres. L’école ne s’est pas plus démocratisée
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et les taux d’analphabétisme restent très fort : à la fin du XIXe siècle, ils atteignent encore de 55 à 60%, et peuvent même aller jusqu’à 75% dans le cas des
femmes. Enfin, une langue unique n’a pas, non plus, réussi à s’imposer puisque les “ dialectes ”, comme on les appelle alors, et en particulier le catalan,
semblent avoir retrouvé une seconde jeunesse.
Dans ce contexte éclate la guerre d’Afrique, en 1859, qui soulève un enthousiasme véritablement populaire à travers tout le territoire. Point de départ
de cette recherche sur le théâtre patriotique, ce conflit en est l’axe le plus
important quantitativement puisqu’il est le thème de 82 des 198 pièces étudiées. De la nation unie autour de la lutte contre le Maroc puis de sa célébration, on passe insensiblement au “ Désastre ” final ; la perte des dernières
colonies sanctionne le divorce entre une oligarchie catalane, qui se sent de
plus en plus exclue du pouvoir, et les intérêts madrilènes et centralistes. De ce
point de vue, la Catalogne apparaît comme un précurseur. La Galice démontre,
par son théâtre, une adhésion encore sans faille au gouvernement central,
tandis que le Pays Basque semble s’être maintenu à l’écart de ce théâtre durant
toute la période, ou presque. Il ne présente, pour ce demi-siècle, que de très
rares représentations patriotiques.
A l’exclusion, donc, de cette région, le théâtre patriotique couvre toute
la Péninsule et peut être envisagé comme un palliatif au faible sentiment
d’appartenance à la nation espagnole. Il véhicule un message unifié, doctrinal,
qui, parce qu’il adopte la forme théâtrale, est susceptible de toucher une vaste
population. (Il faut, cependant, souligner que le “ peuple ”, l’ouvrier ou le
paysan sans argent qui partiront, le cas échéant, à la guerre, ne va que très peu
au théâtre, qui, malgré une baisse considérable de ses prix, reste fort cher pour
lui). Cet art dramatique se base sur la recherche du spectaculaire, déploie de
grands moyens techniques, éblouit et provoque une adhésion affective, irréfléchie, qui est son atout majeur. Il est d’autant plus efficace qu’il s’intègre parfaitement dans le panorama théâtral de l’époque et présente, donc, au public
des éléments qu’il connaît et apprécie. En effet, ce théâtre est très majoritairement en vers, écriture qui prédomine encore alors. De même, la plupart des
pièces ne comptent qu’un acte, relevant ainsi du genéro chico, qui surgit dans
les années 1867-68 et occupe ensuite très largement les scènes espagnoles.
L’influence de la zarzuela est, également, évidente, et près de la moitié des
pièces sont des œuvres lyriques. Les trames et recours dramatiques reprennent
les grands axes de la production et puisent à toutes les sources d’inspiration
possible : allégories, très en vogue lors de la guerre d’Indépendance, romantiques –et abracadabrantes- histoires d’amour, tentatives de théâtre social vers la
fin du siècle. Le modèle le plus fréquent est celui du théâtre historique, comme
si les dramaturges s’efforçaient de faire passer à l’Histoire des faits qui relèvent encore d’une actualité immédiate. On présente, donc, comme déjà entérinée par le passage du temps, une lecture des événements sans aucun recul et
qui reste la vision privilégiée des classes bourgeoises. Très habile, ce théâtre
permet de toucher un public qui se trouve en deçà d’un engagement politique
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qui conduirait à assister à des meetings, à prendre en compte une parole purement doctrinale. Les classes intermédiaires, moyennes, fréquentent abondamment le théâtre, lieu de sociabilité privilégié, et viennent y écouter ce qu’elles
souhaitent entendre, la description d’une société à leur mesure et d’une Espagne revenue à sa gloire passée.
Celle-ci se rêve puissance civilisatrice, elle prétend colporter une religion catholique qui la définit, jusqu’à un certain point au moins. Par delà cette
image qu’il veut offrir aux nations extérieures, ce théâtre véhicule un message
qui pâtit d’un certain archaïsme. Il met en scène l’idéal aristocratique auquel
aspire une bourgeoisie qui n’a pas su définir sa propre identité. En ce sens,
l’identité espagnole semble présenter les mêmes lacunes, les mêmes manques.
L’Espagne ne se sent jamais tant elle-même que lorsqu’elle est en guerre, que
lorsqu’un adversaire lui renvoie, en creux, l’image de ce qu’elle n’est pas. De
ce fait, les dramaturges sont parfois tentés de s’inventer des ennemis,
d’élaborer des conspirations contre la Péninsule, pour donner un contenu à
leurs pièces. Cette adaptation de la réalité n’en est qu’une parmi bien
d’autres ; alors qu’il se réclame d’une esthétique réaliste, en ce sens qu’il
donnerait à voir les combats menés et la grandeur d’âme de celui qui les mène,
ce théâtre reflète moins le réel que les clichés constitués dans l’ensemble de la
dramaturgie de l’époque. La vision idyllique du peuple en est, probablement,
la manifestation la plus criante.
Si les critiques s’insurgent, la plupart du temps, contre ce théâtre qu’ils
assimilent plus à de la manipulation qu’à de l’art, force est de reconnaître qu’il
eut un réel succès, à certaines époques pour le moins. On dénombre plus de
2500 représentations à Madrid pour les quarante ans étudiés, et les sondages
faits pour la province semblent montrer des proportions équivalentes. C’est
sans doute un chiffre bien plus grand qu’il faudrait retenir finalement, si l’on
prend en compte l’aspect lacunaire de l’information (les journaux spécialisés
sont rares ; les quotidiens consacrent un espace important au théâtre, mais qui
ne peut, cependant, excéder une certaine longueur), et le peu que l’on connaît
des sociétés amateurs. Le théâtre est, à cette époque, un divertissement très à la
mode, on sait que de très nombreuses sociétés amateurs se sont créées et ont
effectivement fonctionné, sans que l’on en conserve aujourd’hui beaucoup de
traces.
Qu’ils aient une démarche opportuniste ou qu’ils soient guidés par un
patriotisme réel, les dramaturges du corpus dressent le tableau d’une Espagne
invincible et où l’honneur joue un rôle majeur. Les autorités, tout à fait conscientes du soutien que ce théâtre leur apporte, mais aussi des possibles dommages qu’il pourrait leur créer, le surveillent très étroitement. Jusqu’en 1868,
un censeur théâtral unique lit et autorise, le cas échéant, toute production
dramatique avant qu’elle ne soit montée. Dans cet ensemble, quelques dysfonctionnements apparaissent puisque certains dramaturges se sont soustraits à
cette vigilance, sans qu’il soit possible de déterminer leurs motivations ; volonté d’échapper à des lenteurs administratives qui rendent parfois obsolètes le
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contenu de pièces de circonstances ou peur d’avoir tenu des propos qui
condamneraient leur œuvre au silence ? Rester ainsi en marge de la loi n’est,
cependant, possible qu’en province, les théâtres madrilènes étant soumis à une
surveillance beaucoup plus directe (et aisée). Parmi les pièces qui passent
l’épreuve de la censure, treize sont partiellement censurées et six totalement
interdites. Les causes de censure sont les mêmes, dans ce théâtre patriotique,
que dans le reste de la production dramatique. Les interdits concernent la
monarchie, évidemment intouchable, et les piliers de son maintien au pouvoir :
l’Église et l’armée. La première de ces deux institutions est à prendre dans un
sens très large ; depuis la Sainte Trinité, dont la représentation sur scène est
inimaginable, jusqu’à la vision de la famille qu’elle défend et une certaine
décence verbale sur laquelle elle s’appuie. Quant à l’armée, il est impensable
de la lier directement à des conflits en cours dont l’issue est encore incertaine,
et cet interdit se matérialise par l’impossibilité d’y faire la moindre allusion
directe, que ce soit en prononçant le nom d’un glorieux général, ou en portant
des uniformes identifiables. Elle doit rester une entité prestigieuse, composée
de chefs efficaces et valeureux, et de soldats obéissants, parfois un peu idiots,
mais toujours prompts à l’héroïsme et au sacrifice. Quand l’État abandonne ce
rôle de garant des institutions, c’est l’armée elle-même qui se charge, éventuellement, de faire respecter son intégrité, en intervenant parfois directement
dans la vie théâtrale. Aux moments de crise (conflits ou durcissement de la vie
politique), les autorités rétablissent une censure théâtrale, toujours plus forte
que celle qui limite les autres modes d’expression. Le théâtre fait peur par sa
capacité de rassemblement et son pouvoir de séduction.
Écrire du théâtre anti-patriotique n’était, à cette époque, pas envisageable ; les autorités ne l’auraient pas admis et le public non plus. On trouve,
cependant, quelques parodies qui tendent à démontrer, d’ailleurs, que le genre
est devenu un modèle aisément reconnaissable pour les spectateurs. Ces pièces
sont majoritairement catalanes, mais pas seulement, il est vrai ; ce qui n’est
que distanciation littéraire au début de la période se transforme peu à peu en
une position politique dissonante. A l’instar des distances prises, progressivement, par les élites dirigeantes catalanes vers la fin du siècle, leur théâtre se
fait de plus en plus critique et devient virulent après le “ Désastre ”. Ce mouvement est, cependant, très tardif et, au long de ces quarante années prédomine
un nationalisme espagnol. S’il existe une conscience de la spécificité, des
Catalans notamment, la revendication de l’appartenance à la nation espagnole
est source de fierté. Les Catalans se définiront même, longtemps, comme les
meilleurs des Espagnols possibles. Là encore, l’usage d’une autre langue que
le castillan (c’est le cas de douze pièces, écrites en catalan, alors que trois
autres font alterner catalan et castillan et deux autres, enfin, valencien et castillan) n’est pas du tout incompatible avec cet état de choses.
La tonalité libérale caractérise ce corpus, récupérant ainsi les positions
idéologiques du nationalisme à ses débuts. Les héros revendiqués construisent
un passé national consensuel, semblable en tout point à celui que dessinent les
261
grandes Histoires en train de s’écrire, en particulier celle de Modesto Lafuente. Cependant, la patrie qui s’écrit et se dit dans ces textes est tournée vers
le passé, vers le souvenir de la grandeur impériale de l’Espagne et vers ses
héros d’antan. Aucun dramaturge ne fait l’effort de construire la patrie, ou,
pour le moins, de souligner son inscription dans un processus dynamique.
L’Espagne est donnée comme un ensemble préexistant de tout temps, ce qui
justifie d’ailleurs qu’on se batte pour elle sans formuler la moindre interrogation, et encore moins d’opposition. A force de ne considérer que le passé, les
dramaturges en oublient de construire l’avenir ; cette tendance, présente chez
tous les historiens ou idéologues nationalistes de l’époque, a des conséquences
néfastes sur la construction d’un sentiment national espagnol. Après le “ Désastre ”, l’Espagne n’a plus, comme véritable patrimoine grandiose, que sa
littérature et l’inutilité des luttes du siècle précédent apparaît. Les conflits
menés à l’extérieur (guerre d’Afrique, de Cochinchine, du Mexique, du Pacifique, dans l’île de St Domingue…) n’avaient de sens que comme reflet des
grandes expéditions qui avaient hissé l’Espagne à la première place des nations. Nulle politique, ni coloniale, ni territoriale ne guidait ces guerres et il
n’en reste, à la fin du siècle, que leur inanité et leur énorme coût humain. La
patrie devient donc, dans ces productions patriotiques, un être décharné et
n’offre aucun projet d’avenir, n’ouvre aucun horizon souriant qui légitimerait
qu’on se batte –et qu’on meure- pour elle. A trop parler de la patrie en danger,
les dramaturges finissent par “ passer à côté ”. Au lieu de “ construire ”, ils
maintiennent en l’état un statu quo qu’ils ont hérité et qui apparaît, à chaque
instant, plus dépassé.
EL PARTIDO NACIONALISTA VASCO EN GUIPÚZCOA (1893-1923).
ORÍGENES, ORGANIZACIÓN Y ACTUACIÓN POLÍTICA1
Mikel AIZPURU MURUA
E
l Partido Nacionalista Vasco surgió en una Guipúzcoa que a principios del
siglo XX se encontraba experimentando un importante proceso de modernización socioeconómico que no cuestionó, al menos en este estadio, los valores
fundamentales que habían cohesionado la provincia a lo largo de todo el siglo XIX:
Religión y Fueros; entendidos ambos de una manera amplia, constituían parte indispensable, conjunta o alternativamente, del bagaje argumental de cualquier grupo que
aspirase a poseer un papel importante en la vida política provincial. Podemos distinguir
1 Tesis doctoral leída el 30 de junio del 2000 en la Facultad de Filología, Geografía e Historia
de la Universidad del País Vasco (Dir.: Prof. Juan Pablo Fusi Aizpurua).
262
varias fases en el desarrollo del nacionalismo guipuzcoano. La primera se extiende
desde la última década de 1800 hasta 1908, año en el que se eligió el primer GBB. Su
aparición en nuestra provincia vino de la mano de un grupo de exafiliados del partido
integrista, nucleado en torno al periódico El Fuerista, cerrado en 1898. Este origen, su
debilidad durante los años iniciales y los fuertes ataques que recibió por parte de la
mayoría de los otros partidos, determinaron fuertemente la línea política que desarrolló
el partido en sus primeras actividades: alejamiento de la participación electoral directa y
omnipresencia de las referencias religiosas. La ortodoxia doctrinal aranista, sin embargo, no era tan clara, cuando el análisis de El Fuerista revela un fuerte peso historicista y
una ausencia casi total de referencias a la raza. Los comentarios en la prensa vasquista,
de elementos que después se declararán como nacionalistas, insisteron sobremanera en
la cuestión lingüística como factor de nacionalidad.
La segunda fase abarca desde 1908 hasta 1915, año en el que Miguel Urreta obtuvo el primer acta de diputado provincial para los nacionalistas. La incipiente consolidación organizativa y el enfrentamiento clericalismo-anticlericalismo permitieron una
actitud más decidida por parte de los nacionalistas guipuzcoanos y, en consecuencia,
una mayor presencia tanto en la vida política como en los ayuntamientos de la provincia. Los años 1911-1913 conocieron un fuerte enfrentamiento con carlistas e integristas, agudizada por la enemistad con el obispo de Vitoria, por las medidas antinacionalistas adoptadas por éste. Las grandes diferencias ideológicas con el resto de las fuerzas
políticas no deben hacernos olvidar, por otra parte, las aproximaciones tácticas en
función de las coyunturas y la sintonía con determinados apartados de la doctrina
jelkide. Todos rechazaban el separatismo atribuido a los nacionalistas, pero, un republicano federal como Gascue veía con simpatía la revigorización del vasquismo que
suponía el nacionalismo, aunque el carácter religioso de los jelkides le distanciara de él.
El catolicismo, precisamente, junto con la reivindicación foral y la defensa del euskera
les aproximaba a integristas y carlistas. Su conducta como partido de orden, poco
amigo de desestabilizaciones y movimientos revolucionarios, y su progresiva implantación, permitió su alianza con conservadores y liberales.
La última fase se extiende desde 1916 hasta septiembre de 1923, fecha en la cual
la Dictadura de Primo terminó con la actividad normalizada de los partidos políticos.
Su posición minoritaria fue una constante durante la mayor parte del período, aunque
su importancia en Vizcaya le sirvió para situarse como una de las referencias políticas
de la provincia. Cabe destacar como momento clave el año 1920, ya que experimentó
un fuerte crecimiento electoral en los comicios municipales. Sólo en ese momento
alcanzó una situación cómoda en el sistema político de la provincia, aunque incapaz,
todavía, de convertirse en alternativa a los partidos tradicionales y subordinando su
actividad a las disposiciones emanadas de los órganos vizcaínos del partido, como
puede observarse en las constantes referencias a los éxitos de los mismos o en las
solicitudes de ayuda para organizar cualquier tipo de acto, especialmente los más
políticos. El incremento de la conflictividad sociolaboral fue otra de las novedades del
momento. La postura nacionalista adoptó dos ejes básicos: impulso de Solidaridad de
Obreros Vascos, apoyando las reivindicaciones laborales moderadas y, (en segundo
lugar) rechazo radical a cualquier movimiento huelguístico liderado por las organiza-
263
ciones de izquierda. La mayor presencia nacionalista en la provincia no se plasmó,
aparentemente, en el liderazgo de una de las líneas fundamentales que marcó la política
guipuzcoana de estos años. La búsqueda de la autonomía fue dirigida por personalidades prestigiosas como el jaimista Julián Elorza y el liberal José Orueta, mientras que los
nacionalistas mantuvieron una posición secundaria en el movimiento autonomista de
1917 y durante la creación de la Acción Fuerista de 1923.
Socialmente, el nacionalismo se abrió paso, sobre todo, entre las clases mediasbajas guipuzcoanas: empleados, artesanos, trabajadores manuales y campesinos constituyeron el grueso de sus seguidores. Sólo un pequeño grupo de personas acomodadas
abrazó las ideas sabinianas y su peso fue más destacable al final del período. En lo que
respecta a su distribución territorial, ésta fue desigual. Además de constatar la ausencia
del nacionalismo en numerosas localidades, lo que es confirmado, asimismo, por sus
resultados electorales, hay que diferenciar dos tipos de organización. Aquellos núcleos
incapaces de mantener una presencia estable, surgidos en torno a una personalidad o
una coyuntura determinada, y que tras varios años de actividad desaparecían sin dejar
excesivos rastros; y un segundo bloque formado por Juntas Municipales y batzokis
bien consolidados que participaron de forma constante en las actividades promovidas
por los diferentes organismos nacionalistas. Geográficamente, el PNV se extendió por
el valle del Deva y la línea de la costa, con algunos enclaves en el interior. Sus núcleos
más importantes fueron San Sebastián, Vergara, Andoain y Rentería. El nacionalismo
se asentó en las zonas, económica, social y demográficamente, más dinámicas de la
provincia.
La falta o la escasa relevancia de sus dirigentes es otro fáctor relevante. Tras una
primera fase en la que, aparentemente, la figura de Engracio Aranzadi dinamizó, controló y hegemonizó la vida nacionalista, su marcha a Vizcaya, que coincidió con el
cierre de Gipuzkoarra, provocó el enmudecimiento de un partido, donde la mayor
parte de sus dirigentes, cuando menos a tenor de la prensa, devienen siluetas fugitivas
incapaces de liderar el movimiento nacionalista. Por otra parte, buena parte de la política nacionalista guipuzcoana del momento fue gestionada por elementos que formalmente no eran miembros de la dirección de la Comunión Nacionalista.
Junto a los dirigentes sobresale la presencia de un nutrido y activo grupo de militantes que vendían periódicos, organizaban veladas y excursiones, gestionaban la
marcha de los batzokis, aportaban donativos en las frecuentes cuestaciones, acudían a
cualquier acto que se realizase en las proximidades de su domicilio o incluso en lugares
alejados, realizaban trabajos electorales, ocupaban las concejalías en los ayuntamientos
y constituían, en definitiva, la plataforma sin la cual, ni la ideología ni la actuación de
sus burukides hubiese tenido resultados relevantes. Se trataba de hombres, y en algunos
casos mujeres, demasiado oscuros como para dejar un recuerdo que excediese la
mención esporádica en la prensa nacionalista. Personas que trabajaban desinteresadamente por el triunfo de lo que consideraban necesario para la supervivencia de la patria.
La presencia de estos militantes no nos puede hacer olvidar, sin embargo, que constituían una minoría, incluso entre los propios nacionalistas y que muchos de éstos eran
indiferentes a los dogmas del movimiento, a los constantes requerimientos para que
264
participasen activamente en los actos nacionalistas o aplicasen en su vida cotidiana los
principios esbozados en la prensa jelkide.
El carácter escasamente político de la acción nacionalista en Guipúzcoa, en el
período aquí tratado, es otra consecuencia patente. El análisis de las actividades realizadas, así como la lectura pormenorizada de las crónicas envíadas por numeroso colaboradores a la prensa nacionalista, nos muestran un nacionalismo más preocupado por
la conservación del euskera y de la pureza de las costumbres, amenazadas ambas por la
irrupción de personas y actitudes ajenas al estilo de vida habitual en el país, que por lo
que actualmente entendemos por acción política. Los primeros años del movimiento
nacionalista fueron más pródigos en ensayos de tipo moral, denunciando la corrupción
de las costumbres o la utilización del castellano en las iglesias, que en artículos de tinte
político o que superasen la reivindicación foral. Sólo en los últimos años del período, y
aprovechándose de las reacciones contrarias suscitadas por la guerra de Marruecos,
aumentaron las referencias políticas, haciendo incidencia en el peso del españolismo
como causa de que los jóvenes vascos tuviesen que realizar el servicio militar. La
actividad que desarrollaron los batzokis guipuzcoanos era más cultural que política,
destacando la importancia que alcanzó el teatro vasco en sus programas. Los actos
propiamente políticos fueron escasos, conferencias generalmente y un par de concentraciones provinciales anuales, acompañadas por algunas reuniones comarcales, más de
carácter festivo que reivindicativo.
Varias son las conclusiones que podemos extraer del conjunto de los resultados
nacionalistas en las diferentes luchas electorales que se produjeron en Guipúzcoa hasta
1923. En primer lugar, hay que destacar el importante incremento de la presencia
nacionalista en las diferentes instituciones guipuzcoanas, especialmente en la diputación y en muchas poblaciones de mediano tamaño de nuestro territorio. No así en las
elecciones a Cortes. El cambio es especialmente significativo en la diputación, donde,
frente al solitario escaño de 1915, fueron 5 los nacionalistas que ocupaban asiento en la
corporación provincial en 1923, constituyendo, gracias a la división entre tradicionalistas y jaimistas, la minoría con mayor representación. La presencia en el ayuntamiento
de San Sebastián (11 concejales de 33) revela asimismo la relevancia adquirida por los
seguidores de Sabino Arana en nuestra provincia tras veinte años de actuación. Podemos situar, de hecho, a la Comunión Nacionalista Vasca como segunda fuerza política
guipuzcoana, aproximándose al primer puesto ocupado por el tradicionalismo. Este
dato pone en cuestión alguna de las afirmaciones que se han realizado en los últimos
años sobre el desarrollo del nacionalismo vasco, y no sólo en Guipúzcoa. Así, la vinculación que se realiza entre crecimiento económico y expansión nacionalista queda
invalidada en la medida en que los inicios de la década de 1920, momento de fuerte
crisis económica, vieron cómo crecía la influencia nacionalista fuera de Vizcaya, e
incluso en esta provincia, si uniésemos el número de votos de la Comunión Nacionalista y del Partido Nacionalista Vasco se apreciaría que superaba ampliamente los resultados de 1918, considerado el mejor momento electoral del nacionalismo durante la
Restauración.
Aunque podemos encontrar antecedentes en la primera fase de su presencia, las
prácticas electorales de los nacionalistas guipuzcoanos conocieron, durante los últimos
265
años, una sensible degradación. La compra de votos, el falseamiento del censo electoral, el requerimiento a propietarios rurales para que sus colonos votasen a los candidatos propios, la disposición de los empresarios nacionalistas para que sus empleados les
apoyasen políticamente, fueron comportamientos habituales durante 1917 y 1923. La
única forma de obtener buenos resultados electorales era actuar sistemáticamente de
forma irregular. Todo ello en medio del creciente desinterés popular que, en una época
de voto obligatorio, promovía una abstención que en 1923 alcanzaba el 60% (en San
Sebastián con ocasión de las elecciones provinciales) o el 73% (en Tolosa durante las
elecciones a Cortes). Esta situación se producía, además, en un contexto español y
europeo en el que el miedo a la posibilidad de una revolución proletaria había conducido a una fuerte crisis de los grupos liberales y republicanos, mientras que la depresión
económica que sufría nuestro territorio y las características socioculturales de la modernización guipuzcoana impedían un desarrollo de los partidos u organizaciones de
clase. Estas circunstancias dejaban el campo libre en nuestra provincia a una amplia
mayoría derechista. Pese a este contexto, las prácticas clientelares y caciquistas de la
Restauración sobrevivieron con toda su fuerza.
La evolución de las actitudes electorales protagonizada por los nacionalistas hasta 1915 muestra varias consecuencias ostensibles. Por un lado, el incumplimiento
sistemático del art. 92 de los reglamentos nacionalistas que prohibía la coalición con
otros partidos, ya que la política de alianzas fue el rasgo fundamental de la actividad
nacionalista en nuestra provincia. Apreciamos, en segundo lugar, que frente al mensaje
anticaciquista que caracterizó las proclamas del nacionalismo vizcaíno, los nacionalistas guipuzcoanos no tuvieron empacho en recurrir, casi desde sus inicios, a las mismas
armas ilegítimas que utilizaban el resto de los partidos de la provincia. La política de
alianzas, en tercer lugar, era muy cambiante, y como sucedió con los demás partidos,
no respondió necesariamente a unos criterios permanentes e ideológicos, sino que
estaba determinada, en buena medida, por las coyunturas concretas en las que se desarrollaban los comicios. En términos generales, los nacionalistas formaron coaliciones
con las derechas en aquellas localidades donde la fuerza del carlismo y de las formaciones derechistas era escasa frente a los grupos de izquierda. Allí donde el carlismo
presentaba una solidez destacada, los nacionalistas se hallaban entre aquellos que les
disputaban el poder, no desdeñando la coalición con los partidos liberales. Estas uniones respondían generalmente a razones de índole exclusivamente electoral y estaban
sujetas a la negociación de los puestos en lucha, lo que aclara la fragilidad y escasa
durabilidad de los pactos alcanzados entre unos y otros para "repartirse" distintos
ámbitos de poder.
Estos hechos, además de mostrar la importancia del ámbito local en el marco
guipuzcoano, me han llevado a reconsiderar el grado de autonomía del mundo de la
política respecto al conjunto de relaciones sociales que dominaban la vida provincial.
He de manifestar previamente las dificultades que se ofrecen para interpretar el significado preciso de unos términos, partido, movilización, disciplina, etcétera, idénticos a
los que utilizamos hoy en día, pero que en aquella época tenían lecturas mucho más
laxas. La debilidad de las estructuras partidistas, más próximas a lo que podríamos
considerar una facción que a lo que actualmente entendemos como partido político, es
266
una característica no sólo de las organizaciones dinásticas, sino extensible incluso a
aquellos grupos calificados habitualmente como modelos de partidos modernos, entre
ellos la Comunión Nacionalista Vasca. La dimensión social de la práctica políticoelectoral restauracionista estaba fuertemente condicionada por el peso de una serie de
grupos informales, familia, sociabilidad religiosa, círculo de amistades, relaciones
profesionales, etcétera, que trascendían el marco político-ideológico, pero que, al
mismo tiempo, proporcionaban a éste los apoyos indispensables para alcanzar o mantener el poder. De ahí las frecuentes quejas de los primeros nacionalistas por la falta de
personas de prestigio entre sus filas. Los intentos de superar esa realidad chocaban con
la misma, y, durante la fase analizada en este trabajo, tuvieron como consecuencia, o la
marginalización o la entrada en un sistema donde las relaciones y los intereses tenían
tanta o más importancia que las afinidades ideológicas.
La desconfianza de la base nacionalista hacía los compañeros de coalición o las
quejas, como las señaladas por La Voz de Guipúzcoa con ocasión de las elecciones
provinciales de 1921 y de 1923 eran mínimas o incapaces de modificar una estrategia
orientada a conseguir de cualquier forma una mayor representación política, particularmente en la diputación y en el ayuntamiento de la capital. Se aprecia la duplicidad
existente entre la movilización política desarrollada por los nacionalistas, encaminada a
la construcción nacional, y una movilidad electoral destinada a afianzar sus cuotas de
poder. Aunque los datos disponibles no nos permiten confirmar plenamente esta hipótesis, la contradicción existente entre un modelo de partido basado en la movilización y
orientado a la transformación del sistema político restauracionista y una práctica política posibilista, moderada y basada en la no confrontación con los grandes partidos
generó, además de la escisión aberriana, más de una tensión en el seno de la Comunión
Nacionalista.
Algunos episodios únicamente pueden entenderse en clave de anteponer los intereses propios o las relaciones sociales más próximas a las convicciones ideológicas.
Sólo así es comprensible que algunos nacionalistas de Deva asistiesen a la comida de
homenaje al diputado electo maurista Alfonso de Churruca que lo había sido frente a
un nacionalista o que durante esa campaña electoral (1919) algunos jeltzales de Motrico participasen en el boicot a Ramón de la Sota, Victoriano Celaya, etcétera producido
en dicha localidad. La actitud de esos afiliados increpando a sus propios dirigentes
puede tratarse de una respuesta colectiva comunitaria, de participación de un sentido de
pueblo amenazado frente al naviero prepotente e "invasor" vizcaíno. Este tipo de
hechos demostraría que el paso de la sociabilidad surgida en el batzoki y basada en
lazos de amistad, relaciones profesionales o familiares a la solidaridad política, centrada
en la afinidad de pensamiento y los lazos administrativos (carnet de afiliación, asambleas, prensa, etcétera) no era tan automática, ni tan eficaz como parece desprenderse
de las apologías de la actividad desarrollada en los batzokis.
No se trata, nuevamente, de una peculiaridad adscribible en exclusiva al nacionalismo vasco. Diversos estudios sobre partidos políticos en España han subrayado
esta característica, destacando la realidad de las organizaciones locales, cuyas particularidades humanas y raíces sociales impedían un cambio profundo en los modos de hacer
política. Las decisiones políticas inmediatas recaían sobre unos dirigentes y grupos
267
locales que destinaban más atención a las cuestiones de ámbito municipal que a los
problemas nacionales. En el caso de los nacionalistas, además, un sistema de afiliación
que en la práctica primaba el vínculo con los batzokis en lugar de al partido, facilitaba
una mayor incidencia de los temas localistas en su actividad cotidiana. Ese peso del
factor local revela, asimismo, el pluralismo real y la escasa rigidez de las estructuras
partidistas nacionalistas que fueron incapaces, o ni siquiera intentaron, conseguir
posturas homogéneas en las distintas localidades en las que tenían presencia en lo
referente, por ejemplo, a las alianzas electorales en el ámbito municipal.
Hemos de subrayar, en este campo, que tal vez se haya insistido en demasía sobre el carácter "modernizador" del nacionalismo vasco en el terreno político. Existe una
relación directa entre la diversificación creciente que caracteriza a una sociedad moderna y la formación de partidos políticos, y en la medida en que se produjo la identificación de parte de la opinión pública con una organización política, podemos hablar de
partidos en su sentido contemporáneo. Pero no podemos olvidar que junto a la adhesión ideológica y una militancia manifestada en la asistencia a mítines, excursiones y
veladas, nos encontramos con la formación de una nueva elite política, en una época en
la que dichos grupos constituían el núcleo central de la construcción y puesta en práctica de las diferentes culturas políticas. Esta dualidad formada por ideología y tradición
partidaria por un lado y liderazgo y prácticas clientelares por otro, constituye uno de los
elementos distintivos del nacionalismo de comienzos de la década de 1920.
El clima de consenso provincial ya comentado y la presencia en las filas nacionalistas de personas que por su extracción social, educación, afinidades personales o
familiares y comportamientos, estaban muy próximos a aquellos sectores que habían
liderado tradicionalmente la vida política y social guipuzcoana obstaculizaron la explicitación de un universo propio de los nacionalistas que incluyese, además de elementos
ideológico-culturales, una práctica política diferenciada. La juventud de la clase política
nacionalista, su relativa inexperiencia y sus altos niveles de recambio no impidieron la
continuidad de unas maneras de hacer política características del siglo XIX y que
tienen aún un fuerte peso en nuestra cultura política. El crecimiento nacionalista tendría, por lo tanto, un fuerte componente derivado de un modelo de difusión territorial
basado en la relación instrumental y no tanto en la penetración ideológica. La personalización de la actividad parlamentario-gubernamental, la reducción de la participación
política al hecho electoral, con las limitaciones ya apuntadas, y la escasa intervención
de los militantes en la vida interna condujeron a una debilidad de los debates ideológicos y a la dificultad para poner en cuestión las bases sobre las que se sustentaba la vida
política guipuzcoana.
Podemos aplicar, con algunos matices, a la CNV guipuzcoana el análisis realizado para la Lliga Regionalista catalana. Los nacionalistas, con una organización
estructurada y estable, liderada por un grupo de profesionales conservadores bien
relacionados socialmente, aunque alejados de la elite económica provincial, recibieron
la adhesión de un sector significativo de las clases medias y bajas guipuzcoanas. Su
profundo catolicismo les permitió unirse coyunturalmente con carlistas, integristas y
católicos independientes, mientras que el posibilismo de su dirección facilitó el acuerdo
con los dos grandes partidos monárquicos. Sería el conjunto de estas características, de
268
forma paradójica, lo que permitió el crecimiento del nacionalismo, al aparecer progresivamente y sin rupturas traumáticas, como el garante más eficaz de la religión, la vida
tradicional y los fueros; esto es, de los elementos hegemónicos de la vida sociopolítica
de nuestro territorio.
Esta afirmación es fruto de la no limitación del análisis del nacionalismo guipuzcoano a unas prácticas político-electorales, similares por lo demás a las utilizadas por el
resto de las fuerzas políticas. El hilo conductor del nacionalismo fue la conservación y
reconstrucción de la personalidad vasca. Muchos autores, de hecho, sostienen que fue
la confusión, entre interesada y resultado de la convicción entre cultura nacional y
cultura nacionalista, y no sus propuestas políticas concretas y coyunturales lo que
proporcionó al nacionalismo su fuerza motriz, al tratarse del medio de transmisión
social más eficaz a medio y largo plazo. Serían la acción cultural y organizativa, el
desarrollo del folklore, el excursionismo o el teatro, junto con la extensión de su red de
sedes sociales, los batzokis, lo que proporcionaría la fortaleza del movimiento nacionalista. Aun estando básicamente de acuerdo con esta apreciación, entiendo necesario
introducir matices significativos sobre alguna de las consecuencias derivadas de la
misma.
No existe en Guipúzcoa durante la época restauracionista de una comunidad nacionalista vasca, entendida ésta como "un colectivo social interclasista con conciencia
de tal, que se manifiesta en elementos ideológicos, pautas culturales y prácticas sociales
comunes". No podemos hablar de comunidad si no detectamos en las personas un
específico sentido de pertenencia a un pequeño grupo, la vivencia de un "nosotros"
homogéneo, un sentimiento solidario que aflora, o se expresa súbita o periódicamente a
traves de una simbología ceremonial y en un consenso básico que mantenga unidos a
los miembros de la comunidad como componentes de una totalidad. En esta sentido, el
pensamiento y, sobre todo, la actuación nacionalista no constituían todavía una comunidad, o no más que la que pudiesen constituir carlistas o socialistas. Otra cosa es que
reforzasen una visión tradicional de la sociedad vasca.
El carácter no excluyente del nacionalismo guipuzcoano se advierte asimismo en
su actitud ante las cuestiones lingüísticas. Una defensa del euskera que superaba el
campo simbólico-ideológico para entrar en el de la vida cotidiana, en donde la penetración del castellano era cada vez más importante, preconizando la utilización del euskera en todos los ámbitos de actuación social, incluido el administrativo, fue uno de los
rasgos distintivos del nacionalismo guipuzcoano. De hecho, si la presencia de los
nacionalistas es más bien escasa en el mundo político guipuzcoano hasta fechas tardías,
no ocurre lo mismo en el terreno de defensa del euskera, donde desde inicios de siglo
se destaca la presencia de conocidos nacionalistas. Lo verdaderamente relevante es la
participación junto con los nacionalistas de personajes de distintas ideologías y afinidades políticas, desde Gregorio Múgica, alma mater de la mayor parte de las iniciativas
en este terreno, hasta el integrista Juan Bautista Larreta o el propio presidente de la
diputación provincial, Julián Elorza, que llegó a pronunciar un discurso en euskera ante
el propio monarca.
La colaboración en el terreno de la defensa del idioma de personalidades de diferente signo político, además de generar una mayor familiaridad entre ellas, disminuyó
269
el nivel de conflictividad que caracterizó al nacionalismo vizcaíno y facilitó la consolidación de un nacionalismo guipuzcoano más flexible y predispuesto al consenso.
Como consecuencia de lo dicho, buena parte de la actuación de los nacionalistas guipuzcoanos en el período de la Restauración se guió por pautas y formas culturales
complementarias, anteriores o paralelas a la formulación teórica ortodoxa del aranismo.
El resultado fue positivo, incluso para los propios nacionalistas que tenían en 1923
cinco diputados provinciales en Guipúzcoa por cuatro en Vizcaya.
Los rasgos distintivos del nacionalismo vasco en Guipúzcoa constituyen una trilogía formada por la defensa de la religión y la moral tradicional, la reivindicación del
sistema foral en su sentido más amplio y la preeminencia del idioma como eje de la
nacionalidad. Ninguno de los tres elementos, tomado aisladamente, supone un factor
diferenciador del nacionalismo respecto de otras fuerzas políticas. Es la síntesis de estos
tres elementos, su política electoral y la capacidad organizativa del nacionalismo,
remarcada por muchos contemporáneos, lo que permitió y facilitó el importante crecimiento experimentado por la Comunión Nacionalista Vasca a finales del período aquí
analizado.
LA SEGUNDA REPÚBLICA EN LA PROVINCIA DE CÁCERES.
ELECCIONES Y PARTIDOS POLÍTICOS1
Fernando AYALA VICENTE
L
a tipología de la documentación consultada ha estado determinada por las
peculiares carasterísticas de los archivos históricos visitados, tanto a nivel
provincial, como en el plano nacional. Junto a las fuentes tradicionales existentes en los archivos usuales, hay que resaltar la incorporación de acervos documentales
hasta ahora vedados al historiador, y por ello escasamente utilizados, como son: determinadas series procedentes del Gobierno Civil, del Ministerio del Interior o de archivos
de partidos políticos.
Es necesario reseñar la especificidad que ha conferido a nuestro trabajo la consulta de los fondos archivísticos originarios del Gobierno Civil de Cáceres. Éstos nos
han permitido incorporar una documentación en principio inexistente en archivos
históricos de similares características.
Destaca la documentación referente a constitución y configuración de sociedades, orden público, administración local o elecciones. Sobresalen sobre todos los
documentos referentes a la conflictividad social, aún sin catalogar, fueron analizados
1Tesis doctoral presentada, el 3 de noviembre de 2000, en la Universidad de Extremadura en
Cáceres, (Dir.: Prof. Fernando Sánchez Marroyo).
270
por primera vez durante varios meses en el Archivo Histórico Provincial de Cáceres,
pero que provienen del Gobierno Civil.
En el plano concreto de la lucha electoral hay que resaltar el hecho de haber encontrado una duplicidad de información referente a las elecciones de febrero de 1936,
para las que, en atención a la trascendencia posterior, inducimos con gran sorpresa,
que los resultados extraidos de dicha documentación no coincidían con los publicados
oficialmente.
Hemos de destacar, por otra parte, la consulta de los archivos municipales de
muchas localidades de la provincia, que nos han permitido reconstruir el devenir
político de los ayuntamientos. Del mismo modo, a pesar, de que el núcleo central de
nuestra investigación, han sido los temas electorales y la vida política, fue de gran
utilidad tener acceso a documentación complementaria: estadísticas de población,
cuestiones económicas... que conjugadas logran dar mayor entidad a nuestras tesis.
Por lo que respecta a los archivos nacionales, en particular el Archivo Histórico
Nacional de Madrid, he de destacar la consulta dentro de los Fondos contemporáneos
de una serie de expedientes policiales, provenientes de los Archivos Centrales de la
Dirección General de Seguridad y de la Dirección Nacional de la Policía, que han
resultado sumamente interesantes. En la documentación estudiada se puede describir la
trayectoria política de un amplio abanico de personajes relevantes en la vida política
cacereña durante la Segunda República, información que no hubiera sido posible
encontrar en archivos provinciales.
Otra parte importante consultada ha sido la documentación procedente del Ministerio de Gobernación, que hace especial referencia a la información enviada a Madrid desde la provincia sobre cuestiones electorales y orden público.
No podemos obviar las visitas al Archivo General de la Administración del Estado en Alcalá de Henares o al Archivo Histórico Nacional de Salamanca. En el primero resaltamos la amplísima documentación que existe sobre la Administración local y
en Salamanca pudimos encontrar, entre otras muchas cosas, un variado repertorio
epistolar de personajes cacereños. Destacamos la correspondencia a los ministros Giral
y Lerroux, que, sobre todo, en el caso de Giral nos ha permitido reconstruir el entorno
clientelar que había tejido en una buena parte de las poblaciones de la provincia.
La consulta de archivos de instituciones o entidades como el de la Fundación
Pablo Iglesias, hizo posible conocer los vericuetos internos del comportamiento de
determinadas fuerzas políticas, que en muchos casos no se hacían de manera expresa
públicos en la provincia. Fue muy interesante, por ejemplo el análisis de las Actas de la
Ejecutiva Nacional del PSOE, ya que hizo posible que conociéramos todos los detalles
del polémico debate dentro del partido, sobre las candidaturas a las elecciones generales de noviembre de 1933.
En el caso del Archivo del Partido Comunista de España, nos ha posibilitado un
conocimiento, tomado con la prudencia que merece este tipo de fuentes, de la significación cuantitativa y cualitativa del movimiento obrero durante estos años.
En el Archivo y en la Biblioteca del Congreso de los Diputados hemos accedido,
por un lado, a la consulta de referencias sobre los resultados electorales, así como a las
iniciativas presentadas por los diputados cacereños. Aunque la documentación de
271
mayor relevancia ha sido el seguimiento que hemos realizado, de las intervenciones de
los parlamentarios de la provincia en las Cortes, gracias al Diario de Sesiones. Esta
información ha sido completada con documentación existente en el Departamento de
Derecho Político de la Universidad de Extremadura, así como en la Hemeroteca de la
Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universidad.
A todo ello unimos la indagación realizada en un amplio espectro de fuentes
hemerográficas, algunas con colecciones prácticamente completas para toda la Segunda República, que desde muy diversos puntos de vista, nos han ayudado a interpretar
numerosas variables. Unidos a éstas hemos procurado consultar un variado repertorio
bibliográfico, incluyendo tanto obras clásicas sobre la temática y el período objeto de
estudio como una referencia nacional y regional, lo más actualizada que nos ha sido
posible.
Evidentemente había que estructurar esta vastísima información, y nos pareció
que la forma más adecuada, sería utilizar los instrumentos puestos a nuestro alcance
por las nuevas tecnologías. De esta forma, iniciamos el proceso de creación de varias
bases de datos, que conexionadas nos han posibilitado contar con una amplísima
disposición de contenidos, de utilidad fundamental para la redacción de este trabajo.
Así, tenemos información muy completa de cerca de 2.000 Sociedades, de los
resultados habidos en todos los pueblos de la provincia en las convocatorias electorales, tanto municipales como generales, de datos estadísticos de población y de distribución de la riqueza o las aproximadamente 6.000 fichas de individuos que tuvieron una
cierta trascendencia pública o significación política.
Para el tratamiento de la información, especialmente los resultados electorales,
hemos confeccionado distintas hojas de cálculo, así como nos hemos servido de diferentes fórmulas matemáticas y programas de cálculo, para mostrar una serie de indicadores, coeficientes o índices que contribuyan a mejorar el entendimiento e interpretación de los comicios. Por otro lado, los aspectos gráficos presentados permiten reconstruir detalladamente el análisis de la realidad descrita. Por último hemos de resaltar el
tratamiento de inmediated dado a la imagen, aprovechando los recursos que ponen a
nuestro alcance las nuevas tecnologías en el tratamiento de la información y que nos ha
posibilitado una minuciosa reconstrucción cartográfica de la realidad política y social
del periodo analizado.
La parte central de nuestro trabajo está dedicada a la vida política y a cuestiones
electorales. Así hemos partido a la búsqueda de algunos objetivos como la interpretación, no únicamente del resultado final de una elección, sino también del proceso que
lo ha desencadenado: alianzas de fuerzas políticas, tensiones internas, distribución de
puestos y/o cargos, el papel del abstencionismo, la construcción de redes clientelares...
De la misma forma hemos intentado correlacionar el voto con determinados
factores sociales, en el caso de la provincia de Cáceres nos hemos decantado por utilizar el número de jornaleros y el de mujeres para comprobar si existe una relación
directa entre la participación de ambos y el voto a cada una de las fuerzas políticas o al
menos demostrar si hay tendencias.
Las conclusiones obtenidas gracias a la utilización de esta metodología ha desmontado en parte, y para la provincia de Cáceres, el tópico que vinculaba, por ejemplo,
272
la incorporación del voto a la mujer en las elecciones generales de 1933 con la conservadurización de estos resultados, decantándose nuestra tesis por desconectar ambas
variables.
Hemos procurado analizar un tipo de elecciones que han obtenido un tratamiento muy minoritario en la mayoría de los estudios consultados, como son las elecciones
municipales de mayo de 1931(convocadas en 159 poblaciones, tras anularse las del 12
de abril) o las parciales que vinieron a continuación, haciendo especial mención a los
ayuntamientos proclamados por el artículo 29 de la ley electoral y a la constitución de
Comisiones Gestoras. También hemos pretendido sintetizar los resultados en la provincia de Cáceres de las elecciones para el Tribunal de Garantías Constitucionales del 3
de septiembre de 1933 y las elecciones de Compromisarios para elegir al Presidente de
la República, el 26 de abril de 1936.
Comenzamos nuestro trabajo al analizar las características del marco espacial en
el que nos vamos a desenvolver a través de sus bases demográficas y económicas, con
una relación entre la población y la riqueza existente y la estructuración de las mismas.
Todo ello imbricado en la comarca, espacio que hemos elegido para la parcelación de
nuestro estudio, por entender que reúne condiciones similares en los núcleos que la
componen, lo que permite la ponderación de las medias con unos resultados más
satisfactorios y/o fiables. Dentro de esta primera parte, nos ha parecido interesante
recordar cuáles fueron los antecedentes socio-políticos que se han utilizado como
punto de partida.
Hemos analizado cómo se produce la llegada de la República comprobando las
consecuencias del cambio de régimen y demostrando que, en consonancia con lo que
sucede en el resto de España, se desarrolló en medio del júbilo popular y con escasos
incidentes en cuanto al orden público.
Otro de los objetivosprincipales que nos planteamos es el conocimiento de la
importancia de los partidos, tanto en el número de efectivos como en el de comités
locales y en significación de sus líderes. Hemos enfocado su estudio a través de dos
apartados, por un lado las existentes antes de abril de 1931, viendo como afectó el
fenómeno de la disolución de los viejos partidos dinásticos y en segundo lugar hemos
tratado de analizar más profundamente la ideología, el proyecto político y la estructura
provincial de aquellos que tuvieron repercusión en la vida pública cacereña durante la
Segunda República.
Un apartado con autonomía propia lo constituye el análisis de las peripecias políticas cotidianas, en este sentido, quisimos averiguar cómo se desarrolló la vida interna
de los partidos, sus reuniones y debates políticos, su presencia en la escena pública...Toda esta información la insertamos en la celebración de mítines y manifestaciones, para culminar con un detenido estudio de la trayectoria municipal en las principales localidades de la provincia.
Otros temas que resaltamos son: el tratamiento dado por las autoridades y su
aceptación o no por la población de cuestiones tan candentes como el paro obrero, el
problema agrario, la cuestión religiosa, las obras públicas, la enseñanza, el regionalismo.... que en su conjunto nos deben llevar a comprender mejor una vida cotidiana tan
intensa como la que se produjo en el período analizado.
273
El orden público debido a su trascendencia con el consiguiente deterioro de las
relaciones personales y el entorpecimiento continuo de la vida política, con sus constantes alteraciones, dio lugar a numerosos problemas. Nos planteamos comprender de
una manera minuciosa la posible relación existente entre cambio político y desorden
público o bien entre la acción de los distintos poderes y la aceptación o nó por parte de
los administrados. El resultado ha permitido aseverar que fueron los momentos de modificación de las estructuras de poder los que vieron incrementar el índice de conflictividad social. Asociado a este parámetro estaría el sello de interinidad e inestabilidad
continua que vivieron las instituciones.
Un apartado importante lo constituye el análisis de la incidencia en la política
nacional de los diputados cacereños, para ello hemos investigado cuáles fueron los
cargos desempeñados por éstos durante su presencia en el Parlamento., así como
procedimos al pormenorizado estudio de cada una de sus intervenciones, viendo los
temas más recurrentes y el tratamiento dado por diputados de distintas ideologías.
Evidentemente no todos tuvieron una similar presencia en la Cámara, dándose el
caso de algunos a los que ni siquiera se les escuchó su voz, frente a otros, que adquirieron un inusitado protagonismo en los debates parlamentarios.
Para la comprensión de la dinámica política ha sido fundamental la consulta de
la rica legislación producida durante toda la Segunda República y no sólo en lo concerniente a la temática electoral, con las variaciones producidas a lo largo del tiempo,
sino también en lo referente sobre todo al orden público. Por ejemplo la promulgación
de la Ley de Defensa de la República en octubre de 1931 o la Ley de Orden Público en
julio de 1933. Que duda cabe que fueron de la misma forma fundamentales y en ocasiones determinantes para el normal desarrollo de la vida cotidiana en la provincia de
Cáceres otro tipo de leyes como fue el caso de la de Reforma Agraria o la de Términos
Municipales.
Como ya se ha apuntado, el estudio de los fenómenos electorales ha ocupado
buena parte de nuestras pretensiones. Comenzamos con una tipificación de la legislación electoral para adentrarnos de lleno en el análisis en primer lugar de las elecciones
municipales. Antes de indicar las consecuencias del cambio producido el 12 de abril de
1931 vimos la constitución de los ayuntamientos proclamados por el artículo 29 de la
ley electoral y la constitución de Comisiones Gestoras, con la intención de demostrar si
existía una gran desmovilización del electorado y en qué tipo de localidades era más
frecuente la ausencia de listas alternativas a la única presentada.
El resultado ha sido francamente significativo, un elevadísimo número de ayuntamientos accedieron a estos comicios por el artículo 29 (tenemos documentado 94
localidades) y en gran parte de la provincia se tuvo que nombrar Comisiones Gestoras
para velar por el correcto funcionamiento administrativo de sus poblaciones, precisamente en muchos lugares donde se dudaba de la pureza del proceso (hemos conseguido datos de un total de 138 pueblos).
Las elecciones tratadas son: en el plano municipal las del 12 de abril de 1931, las
del 31 de mayo de 1931 y las parciales de 1932 y 1933 en algunas poblaciones. Por lo
que se refiere a las generales: las de junio de 1931, las celebradas en octubre de 1931
para elegir una vacante, las de noviembre de 1933 y las de febrero de 1936. Por último
274
otras elecciones analizadas fueron las celebradas para elegir a los miembros del Tribunal de Garantías Constitucionales el 3 de septiembre de 1933 y las de Compromisarios
para elegir al Presidente de la República, el 26 de abril de 1936. Tanto un tipo de
elecciones, municipales, como el otro, nacionales, han sido analizadas teniendo siempre como punto de referencia el contexto y la coyuntura de lo que sucedía en el resto
del país, observando su discurrir, su evolución y llegado el caso su matiz diferenciador.
Con respecto a la evolución del voto a lo largo de las distintas convocatorias
electorales vemos como se producen sustanciales transformaciones que en lo fundamental seguían la coyuntura vivida en el resto del Estado. Así, en las elecciones de
junio de 1931 se produjo la llegada al poder de republicanos y socialistas con el estrepitoso fracaso de las derechas. En noviembre de 1933 asistimos a un espectacular
cambio con el triunfo clamoroso de la CEDA coaligada con el PRR y el hundimiento
de socialistas que sólo obtienen las actas de las minorías, mientras que los republicanos
de izquierdas no consiguen representación parlamentaria.
Por último las elecciones de febrero de 1936 escenifican la polarización de la sociedad cacereña y española, con un equilibrio entre dos grandes bloques que sin embargo no se traduce, debido a la ley electoral, en simetría de fuerzas con presencia en
las Cortes. Sobre estas elecciones parece demostrado que el FP consiguió la victoria
honestamente en el conjunto de España, si bien y como hemos pretendido comprobar
para las elecciones de Cáceres, aquí se produjo una modificación en los momentos del
recuento que alteraría decididamente el resultado final.
En efecto, el factor relevante que determinó que hiciéramos hincapié en el estudio de las elecciones generales de febrero de 1936, fue el comprobar como desde un
primer momento estuvieron sustentadas en la polémica. Así la discusión que en el
Parlamento tuvo lugar sobre la idoneidad de las Actas, estaría precedida de un oscuro
tratamiento de los resultados finales, en un reducido número de localidades de la
provincia. Procuramos pues, exponer, como, al margen de las publicaciones oficiales,
se extendió, razonablemente la sombra de la duda sobre la veracidad de los resultados.
Mucho más cuando el sistema electoral permitía que por un estrechísimo margen se
pudiera pasar de 7 diputados a 2. Todo ello unido con las disensiones internas de la
candidatura oficialmente perdedora, uno de cuyos diputados electos retiró las protestas,
enrareciendo la clarificación de los hechos. Sorprende, por consiguiente, al historiador
descubrir los auténticos motivos para aceptar unos resultados que presumiblemente
aparecían viciados.
Sobre la interpretación de estos cambios se han apuntado numerosas causas:
desmovilización de las fuerzas de la derecha en 1931; incorporación del voto femenino
en 1933 o el deterioro ocasionado por funestas prácticas en el poder por ejemplo el
sucedido a los radicales en las elecciones de 1936. Si bien hemos de precisar que
algunas de estas razones deberían justificarse con la suficiente profundidad, asunto en
el que hemos pretendido avanzar algunas conclusiones. Por ejemplo con las correlaciones entre número de votos a determinadas formaciones políticas y número de mujeres o jornaleros en el censo electoral.
Para todas las convocatorias electorales hemos estructurado el análisis en varios
bloques. En primer lugar el estudio de las candidaturas, su composición y cómo se
275
llega en ocasiones a su proclamación. En segundo lugar el desarrollo de la campaña
electoral: incidentes, mítines, mensajes más frecuentes... y por último los resultados,
utilizando como ya indicamos un marco general de estudio, la circunscripción provincial, donde tratamos de ver los resultados desde distintos indicadores: la indisciplina,
las diferencias de voto entre los miembros de una misma candidatura pero de diferente
significación política, el abstencionismo encubierto, la competitividad electoral, los
máximos y las medias de voto, las victorias de cada fuerza en las distintas localidades,
la correlación entre voto y factores sociales..., para culminarlo con un estudio por
pueblos según el número de habitantes y por último el análisis global por comarcas.
Mención aparte merece el tratamiento dado a los resultados en la capital de la provincia.
El estudio de las élites políticas, ha sido posible con un repaso por la trayectoria
de personajes político-sociales divididos en tres apartados: anteriores a la Segunda
República, personalidades sociales y políticos, éstos últimos subdivididos en: diputados, alcaldes y dirigentes de partidos y personajes de relevancia. Destacaron, por un
lado, los diputados a Cortes que llevaron la voz de Cáceres al resto de España utilizando como plataforma el Parlamento; los gobernadores civiles que tuvieron un enorme
papel protagonista en la escena política provincial y, junto a ellos, los presidentes de la
Diputación provincial, los alcaldes y los líderes de las distintas formaciones, que con
sus actuaciones e intervenciones en la escena pública contribuyeron a que el análisis
del periodo republicano en la provincia de Cáceres presente un panorama sumamente
rico para la interpretación histórica.
Todo ello permite completar la interrelación entre el espacio geográfico y el
comportamiento de sus gentes, sobre la que se articuló el devenir y la acción política en
la provincia, caracterizado desde el prisma de la variedad, si bien hacemos constar
cómo por primera vez adquieren protagonismo un elevado elenco de personajes populares y de capas sociales tradicionalmente desfavorecidas.
La dinámica de reivindicaciones que se produjo durante todo el periodo superó
enormemente las posibilidades del sistema legal, asistiendo a lo largo de todo el periodo, como hemos tratado de demostrar, a un incesante proceso de deterioro del orden
público, que si bien iba en ocasiones al socaire de la coyuntura nacional (huelgas
campesinas, revolución de octubre, levantamientos anarquistas….) en muchas otras
adquiría una singularidad específica.
Por otra parte, es preciso señalar que los nuevos responsables políticos intentaron perpetuar, aunque ahora con otros mecanismos menos coercitivos, el sistema de
redes clientelares, para garantizarse una base sólida de apoyo. Esta situación la vimos
en el caso de Giral, que supo atraerse al personal sanitario, o bien lo apreciamos en el
seguimiento de la vida municipal, donde las autoridades locales, que tanta influencia
tuvieron sobre sus paisanos, iban en ocasiones en sintonía con los mandatarios provinciales. Por último, y como hemos observado en el seguimiento de las actas de
votación, el ascendiente que muchos personajes públicos tuvieron sobre la zona donde
habían nacido.
Un detalle significativo es que a pesar de la gran efervescencia política que se
vivió durante aquellos años, existió un profundo desequilibrio entre el número de
276
comités locales de los distintos partidos, algunos extendidos por toda la provincia, y el
índice de afiliación que fue bajísimo, como prueba la documentación aportada por las
memorias de los Congresos de algunos de ellos, (maticemos en este sentido que fue
muy bien distinta la afilicación a las Sociedades obreras sindicales, donde fue mucho
más numerosa) o el examen de las actas de reunión de otros.
La adscripción electoral fue, así mismo, objeto y fruto de un discurrir evolutivo
paralelo a lo sucedido en el resto del Estado, si bien con las peculiaridades propias de la
mentalidad profundamente rural cacereña (caracteres socio-económicos, importancia
de las fuerzas en pugna, representatividad de sus líderes…). Todo ello dio como resultado una transformación de las jerarquías provinciales y locales, resultando complejo
buscar una orientación de la tendencia, pues si en el primer bienio fueron republicanos
de izquierdas y socialistas los predominantes, serían durante el segundo, conservadores y radicales (ahora muy moderados), para culminar en febrero de 1936 con una
polarización de bloques de derechas e izquierdas en situación de gran equilibrio.
Para concluir queremos insistir en el hecho de cómo se frustró lo que apareció
lleno de tantas expectativas. Un tapiz que comenzó repleto de ilusiones y de esperanzas
y sobre el que se dibujaron numerosas deseos de mejora de las condiciones de vida de
un pueblo que, como el cacereño, acostumbrado a vivir secularmente sometido a los
tradicionales sistemas de dominación social, pugnaba por romper estas dependencias.
El aprendizaje democrático, más en un curso tan acelerado como fueron los años
republicanos, fue duro e intensivo. En su haber tenemos el adelanto en bienestar social
que se alcanzó en muy poco tiempo (creación de escuelas, realización de obras públicas, incremento de la participación y de la organización de sus habitantes…); en su
debe, el hecho de que por circunstancias muy ajenas a su voluntad, se viera truncado
un proyecto que generó tantas adhesiones y que se vio plagado de una ingente cantidad
de obstáculos por todas partes.
277
PODER, ACCIÓN COLECTIVA Y VIOLENCIA
EN LA PROVINCIA DE MADRID (1934-1936)1
Sandra Isabel SOUTO KUSTRÍN
E
sta tesis doctoral se ocupa de la acción colectiva y la violencia política en la
provincia, hoy comunidad, de Madrid, en el bienio radical-cedista. En gran
parte, su importancia y su novedad reside en el hecho de que son escasos los
estudios que analicen la provincia de Madrid como un todo, superando los límites de la
capital. Además, aunque se hable mucho sobre la militarización de la política en la
Segunda República española, son pocos los trabajos que estudien la estructuración
concreta de las organizaciones paramilitares y son igualmente escasas las investigaciones sobre la actuación práctica de las organizaciones obreras en el periodo comprendido entre octubre de 1934 y febrero de 1936.
Se partía de no considerar sostenibles las explicaciones existentes sobre el éxito
de la huelga y el fracaso de la insurrección de octubre de 1934 en Madrid. Creía que
había que destacar más de lo que se había hecho en la historiografía el papel de las
organizaciones juveniles (que muestran las mismas divisiones económicas, sociales,
políticas e ideológicas existentes en la sociedad) en la conflictividad, tanto pacífica
como violenta, del periodo republicano y esperaba encontrar tras octubre de 1934 una
paralización de las actividades de las organizaciones obreras madrileñas debido a la
represión. Pensaba también que el proceso de acercamiento y de unidad de las organizaciones obreras madrileñas, aunque dificultoso e incompleto, sólo fue posibilitado por
las características y consecuencias de los conflictos sociales y políticos y de su violencia durante este período y la correspondiente represión.
Considero que la conflictividad y la violencia política no pueden explicarse si no
es en relación con la situación económica, social y política, las interrelaciones entre los
grupos sociales y organizaciones presentes, los recursos de éstos y sus relaciones con el
poder político. De esta forma se conecta con las modernas teorías de la acción colectiva
y los movimientos sociales, que incluyen como determinantes de estas actuaciones una
serie de elementos, que, aunque conceptualmente quizá sean extensos, al englobar o
poder englobar cada uno un gran número de factores, permiten analizar todos los
aspectos que influyen en la conflictividad social y política, evitando reduccionismos
y/o explicaciones monocausales o deterministas de cualquier clase. Pero la explicación
y desarrollo de los aspectos teóricos se realiza a lo largo del estudio, ya que creo que
esto permite establecer una verdadera relación entre estos elementos y los datos empíricos.
1Tesis Doctoral. Directores: D. Julio Aróstegui Sánchez (Universidad Complutense de Madrid) y D. Eduardo González Calleja (Instituto de Historia (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Universidad Complutense de Madrid, diciembre de 2000.
278
Así, se estudia la situación económica, social y organizativa de Madrid, que configura una determinada división de intereses y un particular entramado organizativo
para defenderlos y desarrollarlos. Después, se analiza la estructura de oportunidades
políticas existente, teniendo en cuenta tanto la situación internacional y nacional como
la provincial y local y los cambios provocados por las elecciones de noviembre de
1933 tanto en dicha estructura, como en las posiciones de las organizaciones obreras,
las relaciones entre ellas y la conflictividad social y política que se desarrollaba en
Madrid. Los dos siguientes capítulos se dedican a la preparación y desarrollo de la
insurrección de octubre y a la actuación de las organizaciones obreras en el periodo que
va del fracaso de dicha insurrección a las elecciones de febrero de 1936, concluyendo
con un breve análisis de las primeras medidas del gobierno surgido de dichas elecciones para cumplir los puntos del programa del Frente Popular relacionados con las
consecuencias de la represión de la insurrección de octubre.
Para la investigación de todos estos aspectos he utilizado fuentes diversas, sobre
las que hay que destacar, en primer lugar, la dificultad que supone para algunos trabajos regionales o locales la escasez de fuentes, producida para el periódo organizado
principalmente por las consecuencias de la guerra civil en cuanto a destrucción y
dispersión de documentos; y, en segundo lugar, ciertos fondos documentales prácticamente inéditos, como sucede con la mayoría de los numerosos documentos encontrados en el Archivo General de la Guerra Civil (Salamanca); los fondos de la Audiencia
Territorial de Madrid, conservados en el Archivo Histórico Nacional en Madrid, que
contienen numerosos documentos y referencias a la actividad de las organizaciones
obreras, principalmente en el periodo comprendido entre octubre de 1934 y febrero de
1936 y los documentos conservados en el International Institute of Social History
(Amsterdam) donde he encontrado numerosos informes de las regionales de centro de
las organizaciones anarquistas (y dada la extensión de éstas en esta región de España,
fundamentalmente de Madrid) inéditos. En estos dos últimos fondos documentales he
encontrado también publicaciones periódicas que prácticamente no se conocían anteriormente.
A partir de estas abundantes fuentes inéditas, la investigación ha permitido confirmar parte de las hipótesis planteadas, rechazar visiones existentes en estudios generales sobre la Segunda República, lo que muestra la utilidad de las investigaciones parciales y regionales para aceptar o renunciar a postulados considerados genéricamente
válidos, y ver la utilidad explicativa de las teorías utilizadas sobre los movimientos
sociales y la acción colectiva.
Con relación a las organizaciones existentes en la provincia de Madrid, destaca
la implantación sostenida de las organizaciones socialistas, las únicas de las que se
puede hablar con propiedad de su carácter provincial, gracias, principalmente, a la
extensión de las secciones de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra, que
refleja la importancia que tenían todavía las actividades agrícolas en Madrid y que
confirman, con sus acciones conflictivas, la idea ya planteada por estudios locales de
otras zonas de que existía en la Segunda República un sector importante del mundo
rural en el que no se llegó al conflicto violento abierto, sino que se mantuvo la lucha
dentro de la legalidad.
279
La estructura de oportunidades políticas sufrió un gran cambio a lo largo del periodo republicano por la extensión del fascismo en Europa y la incapacidad de las
organizaciones obreras europeas de hacerle frente, la percepción de la CEDA como
fascista por parte de las organizaciones obreras y los resultados de las elecciones de
1933 y sus consecuencias. En cuanto a estos aspectos, la tesis destaca varios elementos:
en primer lugar, que, aunque se ha planteado que la percepción del peligro fascista se
daba principalmente entre los dirigentes de las organizaciones obreras, hay demasiados
ejemplos de dicha preocupación por parte de organizaciones intermedias o de base
como para aceptar esta idea. En segundo lugar, destaca el voto socialista en el mundo
rural madrileño, que seguía bastante fielmente la implantación de la Federación de
Trabajadores de la Tierra y que rompe con la visión de la concentración del voto socialista en los medios urbanos. Por último, y en relación con los elementos teóricos, se
plantea que algunos investigadores de los movimientos sociales no le dan la necesaria
importancia al contexto internacional dentro de la estructura de oportunidades políticas
y que, al menos en esta época, el papel de la amenaza o la percepción de una amenaza
como posible determinante de una acción colectiva es muy importante, mientras que
este elemento era destacado en las primeras versiones de los modelos políticos de la
acción colectiva pero posteriormente se ha ido relegando bastante.
Los resultados de las elecciones de 1933 supusieron también cambios en la política y la actuación de las organizaciones obreras en los que quisiera destacar tres elementos: en primer lugar, que el debate y la división entre los socialistas sobre la postura
a adoptar no se dio sólo en sus órganos centrales sino que afectó a sus organismos
regionales y locales, lo que, junto a otros elementos que veremos posteriormente,
impiden aceptar la idea de que las organizaciones socialistas no comprendían que lo
que se planteaba hacer en octubre de 1934 era un movimiento revolucionario y pensaban en una simple huelga general. En segundo lugar, frente a la visión monolítica de la
FAI, y en menor medida, de la Regional de Centro de la CNT, el debate sobre la
Alianza Obrera dividió también todos los ámbitos anarquistas de la Regional de Centro, división que se acentuó tras los sucesos de octubre, aunque sin llegar a una ruptura
con la posición de los organismos nacionales. Por último, aunque se ha destacado la
radicalización teórica de la organización juvenil socialista, no se había planteado como,
desde su órgano de expresión, marcó la pauta en los ataques a las otras corrientes
socialistas y a la vez, actuó de correa de transmisión de instrucciones para el movimiento insurreccional que se preparaba.
Aunque, como ya he dicho, la investigación partía de la importancia de la juventud en la conflictividad del periodo no pensaba que llegara a ser tan destacada: en los
conflictos violentos anteriores a octubre, en las milicias socialistas, en las mismas
acciones de octubre y en las actividades más o menos clandestinas posteriores participaron principalmente jóvenes. En este sentido, frente a explicaciones teóricas que
defienden que hay una mayor participación de la juventud en acciones de protesta
cuando no se tiene derecho a voto, no se ha encontrado esta relación durante la Segunda República en Madrid. Los intentos realizados desde el gobierno para frenar esta
participación creciente de la juventud en fenómenos violentos lo que lograron fue
acercar a las organizaciones juveniles obreras, y así, antes de octubre, los principales
280
actos unitarios obreros fueron organizados principalmente por los jóvenes, como
producto del rechazo a estas propuestas del gobierno o por solidaridad frente a las
acciones de grupos que consideraban fascistas.
En cuanto a la conflictividad antes de octubre de 1934 se destacan otros dos aspectos: primero, su tendencia creciente a la acción violenta, principalmente entre los
jóvenes, y como la unidad de acción entre las organizaciones juveniles obreras se fue
forjando en la misma acción colectiva, en estos enfrentamientos violentos con miembros de opciones ideológicas opuestas. En segundo lugar, frente a lo planteado por
otros estudios, la tesis concluye que no se puede hablar simplemente de que el periodo
anterior a octubre fue el de las mayores conquistas y de los mayores logros unitarios
entre las organizaciones sindicales madrileñas, lo que llevaba a explicar el éxito de la
huelga general en octubre casi como resultado único de la disciplina socialista. Las
reivindicaciones conquistadas a la patronal no eran cumplidas por ésta mientras el
desempleo aumentaba (principalmente en el sector de la construcción, que, sobre el
papel, había sido uno de los que había obtenido más éxitos) y, a falta de estadísticas
fiables, se percibía que había un aumento del precio de los productos de primera necesidad, es decir, del coste de la vida. En cuanto a la unidad de acción sindical, en el
verano de 1934 se produjeron enfrentamientos importantes entre los dos únicos sindicatos de la UGT y la CNT entre los que se había logrado un acercamiento importante:
los de la construcción y los de la metalurgia. Esto, junto al temor a perder las conquistas ya logradas con la entrada de la CEDA en el poder, explicaría que los sectores en
los que se mantuvo durante más tiempo la huelga en octubre fueron también los que
habían protagonizado importantes conflictos en el período posterior a las elecciones de
1933. Los obreros debieron de comprender pronto que el triunfo no era tan fácil y sólo
la creencia en que suponía una defensa de sus intereses junto con elementos de solidaridad, al tener noticias de la lucha que se estaba desarrollando en Asturias, les pudo
incitar a continuar la huelga. La disciplina, por tanto, debe pasar a segundo plano como
factor explicativo. Además, la UGT madrileña ya había demostrado con las huelgas
económicas y políticas anteriores a octubre de 1934 que no toda su acción estaba
determinada por su disciplina hacia las órdenes de los organismos superiores.
La elección de un determinado tipo de acción colectiva está influida también por
la experiencia de acción colectiva anterior, propia o ajena, acumulada y, aunque se ha
planteado tradicionalmente la influencia teórica que la revolución rusa ejercía en ciertos
sectores obreros españoles, no sólo entre los comunistas, no se ha reconocido la influencia que a efectos prácticos suponía en las formas de movilización y, en este sentido, octubre de 1934 fue en Madrid el primer (y único) intento de realización de una
acción colectiva insurreccional, en el que ciertos sectores socialistas buscaban seguir el
modelo revolucionario bolchevique. Así, las instrucciones dadas por el órgano de
prensa de la juventud socialista y las enviadas por los órganos de dirección socialistas
estaban basadas en textos de la Internacional Comunista.
El fracaso de octubre de 1934 en Madrid no se puede explicar en función de
elementos monocausales o parciales. El planteamiento desde ciertos sectores obreros
de una revolución socialista perjudicaba los intereses de aliados potenciales, como la
pequeña burguesía republicana; a la vez que la misma concepción de dictadura del
281
proletariado hacía desconfiar a los miembros de la CNT, que participaron en Madrid
de forma limitada. Así, faltó una concepción cuanto menos mayoritaria sobre objetivos,
estrategias e instrumentos de la acción y no hubo una política de alianzas clara ni una
coordinación entre las organizaciones participantes; la elección del momento político
quedó supeditada a una acción del gobierno, que, frente a reinterpretaciones recientes
de viejas ideas historiográficas franquistas, mantuvo el control de todos los órganos de
dirección política y de las distintas fuerzas del orden del Estado y las utilizó con relativa
rapidez y eficacia. El Gobierno contó además, con la ayuda de fuerzas sociales y políticas que en otras circunstancias no le hubieran apoyado.
La movilización de recursos realizada por los socialistas de cara a la acción insurreccional fue también deficiente, tanto material como culturalmente. Con relación a
este aspecto destacan cuatro elementos: los llamamientos y justificaciones de la violencia, la organización de milicias, el armamento y los contactos con los cuerpos armados
profesionales. En cuanto al primero, la tesis plantea que aunque, como se ha dicho, los
socialistas usaran estos llamamientos para que el presidente de la República no permitiera la entrada de la CEDA en el gobierno, los preparativos revolucionarios que realizaron, aunque incompletos, no permiten considerar que sólo estuvieran dirigidos a
Alcalá-Zamora, sino que buscaban también concienciar a sus bases sobre el tipo de
acción que querían realizar. Tampoco se puede hablar de que hubiera antes de octubre
simples rumores sobre una huelga general que sería la definitiva, sino que los documentos utilizados, demuestran claramente que las organizaciones obreras madrileñas
sabían perfectamente qué se estaba preparando por lo menos ya en marzo de 1934.
Sobre las milicias socialistas hay que destacar que la mayoría de los miembros
que se conocen procedían de lo que se pueden considerar clases medias bajas, aunque,
como reflejan los testimonios de la época, su situación económica era muchas veces
más precaria que la de los obreros industriales. Además, normalmente tenían acceso a
mayores recursos culturales, por lo que podían estar más influidos por el temor al
fascismo y ser más fácilmente atraídos por el ejemplo de la revolución rusa. En cuanto
al papel de los militares, no se puede decir que había una simple fascinación por ellos
entre los jóvenes socialistas. El propio ejemplo del que partían, la revolución rusa, y las
teorizaciones de la época sobre ella de autores como Trotski, acentuaban claramente el
papel del ejército en la realización de una revolución, lo que también es defendido en la
actualidad por diferentes teóricos de la acción colectiva. Por tanto, desde ciertos sectores socialistas, que serían los más activos en la propia insurrección, no se actuaba
pensando en seguir el modelo de 1917 y 1930, de realizar sólo una huelga general y la
acción insurreccional no se dejó en manos de la organización sindical, a la que se
reservó para la huelga.
Frente a lo planteado en estudios más o menos generales, durante los días de la
insurrección sí se mantuvo una cierta cordinación entre los participantes de las organizaciones socialistas, coordinación realizada principalmente por parte de los miembros
más jóvenes de las milicias (por ejemplo, el presidente de las Juventudes Socialistas
Madrileñas) y los milicianos se mantuvieron en contacto entre ellos hasta para darse la
orden de intentar reintegrarse a sus puestos de trabajo. También se elaboraron consignas e instrucciones claras, como muestran las numerosas octavillas socialistas y comu-
282
nistas de los días de huelga, aunque es prácticamente imposible comprobar a quienes
llegaron.
La represión de la revolución de octubre de 1934 abarcó diversas facetas y supuso un gran cambio en la estructura de oportunidades políticas de los partidos y sindicatos obreros llamados “de clase”. Dada la importancia de los ayuntamientos por su papel
en la vida cotidiana de la gente, la historiografía no ha destacado suficientemente el
gran número de ayuntamientos democráticamente elegidos suspendidos tras octubre de
1934, y en gran parte, al menos en Madrid, usando octubre más como excusa que
como verdadera causa. Por otra parte, aunque se ha dicho que la crisis entre el partido
radical y la CEDA en las instancias políticas intermedias fue debida a la decisión
radical de indultar a los revolucionarios condenados a muerte, hay que decir que en
Madrid parece estar más influida por una lucha por el poder político provincial, como
muestran los debates en la diputación y el hecho de que la recomposición de la alianza
en el ámbito provincial no se dio en ningún momento tras la ruptura de febrero de
1935, lo que paralizó casi completamente la vida de estos organismos.
Frente a lo que yo misma consideraba al iniciar la investigación, la represión no
supuso la paralización de la actividad de las organizaciones obreras. Éstas no sólo
actuaron solidarizándose con los presos y reclamando la amnistía, como se ha planteado tradicionalmente en estudios generales, sino que buscaron reducir otras consecuencias de la represión. Utilizaron para esto elementos que actualmente son considerados
comunes en los diferentes movimientos sociales para superar etapas desfavorables para
la movilización: la defensa de la supervivencia de las redes de activistas (en nuestro
caso, de las organizaciones), el mantenimiento de un repertorio de objetivos y tácticas
(que en este caso se identificaba con el fin definitivo de las consecuencias de la represión), y la promoción de su cultura e identidad colectiva (la celebración del Primero de
Mayo por todas las organizaciones obreras o los actos en los aniversarios de la muerte
de Pablo Iglesias en el caso socialista, son dos de los ejemplos más claros). Se inició,
además, el establecimiento de nuevos símbolos, como los “mártires” socialistas madrileños (A. San Juan o J. Rico) o las importantes movilizaciones anteriores a octubre,
como la del 22 de abril de 1934.
Utilizaron los márgenes que les dejaba la legislación existente, sus contactos en
los organismos públicos (lo que se puede identificar claramente con lo que los teóricos
llaman “aliados influyentes”); las divisiones existentes en el seno de la coalición gubernamental, los recursos con los que contaban y la realización de cambios organizativos.
También fue importante, en cuanto a los procesos judiciales, las interpretaciones de las
leyes hechas por los distintos jueces o magistrados. Todo esto permitió que a mediados
de 1935 casi todas las asociaciones disueltas, judicial o gubernativamente, volvieran a
tener un funcionamiento legal, aunque siguiera limitado por las restricciones impuestas
por el estado de alarma, cobraran las ayudas de la Caja Nacional contra el Paro y
contaran con muchos locales abiertos en toda la provincia. La excepción fue la Casa
del Pueblo de la capital, probablemente más por su carácter simbólico que por dificultar la actividad de las organizaciones. También fue importante a partir del fin del estado
de guerra en abril de 1935 la abierta y extensa labor de propaganda, en forma de circulares, octavillas o actos públicos, necesarias para transmitir información y mantener el
283
contacto y la solidaridad entre los miembros de las organizaciones. Aunque probablemente la actuación y la coordinación en Madrid eran facilitadas también por la presencia de las direcciones nacionales de las diferentes organizaciones obreras (con excepción de las anarquistas), o de los diputados socialistas, y las dificultades fueron mayores
en otras provincias, sería interesante, si la documentación existente lo permitiera, la
realización de estudios sobre otras regiones. Por otra parte, aunque se ha dicho que la
reforma de los jurados mixtos impidió el funcionamiento de éstos, la realidad es que, al
menos en Madrid, esta legislación prácticamente no se llegó a aplicar y los jurados se
paralizaron principalmente por los decretos inmediatamente posteriores al movimiento
de octubre y por la acción de la misma UGT, que se negó a inscribirse en el nuevo
censo electoral social, impidiendo así la renovación de los jurados, mientras lograba
seguir participando en algunos de ellos.
Aunque no aceptada por las direcciones socialistas, la unidad de acción entre las
organizaciones comunistas ortodoxas y socialistas alcanzó mayores cotas que antes de
octubre, no sólo entre la juventud, sino también entre organizaciones sindicales y
partidistas de base. La actividad propagandística conjunta se acentuó y no sólo se editó
la propaganda en común sino que se repartió conjuntamente y se hicieron actos conjuntos. Al igual que en octubre, se produjo una aceptación casi absoluta de las consignas comunistas por las organizaciones de base, principalmente las de las juventudes
socialistas, pero también por algunas organizaciones sindicales. Frente a las explicaciones que plantean que el desarrollo de las Alianzas Obreras locales después de octubre
se vio favorecido por el mal funcionamiento de las organizaciones socialistas en la
clandestinidad, mientras ésta no impedía un funcionamiento centralizado del PCE, el
análisis de la evolución de este proceso en Madrid muestra otra respuesta como razón
principal: las ejecutivas nacionales nunca elaboraron una política clara a seguir con
relación al resto de organizaciones obreras tras el fracaso de octubre y las orientaciones
que dieron a las organizaciones madrileñas, siempre como respuesta a cuestiones
planteadas por éstas, fueron incompletas y mostraron una confusión constante entre
comités de enlace y Alianzas Obreras, confusión que destacaban las propias direcciones provinciales y municipales socialistas.
Por último hay que destacar que, frente a las conclusiones a que se ha llegado estudiando los fenómenos de protesta violenta de periodos más contemporáneos al
analizado, como los años sesenta y setenta, la violencia de los años 30 en Madrid no
parece el resultado del declive de la movilización y de los ciclos de protesta, sino que,
por el contrario, parece concentrarse en el punto álgido de la movilización, ya que el
fracaso de la revolución de octubre produjo una drástica reducción de los fenómenos
violentos.
Por otra parte, aunque se ha dicho que en Madrid no hubo problemas con relación a la confección de las candidaturas del Frente Popular, sí hubo discusiones importantes sobre el reparto de puestos entre las distintas fuerzas presentes, tanto en la circunscripción de la capital como en la provincial. La distribución provincial de los votos
mantuvo, en general, el mapa electoral de las elecciones de 1933, coincidiendo normalmente los pueblos donde se obtuvieron los mejores resultados en las dos elecciones, y el mayor número de votos parece proceder principalmente de una mayor partici-
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pación electoral, aunque sí hay algunos pueblos en los que el triunfo fue debido a la
presencia de los republicanos en las candidaturas.
LA FIGURA HUMANA Y POLÍTICA DE LUIS LUCIA LUCIA
1
(1888-1943)
Vicent COMES IGLESIA
E
sta tesis doctoral sobre el dirigente valenciano Luis Lucia Lucia pretende
insertarse en el esfuerzo de una serie de historiadores por recuperar la memoria
de quienes fueron líderes destacados de masas, de aquellos que marcaron con
su impronta personal una parte de nuestra historia contemporánea. Aunque el avance
de los estudios biográficos ha sido notable en los últimos años, continúa siendo cierto
que la historiografía española tiene como laguna importante la carencia de estudios
sobre los personajes que tuvieron un protagonismo decisivo en nuestro siglo, de forma
que continuamos sin biografías de Alcalá Zamora, de Indalecio Prieto, Miguel Maura o
José Mª Gil Robles, por citar sólo algunos casos de políticos de diverso signo. Baste
decir que, unida a la recuperación de la historia política, la biografía ha empezado ya a
ser considerada por los historiadores como una perspectiva útil para realizar el análisis
del poder, para acercarse a las creencias y valores culturales de un grupo social determinado, para estudiar un partido y sus vínculos internos y, en definitiva, para acceder a
la realidad social de una época, objetivo último del saber histórico. La siempre compleja relación entre individuo y dinámica social está siendo repensada por los historiadores
en el sentido de mostrar la estrecha interacción y dependencia que se da entre ambos
elementos, de modo que si ningún individuo, líder o personalidad puede comprenderse
separadamente del contexto social del que es reflejo y parte, no es menos cierto que el
comportamiento de los grupos sociales está a menudo condicionado por la singularidad
de sus dirigentes y por la influencia que éstos ejercen sobre ellos. Este ha sido también
el presupuesto metodológico que ha marcado nuestra investigación sobre Luis Lucia,
por lo que se ha tratado en cada etapa de enmarcar su actividad pública en el seno del
grupo político correspondiente, de modo que su trayectoria biográfica no apareciera
aislada o al margen del entorno sociopolítico del que formaba parte. De este modo, no
sólo ha podido aparecer más claro su enraizamiento histórico, sino que la historia del
1Tesis doctoral leída en la Universidad de Valencia en octubre de 1999. (Dir. : Dr. Aurora
Bosch Sánchez).
285
carlismo valenciano, la del catolicismo político en Valencia o la del núcleo dirigente de
la CEDA han adquirido nuevos relieves historiográficos.
En efecto, fue en el carlismo valenciano de principios de siglo donde Lucia
aprendió lo que era la vida organizativa de un partido y donde bebió en las fuentes
ideológicas del tradicionalismo, tanto el de carácter más reaccionario de Donoso Cortés, como el más moderado de Balmes. No es difícil comprobar en el joven Lucia los
resultados de la intensa sociabilidad que practicaba el carlismo: en sus círculos -con
una cultura propia de los grupos/secta- asimiló el radicalismo antiliberal, adquirió una
concepción integrista de la verdad y aprendió, en definitiva, a hacer coincidir el triunfo
de esa cosmovisión con el retorno de la dinastía carlista. En ese período, su personalidad tenía todos los rasgos de cualquier joven idealista: fogoso en la expresión, fanático
en la defensa de su verdad, fustigador de católicos contemporizadores con el liberalismo, insolente discutidor del arzobispo de Valencia, maniqueísta en las reflexiones, etc.
En paralelo con esta perspectiva sobre el sujeto, es posible comprobar las profundas
tensiones que a principios de siglo se daban en el catolicismo político de Valencia a
propósito del grado de antiliberalismo de cada grupo: los enfrentamientos entre carlistas y seguidores la Liga Católica, así como entre unos y otros con el Partido Conservador, ayudan a situar ideológicamente a Lucia y al carlismo en el extremo del arco iris
derechista.
Desde una perspectiva histórica, puede afirmarse que la ruptura con el pretendiente carlista Jaime III, en 1919, fue muy beneficiosa para la evolución ideológica
de Lucia y del grupo con el que se identificaba. Sin las ataduras del pleito dinástico y
sin las estrecheces de una concepción antiliberal gestada en el siglo XIX, el simonismo
-nombre que hemos dado a la fracción valenciana que se separó del jaimismo- pudo
encabezar (ya sin los recelos de las masas católicas) el catolicismo político de Valencia,
conducirlo dentro de los márgenes de la monarquía alfonsina y volcarse en el reformismo social del sindicalismo católico como instrumento para hacer frente a las amenazas del sindicalismo revolucionario de esos años. En cierto sentido, a partir de 1919
la elite de la que formaba parte Lucia se "reconcilió" con la jerarquía eclesiástica (que
desde años atrás había olvidado la cuestión legitimista), abandonó el antiliberalismo
cerrado y asumió como proyecto político el "control de la modernización" en que
estaba inmersa la sociedad española, control dirigido sobre todo a los aspectos laicizadores. Este es el marco en el que hay que situar la novedosa experiencia de la Agrupación Regional de Acción Católica (ARAC), cuyo principal ideólogo e impulsor fue
Lucia. Conteniendo muchos elementos de lo que años después será la Derecha Regional Valenciana, la actuación de la ARAC entre 1922 y 1923 significó una verdadera
movilización de las masas católicas valencianas y una demostración del arrinconamiento en que iban quedando los partidos dinásticos en algunas ciudades. De la solidez de
la ARAC es buena prueba no sólo la consideración que se le otorgó en la asamblea
constituyente del Partido Social Popular, sino el éxito electoral que en 1923 obtuvo en
solitario frente a los demás partidos de la capital y, poco después, en uno de los distritos
provinciales.
La Dictadura de Primo de Rivera evidencia el comportamiento atípico de Lucia
y de los dirigentes de la ARAC . Si el aplauso al Dictador fue general en gran parte de
286
la sociedad española, la actitud de "colaboración sin confusión" proclamada por Lucia
descolocó a éste del comportamiento del catolicismo político de otras regiones y, más
concretamente, del seguido por muchos miembros del Partido Social Popular. Ciertamente, su firme negativa a integrarse en la Unión Patriótica y las duras críticas que
dirigirá a este conglomerado de intereses los hizo compatibles con reiterados elogios a
Primo de Rivera. Por otra parte, los seis años de Dictadura fueron verdaderamente
importantes desde la perspectiva biográfica. En primer lugar, porque Lucia tomó la
decisión de reconocer públicamente a Alfonso XIII, dejando así constancia de su
integración plena en el régimen monárquico establecido en España. Además, fue en
esos años cuando estrechó lazos con los sectores económicos vinculados a la economía
citrícola (considerada por él como fuente principal de riqueza para Valencia), lazos que
en la etapa republicana aprovechará para ampliar la base social de su partido. En tercer
lugar, porque fue a mediados de esta etapa cuando se produjo definitivamente el relevo
generacional en la élite del catolicismo político valenciano y cuando Lucia asumió el
liderazgo sobre un grupo de jóvenes procedentes de la Asociación Católica Nacional
de Propagandistas, el mismo que unos años después le acompañará en la etapa republicana. Finalmente, porque los años de la Dictadura significaron una profundización y
maduración de los principios ideológicos que orientarán la actividad política de Lucia
en la etapa siguiente: el compromiso político como un deber de los católicos; la independencia de la Iglesia respecto de cualquier partido; la accidentalidad de las formas de
gobierno desde un punto de vista doctrinal; la necesidad de partidos regionales que
puedan llegar a federarse en el ámbito nacional; el valencianismo como identidad
específica dentro de España; el respeto al pluralismo ideológico como actitud de tolerancia democrática; el intervencionismo político como estrategia irrenunciable; etc. La
exposición y justificación de cada una de esas ideas fue hecha en su libro En estas
horas de transición, escrito en las últimas semanas de 1929 con el objetivo de preparar
al movimiento católico para la transición a la fase de posdictadura.
Con cuanto antecede sobre Lucia y el catolicismo político valenciano, resulta
más comprensible -y explicable históricamente- la asombrosa expansión de la Derecha
Regional Valenciana y el rápido liderazgo que pudo asumir Lucia sobre las masas
derechistas y católicas durante la etapa republicana. Es una observación que merece
destacarse. En nuestra opinión, hay una clara línea de continuidad entre los años republicanos y los años veinte en cuanto al catolicismo político se refiere, y Lucia, con sus
planteamientos ideológicos y con su liderazgo, constituye el eslabón principal que
engarza esas dos épocas. Ciertamente, se producirán algunos cambios sustanciales,
como, por ejemplo, la salida de Valencia-capital y la expansión por los pueblos de la
provincia; o la ampliación social de la base católica que tradicionalmente le había dado
su apoyo. Pero los cimientos ideológicos y la élite organizadora son en buena medida
anteriores al 14 de abril. En este punto reside, en nuestra opinión, una de las claves para
explicar las diferencias entre la Derecha Regional y otras agrupaciones regionales
surgidas en 1931, y que después se integrarán en la CEDA.
Pero es innegable que Lucia ha pasado a la historia contemporánea por su actuación en los años republicanos, circunstancia que obligaba a detenerse especialmente en
este período. Y, en efecto, algunos aspectos son verdaderamente relevantes. En primer
287
lugar, llama la atención la intensa campaña de Lucia y de los dirigentes de la Derecha
Regional Valenciana por convencer a sus seguidores y simpatizantes de que había que
acatar el nuevo régimen republicano porque “lo habían traído las urnas”, argumento
democrático que refleja bien la ideología de Lucia en ese momento. Junto a esta razón,
proclamará la doctrina eclesiástica sobre la “accidentalidad de las formas de gobierno”
como justificación teórica para que las asustadas masas católicas relativizasen sus
sentimientos monárquicos. A ello añadirá, además, que el proyecto político de la
Derecha Regional continuaba teniendo pleno sentido en el régimen republicano, pues
el intervencionismo era un principio fundacional irrenunciable y la consecución del
“bien posible” (el llamado “posibilismo” o, dicho en nuestro esquema interpretativo, el
“control de la modernización”) una obligación en cualquier situación política. De esta
forma, a los pocos meses de haberse proclamado la República, Lucia ya había zanjado
en su partido el debate teórico sobre el nuevo régimen y estaba logrando atraer a buena
parte de las masas católicas y derechistas que habían quedado huérfanas de dirección
política o que estaban siendo tentadas por las opciones extra-sistema y anti-régimen.
Tal vez, ningún otro dirigente de la época dedicó tanto esfuerzo a estas consideraciones
de índole ideológica. Cuando con el tiempo aparezcan situaciones que hagan tambalear
esos principios o la estrategia adoptada (así ocurrirá, por ejemplo, cuando las Cortes
Constituyentes aprueben medidas sobre la religión y el culto consideradas sectarias
para los católicos; o cuando se produzca el golpe de Sanjurjo), Lucia no hará sino
repetir y reiterar lo que ya había dicho en los primeros meses. Así pues, con esta base
teórica, la expansión de la Derecha Regional por la geografía valenciana en el año y
medio de régimen republicano ha de valorarse no sólo en lo que tuvo de crecimiento
organizativo, sino también en lo que significó de labor doctrinal-ideológica para retener
a los derechistas dentro de la “lucha política” del régimen establecido.
En segundo lugar, tiene gran interés dibujar y deslindar el espacio político que
ocupaban Lucia y su partido. En este sentido, los márgenes próximos eran, por un lado,
el Partido Liberal de Alcalá Zamora junto con el Partido de Unión Republicana Autonomista (los blasquistas), y, por otro, los monárquicos, tanto alfonsinos como carlistas.
El permanente rechazo de los “republicanos viejos” contra los que ahora pretendían
integrarse en el régimen constituyó una barrera con la que repetidamente se enfrentará
Lucia, no valiéndole siquiera sus manifestaciones y comportamientos de lealtad republicana. En cuanto a los monárquicos de uno y otro signo, los cada vez más frecuentes
enfrentamientos de Lucia con los fundamentalistas (ahí están los ejemplos del marqués
de Sotelo, de José Mª Albiñana o de Calvo Sotelo) le sirvieron para ser descalificado
como traidor a la monarquía y como oportunista político, descalificaciones que arreciaron tras su inequívoca condena del golpe de Sanjurjo. Con estas consideraciones (que
podrán quedar más claras cuando se investigue la extrema derecha valenciana), el
espacio político que ocupó la Derecha Regional y su líder aparece mejor delimitado y,
en nuestra opinión, más “centrado” de lo que ha sido considerado habitualmente por
los historiadores.
En tercer lugar, las relaciones de la Derecha Regional con la CEDA y, particularmente, las de Lucia con Gil Robles, tienen una importancia fundamental. No podía
ser de otra forma, dada la estrecha vinculación entre ambas organizaciones, así como
288
entre los dos líderes. En cuanto a la primera cuestión, no es, sin duda, ninguna novedad
historiográfica mostrar la mayor sensibilidad social y regionalista que existía en la
Derecha Regional en comparación con el resto de formaciones políticas agrupadas en
la CEDA: son conocidas las diversas situaciones (caso del Estatuto Vasco, o la lección
de carácter socialcatólico que dieron los representantes valencianos a los demás miembros de la Asamblea constituyente de la CEDA) en las que los miembros de la Derecha
Regional sobrepasaron por la izquierda a sus compañeros cedistas. Tampoco es ninguna novedad descubrir a los diputados valencianos dispuestos en varias ocasiones a
hacer manifestación abierta de republicanismo frente a las reticencias y ambigüedades
de la mayor parte de diputados cedistas. Todo esto era ya conocido y ha sido divulgado
por los historiadores. La aportación ha consistido en reafirmarlo desde la perspectiva
valenciana, es decir, ofreciendo los debates internos que tenían lugar en las reuniones y
asambleas de la Derecha Regional, señalando el énfasis que este partido ponía en
algunas cuestiones claramente relegadas o secundarias en el interés programático de la
CEDA y, finalmente, mostrando los reiterados intentos de Lucia por influir personalmente en la estrategia cedista. La conclusión obtenida es que no sólo su partido fracasó
en el propósito de “centrar” la CEDA, sino que la coloración conservadora en lo social
y ambigua en lo político que caracterizó a esta agrupación de partidos predominó y
contaminó -tanto histórica, como historiográficamente- la imagen política más moderada y pro-republicana del partido valenciano. El hecho de que, en la frenética dinámica social y política que se abrió tras las elecciones de Febrero de 1936, una fracción de
la dirección del partido y una parte de sus bases juveniles se adentrasen por la vía
conspiratoria sin el consentimiento de su máximo dirigente Lucia, no invalida cuanto
antecede, pues tiene su explicación en la existencia de una minoría radicalizada en el
partido, no representativa, en nuestra opinión, del conjunto de la Derecha Regional.
Como complemento de lo anterior, hay que referirse a las relaciones entre Gil
Robles y Luis Lucia, marcadas en buena medida por el papel subordinado que el
biografiado aceptó desempeñar al lado de aquél. De la amistad personal entre los dos
dirigentes hay numerosas manifestaciones públicas del propio Lucia. De las discrepancias, más o menos importantes, entre ambos tenemos, igualmente, abundantes comentarios de prensa -siempre desmentidos por Lucia-, aunque ciertos hechos anteriores a
1936 confirman algunas de las divergencias de las que hablaban los periódicos de la
época. Ahora bien, al margen de los rumores, lo que algunos documentos demuestran
es que a partir de la crisis de diciembre de 1935 las diferencias entre Gil Robles y Lucia
pasaron a ser realmente importantes, pues afectaron a aspectos ideológicos (la progresiva fascistización de las Juventudes), estratégicos (el retraimiento parlamentario y
electoral frente al principio “intervencionista” de Lucia) y de estilo (los pulsos personales sostenidos por Gil Robles con Alcalá Zamora, Portela y Azaña, frente al papel de
mediación y suavización que siempre le tocó ejercer a Lucia). Fueron diferencias que
derivaron en públicas situaciones de tensión y distanciamiento entre los dos amigos.
Desde luego, el problema en la primavera de 1936 no era sólo de Lucia, sino también
de Giménez Fernández y de la minoría demócrata cristiana de la CEDA, ya que todos
juntos fracasaron en su pretensión de arrancar a Gil Robles de su alianza con los “conservaduros” de la CEDA. El interrogante que se plantea a partir de la investigación -al
289
igual que se lo han formulado los biógrafos de Giménez Fernández- es por qué, mientras el dirigente sevillano -un solitario, al fin y al cabo- se retiraba hastiado a su casa de
Chipiona, Lucia no abandonó la CEDA a pesar de contar con el apoyo de un sólido
partido regional. Algunas explicaciones a esta aparente incongruencia de Lucia son
admisibles: la complicada situación interna de la Derecha Regional, el particular sentido de lealtad que practicaba, la precipitación de los acontecimientos de julio, etc. No
obstante, más determinante ha de considerarse su propio testimonio, expresado en
1937, según el cual tenía previsto formalizar la ruptura en la asamblea que la CEDA
iba a celebrar en septiembre de 1936. De haberse podido cumplir este propósito de
Lucia, no cabe duda de que el papel de puente que en ocasiones desempeñó entre las
izquierdas moderadas y las derechas habría tenido una relevancia mayor, y su protagonismo histórico hubiera quedado más patente.
En cuarto lugar, no podía faltar en un estudio biográfico sobre Lucia un análisis
somero de los escasos siete meses en los que Lucia fue ministro de la República. Es
cierto que por lo reducido del tiempo y por la frustración en que quedaron la mayor
parte de sus proyectos como ministro, esta etapa ministerial representó casi una anécdota en su vida política. Sin embargo, para el historiador significa una oportunidad de
comprobar y corroborar la sensibilidad social y política de Lucia cuando tuvo a su
alcance la Gaceta de la República. Ése ha sido el resultado del análisis al estudiar sus
proyectos sobre la reforma administrativa de Correos y Telecomunicaciones, así como
su ambicioso “plan de pequeñas obras públicas” (como a él le gustaba llamarlo), destinado a paliar el grave problema del paro rural. Si las restricciones económicas del
ministerio de Hacienda obligaron a Lucia a hacer proyectos de ley realistas, la alocada
coyuntura política de finales de 1935 acabó echando por tierra todos sus esfuerzos en el
ministerio.
En quinto lugar, interesaba aclarar la actitud de Lucia respecto de los preparativos del golpe militar a fin de conocer su actitud, grado de información e implicación en el mismo, cuestión realmente importante en una biografía política. Con la
documentación actualmente disponible, la conclusión es clara: en sus editoriales de
Diario de Valencia y en su comportamiento (por ejemplo, en la denominada “operación Prieto”), Lucia continuó defendiendo, después del resultado electoral de febrero
de 1936, la colaboración con el régimen republicano y la validez de la estrategia posibilista. Es cierto, no obstante, que la grave conflictividad social y el desbordamiento en
que se hallaba el gobierno de Casares Quiroga le llevaron a dudar de una solución
política y a albergar expectativas (al igual que otros dirigentes moderados) sobre una
posible vía autoritaria a partir de las confusas informaciones que poseyó sobre la conspiración en marcha. Ahora bien, cualquiera que fuese la intensidad de sus vacilaciones,
al enviar un telegrama de adhesión al gobierno de la República Lucia optó por la
lealtad republicana en las horas decisivas del 18 de Julio. Un análisis de las contradictorias versiones existentes sobre este punto ayuda a distinguir las falsas e interesadas de
las históricamente verosímiles. Cuestión distinta es -y así ha de ser considerada- que en
el transcurso de la Guerra Civil Lucia se colocase anímicamente al lado de los rebeldes
y esperanzado en su triunfo, actitud que ha de explicarse por otro tipo de factores.
290
El tramo final de la vida de Lucia, entre 1936 y 1943, aporta interesantes aspectos de su personalidad y arroja cierta luz sobre los comportamientos políticos de ambos
bandos. Junto al legalismo procesal con que actuó el Tribunal Supremo de la República ante uno de sus diputados preso, hay que señalar, por ejemplo, la maniobra política
de Negrín para cambiar la decisión de los grupos parlamentarios y autorizar el procesamiento de Lucia, procesamiento que, caso de haberse celebrado el juicio, hubiera
acabado probablemente en absolución, dada la endeblez de las pruebas recogidas por
el fiscal. Asimismo, conquistada Barcelona y prisionero de nuevo en las cárceles
franquistas, la sentencia del Tribunal militar no ocultaba el carácter ejemplarizante y
“vengativo” de la condena a la máxima pena, “venganza” que quedó atenuada cuando,
después de dos años, el general Franco y el grupo de militares de su gobierno determinaron conmutar la pena de cárcel por la de destierro en Palma de Mallorca. El repaso a
las numerosas gestiones hechas por familiares y amigos para conseguir la libertad de
Lucia pone de relieve los jerarquizados mecanismos de influencia que coexistían en el
vértice del régimen franquista en torno al general Franco, único que, en definitiva,
podía decidir. Después de su muerte en enero de 1943, el espeso silencio que impuso el
franquismo sobre su figura prolongó el castigo que los vencedores hacían pagar a
quienes no les habían sido fieles el 18 de Julio. Por su parte, la indiferencia con que el
republicanismo político moderado ha considerado la aportación histórica de Lucia no
ha sido más que la prolongación de la “injusticia” -término utilizado por Prieto para
referirse al lider valenciano- que la República había cometido con él en 1937.
En definitiva, pues, la recuperación de la figura histórica de Lucia vuelve a poner en
primer plano algunas de las cuestiones que hasta ahora han sido poco profundizadas por la
historiografía de la Segunda República. Si en los últimos años se ha avanzado en la diferenciación de las diversas derechas españolas del período republicano y se ha puesto fin a
la imagen de un bloque compacto actuando al unísono, menos fortuna, en cambio, ha tenido el capítulo de las derechas accidentalistas, de las que apenas han interesado las diversas tonalidades cromáticas que en su seno coexistían, y de las que carecemos incluso de
una rigurosa cronología de sus aproximaciones y alejamientos respecto del régimen
republicano. Caracterizar como “conglomerado” a quienes se agruparon en la CEDA no
debería ahorrar el esfuerzo de establecer las diferencias ideológicas y estratégicas de las
diversas fuerzas y personalidades que la integraban, ni ignorar el dinamismo que tuvo la
correlación de tendencias. En este sentido, calibrar las tensiones que entre ellas se dieron y
precisar mejor por qué triunfó finalmente la fracción más antirrégimen revelaría los vaivenes temporales que atravesó el conflicto interno –y la influencia que en éste tenía la coyuntura política republicana– y descubriría las posibilidades de éxito que tuvo alguna otra
estrategia distinta de la que en verdad ganó. Asimismo, las tensiones y coaliciones electorales con los fundamentalistas monárquicos, así como los puntuales acuerdos con la
derecha republicana, aguardan una explicación que combine adecuadamente los factores
ideológicos con los caracteriológicos (sin caer, por supuesto, en una historia psicologista),
explicación que ayudaría a entender la imposibilidad de facto de constituir un centro
político. Ciertamente, como ocurre a menudo, el estudio de la personalidad política de
Lucia, a la vez que aporta abundante luz sobre este incompleto listado de temas, desvela
291
suficientes sombras todavía como para estimular la investigación de esta parcela de nuestra
historia reciente.
Joaquín GIRÓ MIRANDA, Estrategias y relaciones en la formación y desarrollo
de la burguesía industrial riojana (1850-1950)
L
a thèse soutenue le 5 septembre 2000 devant l'Université de La Rioja par
Joaquín Giró Miranda, et qui devrait rapidement faire l'objet d'une publication
en Espagne, est d'un apport précieux pour la connaissance de l'histoire sociale
de La Rioja et de l'Espagne à l'époque contemporaine. En effet, sous le titre "Estrategias y relaciones en la formación y desarrollo de la burguesía industrial riojana (18501950)", l'auteur propose une problématique originale dans laquelle s'articulent les
différentes dimensions sociale, anthropologique, économique, démographique et
culturelle. Il s'agit d'un véritable exercice de recherche interdisciplinaire qui, à partir de
La Rioja, élabore un modèle micro-historique applicable à la construction de macrostructures nationales.
Le texte se décompose en trois parties, des causes aux effets : les deux premières
portent sur le réseau industriel proprement dit et étudient le passage de formes traditionnelles de travail et de production à la modernité. La troisième s'intéresse aux conséquences des nouvelles formes d'industrialisation et à la constitution de véritables dynasties.
Le premier mouvement, intitulé "Désindustrialisation du textile traditionnel à la
fin de l'Ancien Régime : les différentes phases de l'industrie", décrit en trois étapes
chronologiques les phénomènes de protoindustrialisation (1752-1792), désindustrialisation (1792-1830) et industrialisation (1830-1860) qui ont successivement caractérisé
l'industrie locale soumise aux conditions sociales, économiques, politiques et culturelles nationales.
Dans un deuxième volet, qui constitue le coeur de la thèse, est détaillé le processus d'implantation de l'industrie moderne capitaliste dans La Rioja lié à la réadaptation
de l'industrie textile et à l'émergence de véritables stratégies familiales. Le titre en est
"Le système de fabrication intégrale ou de cycle complet (la consolidation du textile
(1850-1900)".
La troisième partie est, quant à elle, consacrée à l'exposition biographique des
principales familles industrielles qui ont peu à peu tissé ce tissu social aux mailles si
serrées que pratiquement toutes les familles étaient liées entre elles par le sang. Sous le
titre "Les patrimoines, leur transmission et la reproduction sociale", sont présentés et
commentés des arbres généalogiques et des pratiques culturelles afin d'expliquer et de
justifier la constitution des grandes fortunes industrielles.
292
Ce travail montre finalement et de manière éclairante quel rôle ont joué les pratiques endogamiques dans la reproduction d'une micro-société au sein de laquelle le
réseau de parenté a été la base des stratégies et des échanges matrimoniaux et de pouvoir. La bourgeoisie industrielle de La Rioja a ainsi su non seulement défendre et
conserver ses positions idéologiques et culturelles mais aussi atteindre ses objectifs
économiques. Il est sur ce point tout à fait comparable à l'ouvrage récemment publié
par l'historienne stéphanoise Nicole Verney-Carron, "Le ruban et l'acier"1, qui dévoile
les arcanes des élites économiques de sa ville au XIXe siècle et en démonte les rouages
économiques et culturels.
Voici donc ébauchées en quelques mots les étapes d'une étude savamment menée qui est une pierre de plus à l'édifice de l'histoire sociale et pourra intéresser tout
historien attentif à l'évolution et aux variations des groupes sociaux dans l'Espagne
contemporaine.
Marie-Hélène SOUBEYROUX-BUISINE
(Université de Saint-Étienne)
1Nicole Verney-Carron, Le Ruban et l'acier. Les élites économiques de la région stéphanoise
au XIXème siècle, (1818-1914), Publications de l'Université de Saint-Etienne, Saint-Etienne,
1999, 448p.
293
LA REPRÉSENTATION DU PREMIER FASCISME DANS
LA PRESSE D’OPINION ESPAGNOLE :
DE LA MARCHE SUR ROME AUX ACCORDS DU LATRAN
(TROMPE-L’ŒIL ET LIGNES DE PARTAGE)1
Manuelle PELOILLE
S
ix quotidiens d’opinion madrilènes, ABC, El Debate, La Época, Heraldo de Madrid, La Libertad, El Sol, ont fourni la matière de base pour
une analyse de la réception du premier fascisme italien en Espagne. Leur
sélection parmi une presse abondante tient à trois critères : la tendance politique, les propriétaires, et l’influence nationale. Le deuxième critère a fait que
nous avons évité un doublet du type El Sol-La Voz.
Cette source, systématiquement dépouillée d’après des entrées qui
vont au-delà des simples termes «fascisme», «fasciste», ou des noms «Mussolini» et «Italie», est complétée par tous les essais traitant exclusivement ou
partiellement des événements italiens parvenus entre nos mains.
Pourquoi s’intéresser à la réception des premières années du fascisme ? Les années trente, la gestation du fascisme espagnol, les origines espagnoles du Fascisme, tout cela est amplement abordé par l’historiographie. Par
contre, entre la Marche sur Rome du 27 octobre 1922 et 1929, les hésitations
qui précèdent la polarisation de la décennie suivante n’ont fait l’objet que de
développement ponctuels.
On pourrait objecter en ce point que le fascisme ne date pas de la Marche sur Rome des derniers jours d’octobre 1922. Mais dans la presse espagnole examinée, c’est la visibilité du fascisme né en 1919 qui détermine l’intérêt à
son égard. Quant à la date de clôture, elle correspond aux premières polarisations d’un Giménez Caballero, aux Accords de Latran aussi, qui règlent les
rapports de l’Église catholique à l’État fasciste. La droite catholique espagnole, à travers El Debate notamment, se montre fort sensible à l’évolution de ces
relations.
Mais surtout, il est permis de se pencher sur les représentations du
premier fascisme italien parce que les conditions de l’instauration d’un régime
fasciste avaient beau être réunies dans l’Espagne du début des années vingt, le
modèle italien n’a pas trouvé de concrétisation avant les années trente. En
d’autres termes, comment se fait-il que, malgré le discrédit du système parlementaire de la Restauration, le “ras-le-bol” général perceptible depuis les
1 Thèse soutenue à l’Université de Bordeaux III, le 1er décembre 2001. Dir. : Prof. Jean-Michel
Desvois, Carlos Serrano.
294
colonnes d’ABC jusqu’à celles La Libertad, le climat de luttes sociales, le
fascisme n’ait pas pris en Espagne ? Telle est l’une des questions qui préside à
la présente étude.
Afin d’être en mesure d’apporter des réponses, la thèse prétend établir
comment le fascisme joue le rôle de réactif par rapport aux débats politiques et
sociaux en discussion dans la presse et les essais espagnols, plus spécialement
aux polémiques concernant le libéralisme et au problème de la recomposition
idéologique des conservateurs et des réactionnaires. De ces deux questions, un
enjeu commun essentiel semble ressortir : la place dévolue au peuple quant à
l’exercice du pouvoir politique.
La méthode est fondée sur l’explication de textes, qui prend en compte
les argumentaires, le vocabulaire, les effets stylistiques. Mais comme les textes
étudiés ne sont bien évidemment pas hors du temps, les éléments du contexte
italien ou espagnol sont convoqués chaque fois que cela s’est avéré nécessaire,
notamment dans le cas d’allusions. Parfois aussi, certains compliments de
publicistes traditionnellement classés comme libéraux à Mussolini visaient en
fait le dictateur espagnol.
La perspective est, selon les exigences de l’objet, tantôt thématique,
tantôt chronologique. Par exemple, la trajectoire de El Debate et El Sol devant
le fascisme appelait la seconde optique. En revanche, le traitement de la question de la démocratie théorique n’évolue pas entre 1922 et 1929 : qui oppose
une profession de foi démocrate au régime italien le fera de même, jusqu’à
épuisement du lecteur, entre ces deux dates. Dans ce cas, le choix thématique
s’imposait.
Une autre particularité de l’étude tient au fait que les grandes figures
intellectuelles n’ont pas été privilégiées au détriment des publicistes qui, en
dépit de leur maigre postérité, occupaient fréquemment les Unes des journaux.
Les commentaires d’un Álvaro Alcalá-Galiano ou de Vicente Clavel ont mérité à notre sens la même considération que ceux de Ramiro de Maeztu ou
d’Ernesto Giménez Caballero.
La thèse s’ordonne en trois parties : la résonance du fascisme sur les
débats autour du libéralisme ; les résistances de la droite espagnole à
l’application mimétique du modèle italien ; l’étude des rapports, établis par les
auteurs eux-mêmes, entre le régime de Mussolini et son antagoniste soviétique.
Une interprétation courante des trajectoires intellectuelles à cette période a trait aux débats concernant la crise et l’avenir du libéralisme en Espagne. La première partie prend cette clef pour point de départ, en étudiant comment le fascisme de Mussolini est incorporé aux débats sur le libéralisme. Il en
ressort d’abord, à notre grande surprise, que le camp libéral, représenté notamment par El Sol, se caractérise par une attitude attentiste, voire bienveillante, à l’heure de juger le fascisme. Il faut attendre janvier 1925 et le discours
sans équivoque de Mussolini pour assister à une prise de position claire de la
part du quotidien d’Urgoiti. On pourrait alors penser que les intellectuels et
295
publicistes ignoraient une partie des faits. Il n’en était rien, tous les journaux
offraient de fréquents entrefilets signalant la violence infligée aux opposants.
Partant, un tel délai peut tenir à un aveuglement, à l’influence de la presse
étrangère, française et italienne, à des pressions de la part du gouvernement
italien. Notons enfin que l’attitude équivoque de El Sol se retrouve jusqu’en
1928, dans l’essai Italia fascista de Juan Chabás.
Par ailleurs, le fascisme est effectivement jugé au regard des questions
générales du gouvernement du peuple et de ses conditions (l’éducation notamment), de la responsabilité du pouvoir exécutif devant le Parlement, de
l’indépendance des agents économiques ou de l’individu par rapport à l’État.
L’intérêt d’une analyse de l’interaction de l’image du fascisme avec les
discussions concernant la démocratie, le parlementarisme, les systèmes de
représentation politique et le « laissez faire, laissez passer » (ce sont là les
différentes acceptions du terme «libéralisme» chez nos auteurs) n’est pas tant
d’infirmer en grande partie les clivages existants, que de passer de l’autre côté
de certains trompe-l’œil et double discours, et surtout de voir apparaître deux
clefs d’interprétation : les réticences d’une droite que le modèle voisin a pu
séduire ; le caractère indissociable des représentations du fascisme et de tout
ce qui s’apparente au socialisme, sous sa forme anarchiste, réformiste ou
bolchevique.
Dès le départ, une question légitime était : pourquoi le fascisme n’a
pas pris en Espagne dans les années vingt, alors que certaines conditions
favorables semblaient réunies ? Afin d’apporter quelques éléments de réponse,
la seconde partie de la thèse développe les différentes résistances des conservateurs et réactionnaires.
Le quotidien catholique papiste El Debate, par exemple, approuve le
fascisme pour sa réduction des mouvements socialistes qui se développèrent
dans l’Italie de l’après-guerre, mais sa vigilance à propos des intérêts de
l’Église et de ses représentants, comme le Parti Populaire italien de Luigi
Sturzo, constitue un frein à l’adhésion inconditionnelle de ce courant au mouvement de Mussolini.
D’autres réticences tiennent à la défense des intérêts impérialistes de
l’Espagne en Europe, au Maroc et en Amérique latine, que l’Italie semble
menacer. Les thèses de « l’affirmation nationale », ou de la particularité des
« caractères » ou « génies » nationaux sont utilisées à cette fin concrète. Le
fascisme italien n’est pas entièrement soluble dans le nationalisme espagnol tel
que le représente Ernesto Giménez Caballero.
Comme la bourgeoisie espagnole, et catalane en particulier, a su se doter d’organisations de répression propres contre les aspirations du mouvement
populaire organisé, le modèle des faisceaux, malgré les bravades des premières
semaines qui ont suivi la Marche sur Rome, n’a pas connu d’heureuse fortune
en Espagne. Les somatenes d’origine catalane, les Sindicatos libres et autres
uniones ciudadanas suffisent pour les classes au pouvoir à réduire l’ennemi
296
ouvrier. Les traces de cet état de fait et d’esprit se retrouvent dans la presse et
les essais considérés.
On aurait pu enfin attendre que la figure de Mussolini eut constitué un
modèle d’homme d’État. Il est indéniable que le dirigeant fasciste, loué ou
dénigré, devient une référence, l’objet de comparaisons et de caricatures variées. Mais la figure qui s’impose alors en Espagne est celle du « chirurgien de
fer » de Costa, qui tient tout à la fois du dictateur temporaire, du politique
efficace et du purificateur des mœurs politiques.
La troisième partie cherche à interpréter le constat, opéré au cours de
l’analyse de l’interaction entre le fascisme et les débats sur le libéralisme, que
l’image du régime italien est indissociable de celle du socialisme sous toutes
ses formes, et notamment sous sa forme soviétique. Une évaluation quantitative permet d’établir que la totalité des essais et les deux tiers des articles considérés n’abordent pas le fascisme sans aborder son antagoniste. L’observation
des rapprochements oblige à faire une large part aux modalités de
l’assimilation des deux régimes sociaux, fréquente chez les auteurs rencontrés.
Elle s’opère par rapport au déroulement de l’histoire, ou bien sous une préfiguration du concept de « totalitarisme », celui de « Tout-État » ou d’« ÉtatDieu », entrevu en première partie.
L’analyse ponctuelle du vocabulaire, à travers le binôme « revolución/reacción », permet de préciser la nature des rapprochements opérés entre
fascisme et bolchevisme. Ainsi par exemple, le terme « revolución » permet-il,
selon qu’il est pris selon le seul critère de la violence ou selon ce critère ajouté
à celui du renversement d’un ordre social, tantôt d’identifier, tantôt de distinguer les deux régimes.
Les fréquentes assimilations entre fascisme et bolchevisme tendraient à
faire penser, chez ceux qui les formulent, en une volonté de neutralité, conforme aux idéaux libéraux. Or, sous ce voile, après une analyse encore plus
approfondie, on découvre un retrait par rapport à l’un des deux termes, le
socialisme, au profit d’une bienveillance envers le fascisme, comme si le
premier jouait le rôle de repoussoir.
297
LE DISCOURS POLITIQUE DE MANUEL AZAÑA
SOUS LA DEUXIÈME RÉPUBLIQUE ESPAGNOLE
(1931 – 1939)1
Alexandra PALAU
L
a trajectoire politique et intellectuelle de Manuel Azaña a suscité bien
des débats, bien des controverses. La façon dont coexistent au sein de
cette personnalité complexe, l’homme politique et l’homme de lettres
est particulièrement remarquable. Cette double vocation a été pour Azaña
l’objet de longues hésitations. Sa carrière politique est d’ailleurs ponctuée par
l’écriture de romans, d’essais de réflexion et d’œuvres dramaturgiques. Politique et littérature semblent être chez lui complémentaires. Cependant, la période où cette imbrication atteint son point culminant et s’avère la plus créative pour Azaña est la Deuxième République espagnole. Ministre de la guerre,
puis Président du Conseil des Ministres, il accède enfin à des responsabilités
importantes sur la scène politique nationale. Il ne cessera, dès lors, de consacrer son énergie à la concrétisation de son idéal républicain.
Ce nouveau régime et Azaña sont intimement liés puisqu’il est le symbole de la légitimité démocratique espagnole, et qu’il incarne cette République
naissante et inexpérimentée, porteuse d’espoirs mais également soumise à de
nombreuses incertitudes. Dans une telle conjoncture, la parole est partie intégrante de son action politique. Elle réunit dans un même élan créateur sa
double vocation pour la littérature et la politique en donnant à sa démarche
une profonde cohésion. Ses discours rythment, en effet, une actualité politique
fort mouvementée et témoignent d’une volonté permanente de communiquer
de personne à personne, dans le but de convaincre ses différents auditoires de
la nécessité de transformer la société espagnole. La production oratoire de
Manuel Azaña est donc l’expression de cette foi et de cet enthousiasme dans le
programme réformateur. Son étude devrait nous apporter un éclairage nouveau
sur l’efficacité des choix discursifs de Azaña et son talent d’orateur.
Le corpus est composé de onze discours prononcés par Azaña pendant la
période allant de la proclamation de la République et de sa participation au
Gouvernement provisoire en avril 1931 jusqu’à la fin de la Guerre civile en
1939. Nous avons retenu trois interventions devant les Cortès1 qui ont lieu
durant le bienio reformador (avril 1931- octobre 1933). A partir du 14 octobre
1931, Azaña occupe la Présidence du Conseil des Ministres, il insiste sur la
nécessité de moderniser le régime politique, les institutions et l’administration.
Il souhaite mettre en place un Etat démocratique fort, capable de réaliser toutes les réformes que requiert la situation du pays : le statut des régions, la
1Thèse soutenue à l’Université de Perpignan, le 10 décembre 2001. Dir. : Prof. Christian Lagarde.
298
sécularisation de l’ Etat, les réformes de l’ Armée, le développement de
l’enseignement public et la réforme agraire.
Manuel Azaña expose également son programme politique aux membres
de son parti Acción Republicana et à des assemblées ayant une conception de
la République proche de la sienne. Dans ces discours2, il s’attache à développer son idéal républicain et les principes politiques qui lui sont chers. Lors de
ces interventions, il laisse volontiers transparaître ses sentiments, son émotion.
En novembre 1933, la victoire de la droite aux élections met fin au bienio reformador et Azaña se retrouve dans l’opposition. Même si dans un
premier temps, ses déceptions le rendent très amer, dès 1934, ses discours
comportent une problématique civique très ardente. Il lance un appel à la
capacité morale de chaque individu pour se mettre du côté de la justice, de la
raison et du bien commun sans jamais perdre de vue le respect des libertés
publiques. Ces discours3 s’adressent à des cercles restreints qui adhèrent à ses
idéaux. Mais, en 1935, Azaña intervient également devant un nouveau type
d’auditoire. Face à de grandes assemblées populaires dont la composition est
très hétérogène, l’homme politique insiste ouvertement sur son souhait
d’intégrer le prolétariat au jeu démocratique 4. En essayant d’inspirer
confiance à la majorité des Espagnols, Azaña souhaite leur faire retrouver leur
élan républicain du départ. Il remobilise ainsi son électorat. Ces discours5 “ en
plein air ” s’inscrivent donc dans le cadre de la campagne électorale du Front
populaire en vue des élections de février 1936. Tout en critiquant la politique
du gouvernement “ radical-cedista ”, Azaña y prône la nécessité d’une coalition de la gauche républicaine avec le socialisme.
Ces interventions témoignent de l’inébranlable foi d’Azaña dans le pouvoir du discours politique en tant qu’action. C’est ce même instrument, la
parole, qu’il utilise à nouveau dans des circonstances beaucoup plus tragiques.
La date du 18 juillet 1936 marque la fin des illusions : la Guerre civile signifie
pour Azaña l’effondrement de ses plans de modernisation. A travers ses discours, nous constatons qu’il se situe au-dessus des deux camps qui
s’affrontent ; pendant cette période, Azaña cherche à s’adresser à tous les
1 Manuel Azaña, “Política religiosa : El artículo 26 de la Constitución ”, 13 octobre 1931, Obras
Completas, Edición y prólogos de Juan Marichal, México, Oasis,1966-1968, t.II, p.49-58.
-Ibid., Política militar : Líneas generales de las reformas de Guerra y creación del cuerpo de suboficiales ”, 2 décembre 1931, p.85-102.
-Ibid., “Discurso en defensa del Estatuto de Autonomía de Cataluña”, 27 mai 1932, p.249-285.
2 Ibid., Discours de clôture de l’assemblée de Acción Republicana, 28 mars 1932, p. 223-230 –
Discours de Valladolid, 14 novembre 1932, p.457-472– Discours de clôture de l’assemblée de Acción
Republicana, 16 octobre 1933, p.875-889.
3 Manuel Azaña, Grandezas y miserias de la política. Conferencia en el “ Sitio ” , de Bilbao, el 21
de abril de 1934, Madrid, Espasa-Calpe, 1934; Manuel Azaña, “ Discurso a los republicanos catalanes ”, 30 août 1934, O.C., op.cit., t.II, pp.983-998.
4 Paul Aubert, “ Manuel Azaña, un intellectuel au pouvoir ”, J.P. Amalric, P. Aubert, (eds.), Azaña et
son temps, Madrid, Casa de Velázquez, 1993, p.312.
5 Manuel Azaña, Discours dans le pré de Mestalla, 26 mai 1935, pp.229-247, Discours dans le pré de
Comillas, 20 octobre 1935, p.269-293, O.C., op.cit., t.III.
299
Espagnols, c’est un appel à la raison. Son discours du 18 juillet 19381 prononcé à l‘Hôtel de ville de Barcelone constitue sa dernière intervention publique
avant qu’il ne quitte le sol espagnol ; elle est très significative de son état
d’esprit. Son message, aussi bien dans le fond que dans la forme, est très
pathétique et laisse transparaître son émotion et sa douleur. Il s’agit à la fois
d’un témoignage poignant qui ne peut laisser indifférent et d’une réflexion
mélancolique et désespérée sur le destin du peuple espagnol.
Ces discours sont représentatifs de la production oratoire de Manuel
Azaña. En effet, cette sélection prend en considération les différents rôles
institutionnels assumés par Azaña : Ministre de la Guerre, Président du
Conseil des Ministres, député, chef de parti, leader de l’opposition dans le
cadre d’une campagne électorale et Président d’un Etat en guerre. Cette diversité concernant les multiples fonctions qu’il a occupées sous la Deuxième
République s’avère être du plus grand interêt pour notre analyse ; une étude
comparative permet d’observer les incidences que ces rôles ont sur les choix
discursifs de l’orateur. Cependant, afin de ne négliger aucun élément et de
bien comprendre l’incidence des paramètres contextuels sur les pratiques
langagières, les caractéristiques et les attentes de chaque auditoire constituent
également des données essentielles. Quel rôle joue ce destinataire dans les
interventions publiques d’Azaña ? Et, dans quelle mesure celui-ci conditionnet-il ses propos ? La production discursive en question étant dans ce cas orale,
cette influence est d’autant plus importante que le récepteur est situé dans le
même espace-temps que l’émetteur.
L‘étude de cette production oratoire a été envisagée à partir de deux approches différentes mais complémentaires. Il s’agit d’utiliser à la fois les
concepts issus de la théorie de l’énonciation et certains instruments théoriques
relatifs à l’interactionnisme verbal. L’approche énonciative place au premier
plan la relation du sujet à son énoncé : l’énonciation est cette mise en fonctionnement de la langue par un acte individuel d’utilisation2. Les énoncés ne
sont plus envisagés comme des entités abstraites débarrassées des contingences événementielles, mais comme des réalités déterminées par leurs conditions
contextuelles de production-réception. La “ subjectivité ”3 du locuteur est
donc au centre des théories de l’énonciation, et tout un matériel linguistique
organise son expression. Deux catégories distinctes s’avèrent particulièrement
intéressantes dans le cadre de ce travail : les déictiques de personne et les mots
porteurs d’évaluations positives ou négatives. Ces derniers organisent
l’expression de la modalisation. Elle regroupe l’ensemble des ressources
linguistiques par lesquelles le locuteur implique ou détermine l’attitude de
l’allocutaire à partir de sa propre énonciation et les moyens par lesquels le
locuteur manifeste une attitude par rapport à ce qu’il dit.
1 Ibid., Discours du 18 juillet 1938, pp.365-378.
2 Emile Benveniste, Problèmes de linguistique générale, t.I, Paris, Gallimard, 1966, p.260.
3 Catherine Kerbrat-Orecchioni, L’énonciation, Paris, Armand Colin, 1980, p.31.
300
Le relevé et l’analyse des unités linguistiques qui signalent la présence
du locuteur au sein de son énoncé constituent un procédé efficace pour comprendre de façon plus approfondie les stratégies discursives d’Azaña et
l’impact des moyens langagiers qu’il mobilise pour influencer le destinataire.
La démarche qu’implique la problématique de l’énonciation privilégie le
sujet énonciateur. Or un centrage exclusif sur celui-ci peut sembler arbitraire
car le rôle de l’allocutaire, c’est à dire le destinataire des discours est négligé.
Pourtant, il est également présent dans l’énoncé, même si son inscription dans
celui-ci est beaucoup plus directe et aléatoire que celle de l’énonciateur. Il est
donc indispensable de faire appel à l’une des notions fondamentales de
l’Analyse du discours : l’interaction. Alors que dans le cas précis de ce corpus,
un seul locuteur a vraiment la parole, avoir recours à ce concept peut paraître
abusif. Mais nous sommes bien en présence d’une interaction sans structure
d’échange dans laquelle l’orateur doit tenir compte des caractéristiques et des
attentes du destinataire. Par ailleurs, tout discours est porteur d’enjeux et a une
visée d’influence. Le discours politique est un domaine où la parole est action,
ce qui explique sa force illocutoire. Les réactions de l’auditoire, notamment
les applaudissements et les reprises, marquent l’effet perlocutoire du dispositif. Le destinataire est par conséquent un facteur essentiel qui conditionne dans
une grande mesure les choix discursifs de l’orateur.
Ainsi, en plus du contenu informationnel véhiculé par un énoncé donné,
il est indispensable de s’attacher à expliquer sa valeur relationnelle. La théorie
de la politesse linguistique, telle qu’elle a été conçue par Brown et Levinson,
puis aménagée par Catherine Kerbrat-Orecchioni1, constitue le modèle
conceptuel permettant de décrire d’un point de vue relationnel le comportement langagier de Azaña. Ce modèle instaure une distinction entre la politesse
positive et la politesse négative. Font partie de la première catégorie les actes
qui ont intrinsèquement un caractère anti-menaçant comme les manifestations
d’accord, les compliments, les invitations, les remerciements, etc. On essaie de
renforcer les comportements polis. Dans la seconde catégorie sont regroupés
l’ensemble des procédés que la langue met à la disposition des locuteurs pour
adoucir la formulation de certains actes qui pourraient blesser le destinataire.
Une corrélation entre les pratiques langagières relevant de l’un où de l’autre
de ces domaines et les caractéristiques et les attentes de l’auditoire doit être
établie.
En envisageant le discours politique de Azaña comme une interaction
sans structure d’échange, sont pris en compte des phénomènes linguistiques
aussi différents que les termes d’adresse, les préliminaires, les précautions
oratoires, les justifications, les actes de langage directs et indirect, les sousentendus… L’analyse de ces choix discursifs fournit des indications précieuses quant aux relations entre l’homme d’Etat réformateur et les parlementaires,
entre ce leader et son parti, entre l’orateur exceptionnel et son peuple.
1 Catherine Kerbrat-Orecchioni, Les interactions verbales, t.II, Paris, Armand Colin, 1992, p.167197.
301
L’orateur politique est bien au centre de son discours ; pourtant, il se
méconnaît et se masque, se donne à voir et se cache, cherche des effets sans en
être totalement maître. Une analyse comparative qui s’appuie sur le repérage et
l’étude des marques langagières traduisant cette présence montre que le rôle
institutionnel endossé par Azaña conditionne ses choix discursifs. A cet égard,
le relevé des pronoms personnels, des pronoms et déterminants possessifs
ainsi que les formes et temps verbaux offre des résultats très intéressants. La
prédominance du yo associé à des verbes énonciatifs est une constante de ce
corpus. Azaña assume pleinement son énoncé. En outre, le regard réflexif de
celui-ci sur son propre énoncé est permanent, rendant compte de sa perception
à la fois des autres et de lui-même. Quant à la première personne du pluriel,
son utilisation dépend du contexte situationnel et des enjeux qu’elle peut
servir. Cette marque de personne possède une valeur individuelle et une valeur
collective, et les deux circulent dans le discours de Azaña, renforçant encore
sa présence. Le vosotros qui exclut le locuteur est très peu employé par Azaña,
sauf lorsqu’il s’adresse à de grandes assemblées populaires ; c’est alors pour
lui une façon d’interpeller ce public.
Les choix langagiers de Azaña présentent donc les caractéristiques d’une
véritable décision tactique dépendant pour chaque discours des objectifs et des
enjeux d’une situation déterminée. Il est un autre domaine où sa présence est
manifeste et traduit sa volonté d’influencer le destinataire de son message.
Sont également concernés par cette problématique tous les procédés qui visent
à la mise en œuvre d’une stratégie argumentative. Certes, les moyens et les
procédures de construction et d’agencement de ces arguments présentent de
nombreuses similitudes dans tous les discours, qu’il s’agisse des connecteurs
argumentatifs, des questions rhétoriques, où bien des procédés d’explication et
d’exemplification. La construction de l’argumentation relève toujours dans
cette production oratoire d’un souci de cohérence, de concision et de sobriété.
En revanche, les types d’arguments sont très différents d’un discours à l’autre.
En fonction du contexte, Azaña soit met l’accent sur la logique de sa propre
démarche de pensée, soit choisit de faire état d’émotions et de sentiments.
L’identification et la description de ces marques langagières permet
d’évaluer comparativement et qualitativement le fonctionnement énonciatif de
plusieurs discours. Mais cette présence de l’orateur au sein de son discours est
modulée. C’est pourquoi, cette étude prend également en considération les
autres lieux, plus subtils, d’inscription dans l’énoncé de la subjectivité langagière, notamment les unités linguistiques à valeur émotive et à contenu évaluatif. A travers ces choix terminologiques, Azaña laisse transparaître son lyrisme, son émotion, ses sentiments. En faisant appel aux réactions émotives du
récepteur, il cherche à modifier ou infléchir son comportement. Durant cette
période de transformations sociales et politiques profondes, son discours
politique reflète le poids de la langue dans le procès de transmission des idées
politiques et idéologiques nouvelles. Il conçoit l’activité discursive à la fois
comme un outil essentiel qui vise le renforcement des convictions et positions
302
du destinataire et comme un instrument de pouvoir. Le discours politique
comme moyen d’action et comme signe d’autorité prend ici toute sa signification : “ La palabra crea, dirige y gobierna ”1 .
Or la force du discours ne découle pas seulement de ce que dit Azaña.
Elle dépend dans une grande mesure de l’image que celui-ci donne de sa
personne et de l’impression qu’il produit sur son auditoire. En ce sens, les
concepts théoriques fournis par la notion d’interaction sont particulièrement
intéressants pour expliquer les choix langagiers destinés à réguler la relation
interpersonnelle, et comprendre la valeur relationnelle de cette production
oratoire.
Azaña s’appuie, certes, sur la légitimité que lui confère sa position institutionnelle, mais, cette image est retravaillée dans la construction discursive en
fonction des paramètres d’une situation de communication déterminée. Parmi
les pratiques langagières considérées comme des reflets, des constructeurs de
la relation entre l’orateur et son auditoire, on peut citer le rôle joué par les
séquences d’ouverture et de clôture, ainsi que les actes de langage et les multiples formulations auxquelles ils se prêtent. Les séquences encadrantes constituent un élément essentiel dans l’établissement et le maintien de la relation.
Dans ces discours politiques, rien ne vient infléchir voire inverser le rapport
de places inégalitaire institutionnalisé initial. Azaña est en position haute,
pourtant, pour conserver cette place, il doit parvenir à imposer à l’auditoire
son point de vue, et l’amener à réagir dans une certaine direction. Une part
importante du matériel verbal produit tend à concilier deux exigences : avoir
raison de l’auditoire tout en le ménageant.
Les paramètres contextuels, notamment les caractéristiques et les attentes de l’auditoire, déterminent la plupart des choix discursifs effectués par
Azaña : la sélection des thèmes et des formes d’adresse, le niveau de langue et
les actes de langage. La signification rituelle de ces derniers est primordiale,
une part considérable de ces actes ayant surtout une fonction relationnelle. La
production d’un acte de langage est étroitement liée à la nécessité pour le
locuteur de créer une impression positive vis-à-vis de son auditoire et de prévenir les impressions défavorables. Parmi les actes qui ont un caractère antimenaçant et qui relèvent de la politesse positive, on trouve surtout dans le
discours d’Azaña la manifestation d’accord, le compliment, et le remerciement. Ils contribuent à apaiser les tensions et à maintenir une relation harmonieuse entre les participants. Les procédés linguistiques relatifs à la politesse
positive visent toujours l’établissement d’une certaine solidarité et entraînent
un mouvement de rapprochement entre l’orateur et son public.
Cependant, très souvent le discours politique d’Azaña est un discours
polémique, voire critique, dont l’enjeu est de dévaloriser la position discursive
de l’adversaire tout en valorisant la sienne propre. C’est le cas des discours
parlementaires du premier bienio et des interventions publiques face aux
1 Manuel Azaña, En el poder y en la oposición, Madrid, Espasa-Calpe, 1934, p.57.
303
grandes assemblées populaires de 1935. A ce moment-là, Azaña adopte un
comportement langagier qui relève davantage de la politesse négative. Elle met
à la disposition de l’orateur toute une panoplie de moyens qui modèrent la
formulation de certains actes de langage, grâce à des procédés préventifs
destinés à ménager le destinataire dans certaines circonstances, ou des procédés correctifs pour compenser les désagréments déjà occasionnés.
C’est pourquoi, dans ce type de communication politique, la structure
pragmatique de l’implicite est exploitée stratégiquement par Azaña. Il n’hésite
pas à exprimer sur le mode implicite certaines accusations à l’encontre de ses
adversaires. Il se sert du fait que l’implicite est une énonciation qui comporte
peu de risques interlocutoires pour celui qui la profère ; à condition, bien
évidemment, que le destinataire dispose des éléments nécessaires pour le
décodage du non-dit. Le recours à la formulation implicite représente également pour l’orateur un moyen de solliciter la coopération, la participation
active du destinataire. Celui-ci doit, à ce moment-là, fournir un surcroît de
travail interprétatif et redoubler d’attention pour mobiliser les données, présentes dans le texte, le cotexte et le contexte, qui pourraient l’aider.
De même, l’habileté d’Azaña consiste à savoir parfois laisser de côté des
actes trop explicitement directifs comme les requêtes, les ordres, voire les
conseils pour faire preuve de beaucoup de tact. Soit il les remplace par un acte
de langage dérivé, soit certains constituants linguistiques de l’acte de langage
en question sont modifiés dans le but d’adoucir ladite formulation. Les formes
temporelles, les verbes modaux ou une transformation de la prise en charge
énonciative ont pour fonction commune de mettre à distance la réalisation de
l’acte problématique. Lorsque l’acte de langage “ menaçant ” ne peut être
évité, Azaña dispose alors de procédés “ additifs ”, lesquels ont une fonction
accompagnatrice. Azaña a surtout recours aux précautions oratoires. Elles se
présentent sous la forme d’énoncés préliminaires ou “ préparatoires ”, toujours
placés avant la formulation de l’acte de langage. Azaña les emploie souvent
pour préfacer les requêtes et les critiques, relativement fréquentes dans les
discours aux Cortès et adressées directement à l’une des personnes présente
dans l’assemblée. Les procédés qui relèvent de la politesse négative sont largement prédominants.
Les actes de langage constituent une des dimensions fondamentales de la
production oratoire de Azaña. Les envisager sous l’angle de la théorie de la
politesse linguistique garantit une certaine cohésion dans l’étude de ce phénomène langagier. Par ailleurs, une telle approche apporte un éclairage complémentaire concernant le comportement langagier de cet orateur politique.
Malgré une impression de spontanéité et de vivacité, aucun mot, aucune tournure, aucune construction ne semblent être laissés au hasard. Sa stratégie obéit
à la fois à un impératif argumentatif et communicationnel. Chaque discours
donne lieu à une mise en scène publique de soi, dans laquelle, en fonction de
l’ancrage situationnel, Azaña mobilise les moyens langagiers les plus appropriés afin de gagner l’estime et la considération de son public. Tour à tour
304
discret ou manifestant clairement sa présence, il sait saisir le moment opportun
pour glisser un argument décisif ou avancer un jugement catégorique. Tel un
acteur face à des “ spectateurs-citoyens ”, sa “ représentation ” doit correspondre aux attentes de l’auditoire puisque ce dernier sanctionne, dans une certaine
mesure, la réussite de cette prise de parole. Cette production oratoire n’est par
conséquent pas uniquement l’expression d’un sujet qui se dit à travers son
discours, elle est aussi le reflet de la construction de l’orateur dans sa relation
à autrui.
Manuel Azaña, por Bagaría.
El Sol, 14 de octubre de 1931
305
JORGE SEMPRÚN: RÉÉCRITURE ET MÉMOIRE IDÉOLOGIQUE1
Marta RUIZ GALBETE
D
u bruit et de la fureur de ce siècle, l’œuvre de Jorge Semprún porte un témoignage littéraire exceptionnel. Exilé à treize ans, déporté à Buchenwald,
homme de parti, hétérodoxe et ministre de la démocratie restaurée en Espagne, il suffit à l’écrivain d’évoquer son propre parcours pour que se dessine en filigrane
le canevas de l’Histoire. Aussi, en cette fin de siècle où l’accent est si souvent mis sur la
célébration de la mémoire et sur la débâcle historique du communisme, l’itinéraire
intellectuel de l’homme a atteint une valeur exemplaire grâce à son œuvre autobiographique. Le but de notre travail est donc d’analyser le rapport que littérature et biographie entretiennent dans le cadre d’une œuvre engagée, rapport qui culmine dans ce
témoignage unanimement salué qu’est L’Ecriture ou la vie (1994).
En réalité, l’intérêt suscité par ce lien complexe qui relie chez Semprún le vécu à
son écriture était général au moment où nous avons abordé son œuvre dans un cadre
universitaire. En 1995, quelque chose remuait dans la mémoire collective de l’Espagne
à la lecture de ce témoignage maîtrisé sur l’expérience des camps. Trente-six longues
années de dictature avaient été scellées par un pacte d’oubli et justice est toujours loin
d’avoir été rendue à cet exil dans l’exil que fut la déportation par les nazis de plus de
vingt-cinq mille réfugiés républicains. En France, loin de s’éteindre, l’émotion que
l’ouvrage suscita une année plus tôt se voyait magnifiée et largement médiatisée dans le
cadre de la célébration du cinquantenaire de la libération des camps de concentration.
Semprún prenait sur lui ce rôle de survivant et témoignait de son expérience lors de
nombreuses émissions télévisées, dans des entretiens et dans des commémorations...
L’Ecriture ou la vie serait récompensé à cette période en France, en Allemagne et,
d’une certaine manière, aussi en Israël.
Mais, si un tel retentissement renvoyait au plus profond d’un phénomène de société, le récit de cette expérience venait aussi modifier radicalement ce qu’avait été la
perception de l’écrivain par son public. Depuis que le lauréat du Prix Fémina 1969
lança, avec un brin de provocation, qu’ “en ce moment, à mon stade, l’action littéraire
est une thérapeutique provisoire”, l’idée de ne pas être un véritable écrivain était souvent revenue dans les déclarations de Semprún, dont personne n’ignorait le passé
politique de dirigeant clandestin communiste en Espagne entre1953 et 1963.
La gravité de l’enjeu dévoilé par L’Ecriture ou la vie venait toutefois problématiser
ce rapport sous forme de disjonction : il y eut un moment à son retour de Buchenwald,
—affirme l’auteur— où, le fait d’entretenir par l’écriture la mémoire mortifère des
1 Thèse soutenue à l’Université de Provence, le 8 décembre 2001. Dir: Paul Aubert. Jury : Gérard
Dufour (Université de Provence), Jean-François Sirinelli (IEP, Paris), Antonio Elorza (Universidad
Complutense, Madrid), Jean-Michel Desvois (Université de Bordeaux III), Bernard Martocq (Université de Provence) et Paul Aubert.
306
camps lui aurait valu la mort. L’écrivain posait donc autour de la mémoire concentrationnaire le problème qui nous intéressait tout en fournissant la solution. D’une part, il
prétendait avoir dû renoncer à la littérature, en 1945, et ne s’être plongé dans le combat
politique que pour survivre. D’autre part, il affirmait avoir rompu avec son engagement
politique pour revenir à sa véritable vocation d’écrivain au moment même où, grâce à
sa longue cure d’oubli, la mémoire du camp se serait apaisée, en lui rendant le “pouvoir
d’écrire”.
Or, dans cette démonstration biographique si bien menée, quelque chose appelait à
la réflexion. Pourquoi réduire quarante ans de militantisme politique à un pis-aller
devant la tentation du suicide, à une “aliénation” regrettable mais nécessaire pour rester
en vie ? Peut-on d’ailleurs contredire l’esprit et la lettre des ouvrages précédents dans
une sorte de révélation littéraire ultime ? Est-il possible, enfin, de restituer objectivement le “sens” d’une vie engagée dans le parti et pour la réforme du parti alors qu’on
est devenu foncièrement anticommuniste ?
En réalité, le début de la création littéraire a coïncidé chez Semprún avec
l’exclusion du PCE, mais non avec la fin de l’idéal révolutionnaire du communisme. Et
c’est justement à partir de 1963, au fur et à mesure que la distance avec l’esprit de parti,
avec le passé stalinien et avec l’illusion révolutionnaire se creuse, que la réflexion
autobiographique commence à se transformer peu à peu en entreprise de réinterprétation politique : les contradictions entre le dirigeant orthodoxe, l’auteur engagé et
l’intellectuel libéré de toute servitude partisane, sont devenues déchirantes et Semprún
semble avoir trouvé dans le récit de soi le meilleur moyen de les gommer.
Ainsi, dans la première partie de notre étude nous avons tenté de clarifier les enjeux de l’écriture par un certain nombre d’interrogations touchant aussi bien à
l’engagement qu’à des aspects formels ou à des ressorts narratifs : le comment et le
pourquoi du défi semprunien au genre autobiographique, l’aggiornamento idéologique
perpétuel de la perception de soi, ou encore la distorsion référentielle inhérente à une
autobiographie à thèse. Dans la deuxième partie, consacrée à la mémoire littéraire en
tant que mécanisme de médiatisation par excellence du vécu, nous avons essayé de
désamorcer le dispositif temporel du souvenir (rupture de la linéarité chronologique,
fonction de l’anachronisme, brouillage des voix et des perspectives narratives, instructions de lecture fournies par le discours d’auteur) et de mettre en évidence l’engrenage
de causalités et d’oublis structurant la double thématique du communisme et de la
déportation. Dans la troisième partie, enfin, notre objectif a été de proposer une interprétation globale de l’œuvre et de sa réception, en dévoilant, d’abord, la logique textuelle qui préside à la laborieuse construction du personnage semprunien et en illustrant
sa validation par la lecture, ensuite. C’est donc à la lumière de cette analyse que nous
avons pu constater chez Semprún une idéologisation progressive de la mémoire qui,
loin de faidir avec le desengagement politique, s’intensifie dans la dernière étape de sa
production au point de changer de nature… et de sens.
En effet, c’est dans L’Ecriture ou la vie que Semprún franchit le Rubicon séparant
la simple réinterprétation de la réécriture. Le prétendu choix de 1945 n’est, en ce sens,
que la séquence charnière autour de laquelle l’écrivain renverse le rapport que littérature et politique ont entretenu dans sa vie, et ceci avec une aisance narrative qui laisse
307
songeur. La “cure d’amnésie volontaire” proclamée dans L’Ecriture… ne lui sert-elle
pas à escamoter tout ce qu’il avait produit avant Le Grand voyage alors que, tout
simplement, il n’en avait pas le pouvoir ? Que devient donc Les Beaux dimanches,
cette pièce sur les camps écrite au cœur de la guerre froide, au moment où le procès de
David Rousset contre les Lettres françaises apportait la preuve incontestable de
l’existence de la Kolyma ? Pourquoi ne pas imaginer —comme le suggére ce téléscopage de dates— que ce trauma concentrationnaire, dont les premiers signes apparaissent dans les années 80, traduit en réalité une prise en compte tardive du Goulag ?
Après tout, de la même manière que l’extermination des Juifs n’aurait pu être menée à
bien sans la complicité passive du peuple allemand, les camps soviétiques n’avaient-ils
pas nécessité la complicité des communistes du monde occidental, complicité d’autant
plus accablante que Semprún était lui-même un ancien de Buchenwald ?
La manière dont Semprún escamote la dimension politique de son expérience
concentrationnaire et met en avant son identité recouvrée d’écrivain appelle, enfin, une
dernière remarque en guise de conclusion. Il est évident que la réécriture autobiographique consacrée dans l’ouvrage de 1994 rompt avec une autocritique qui s’était
toujours voulue impitoyable et libératrice. Mais il ne faut pas oublier que, pour
l’apostat d’après “l’houragan Soljénitsyne”, persévérer dans une telle démarche eût été
dangereux. “La lucidité est la blessure la plus rapprochée du soleil” se plaisait-il à
répéter dans les années 80, à l’instar de René Char, pour évoquer son désespoir d’avoir
été communiste. Et ce désespoir, l’autobiographie politique risquait désormais de
l’attiser au-delà du supportable, alors que les ressources littéraires du témoignage
pouvaient au moins le canaliser. Si Semprún s’engage donc sur cette voie, au point de
réécrire complétement sa vie, c’est que, après l’exil, les camps et le stalinisme, il a non
seulement survécu à son autocritique mais, en bon dialecticien, il a surtout trouvé les
ressources nécessaires pour la dépasser.
308
Reseñas
309
LARRIBA, Elisabel, Le Public de la presse en Espagne à la fin du XVIIIe siècle
(1781-1808), Paris, Ed. Honoré Champion, 1998, 403 p.
Grâce aux travaux des Professeurs Guy Mercadier et Gérard Dufour, le département
d’espagnol de l’Université d’Aix-en-Provence constituait déjà l’un des points forts de
la recherche française sur le XVIIIe siècle espagnol. Il compte désormais un chercheur
de qualité de plus, à en juger par la thèse qu’a défendue Elisabel Larriba et qu’elle a
publiée aux éditions Honoré Champion, en 1998, dans la collection « Bibliothèque de
littérature générale et comparée ». Le choix de cette collection est dans une certaine
mesure surprenant, car Elisabel Larriba a avant tout réalisé un travail d’historienne en
étudiant, comme l’indique le titre de l’ouvrage, le public de la presse en Espagne à la
fin du XVIIIe siècle. On ne peut cependant pas nier que ce travail sur la sociologie des
lecteurs de périodiques à la fin du XVIIIe doit aussi intéresser les spécialistes de littérature et l’auteur se situe ainsi dans la tradition de l’hispanisme français qui s’intéresse
aussi bien aux Lettres qu’à l’Histoire.
Elisabel Larriba base son étude sur 15277 abonnements réalisés par 8526 individus à
18 publications périodiques comprises entre 1781 et 1808, périodisation qui ne surprendra pas les spécialistes de cette époque et qu’elle justifie parfaitement dans son
introduction. A partir de ces données qui, assurément, dépassent de très loin tout ce qui
a été utilisé jusqu’à présent pour étudier la diffusion de la presse à cette époque, Elisabel Larrriba remet en cause bien des idées reçues. Ainsi, elle démontre de façon indiscutable que Madrid ne constituait pas le seul lieu où se publiait et où se lisait la presse,
mais qu’au contraire la périphérie et les zones portuaires de l’Andalousie (Cadix en
particulier) constituaient elles aussi des lieux privilégiés pour ceux qui voulaient publier et ceux qui s’intéressaient aux nouvelles. Elle remet également en cause une
vision encore trop répandue d’un clergé exclusivement ignare en montrant que de très
nombreux ecclésiastiques (et même des inquisiteurs et des membres d’ordres religieux)
s’abonnèrent volontiers à des périodiques, même si la tentative de Godoy d’utiliser les
curés de paroisses pour diffuser les sciences et les nouvelles techniques par
l’intermédiaire du Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos se heurta à
beaucoup de difficultés, dues en particulier aux réticences financières des intéressés, et
peut-être à une opposition politique qu’il conviendrait d’étudier avec autant de profondeur que dans l’ouvrage dont nous faisons le commentaire.
Elisabel Larriba souligne comment autour de la presse, et grâce à la presse, se crée une
mécénat collectif qui forme une élite sociale et intellectuelle. S’abonner à un journal
permet à un plébéien de figurer dans la même liste que la fleur de la société, nobles,
prélats, grands d’Espagne ou ministres, ou même la famille royale. La présence de
nombreux habitants de petits villages parmi ces listes de souscripteurs montre que la
diffusion des Lumières ne s’est pas limitée à la seule Cour, mais qu’elles ont pénétré en
Espagne beaucoup plus largement qu’on ne se l’imaginait jusqu’à aujourd’hui.
L’analyse détaillée des souscripteurs, basée–comme on a dit- sur des données chiffrées
particulièrement importantes conduit Elisabel Larriba à des conclusions qui peuvent
surprendre un grand nombre de lecteurs : les partisans des Lumières en Espagne ne
furent pas constitués seulement, comme l’affirma Franco Venturi, par des fonctionnai-
310
res préoccupés de leur avancement et il convient d’en amplifier considérablement la
base sociologique. Cela nous conduit naturellement à nous interroger sur un champ de
recherche jusqu’à présent peu exploité, à savoir l’étude de ceux que l’on pourrait
qualifier (sans doute de façon provisoire et inexacte) d’hommes des Lumières de
seconde catégorie. L’ouvrage d’Elisabel Larriba constitue en la matière un excellent
point de départ pour des recherches futures .
Une bibliographie très complète et un index nominorum très utile accompagnent
l’ouvrage. Pour ce qui concerne les personnages de premier plan (famille royale, ministres, noblesse titrée) ou particuliers (femmes, militaires hors de la péninsule, etc.), on
trouvera très facilement dans le texte ou dans les notes les ouvrages périodiques auxquels ils étaient abonnés, ce qui est d’une grande utilité pour apprécier leur engagement
(réel ou apparent) à l’égard des Lumières et de la culture. A ce propos, le lecteur sera
plus d’une fois surpris et sera donc dans l’obligation de réviser certaines idées reçues
sur les partisans espagnols des Lumières. (Pour ne prendre qu’un seul exemple, il est
très significatif que Mariano de Urquijo, le brillant secrétaire d’Etat de Charles IV, qui
deviendra un des afrancesados les plus notoires, n’apparaisse dans aucune liste de
souscripteurs de journaux alors que d’autres hommes politiques, traditionnellement
classés par l’historiographie comme anti-ilustrados, eux, s’intéressèrent aux périodiques
En définitive, ce livre nous offre une série d’apports de première importance qui nous
obligent à nuancer, ou à rectifier, un certain nombre d’affirmations sur la portée sociale
des Lumières en Espagne et qui est aussi un instrument particulièrement utile (en tant
que source de renseignements) pour d’autres sortes de travaux. Soulignons en dernier
lieu que bien souvent les données empiriques sur lesquelles se basent des recherches
comme celle qui nous occupe ici sont réduites à l’oubli. L’importante banque de données utilisée par Elisabel Larriba mériterait d’être connue, dans sa totalité, par les
chercheurs. De par son ampleur, il est peu probable qu’une maison d’édition soit
disposée à l’imprimer sur un support papier, mais il est possible de le faire en utilisant
d’autres moyens. Les nouvelles technologies nous offrent à ce niveau de grandes
possibilités, soit sous forme de Cd-Rom, soit par les bibliothèques virtuelles ou digitales. Voici un terrain à exploiter pour la diffusion des résultats empiriques des recherches qui, comme c’est ici le cas, présentent un extrême intérêt. Peut-être Elisabel Larriba devrait-elle compléter son apport à la connaissance historique, brillamment réalisé
dans son livre, par la publication des données qu’elle a utilisées. Un tel instrument, que
nous appelons de nos vœux, contribuerait beaucoup à améliorer notre connaissance des
Lumières et de la pratique de la lecture.
Emilio LA PARRA
(Universidad de Alicante)
311
Esperanza NAVARRETE MARTÍNEZ, La Academia de Bellas Artes de San
Fernando y la pintura en la primera mitad del siglo XIX, Madrid, Fundación
Universitaria Española, 1999, 577 p.
En 1974, Claude Bédat publiait sa thèse sur L'Académie des Beaux-Arts de Madrid
(1744-1808) (Toulouse, Université de Toulouse-Le Mirail). Les chercheurs qui, depuis
lors, se sont intéressés à cette institution, ont privilégié son idéologie au détriment de
son fonctionnement ; ajoutons qu'ils ne se sont guère aventurés au-delà de la Guerre
d'Indépendance1. Etant donné la place centrale que continue à tenir l'Académie de San
Fernando dans le champ artistique espagnol au XIXe siècle, l'étude d'Esperanza Navarrete Martínez vient très utilement combler une lacune historiographique de taille.
Cette thèse de doctorat que l'auteur, par ailleurs archiviste à l'académie, a soutenu en
1998 à l'UNED, déborde amplement le cadre apparemment restreint annoncé par le
titre. En effet, au-delà de l'enseignement de la peinture, c'est bien de la structure de
l'académie, de son évolution et des différentes modalités de son intervention dans la vie
artistique dont il est ici question.
Systématisant et prolongeant les informations apportées par Bédat, Esperanza Navarrete expose en détail la structure qui régit l'académie jusqu'en 1846, date à laquelle les
statuts de 1757 subissent une profonde modification. Protecteur, secrétaire, conseillers,
académiciens d'honneur, professeurs, etc. : les différentes catégories d'académiciens
sont clairement distinguées, et l'auteur prend soin de confronter les règles aux pratiques
(nomination, participation aux assemblées).
L'enseignement de la peinture fait l'objet d'un long chapitre qui s'attache à ses réalités
très concrètes (cursus, examens, sujets proposés) mais aussi aux débats qui surgissent
périodiquement au sein de l'académie au sujet de cet enseignement.
Une mise au point bienvenue devrait mettre un terme aux informations fréquemment
erronées que l'on pouvait lire ici ou là sur les expositions publiques organisées par
l'académie. On retiendra en particulier que, dès 1794, les expositions trisannuelles
d'œuvres d'élèves cèdent la place à des expositions annuelles où le public peut admirer
des œuvres appartenant à l'académie et à des collectionneurs particuliers. On observera
également la prééminence numérique du portrait dans ces expositions, la thématique
religieuse occupant le deuxième rang, devant la peinture de genre et le paysage.
Un chapitre est consacré aux collections artistiques de l'académie. L'auteur étudie leur
accroissement (dons, legs, achats), mais également leur progressive mise en forme
muséale. Après l'échec, en 1814, d'un grandiose projet d'installation dans le palais de
Buenavista, doit se contenter de ses locaux traditionnels, rue d'Alcalá. A partir de 1817,
1Andrés Ubeda de los Cobos, Pintura, mentalidad e ideología en la Real Academia de las
Bellas Artes de San Fernando de Madrid, 1741-1800, thèse de doctorat, Madrid, Editorial de
la Universidad Complutense, 1988 (2 vol.)
Hacia una nueva idea de la arquitectura : premios generales de arquitectura de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando (1753-1831), Madrid, Dirección General de
Patrimonio Cultural, 1992.
312
des catalogues sont régulièrement publiés, pour servir de guides aux visiteurs lors de
l'exposition annuelle. Malheureusement, la documentation conservée ne semble pas
permettre de connaître les modalités d'accès aux collections de l'académie en dehors de
cette période d'ouverture.
Après un chapitre portant sur la bibliothèque (ouverte au public en 1794), Esperanza
Navarrete conclut son étude par un examen des activités de la "Commission de peinture et de sculpture". Créée en 1814, cette commission devait exercer un contrôle sur
l'évaluation du prix des peintures et sculptures, mais aussi sur les projets d'œuvres d'art
(notamment celles destinées à être vues par un large public, par exemple dans les
églises), ou encore sur les publications concernant les beaux-arts. Son efficacité, inférieure à celle de la "Commission d'architecture" créée en 1786, se révèle très relative.
Les nombreux index proposés en appendice complètent un ouvrage qui se caractérise
par l'abondance et la pertinence de la documentation offerte au lecteur. Outil indispensable au chercheur travaillant sur le champ artistique espagnol de cette période, ce livre
devrait aussi susciter des vocations : aucune étude sérieuse n'existe à ce jour sur les
heurs et malheurs de l'académie de San Fernando après 1846.
Pierre GÉAL
(Université de Grenoble III)
Jorge URÍA (coord.), Institucionismo y reforma social en España. El Grupo de
Oviedo, Barcelona, Talasa, 2000.
«Excuso decir nuestra (y digo nuestra por todo el grupo) admiración y nuestra adhesión al programa y a su admirable razonamiento.[…] Me ligan aquí muchos deberes
ideales y los correligionarios todos son resueltamente opuestos a la desmembración del
núcleo.» Carta de Rafael Altamira a Joaquín Costa, 20 de noviembre de 1898 (El
Renacimiento ideal: Epistolario de Joaquín Costa y Rafael Altamira, G. J. Cheyne
ed.), Alicante, 1992, pág. 111).
Este fragmento de una de las cartas de Altamira a Costa, que forma parte del abundante
y rico epistolario que hubo entre los dos intelectuales regeneracionistas y en el que
puede apreciarse el apoyo prestado —al menos inicialmente— por el profesor e historiador alicantino en nombre del Grupo de Oviedo al movimiento costista de la Liga de
Productores y las Cámaras de Comercio, me parece que expresa bien, por una parte, la
conciencia que los componentes del Grupo tuvieron —al contrario de lo que ocurrió
con los de la Generación del 98, cuya denominación, como es sabido, fue creada por
Ortega y difundida después por Azorín— de su identidad como grupo; cuyos integrantes especifica Altamira en esa misma correspondencia en varias ocasiones: Adolfo
Buylla, Aniceto Sela, Adolfo Posada y él mismo. Pero también denota, por otra, la
313
conciencia del Grupo de ser el centro —núcleo es el término que emplea Altamira en
su epístola— de un importante movimiento de profesores e intelectuales de variada
tendencia ideológica, es decir, no estrictamente institucionistas como eran ellos, que en
Oviedo colaboraron activamente con sus planteamientos reformistas.
Esta obra colectiva, Institucionismo y reforma social en España. El Grupo de Oviedo,
coordinada por el profesor de Historia contemporánea de la Universidad de Oviedo,
Jorge Uría, autor de su excelente prólogo y también uno de los coautores, trata de la
historia del Grupo de Oviedo no sólo considerado en su sentido estricto, es decir, de la
trípode pedagógica, como les denominaba ofensivamente a Buylla, Sela y Posada el
periódico integrista La Cruz, más Rafael Altamira, sino también del movimiento de
profesores e intelectuales que propició su liderazgo intelectual dentro del marco, y más
allá de él, de la Universidad de Oviedo. Así en este libro se incluyen, desde la perspectiva concreta que adopta, trabajos sobre Clarín —a quien, a pesar de comulgar con las
ideas madres del krausoinstitucionismo, por su desvinculación formal con la Institución Libre de Enseñanza y por su independencia intelectual no se considera en sentido
estricto miembro del Grupo— y también acerca de Melquíades Álvarez, Rafael María
de Labra y Arturo Buylla Alegre.
Ese análisis de la labor intelectual y práctica de los institucionistas ovetenses se realiza
en esta obra desde el prisma de la reforma social, entendida ésta en el sentido concreto
de las medidas para resolver la cuestión obrera, y por ello, se incluyen en ella trabajos
que hacen referencia a la convergencia de esa concepción y práctica de la reforma
social con las ideologías y partidos que también la defendieron y trataron de hacer
realidad como el republicanismo de viejo cuño y aquel nuevo liberalismo que comenzaba a imponerse desde finales de siglo en diversos Estados europeos con una clara
orientaciÓn intervencionista del Estado en lo social y cuyos planteamientos adoptó el
reformismo melquiadista. Y también trata de la influencia que la propia concepción de
la reforma social de los institucionistas ejerció sobre el liberalismo argentino a través de
la labor realizada en ese sentido por Altamira y Posada en sus sendos viajes a ese país
latinoamericano.
Estamos ante el intento de proporcionar desde la perspectiva de la reforma social una
visión integral de la obra del Grupo de Oviedo, cuyo significado tiene mayor alcance
que ser otra visión más sobre la reforma social de una facción o escuela dentro del
institucionismo español, contextualizada en el marco de las relaciones y convergencias
que tuvo con las que adoptaron el republicanismo y el liberalismo intervencionista en
España. Puesto que, sin duda, la concepción y práctica que de ella desarrolla el Grupo
de Oviedo representa los planteamientos que sobre esta cuestión mantuvieron los
institucionistas de otras partes de España, si tenemos en cuenta, ademá de lo dicho
anteriormente, que fueron los del Obelisco de Oviedo —como también se les denominó significativamente— los que marcaron las pautas dentro del institucionismo español
sobre su concepto y práctica de la reforma social, debido quizás a la presencia coincidente de ese conjunto de profesores e intelectuales institucionistas en una región como
la asturiana; que caminaba en aquellos años del fin de siglo a pasos acelerados hacia su
industrialización con graves y frecuentes tensiones sociales derivadas del enfrentamiento entre la emergente clase obrera y el capital.
314
Los trabajos que componen este libro se articulan, coherentemente con esa orientación
con que ha sido planteado, en tres grandes conjuntos o secciones. Primero, bajo la
rúbrica de la Cuestión social, reformismo y republicanismo, están los que tratan de la
convergencia de la reforma social, tal y como la pensaron y la aplicaron los componentes del Grupo, con la del primer republicanismo español (Sisinio Pérez Garzón), el
liberalismo intervencionista melquiadista (Manuel Suárez Cortina), la influencia que
tuvo sobre el ideario reformista social del liberalismo argentino a través de Altamira y
Posada (Eduardo Zimmermann) y los puntos en común y las especificidades que
presenta con relación al Grupo de Oviedo el reformismo social de Rafael María de
Labra (Francisco Erice). El núcleo del libro lo forman los estudios que componen su
segunda parte bajo el título «Teoría y práctica de la Reforma social», dedicados al
análisis del discurso y la acción de la reforma social de aquellos miembros del Grupo
que mayor atención le dedicaron como fueron Adolfo Posada (Jorge Uría) y Adolfo
Buylla (J. A. Crespo Carbonero), además del trabajo de Santiago Castillo en el que
analiza la posición ambivalente que adoptaron de los socialistas españoles ante el
reformismo social de los institucionistas ovetenses a través del estudio de la actitud que
adoptó ante la Extensión Universitaria el dirigente socialista Juan José Morato. Finalmente, la tercera parte se dedica a las proyecciones de la reforma social en la literatura
con el trabajo de Yvan Lissorgues sobre Clarín, de excelente factura por la amplia
perspectiva comparativa con que aborda el hacer y pensar del autor de La Regenta
sobre la reforma social en relación con los del Grupo de Oviedo; en la ciencia, de la
que Alfredo Baratas analiza el significado del giro hacia el positivismo de los institucionistas y su importante labor en pro de la institucionalización de la labor cientÌfica.
La proyección en el campo de la medicina es tratada con el estudio de los planteamientos de Arturo Buylla y Alegre sobre la lucha antialcohólica; y en la educación con el
documentado y novedoso trabajo de Carmen García sobre la labor de Rafael Altamira
al frente de la Dirección General de Enseñanza, y el más general de Aída Terrón sobre
el ideario y las realizaciones pedagógicas del Grupo de Oviedo.
Los límites y el alcance de esta concepción y práctica de la reforma social que mantuvieron los integrantes del Grupo de Oviedo y, por extensión, los del proyecto institucionista quedan claros a través de este libro, especialmente, en algunos de sus trabajos
como los de Erice, Uría y Lissorgues. El idealismo utópico —en los sentidos filosófico
y negativo de uno y otro término respectivamente— que fundamenta sus planteamientos sociales, les lleva a la convicción de que, en el marco de una progresiva evolución
de la Humanidad, está en el orden de las cosas la posibilidad de una sociedad armónica
en la que puedan convivir sin antagonismo las clases sociales, una vez que se logren
superar las causas que los producen a través de la mejora de su condición social por la
intervención del Estado, pero también por la acción de las otras clases sociales. Y,
sobre todo, dado que consideran que la raíz de la pobreza del cuarto estado es de
carácter ético, nacida del egoísmo de las clases que lo explotan y de su propio comportamiento inmoral derivado de su ignorancia y falta de cultura, ponen un énfasis desproporcionado en la educación y la enseñanza como elemento decisivo de la reforma
social. De ahí su negativa a reconocer la realidad de la lucha de clases y su rechazo, no
sólo a aceptar todo planteamiento revolucionario del partido obrero, como se decÌa
315
entonces, sino también la aceptación de una posición más limitada de basar la acción
de la organización obrera en el supuesto de la inherente reproducción de desigualdad
que conlleva el sistema económico capitalista; de ahí también el carácter paternalista y
la actitud defensiva y profiláctica con que abordaron la cuestión obrera.
Con todo y como contrapunto de lo anterior, también algunos de los autores (Lissorgues, Crespo Carbonero) señalan ciertas aportaciones positivas que esa manera de
entender y hacer la reforma social supuso, aportaciones que incluso vistas desde la
coyuntura del capitalismo neoliberal y de la cultura de la posmodernidad de hoy pueden parecernos más aceptables. Su condición de intelectuales comprometidos, su
decidido apoyo y práctica de la intervención social del Estado y, más allá del aspecto
concreto de la cuestión social, su lucha por la superación del orden caciquil de la
Restauración y por la implantación en España de un orden democrático y desarrollado
social y económicamente.
Es ese contenido amplio el auténtico significado que tiene para los del Grupo de Oviedo y para el resto de los institucionistas, la expresión «reforma social» que supone para
ellos algo más que la solución de la cuestión obrera y, aunque a ello se refieren algunos
de los autores en sus trabajos y de manera más explícita lo plantea Lissorgues en el
suyo sobre Clarín, no hubiera estado de más haber dedicado un trabajo específico al
análisis de esa concepción amplia de la reforma social como contexto desde el cual
poder comprender mejor su visión de la cuestión obrera. Lo cual no disminuye un
ápice el valor de este libro, cuya importante aportación no va a pasar desapercibida —o
no debería— dentro de la producción historiográfica de este año sobre la historia
contemporánea de España. Libro que, proyectado en el marco de la conmemoración
centenaria de la creación y la acción universitaria del Grupo de Oviedo, ha sido uno de
los escasos frutos valiosos que ha aportado tal evento. Y un buen preludio, sin duda,
para los que es deseable se consiga con la conmemoración el próximo año del centenario aniversario de la muerte de Clarín.
Julio Antonio VAQUERO IGLESIAS
316
CLIENTELISMO Y CACIQUISMO EN ESPAÑA
Armando GARCÍA SCHMIDT, Die Politik der Gabe. Handlungsmuster und
Legitimationsstrategien der politischen Elite der frühen spanischen Restaurationszeit (1876-1902), Verlag für Entwcklungspolitik Saarbrücken GmbH. Saarbrücken, 2000. (La política del regalo. Pautas de comportamiento y estrategias de legitimación de la élite política en la primera época de la Restauración (1876-1902)
En este estudio de Armando García Schmidt, nos encontramos con uno de los temas
"estrella" de nuestros contemporaneístas actuales: el del clientelismo, en este caso
orientado a estudiar las estrategias de actuación y legitimación de la élite política de la
Restauración hasta 1902; es decir más su comportamiento público que privado; parte
para ello del análisis de su actividad parlamentaria, tanto discursos como trabajo legislativo.
La adopción de este concepto, aceptado por las ciencias sociales hace ya bastantes
años, como medio explicativo de nuestra práctica política del XIX-XX, consiguió
elevar los estudios sobre el "caciquismo" al nivel de lo teórico y extrapolable, y no de
algo específica e incluso vergonzantemente español. Es decir, con él se puede abordar
el tema del caciquismo sin partir de la demoledora crítica regeneracionista que tanto
eco tuvo en la historiografía española hasta nuestros días; y ello porque, como dice
García Schmidt permite obviar lo moralizante y las ideas preconcebidas. Es un ejemplo
más del nuevo nivel que adquieren los estudios de historia contemporánea en España:
dejó de ser vista como un país del que era mejor olvidar ciertas épocas de su más
reciente pasado. Por el contrario, se está entrando a fondo en el análisis de ese pasado
para descubrir los paralelismos con su entorno cultural. El reto ahora es, manteniendo
esa pujante vía, colocar acertadamente el caso español entre lo que es común a su
entorno y lo que es específico de su transcurrir histórico. Y es que en lo que logremos
separar como específico, como en cualquier investigación científica, hallaremos la
clave más directa para la explicación de ese proceso.
Varela Ortega viene señalando -acaba de hacerlo ampliamente en su aportación a
Elecciones, alternancia y democracia-, que lo específico español fue el encasillado y el
"ejecutivismo"; es decir la dirección, el "fraude" de las elecciones desde el Gobierno
mucho más que la "corrupción" en el momento de llevarse a cabo las mismas; y ésta
sería la tendencia desde mediados del siglo XIX, cuando tras la primera violación de la
Constitución de 1837, la del pacto liberal, por parte de Espartero, se produjo la violación siguiente por parte de Narváez, y como consecuencia, lo que se llamó su "error"
(Sevilla Andrés) con la Constitución de 1845. Medió en todo ello el intento de control
de los Ayuntamientos con la ley de 1840, lo que no deja de ser absolutamente significativo en el transcurso de la política liberal española, dado el papel que en las elecciones jugaron estas instituciones locales, y particularmente el alcalde. De hecho, como
nos recuerda Varela Ortega, los publicistas del XIX nos muestran el relativo grado de
participación y competencia en las primeras elecciones, que no fue creciendo con el
317
tiempo sino a la inversa, como conocemos muy bien por los estudios que, como el que
nos ocupa, analizan la época de la Restauración canovista.
Quizá sea éste uno de los matices, si no el matiz, que haya que introducir en todos los
estudios del clientelismo en la época en España, porque, como nos señala García
Schmidt, hablar de poder local de los caciques es hablar del poder central de cuya
mecánica interna formaban parte. Señala el autor lo artificial de la disputa historiográfica entre los que consideran que el poder central era fuerte y controlaba a los caciques
locales, y aquellos que consideran que los caciques fueron la sustitución de un poder
central incapaz de extenderse a todo un territorio carente de buenas comunicaciones, o
simplemente de comunicaciones en la mayoría de los casos: simplemente el poder local
sería una forma, un medio de aplicar el poder central. A estas alturas el parlamentario
de la Restauración se nos presenta como la sustitución de lo que debían haber sido los
canales que el Estado crea para la fluida relación con los ciudadanos en todos los
aspectos de su gobernación; a falta de ellos, y mostrando el gran peso de las relaciones
sociales frente a las relaciones institucionales, los individuos que llegaban a las Cortes
eran los encargados de solucionar los problemas particulares y locales de sus representados. Para ello las redes de contacto personal eran el medio adecuado, y a través de
ellas "viajaban" los recursos estatales hasta la localidad y el individuo, con un criterio
totalmente partidario y contradiciendo las normas básicas del liberalismo, sobre todo
aquella que rezaba "igualdad".
En favor de la tesis de perfecta imbricación de poder central y poderes locales estaría el
hecho, sumamente significativo de poder ser generalizable, de que incluso los cacicatos
estables que se van formando con el transcurso de la Restauración, habrían sido también pactados desde los partidos en la coyuntura de la lucha por la jefatura a la muerte
de los líderes (caso del romerista Juan de Dios Roldán en Priego tras la muerte de
Cánovas, como explicaba ya en 1988 M. López Calvo); en definitiva, que serían
síntoma y consecuencia de la división de los partidos y del proceso de desmonte de la
casi perfecta máquina organizada por Cánovas y Sagasta para asegurarse las mayorías
parlamentarias, pero no un aumento de la independencia política de los territorios
como podían serlo las alternativas nacionalistas que surgieron al cambio de siglo.
El libro de Armando García Schmidt ofrece en primer lugar un buen panorama de
cómo se encuentra la investigación en España sobre clientelismo; aborda los estudios
más relevantes sobre el tema y los incluye en el panorama que presenta, que ocupa una
buena parte del trabajo. Su aportación novedosa es el análisis del comportamiento,
estrategias y modo de legitimación de los parlamentarios basándose en el estudio de los
de una provincia, Soria, "la Cenicienta". Una de sus conclusiones más significativas es
que la política del favor, y la política "die Gabe", es decir de los beneficios materiales
que reciben los clientes (la diferencia entre favorecer a alguien con el uso de la ley o
privilegios, u otorgarle algo material, "regalos" concretos), era precisamente la base de
su legitimación, y por lo tanto no quedaba en el ámbito de lo privado, de lo informal
(María Sierra) sino que se reconocía públicamente, como demuestra el análisis de los
discursos de estos parlamentarios, empeñados en hacer saber que cumplían fielmente
en el Parlamento su función de beneficiar al distrito al que representaban.
318
Otra de las fuerzas que rigen este estudio es la observación de que España, y lo pone en
contradicción con Alemania, está organizada, dice, de un modo socio-territorial, es
decir, predomina la localidad a la que se pertenece sobre cualquier otra referencia
social de clase o de partido. Por el contrario en Alemania dominaría lo que denomina
el modo socio-moral, en que los partidos políticos mediatizarían las concepciones
sociales de los ciudadanos. En este sentido el caso español sería un ejemplo perfecto de
predominio de la cultura clientelar, no sólo en lo social sino también en lo político; esto
avalaría la tesis de la política "die Gabe" como legitimadora de los parlamentarios,
destacando que las referencias al Estado se hacen siempre como patrón o protector,
como recompensa justa a la lealtad pacífica de la población.
Es en el estudio de la legitimación social y política de las actitudes y comportamientos
de esos parlamentarios donde encontramos las aportaciones más novedosas de este
trabajo. Fue, dice el autor, esta política del regalo/favor la que estructuró la actividad
pública de los parlamentarios; y lo sostiene en base al estudio que hizo sobre la actividad parlamentaria de la época, dando resultados interesantes. Analiza el autor 3.024
leyes en las 11 legislaturas correspondientes (refiriéndose a los diferentes períodos de
Cortes surgidos con cada elección general, aunque en la época una legislatura correspondía a un período anual, por lo que se produjeron 25 legislaturas (Lario, El Rey,
piloto sin brújula, p. 521-524), y las organiza según contenidos. De ahí puede concluir
que predominó la iniciativa legislativa del Parlamento frente a la del Gobierno, pero
con un carácter limitado en sus contenidos: en su inmensa mayoría tenían carácter
local, incluso para la construcción de ramales minúsculos de carreteras que les afectan,
líneas de ferrocarriles, etc., sin que tampoco pueda percibirse una diferente táctica
legisladora entre Liberales y Conservadores. La única excepción fue el período también excepcional de 1876-1879 por la construcción de un nuevo ordenamiento legal.
Sin embargo, y como ya viene señalándose en otros campos, la aprobación del sufragio
universal no dio lugar a la variación de la tendencia establecida, sino que aumenta el
contenido local de la legislación, al menos hasta la época estudiada: el 80% frente al
70% anterior. La razón de este crecimiento la encuentra el autor en la necesidad de
ampliar las redes de relaciones locales. En cuanto a la iniciativa legal del Estado se
caracteriza por la falta de acción reguladora o intervencionista; sin embargo atiende,
como es lógico, a intereses más amplios que los locales.
Característico de esta política, y que es señalado por el autor, es la falta de consideración de las cuestiones técnicas a la hora de legislar. García Schmidt lo refiere al caso
concreto de la construcción de carreteras y líneas de ferrocarril, que sin un plan general,
se aprobaban antes de comprobar si eran factibles. Es significativo que la proposición
de Navarro Reverter en 1889 para hacer preceptivo el previo control técnico por el
ministerio de Fomento, fuera desechada.
Es precisamente este fortísimo componente local de la actividad política, materializado
en el hecho de la aceptación del parlamentario como mandatario de un pueblo o de una
provincia -y no representante de los intereses generales propio del liberalismo-, el que
impedía, como ya decía Azcárate al estudiar el régimen parlamentario en la práctica,
la organización de los partidos.
319
El autor no encuentra diferencia entre la élite política nacional y la élite local, pues
considera altamente homogénea a la clase política. El intercambio aparece claro: los
notables a nivel nacional necesitaban su red de relaciones que a nivel local les daba el
poder; por su parte los notables locales gobernaban su distrito sin que el Estado se
inmiscuyera ni controlara sus acciones, así que sólo a su través se producían las relaciones con el Estado, convirtiéndose ellos mismos en verdaderos "broker" de la política. Es significativo que el autor afirme que a los partidos políticos se les impedía asegurarse una base electoral por medio de la ideología -seguramente debido a este funcionamiento de la máquina del Estado-; sin embargo eso es lo que habría logrado la
politización de la sociedad a través de los partidos, que fue precisamente la carencia de
la política española de graves consecuencias (eso sí, de haberse producido habría
dificultado y a la larga impedido la alternancia mecánica, el "turno").
La función social positiva de estos "broker" o intermediarios -canales de comunicación,
según la teoría del mismo nombre- a través de la mecánica del clientelismo, habría sido
la de la integración social de sociedades rurales e incluso familiares con un sistema
político no adecuado a la realidad preexistente -y cuya función primera, por ello, habría
debido ser la reforma de la misma a través de la educación, las comunicaciones..., sin
entrar en las razones políticas y económicas que dificultaron la tarea de un Estado con
una Hacienda permanentemente deficitaria-.
García Schmidt hace un análisis del origen del término "cacique" desde la administración colonial como "señor de vasallos", pasando por la ampliación del concepto "caciquismo" en el XVIII hasta "la manera de ejercer el poder político", y llegando al XIX y
en concreto a la Restauración, todavía bajo Alfonso XII, en que el término ya adquiere
connotaciones negativas, definiéndose en el Diccionario de la Real Academia Española
como "excesiva influencia en ámbitos políticos o administrativos", denunciando ya la
apropiación de la Administración pública para beneficio de los amigos políticos y en
apoyo de una política de control desde el Estado central hasta las pequeñas localidades,
en que a su vez el cacique encontró los medios para su dominación política.
Me parece extraordinariamente significativa esta evolución del término y en la época
en que se recoge, y explica que a finales del XIX en la prensa española se hablara del
"buen" y "mal" cacique, siendo este último el propio de la época, como agente que
invalidaría los beneficios propios de un Estado de Derecho. Esto nos lleva directamente a la necesidad ya urgente de un estudio comparativo de las prácticas clientelares,
desde el caso español, en los diferentes países que están sirviendo de referencia a estos
estudios, y sobre todo en lo que se refiere al uso y abuso de la administración, el uso
"ilegal" de los tres poderes constitucionales propios del liberalismo, incluido de un
modo definitivo el Judicial; y todo con el fin de conocer la influencia de estos comportamientos en el ritmo de modernización de los diferentes países. En las conclusiones el
autor declara su intento de que este libro sea un paso en la dirección que él mismo
resume en una serie de preguntas destinadas a analizar el tipo de solapamientos de los
elementos premodernos en el liberalismo del XIX en el campo de la articulación de
intereses, la separación de lo público y lo privado, la frontera entre familia-clientela y
grupo político, entre un liderazgo pesonal y uno político, o entre los favores privados y
la autoridad pública.
320
En definitiva, además de su interesante aportación sobre el comportamiento y legitimación de los parlamentarios partiendo del caso de Soria, el libro aporta un buen estudio
teórico de síntesis de lo conocido sobre el clientelismo y los trabajos más relevantes
sobre España pero también de otros países, como el muy interesante caso turco. A
veces, sin embargo, parece perderse entre las variadas opiniones que recoge, dando
lugar a algunas contradicciones, al menos para el lector, como en el caso de la débil
nacionalización y el fuerte localismo que uno puede recoger en alguna ocasión, al lado
de la explicación del localismo como parte de la fuerza del poder central que había
recogido unas páginas antes (36). Del mismo modo la lectura puede resultar repetitiva
al tratar, aun de forma diferente en ocasiones, temas que ya habían sido tratados con
anterioridad. En este campo de las posibles mejoras del texto, hay que mencionar su
paso por las bases del sistema de la Restauración, que le lleva a colocar la soberanía en
el Rey, cuya legitimidad sería de derecho divino; posiblemente influido por la historia
alemana, para el caso español, sin embargo, el modelo monárquico requiere otras
apreciaciones, aquellas que llevan a distinguir a una Monarquía "puramente constitucional", como se definía la alemana, de las de una Monarquía constitucional de gobierno parlamentario, no tan pura precisamente porque la soberanía había dejado de estar
en el Rey, cuya legitimidad en todo caso, y al lado de la de las Cortes, procedía de la
historia, de la llamada "constitución interna" (Ángeles Lario, El Rey, piloto sin brújula).
Finalmente planea una duda en todos estos estudios sobre clientelismo, caracterizado
generalmente como "intercambio de favores" si bien con una relación asimétrica,
vertical y jerárquica pero, y es un dato importante, con consentimiento mutuo, voluntaria. La duda es: ¿se puede utilizar el término para aquellos que no tienen ninguna
capacidad de elegir? ¿Se puede hablar en este caso, que es el de los lugareños con su
cacique, de consentimiento cuando no hay ninguna otra alternativa? ¿Ofrecía el Estado
una alternativa "política", un camino legal, con una justicia entregada al cliente, para
poder hablar de relación voluntaria en el más bajo nivel -y con el tiempo también el
más amplio? No creo que sea vano hacerse estas preguntas porque habrá que definir el
límite entre relación clientelar y relación de dominio en base precisamente a esa característica de "voluntaria", que siempre implica capacidad de elección.
Ángeles LARIO GONZÁLEZ
(UNED-Madrid)
321
DEL CARLISMO AL NACIONALISMO VASCO
Vicente GARMENDIA (ed.), Jaungoicoa eta Foruac. El carlismo vasconavarro
frente a la democracia española (1868-1872), Universidad del País Vasco, Bilbao,
1999, 280 p.
Esteban ANTXUSTEGI (ed.), Países y razas. Las aspiraciones nacionalistas en
diversos pueblos (1913-1914), Universidad del País Vasco, Bilbao, 1999, 202 p.
El carlismo y el nacionalismo son dos ideologías y movimientos políticos cruciales en
la España contemporánea, que han atraído poderosamente la atención de los historiadores en los tres últimos decenios, dando lugar a polémicas y controversias. Si esto
parece lógico en el caso de los nacionalismos por su complejidad y su creciente influencia política, resulta sorprendente que el carlismo (ya extinguido, salvo pequeños
rescoldos en Navarra) siga suscitando interpretaciones antagónicas entre los historiadores actuales. De ahí la necesidad de recurrir a sus propios documentos, que a veces
clarifican más su naturaleza que las obras de algunos estudiosos. Y lo mismo es aplicable también a los diversos movimientos nacionalistas.
En los últimos años la Universidad del País Vasco está publicando una serie de “Textos clásicos del pensamiento político y social en el País Vasco”. Si los cuatro primeros
volúmenes se han referido a la Edad Moderna y a los albores de la Contemporánea y se
han centrado en el fuerismo, el quinto y el sexto conciernen al carlismo y al nacionalismo, vinculados entre sí desde finales del siglo XIX hasta la II República..
Jaungoicoa eta Foruac (Dios y Fueros) es una recopilación de nueve folletos de
políticos carlistas vasco-navarros, publicados entre la revolución de 1868, que destronó
a Isabel II, y el inicio de la última guerra carlista en 1872. Entre ellos sobresalen los
escritos por el novelista Francisco Navarro Villoslada (La España y Carlos VII), el
canónigo Vicente Manterola (Don Carlos o el petróleo) y el jurista Arístides de Artiñano (Jaungoicoa eta Foruac. La causa vascongada ante la revolución española).
Precisamente, la condena furibunda de la revolución y la democracia en la España del
Sexenio (1868-1874) es el común denominador de estos folletos, junto con la defensa
a ultranza de la religión, del orden social y de los Fueros. Todo ello figura encarnado
por el partido carlista y su pretendiente Carlos VII, cuya monarquía católica y tradicional se presenta como “la solución española” (Antonio Juan de Vildósola).
La “intransigencia doctrinal” de estos dirigentes carlistas contribuyó a la “legitimación
de la violencia”, que culminó en seguida con la guerra civil de 1872-1876, tal y como
señala el historiador Vicente Garmendia, conocido autor de La ideología carlista
(1868-1876). En los orígenes del nacionalismo vasco (1984). Este catedrático de la
Universidad de Burdeos concluye su interesante introducción con una reflexión muy
oportuna: “Al leer estos folletos carlistas escritos hace bastante más de un siglo, se echa
de ver (…) la extraña pervivencia y vitalidad de ciertas ideas. En los umbrales del
tercer milenio muchas de aquellas ideas defendidas a machamartillo hace tanto tiempo
particularmente por algunos de los espíritus más retrógrados de la sociedad vasca de
entonces, y repetidas incansablemente año tras año, siguen efectivamente muy lozanas,
a pesar del tiempo, en ciertos sectores de la opinión vasca”.
322
Por su parte, Países y razas. Las aspiraciones nacionalistas en diversos pueblos (19131914) es la reedición del libro de Luis de Eleizalde (1878-1923) sobre Irlanda y los
movimientos nacionalistas de los eslavos en la Europa centro-oriental en vísperas de la
primera guerra mundial, escrito con la finalidad de extraer enseñanzas de ellos para el
nacionalismo vasco: “Hablamos de extranjeros, pero en nuestra mente está Euzkadi”,
reconoce su autor.
Eleizalde fue uno de los principales discípulos de Sabino Arana, que, como éste,
procedía de las filas carlistas. A los veinte años se incorporó al PNV de Arana y se
convirtió en un nacionalista “ingenuo y sentimental”, de “tonos románticos”, que
soñaba con imitar a los viejos guerrilleros carlistas. Pero al cabo de unos años se percató de lo complicado que era “el problema de levantar una nacionalidad decaída” como
la vasca y de que toda solución simplista a un problema complicado era falsa (“Nuestros veinte años”, Hermes, 1917, nº 6). Por eso, Eleizalde abandonó su radicalismo
juvenil y llegó a ser un destacado ideólogo del nacionalismo vasco moderado y pragmático, autonomista y no independentista, que otorgaba prioridad a la acción cultural y
educativa de cara a restaurar la nacionalidad euskara, siguiendo el ejemplo de otros
pueblos europeos, que conocía bien, según refleja en Países y razas.
Esta obra, rescatada ahora del olvido, se halla precedida de un detallado estudio de
Esteban Antxustegi, profesor de Filosofía Política de la Universidad del País Vasco,
quien se basa en su reciente libro sobre Luis de Eleizalde. Un vasco polifacético
(1998). En la introducción resalta su labor en pro del euskera y su proyecto político
posibilista, que le enfrentó a la independentista Juventud Vasca de Bilbao, escindida en
1921 con la refundación del PNV (Aberri), precedente ideológico del actual abertzalismo radical. Así pues, las dos caras tradicionales del nacionalismo vasco, la moderada
y la radical, existían ya a principios de siglo y pugnaban entre sí por la hegemonía en el
seno de este movimiento. Al igual que los citados folletos carlistas, la lectura de los
escritos de Eleizalde coadyuva a entender ciertas continuidades históricas vigentes aún
en la política vasca de nuestros días.
José Luis DE LA GRANJA
(Universidad del País Vasco)
323
José Luis ABELLÁN, Ortega y Gasset y los orígenes de la transición democrática,
Fórum, Espasa Calpe, Madrid, 2000. 378 p.
Le spécialiste de la pensée philosophique espagnole qu’est J.L. Abellán s’intéresse
dans cet ouvrage à la figure de José Ortega y Gasset, philosophe, penseur, politique,
mari et père, mais aussi voyageur et intellectuel exilé – en somme, ce sont toutes les
facettes de l’homme qu’il tente de débusquer. Ce n’est pas, bien entendu, la première
biographie d’Ortega que l’on a pu lire. Mais le pari est ici de comprendre la vie du
philosophe en fonction de son contexte historique –de ses “circonstances”, pourrait-on
dire— et de cerner son rôle de précurseur, ou de déclencheur, dans le mouvement de
pensée qui a précédé et accompagné la « transition démocratique » espagnole.
C’est pourquoi cet ouvrage est une biographie quelque peu atypique, en ce qu’elle
consacre plus du tiers de ses pages aux années postérieures à sa mort, en 1955. J.L.
Abellán s’en justifie par l’idée que l’émergence de la « génération de 56 », caractérisée
par une « claire conscience critique vis-à-vis du régime franquiste », a « une dette
évidente envers l’héritage ortéguien et tout spécialement envers les circonstances qui
ont marqué sa mort », et qui en ont fait entre tous le philosophe de la transition. Le titre
de l’ouvrage d’Abellán s’en comprend alors mieux.
La première partie est consacrée à la vie d’Ortega jusqu’à l’exil à Lisbonne, en 1945.
Divisée en dix chapitres, cette centaine de pages commence par aborder la naissance, le
contexte familial, l’enfance et l’adolescence du jeune Ortega, en insistant sur le fait que
depuis sa prime jeunesse, il a baigné dans un climat intellectuel –l’activité journalistique de la branche paternelle ayant été déterminante— et de remise en question progressive du catholicisme, appris chez les Jésuites au collège de Miraflores del Palo. Les
vacances scolaires, passées à l’Escorial et à Guadalajara, ont très tôt insufflé à Ortega ce
sens si aigu du paysage espagnol, qui lui inspirera notamment la célèbre « théorie de la
perspective » ébauchée dès les Meditaciones del Quijote, en 1914. Abellán souligne
également l’importance de deux passions du jeune homme, les toros et la tertulia, elles
aussi typiquement espagnoles et qui accompagneront la pratique du penseur sa vie
durant.
C’est à partir du chapitre 4, intitulé « Primeros años de vida pública », que l’auteur
aborde l’entrée précoce sur la scène publique du jeune Ortega ; c’est en effet en 1902,
âgé d’à peine 19 ans, qu’il publie son premier article, dans la revue Vida Nueva. « La
estructura básica política y religiosa de su entramado intelectual está ya claramente
asentada », note J.L. Abellán. Elle est largement déterminée par le contexte politique de
l’époque, où la restauration alphonsine commence à vaciller sous la pression des
premiers mouvements sociaux de masse, et le climat intellectuel encore fortement
imprégné des idées de décadence et de régénération de l’Espagne, portées par la « génération de 98 ». La première décennie du nouveau siècle sera marquée par les fréquents voyages d’Ortega en Allemagne, où il complète sa formation philosophique
auprès d’Hermann Cohen et de Paul Natorp. Très tôt s’affirme en lui la vocation de
l’enseignement, activité qu’il exerce dès 1908 et qui confère rapidement une large
notoriété (due également à son activité au sein de la Residencia de Estudiantes). Son
mariage, en 1910, et la naissance de Miguel, en 1911, tous deux célébrés civilement,
324
sont l’occasion pour le philosophe d’officialiser son a-catholicisme, qui n’a jamais été,
rappelle J.L. Abellán, un anti-cléricalisme. C’est à la même époque qu’Ortega fait ses
premiers pas dans la sphère politique, auxquels l’auteur consacre un chapitre séparé.
C’est en particulier au sein de la Liga de Educación Política, dont le programme
coïncide avec les convictions exposées dans de nombreux textes comme « La pedagogía social como programa político » (1910), ou Vieja y nueva política (1914), que cet
engagement s’incarne. L’amitié avec Ramiro de Maeztu (qui durera jusqu’en 1914)
incitera Ortega à se rapprocher du credo socialiste, développé dans la revue España,
porte voix de la Liga, qu’Ortega dirige de 1915 (année de sa création) à 1922. Les
années de la première guerre mondiale sont déterminantes : élu à la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas, il entretient des dialogues féconds avec les grands intellectuels de l’époque, voit la naissance des éditions Espasa Calpe, et collabore aux
journaux El Imparcial et surtout à El Sol, chef de file de la presse indépendante. La
conviction républicaine d’Ortega s’affirme (on se souvient de sa retentissante formule
de 1930 : Delenda est monarchia), et se concrétise dans la mise en place de la Agrupación al servicio de la República, en 1930, qui l’amènera à un siège de député aux
Cortes Constituyentes de juin 1931. Les œuvres de cette période (La redención de las
provincias, en 1931, ou Rectificación de la República, 1933) éclairent le projet politique d’un pédagogue et philosophe parfois mal compris à la tribune.
Le premier des trois voyages qu’Ortega fera à Buenos Aires (1916) est selon
J.L.Abellán décisif, et étroitement lié à la parution de El Espectador (ainsi qu’à plusieurs amitiés féminines, notamment avec Victoria Ocampo). Le second voyage, en
1928, sera lui marqué par des textes pénétrants sur l’idiosyncrasie argentine, son lien
intrinsèque avec la culture espagnole et la densité prospective du continent américain,
tout entier fait de « promesses ». L’accueil enthousiaste dont Ortega bénéficie en 1916
et 1928, manifeste dans l’affluence publique à ses cours et conférences, contraste avec
l’isolement dont il a souffert lors de son troisième voyage, en 1939, dû selon Abellán à
ses positions relatives à la guerre civile. Pour clore son chapitre sur les pérégrinations
d’Ortega et son influence sur les milieux universitaires latino-américains, l’auteur
mentionne le projet de voyage à Puerto Rico et son lien avec l’idéal pédagogique du
penseur, tel qu’il apparaît notamment dans Misión de la Universidad ; ainsi que les
invitations au Venezuela et à Cuba, dans les années 50, sans doute déclinées à cause de
l’amer souvenir de la dernière expérience argentine.
J.L. Abellán revient ensuite à la situation espagnole en 1923 : année décisive là encore,
puisqu’elle voit l’avènement de la dictature de Primo de Rivera et la fondation de la
Revista de Occidente, fruit d’un projet « meditado y maduro », qui débouchera sur la
création des éditions éponymes. L’édition et le journalisme sont pour Ortega un « outil
d’influence optimal pour élargir le rayon de son action intellectuelle », et sont aussi le
témoin de l’effervescence intellectuelle qui s’empare de l’Espagne lors de ces “années
folles”. J.L. Abellán insiste ici sur la variété et l’excellence des parutions de la maison
d’édition, ainsi que sur les tertulias de la Granja del Henar qui accompagnaient la
publication de la revue et où Ortega manifestait son génie oratoire et son charisme.
L’auteur analyse ensuite l’apport d’Ortega à l’avènement de la République. La parution
de l’article intitulé « El error Berenguer » le 15 novembre 1930 dans El Sol est considé-
325
rée à juste titre comme un « important épisode de sa biographie intellectuelle ». Les
positions qu’il défendra une fois élu député s’articuleront autour de « l’idée d’un État
laïque, éloigné des extrêmes, et marqué par une conception centraliste, bien que soumis
à une réorganisation territoriale qui concèderait une vitalité nouvelle aux provinces et
aux régions ». (p.100). Ortega met en revanche son bémol face à ce qu’il considère
comme une poussée anticléricale de la jeune République ; d’autre part, il considère
qu’elle est suffisamment solide sur ses bases pour que ne se justifie plus l’existence de
la Agrupación al servicio de la República, qu’il dissout en 1932. Il subit de la part de
journalistes et de parlementaires plusieurs attaques — son style étant jugé trop fleuri
pour être honnête— ; et y répond en réaffirmant son droit à faire une politique « poétique, philosophique, cordiale et allègre ». Il lance Crisol, publication destinée à remplacer sa collaboration à El Sol, qu’il a du abandonner en 1917, comme Urgoiti, son
fondateur, et plusieurs de ses collaborateurs, suite aux attaques du roi Alphonse XIII.
L’action publique d’Ortega ne peut être comprise sans prendre en compte son activité
journalistique, souligne justement J.L.Abellán ; plusieurs publications suivront, écourtées par les difficultés financières et les péripéties politiques.
En 1932, conscient selon l’auteur qu’il est au méridien de sa carrière, Ortega envisage
la publication de ses œuvres complètes ; il fait aussi le constat que sa vie entière à été
dédiée à l’Espagne, et renoue alors avec le besoin de philosopher, que les articles de
presse ne permettent pas de combler. Entre 1932 et 1942, il publie une demi douzaine
d’œuvres qui témoignent de sa maturité philosophique ; le dévouement au destin de
l’Espagne y reste présent comme un « devoir inexorable », juge J.L. Abellán. La seconde République est aussi l’époque florissante de « l’Ecole de Madrid », qui démontre que si « l’échec d’Ortega comme politique est évident, il atteint alors en tant que
professeur le faîte de sa carrière ». (108). Le fraîchement inauguré bâtiment de Philosophie et Lettres de la Ciudad Universitaria voit émerger une génération de professeurs
et d’émules qui marqueront l’histoire de la philosophie espagnole : Manuel García
Morente, Julián Besteiro, María Zambrano, José Gaos… Ce dernier, disciple et ami
d’Ortega, est pour le penseur un précieux interlocuteur, et pour nous un témoin de
l’admiration et de la reconnaissance unanimes que lui portait le milieu universitaire.
Mais la dégradation du climat politique affectera sa santé, et forcera la famille Ortega à
l’exil. Entre 1936 et 1939 (date de son troisième voyage à Buenos Aires), la vie du
philosophe est une suite de déménagements précipités. Son silence relatif à la situation
espagnole réaffirme de facto les déclarations de 1916 : « en tiempo de guerra, cuando
la pasión anega a las muchedumbres, es un crimen de leso pensamiento que el pensador hable ». Sans négliger la gravité du conflit espagnol, il se maintient dans une difficile position d’indépendance vis-à-vis des républicains, ce qui lui vaudra les reproches
mordants des exilés. Le choix de l’Argentine comme terre d’exil, quoique délicat,
s’imposait ; le soutien de Victoria Ocampo et le projet éditorial d’Espasa Calpe Argentina soutenu par Manuel Olarra sont déterminants. Mais la brouille avec ce dernier, et
les difficultés financières d’Ortega font de ce séjour à Buenos Aires un calvaire pour un
homme physiquement et moralement affaibli. Les acerbes accusations de « trahison »
de Guillermo de Torre (dans une lettre à Alfonso Reyes, publiée dans les Cuadernos
Americanos en 1942 et reproduite en annexes) exilé au Mexique lui portent un coup
326
douloureux. Il décide alors de retourner en Europe et fait de Lisbonne sa résidence
principale, qu’il ne quittera pas entre 1942 et 1945. Il retrouve sa vitalité et sa faconde
littéraire, écrit de nombreux ouvrages consistant surtout en des refontes de textes antérieurs : Historia como sistema (1941), Ides y creencias, Castilla y sus castillos (1942),
Introducción a Velázquez (1943)… Lisbonne est un discret observatoire sur la guerre
qui se déroule alors en Europe, mais le régime de Salazar empêche toute action publique ; de même, la collaboration avec l’Université de Lisbonne entreprise en 1944 ne
sera que de courte durée. A partir de 1945, Ortega s’emploiera à retrouver la place qu’il
pense lui être due dans son Espagne de toujours.
Les dix années suivantes, que J.L. Abellán résume sous le titre de « la década ominosa », font l’objet de la seconde partie de son ouvrage. Les années immédiatement
postérieures à la fin de la seconde guerre mondiale sont pour Ortega celle d’un « semiexil », c’est à dire d’incursions discrètes et prudentes en Espagne, pour « sonder la
situation ». L’opinion espagnole est alors convaincue que la victoire des alliés entraînera la chute de Franco ; et Ortega pense qu’il peut contribuer par son « prestige intellectuel » à ouvrir à des horizons plus vastes une société qu’il juge fermée. Il reprend la
tertulia avec ses amis madrilènes, et prend ouvertement part à « l’opération monarchique » qui a suivi le Manifeste de Lausanne déclaré en 1945 par Don Juan de Borbón,
exigeant la transmission de pouvoir. Mais il est déjà trop tard : Franco s’est transformé
en « bastion de l’anticommunisme, et à l’intérieur du pays en dictateur implacable ».
J.L. Abellán essaie alors de dresser un panorama de la philosophie espagnole dans un
tel contexte. Il considère, s’appuyant sur des commentaires de José Gaos et Julián
Marías, que La idea de principio en Leibniz y los orígenes de la teoría deductiva,
publiée en 1958 mais qu’Ortega rédige en 1947, comme son œuvre philosophique
majeure. Jusqu’ici mal étudiée, elle doit se comprendre à la lumière d’un projet
« d’européisation » central dans la pensée d’Ortega, et d’une “circonstance” bien
précise : son exil, aux portes même de l’Espagne. Il s’agirait aussi d’une réaction face à
« l’idéologisation de la philosophie » mise en place par le régime franquiste à travers
l’imposition à l’Université d’un modèle néo-scolastique univoque. La rigueur philosophique inusitée de l’ouvrage, sa critique systématique de la logique aristotélicienne en
témoignent. Convaincu de la portée subversive d’un livre encore inachevé, Ortega
décide en 1948 avec Julián Marías de fonder l’Instituto de Humanidades, qu’il voit
comme une plate-forme d’action intellectuelle destinée à sauver la jeunesse du naufrage auquel elle semble promise.
C’est pourquoi J.L. Abellán qualifie le projet de l’Institut comme un véritable « défi au
régime » ; le brouillon de son premier Bulletin, reproduit en annexes, rend compte de
l’ambition pluridisciplinaire des conférences qu’entend proposer Ortega. L’autonomie
financière était indispensable pour la réussite et l’indépendance intellectuelle du projet ;
c’est sur ce plan qu’il montrera sa principale faiblesse. Ortega veut s’adresser à un
public jeune, et il constate la moyenne d’âge élevée du public ; il espère attirer
l’attention sur des domaines peu connus des universitaires espagnols, et il s’avère que
seules ses propres interventions ont du succès —succès aussitôt critiqué par la presse
de « l’Espagne officielle ». La déception d’Ortega l’entraîne dans des dépressions
successives qui relancent les maux ressentis lors de l’exil. Renonçant alors à contre-
327
cœur à sa circonstance espagnole, il se tourne de nouveau vers l’Europe en laquelle il
situe l’avenir de son propre pays. Celui qui en 1929 s’estimait déjà « le doyen de l’idée
d’Europe » dénonce en 1954 l’illusion présente dans les idées de souveraineté ou
d’État nation et décèle derrière les termes de « concert européen » ou « d’équilibre
européen » le profil d’un État européen, dont l’avènement passera selon lui par une
unification économique. Le Traité de Rome, en 57, donne un relief étonnant à ces
propos. Après plusieurs conférences données en 1949 en Allemagne, Ortega s’y installe entre 1951 et 1953. L’épisode de sa rencontre avec Heidegger est pour J.L. Abellán l’occasion de souligner une fois de plus l’antériorité des thèses de l’espagnol sur
celles de l’allemand ; Heidegger, dans une note nécrologique que l’auteur reproduit,
rendra d’ailleurs un hommage posthume à son collègue méridional. 1951 est également
l’année de la retraite d’Ortega, qui a elle aussi fait l’objet d’une controverse. L’auteur,
prenant appui sur une lettre de son fils José, démontre qu’il a cessé de toucher son
solde de professeur en 1936.
Les dernières années d’Ortega sont marquées par de fréquents séjours à Zumaya, où se
réunit une petite communauté littéraire et artistique. Ortega y fréquente notamment le
peintre Ignacio Zuloaga ; leur amitié se double d’une admiration réciproque. Le philosophe accède, à la fin de sa vie, à une reconnaissance internationale que peu
d’espagnols ont connu. Jusqu’aux derniers moments de sa vie Ortega livre textes et
conférences ; mais la maladie le ronge, « comme une somatisation de son incommodité
intellectuelle », écrit Gregorio Morán. Il meurt d’un cancer généralisé le 18 octobre
1955.
La troisième partie de l’ouvrage d’Abellán est sans doute la plus surprenante au regard
d’un projet classique de biographie. Intitulée « la mort d’Ortega y Gasset et les origines
de la transition démocratique (1955-1975) », elle entend montrer comment les circonstances de la mort d’Ortega ont contribué à l’émergence d’une nouvelle génération
philosophique et politique. Comme le souligne l’auteur, cette partie tient presque autant
de la biographie que de l’autobiographie : sa réaction de stupeur à l’annonce de la mort
d’Ortega a été celle de la jeunesse universitaire madrilène. L’hommage académique et
laïc organisé à l’Université peu après sa mort a permis de mesurer son prestige au sein
du milieu universitaire et la prégnance de sa pensée.
Le second chapitre est consacré à la polémique entre catholicisme et ortéguisme. Dans
ce que J.L. Abellán appelle une manipulation religieuse, les autorités ont prétendu que
dans un dernier instant de lucidité, Ortega avait consenti à se repentir et à recevoir
l’extrême onction. Ce que ses enfants ont aussitôt démenti, dans une lettre publique
restée inédite jusqu’à sa publication dans ABC en 1975, reproduite par l’auteur. Celuici reprend les nombreux ouvrages de critique (allant parfois jusqu’à la diffamation),
souvent écrits par des Jésuites et publiés autour des années quarante. Il mentionne les
défenses publiées par les émules d’Ortega, Julián Marías en tête, qui prônent la compatibilité entre catholicisme et ortéguisme. Il s’agissait pour J.L. Abellán « de la seule
façon de sauver l’héritage ortéguien pour les espagnols de l’intérieur, opprimés par une
dictature confessionnelle de nature intégriste ». (240). Pour la génération de 56, en
revanche, il était indispensable de reconnaître Ortega comme le penseur a catholique
qu’il avait voulu être.
328
Cette reconnaissance universitaire, qui a mis en relief le potentiel subversif de la pensée
d’Ortega, n’est pas passée inaperçue au yeux des autorités. J.L. Abellán fournit dans ses
annexes le rapport secret de la police sur l’hommage posthume dédié à Ortega et les
réseaux universitaires qui se constituaient alors : le Congreso de Escritores jóvenes, les
Encuentros entre la Poesía y la Juventud, derrière lesquels la police voyait des réseaux
d’infiltration communiste ; J.L. Abellán précise la diversité politique de ces courants
universitaires et leur principal motif d’action : une réforme démocratique de
l’université. Il relate la tension palpable lors de cette « crise de 1956 », qui a débouché
sur l’arrestation, sur des motifs fallacieux, de plusieurs étudiants, dont l’auteur lui
même. Il relate son séjour choquant à la prison de Carabanchel, paradigmatique de la
pression exercée par les autorités, et du climat de terreur régnant à l’époque. Un romance de los estudiantes écrit par les prisonniers rend compte du « sentiment ressenti
par tous de vivre un moment historique qui aurait sans aucun doute des répercussions
sur le futur ». Cette crise est pour l’auteur l’acte de naissance d’une nouvelle conscience générationnelle, dont l’événement déclencheur a été la mort d’Ortega y Gasset.
J.L. Abellán s’attache ensuite à caractériser cette « génération de 56 ». Récapitulant les
jugement d’Elias Díaz, Juan Marichal ou Luis Araquistain, il insiste sur le fait que la
sociologie a été l’instrument déterminant dans l’élaboration d’une conscience critique
visant à « démystifier l’image “officielle” de la société espagnole ». Il s’agit d’une
véritable « révolution copernicienne pour la “conscience intellectuelle” d’opposition au
régime », particulièrement sensible en philosophie dans l’émergence de courants
comme l’existentialisme ou le marxisme, face à la néo-scolastique et au spiritualisme
chrétien. Au sujet de l’influence déterminante des sciences sociales dans ce processus,
J.L. Abellán rappelle le rôle majeur qu’ont eu Enrique Tierno Galván et José Luis
Aranguren dans la divulgation de la pensée européenne contemporaine. Suit une
longue énumération des penseurs de cette génération, dans tous les champs du savoir :
psychiatrie, sociologie, droit, philosophie, science politique, histoire sociale, mais aussi
journalistes et cinéastes…
La comparaison avec la « génération de 1968 », que l’on a pu qualifier de néonietzschéenne et sans doute influencée par les évènements français du mois de mai,
révèle une continuité dans la liberté critique de la pensée, mais aussi les contradictions
et la radicalisation extrême de la seconde. Cet esprit « iconoclaste et hyper critique »,
dans lequel le régime franquiste confinait les penseurs, doit céder, pour la mise en place
de la démocratie, à une attitude plus constructive, et ce d’autant plus que le seul changement de régime n’amène pas automatiquement un modus vivendi démocratique au
sein d’une société. J.L. Abellán voit cependant dans la génération de 56 un précurseur
fondamental de la pensée démocratique, laquelle s’est présentée en philosophie sous la
forme d’un questionnement sur la Raison. Dans ce processus intellectuel, la relecture
des penseurs du XIXe et du XXe siècle (des krausistes aux exilés) s’avère essentielle,
et montre qu’une problématique au moins a traversé le temps : la question de
l’Espagne.
On regrettera peut-être que José Luis Abellán ait sacrifié à l’analyse approfondie de
textes et de leur portée philosophique et politique le récit détaillé de la vie du penseur.
S’il apporte sur quelques points (la question de la perception de la retraite d’Ortega, ou
329
sa mort a-catholique, par exemple) un éclairage nouveau, notamment grâce à des textes
d’époque, l’insistance sur les conditions de vie matérielles du penseur se fait parfois au
détriment d’une mise en relief plus pertinente de son cheminement de pensée. J.L.
Abellán a tenté de séparer en des chapitres distincts l’activité journalistique, politique,
universitaire et les aspects plus personnels de la vie d’Ortega, mais il en reste souvent
aux pétitions de principe, se contentant d’affirmer, sans la démontrer vraiment, l’étroite
imbrication qui existe entre ces différentes facettes du personnage. Et le principal
argument du livre —c’est à dire de montrer en quoi la pensée d’Ortega a été une condition de possibilité de la transition à la fois politique et culturelle vers la démocratie—
est plus postulé que démontré.
Il convient peut-être d’envisager cet ouvrage comme un hommage personnel et admiratif d’Abellán à l’une des plus grandes figures intellectuelles espagnoles du XXe
siècle, plus qu’un essai scientifiquement novateur. Si c’est bien d’un hommage qu’il
s’agit, le pari de José Luis Abellán est réussi : la figure d’Ortega en ressort humanisée,
grandie, et évaluée à l’aune de son importance dans le XXe siècle espagnol.
Eve GIUSTINIANI
(Université de Provence)
Max AUB, Cuerpos Presentes. Edición, introducción y notas de José Carlos Mainer, Segorbe, Biblioteca “Max Aub” 9 - Patronato de la Fundación Max Aub,
2001.
José Carlos Mainer a établi l’édition de cet ouvrage, jusque-là inédit, à partir de textes
écrits entre 1944 et 1970 qui se trouvaient dans la chemise n° 30 des archives de la
Fondation Max Aub de Segorbe1. Dans le prologue, il situe ce projet de biographies,
nécrologies, hommages, portraits, qui réunit ensemble morts et vivants dans une longue
tradition qui remonte au Moyen Age et qui renvoie au dernier adieu en présence du
corps du défunt. Cependant, certains de ces hommes politiques ou intellectuels qui en
sont l’objet étaient encore vivants et Max Aub propose même sa propre biographie (p.
273-280).
Cuerpos Presentes se compose de cinquante six textes de longueur variable, entre une
demie et dix huit pages. Beaucoup sont des nécrologies d’amis proches disparus
comme ses camarades du lycée de Valence, José Medina Echavarría, (p. 209-225) et
José Gaos, mort en 1970 à qui il consacre le texte le plus long (p. 209-227) mais certai1 Il faut souligner le travail fait par la Fondation Max Aub de Segorbe qui a entrepris la publication de
l’ensemble de son œuvre. Cet ouvrage ainsi que d’autres furent présentés lors du colloque organisé par
l’Université de Paris X-Nanterre les 27, 28 et 29 mars 2003 à l’occasion du centenaire de la naissance
de l’écrivain.
330
nes renvoient à ceux qui ont trahi en se rangeant du côté des vainqueurs. L’auteur
exprime ses propres tourments : l’exil et le silence sur un moment historique exceptionnel que seule l’écriture peut faire revivre. La publication de cet ouvrage poursuit la
récupération de cette mémoire longtemps occultée.
Pour José Carlos Mainer « El exilio es la vivencia que vertebra todos estos retratos ».
A travers ces récits, on peut reconstruire l’itinéraire de Max Aub, son enfance choyée à
Paris au sein d’une famille aisée d’origine allemande et juive puis la rupture avec la
guerre de 14 qui conduit la famille en Espagne. On trouve les traces des déchirures de
l’époque : la Première Guerre mondiale, la Guerre Civile, la Seconde Guerre mondiale
et les camps. A son retour en France, il est interné à Roland Garros, au Vernet puis en
Algérie à Djelfa, avant de rejoindre le Mexique en 1942. Il ne revient en Europe qu’en
1954 et en Espagne en 1969. José Carlos Mainer souligne qu’au Mexique, cet Espagnol pourvu d’un nom allemand et qui prononçait les r à la française, avait été perçu
comme doublement étranger et là se trouve une des clefs de son œuvre profondément
marquée par ces multiples déracinements. Après une jeunesse placée sous le signe de la
poésie et des avant-gardes, il a dû affronter, comme bon nombre de ses amis évoqués
dans Cuerpos presentes, les difficultés de l’exil pour la seconde fois.
A travers ces portraits se dessine sa propre errance, en Europe d’abord puis d’un côté
de l’Atlantique à l’autre. A Paris où il est attaché culturel, en 1937, il participe au
montage de Sierra de Teruel réalisé par André Malraux - et à la préparation du pavillon
espagnol de l’Exposition Universelle où allait être exposé le Guernica de Picasso.
Malraux, l’ami admiré en dépit des vicissitudes politiques (p. 199) qui, selon José
Carlos Mainer, aura été pour Max Aub «el perfecto paradigma del escritor testimonial
del siglo XX y, en cierto modo la realización más cabal de sus propias aspiraciones»
(p. 321).
Dans cet ouvrage figurent les grands écrivains du XXe siècle qu’il a connus et dont
beaucoup ont eu des liens avec l’Espagne comme Ernest Hemingway, il se souvient de
sa force naturelle « primitive » qu’il associe à la guerre et à la chasse.
Souvent, ces portraits révèlent une identification avec un destin commun qui dépasse
l’individu, tel celui de León Felipe «caminante», «español errante» qui passera, lui
aussi, plus de la moitié de sa vie au Mexique, et que Max Aub compare au Victor
Hugo des Châtiments ou L’année terrible. Sa poésie si poignante qu’elle est plus que
simple poésie : «un documento humano que queda ahí, clavado, para remordimiento
de Dios» (p. 67). Une association au juif errant tout comme Marc Chagall défini
comme juif et russe « soumis uniquement à l’influence du Talmud ».
Identification également avec ceux qui associent talent et qualités humaines : liberté,
justice, bonté, générosité, intelligence et que d’autres regardent avec défiance voire
ironie : Tristan Tzara, riche et communiste, pour qui « la poésie a été un élément de
lutte pour un monde plus juste » (p. 44) ; Emilio Prados, mort au Mexique en
1962. « Bondad, benignidad, altruismo, justicia, finura », la fin de son portrait révèle
une déchirure partagée : « aunque (…) le cubra tierra mexicana, está enterrado en
Madrid y en su Málaga natal en la que nunca dejó de vivir y ha muerto » ; ou encore
Manuel Altolaguirre : « más bueno que el pan », « feliz de hacer feliz » (p. 86).
331
Cependant, d’autres portraits sont plus nuancés voire critiques. S’il reconnaît le talent
de certains auteurs, il établit parfois une distance avec l’homme, comme Luis Cernuda,
également exilé au Mexique, mort en 1963, mais rarement rencontré. Un homme
élégant et froid; un exilé existentiel avant de l’être politiquement (p.89-91).
Il émet également des réserves sur Henri de Montherlant tout en soulignant l’actualité
de sa pièce Port-Royal qui, à partir d’un thème historique oublié, parle du présent et de
la lutte contre l’hérésie qui a conduit aux procès de Moscou, de Prague et de Budapest
(p. 53-56). Sa connaissance des civilisations et littératures françaises, espagnoles et
allemandes lui permet de détacher les spécificités bonnes et mauvaises de ses créateurs
comme il le fait pour Montherlant.
Ces portraits sont prétexte à une réflexion sur son propre destin, comme lorsqu’il écrit
la nécrologie d’Edgar Neville, un homme solide dont rien ne laissait présager une mort
si rapide : « tan alto, tan gordo, tan sano : muerto antes que yo (…) El muerto debería
ser yo » (p. 57). Revanche du destin face à l’ancien ami républicain retrouvé à Paris en
1937 alors qu’il était devenu fasciste. Plus qu’une condamnation ce sont des regrets
que l’auteur exprime face à ceux qui n’ont pas su rester fidèles à leur idéal : «¿Quién se
acuerda de eso? Yo, con tristeza, porque me hubiese gustado que todos mis amigos
fueran personas decentes » (p. 58). Toutefois, José Carlos Mainer invite à nuancer
l’engagement franquiste d’Edgar Neville, comte de Berlanga de Duero, qui n’aurait fait
que rejoindre sa classe sociale.
L’appartenance au même camp n’aveugle pas pour autant Max Aub : il dénonce
l’ambition du socialiste Indalecio Prieto, « hipopótamo dañino de la República ». Dans
les nombreuses notes, à la fin du volume (p. 301-329), qui permettent de situer les
hommes et leur cadre historique, José Carlos Mainer rappelle les divisions du PSOE
auquel appartenait l’auteur proche de la tendance radicale de Largo Caballero et
d’Araquistáin, ambassadeur à Paris en 1937, mort en exil à Genève (p. 231) et qu’il
avait rejoint comme attaché culturel (p. 143). Ces notes complètent les informations qui
aujourd’hui font défaut au lecteur sur des personnalités désignées simplement par leur
prénom. Du muraliste communiste Siqueiros –qui aurait servi de modèle au personnage de Francisco Laparra de Campo abierto1- il ne veut retenir que le colonel, porteparole du président mexicain le général Cárdenas, que tous étaient venus écouter parler
de peinture à l’Université de Valence en 1937 en raison de l’aide morale et matérielle
apportée à la République espagnole par son pays (p.101-102). Il regrette que le Mexique ait laissé partir vers les Etats Unis ou d’autres pays d’Amérique, des exilés qui lui
auraient été bien utiles. Une fois de plus, face à ce nationalisme étroit, il ressent un
sentiment de gâchis qui lui rappelle l’immense perte que leur départ a signifié pour
l’Espagne (p. 224).
Cuerpos Presentes est la lutte pour la mémoire d’un temps qui promettait d’être meilleur et qui a été aboli par la force des armes. Les textes permettent la reconstruction
1 Selon Dolores Fernández Martínez, citée par José Carlos Mainer, “Relación con el país de acogida:
el debate artístico mexicano en la obra de Max Aub”, El exilio literario español de 1939, GEXEL,
Bellaterra, 1998, 1, p. 263-272, note p. 310.
332
d’un passé qui a réuni les plus grands intellectuels et artistes, thème récurrent de
l’ouvrage:
España fue un país agraciado en el primer tercio del siglo XX; no porque Juan Ramón
fuera o no mejor que Elliot o Valéry sino porque uno podía ir o no a su casa o sentarse
a perder el tiempo con Valle, con Machado, con Federico o irse a París o quedarse en
Madrid para andar y beber con Buñuel, y Dalí era todavía una persona decente. Y
Américo Castro y Salinas y Moreno Villa estaban en Medinaceli o en la residencia. Y
Ortega daba clases. No es cierto aquello de que “cualquier tiempo fue mejor’. Aquel
tiempo, sí. (“J.R.J”, p. 115-116).
La mort est le signe du temps écoulé comme celle d’Esteban Salazar Chapela : “Uno
más, uno menos, de los nuestros. Un periodista, un novelista español republicano,
viviendo de cualquier manera, en Londres, dignamente, ¡qué le importa al mundo! ” (p.
119). Une des constantes de l’ouvrage, celle qui lui donne son unité est l’amour, le
déchirement de l’exil et la mort loin de la terre aimée, le souvenir des autres disparus :
Ahí están tus cenizas con las de Cernuda, Prados, Salinas, Quiroga, Domenchina, Plá y
Beltrán, Azaña, Díaz Fernández, Moreno Villa, -y con las de Juan Ramón y Altolaguirre-, con las de miles y miles que, como tú, soñaron lo que no pudo ser. Hablo de
España, claro (p. 120).
Ces textes courts sont écrits dans un langage simple qui établit un dialogue avec le
disparu ou celui qui est loin mais aussi une complicité avec le lecteur à qui il révèle par
bribes les espoirs du passé et les valeurs défendues par ceux dont il retient les noms.
A travers le temps et l’espace, les anciens amis se trouvent parfois réunis comme autrefois lors de la disparition de l’un d’entre eux: « Estábamos todos : Cernuda, Prados,
Manolo Altolaguirre, Rejano (…). León Felipe no vino : estaba en Veracruz». Celle de
José Moreno Villa permet de rappeler leur participation dans l’effervescence culturelle
des années 30 :
José Moreno Villa, malagueño por todo, por Litoral primero. Litoral de pie azul, sangre negra y pulpa tan blanca. (¿Quién recuerda a Hinojosa? Pepe Moreno Villa es el
muerto inicial de Litoral). Detrás de la Residencia, los chopos, la República, la Revista
de Occidente, El Sol, La Voz, Azaña, el café de Regina, alta la Residencia con sus tejas
rojizas y sus chopos temblones. (p.123)
Pendant quelques instants et grâce à l’écriture, le temps semble aboli, comme lorsque
les anciens amis et leur nouvel ami mexicain, Octavio Paz, discutent dans un café
comme trente ans plus tôt (p.124).
Ces portraits sont aussi l’occasion de continuer à débattre de thèmes essentiels : littérature, justice par delà les frontières et les distances. Dans son hommage à Elio Vittorini,
Max Aub s’interroge sur les raisons qui lui avaient fait abandonner le roman au profit
de la maison d’édition Mondadori à Milan. Les préoccupations de l’auteur pour le sort
des déshérités et l’arrivée au pouvoir de la classe ouvrière entre 1917 et 1945 (p.128)
avaient pris fin avec le stalinisme et l’amélioration des conditions de vie. Il avait alors
cessé d’écrire des romans, comme bien d’autres, Vittorini, Hemingway, Malraux,
Faulkner etc., alors qu’à droite les romanciers continuaient de produire souligne
l’auteur.
333
Les allusions à l’Espagne franquiste sont relativement rares et elles servent de contrepoint aux valeurs d’autrefois que certains, comme lui, continuent de défendre au loin :
Ofelia, ha pasado algún tiempo, pero seguimos siendo los mismos, España, no. Allí ya
son cosa, otra España, una nueva España que poco tiene que ver con la que conocimos
(...) Has hecho mejor teatro aquí que el que hubieras hecho allá. Luego aquí está España. Y hasta que España no vuelva a ser España, hasta que tú no seas la primera actriz
del teatro Español, yo su director, España no será España. (“Por Ofelia Guilmain”,
1.2.1965, p. 140).
Max Aub gardera l’espoir qu’un jour tout redevienne possible en Espagne mais
l’échéance a toujours reculé. Avoir vécu une époque privilégiée justifie la nécessité de
la sauver de l’oubli, ce thème revient au long des pages :
No es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor. Las casas eran más oscuras. Hitler
desfilaba por las calles; pero nosotros, en Madrid, en Valencia, en Barcelona, no teníamos dudas. Y eso no se paga con nada como no sea recordándolo, como lo hago
ahora, para tu mayor gloria que es la nuestra (p. 142).
Cependant, il a toujours gardé une inquiétude face au réveil, toujours possible, de la
folie du monde, comme en 1966, lorsqu’il s’interroge sur la censure qui frappe Günter
Grass (« Presentación de Günter Grass », p. 161). Il s’identifie à cet écrivain de père
allemand et mère polonaise, soumis lui aussi à la censure dans son pays natal : « ese
mozo socialista y alemán, que vive en Berlín y que quisiera, como tantos de nosotros,
un mundo sin pasaportes, sin fronteras, sin murallas, más justo y mejor » (p. 165).
Les anniversaires des disparitions d’amis disparus font resurgir les drames vécus:
« Antonio Machado en el décimo aniversario de su muerte » (p.167) : « Don Antonio
se ha quedado fuera, a la intemperie, en la tierra que no quería pisar » (p.172), « en
cuanto le faltó su tierra desapareció », comme au théâtre... En 1958, dix neuf ans après
la mort du poète, il associe sa mort et celle de Lorca en parodiant le poème de Machado : « El crimen fue tras la frontera, para que no se viera (…) Sé: olvidar, manda la
ley. Viéndole así, ¿cómo? ¡Que olviden otros! » (p. 174). La lutte contre l’oubli est au
cœur de ces portraits où l’émotion est tenue à distance par l’humour, l’ironie ou la
tendresse.
Cet ouvrage permet de mesurer la capacité de l’auteur à maintenir la mémoire des
disparus en ne les séparant pas du monde des vivants. Nous terminerons par son regard
porté sur l’œuvre de Giacometti : «Sus mejores obras están y son movimiento, esqueletos puros de seres muertos llenos de vid»(p. 136). C’est bien ce que lui-même a réalisé
avec Cuerpos Presentes.
Marie-Claude CHAPUT
(Université de Paris X-Nanterre)
334
Bibliografía
Bibliografía reunida por José-Luis de la GRANJA
y elaborada por Marta RUIZ GALBETE.
336
SISTEMA DE CLASIFICACIÓN BIBLIOGRÁFICA
La conveniencia de que nuestra información bibliográfica sea útil y de fácil manejo nos
ha aconsejado la adopción de un doble sistema de clasificación:
• Clasificación por orden numérico, que corresponde a un criterio cronológico:
1 –Archivos, bibliografía, metodología, historiografía.
2 –Edad contemporánea en general (siglos XIX y XX).
3 –Siglo XIX.
4 –Siglo XX.
5 –Guerra de Independencia y reinado de Fernando VII (1808-1833)
6 –Reinado de Isabel II y Sexenio Democrático (1834-1874).
7 –Restauración y Dictadura de Primo de Rivera (1875-1930) .
8 –Segunda República y Guerra Civil (1931-1939).
9 –Franquismo (1939-1975).
10 –Transición y Democracia (desde 1976).
• Subclasificación por orden alfabético, que corresponde al contenido de las obras y
apunta a una sistematización sectorial:
A – Historia general (de España o sus nacionalidades, regiones, etc./).
B – Historia política: Estado, instituciones, partidos, etc.
C – Economía y demografía.
D – Historia social: estructuras sociales (clases y subdivisiones, categorías, profesiones,
familia, etc.); movimiento obrero, movimiento patronal y diversos grupos de presión.
Aspectos sociológicos generales, problemas femeninos e historia del feminismo, organizaciones juveniles, etc.
E – Ideología y cultura: instituciones ideológicas, medios de comunicación, universidades, enseñanza en todos sus niveles, Iglesias y asociaciones religiosas, mentalidades
y, en general, todo lo relativo a la producción ideológica, sus funciones y sus aparatos.
Por consiguiente, todo libro o artículo reseñado tiene una notación numérica, que
corresponde a la cronología, y una notacion alfabética, que corresponde a su contenido
específico.
337
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nº 5, Valencia, primavera 2000,
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394
IN MEMORIAM
1
CARLOS SERRANO Y LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA
Paul AUBERT
M
ás allá de la vieja amistad que me unió a Carlos Serrano, fruto de intereses y
de trabajos comunes (en particular este proyecto de historia cultural parcialmente llevado a cabo para 1900 y los años 20, la lectura de autores de la
llamada Edad de plata de la cultura española y el papel de los intelectuales que nos
reunió de nuevo en el número de la revista Ayer coordinado por él), quisiera decir lo
que significa su obra para el hispanismo francés y para un hispanista que pertenece a
una promoción algo posterior a la suya..
Desde la crisis finisecular hasta nuestros días, no hay un tema por el que Carlos Serrano no se haya interesado (desde el ensanche de Bilbao, hasta la guerra de Cuba, la
polémica entre Maeztu y Unamuno en torno a la reforma agraria, la fotografía, la
tauromaquia o la figura de Don Juan, la cultura obrera, la Guerra civil, etc. ). Nos deja
una obra pionera, polifacética, abierta y desgraciadamente inacabada, porque se apasionó últimamente por las Hurdes.
UNA OBRA PIONERA
En un momento en que la España del siglo XX parecía demasiado próxima como
para constituir un objeto de estudio, porque el camino real seguía siendo el estudio del
Siglo de Oro, porque se razonaba en función de la reciente Guerra Civil cuyos orígenes
o consecuencias se rastreaban desde principios del siglo XIX y hasta el estudio de la
novela social de los años 50, porque los archivos no eran fácilmente accesibles y porque el hispanismo francés carecía de catedráticos capaces o deseosos de llevar a cabo
esta tarea, el hecho de que Jean-François Botrel y Serge Salaün, luego Carlos Serrano y
Jacques Maurice consiguieran desempeñar cátedras desde la segunda mitad de los años
ochenta fue un dato importante en la evolución del hispanismo francés.
Antes de que Noël Salomon (cofundador con Albert Dérozier y Marcel Bataillon
en 1964 de la Sociedad de Hispanistas franceses) dedicara en 1969 en Burdeos un
seminario a la sociedad del siglo XIX, Pierre Vilar incitaba a los jóvenes investigadores
a interesarse por fenómenos tales como el anarquismo andaluz o catalán o el populismo. A menudo les había acogido Albert Dérozier en Besançon y luego, fuera de la vía
1Carlos Serrano formaba parte del Consejo de redacción del Bulletin d’Histoire Contemporaine de
l’Espagne que que se unió al homenaje organizado por la Asociación de Historia Contemporánea en la
Casa de Velázquez, el 25 de abril de 2001. Este texto se publicó en la revista Ayer, n°43, 2001, p.
267-275; y, con una versión resumida, en Cercles, revista d’historia cultural, Universidad de Barcelona, n°5, enero de 2002, p. 174-182.
académica, Manuel Tuñón de Lara en los coloquios que organizaba en la Universidad
de Pau.
Conocí precisamente a Carlos Serrano en 1977 en uno de estos coloquios en el
que presentó un avance de los trabajos que recogió luego en su tesis doctoral. Me
llamó la atención la seguridad del juicio crítico del universitario, la cordialidad y la
generosidad del hombre así como su gran capacidad para exponer claramente sus
convicciones.
Nacido en exilio, en Buenos Aires en 1943, era hijo del escritor republicano Arturo Serrano Plaja y nieto del escritor francés Jean-Richard Bloch. Aunaba en su investigación universitaria el rigor y el entusiasmo desde una aproximación metodológica
marxista que se fundamentaba en una gran cultura y una inquietud intelectual constante. Esto le permitía recorrer pistas originales, explorar intuiciones hasta moverse en los
márgenes de la historia social y de la historia cultural como quien no se complace con
un enfoque único y desde la pluridisciplinaridad procura fecundar cada ámbito con
nuevos planteamientos.
Desde la tesis de tercer ciclo sobre La guerra de África y sus repercusiones en España, en 1976, redactada conjuntamente con Marie-Claude Lécuyer, dedicada al
estudio de las consecuencias de la guerra hispano-marroquí de 1859-1860 hasta sus
trabajos más recientes, Carlos Serrano se interesó por los movimientos sociales a
finales del siglo XIX, el populismo, la cultura obrera, y últimamente por la memoria
histórica. De la crisis de los años 1890 hasta la Guerra civil y luego el franquismo,
Carlos Serrano contribuyó con una serie de trabajos pioneros a la historiografía española. Desde la historia social a la historia cultural se adaptó y contribuyó a la evolución de
la historiografía finisecular, con una inteligencia y una apertura espiritual poco comunes, desde enfoques originales.
Carlos Serrano no se contentaba con explotar una fama adquirida en un dominio.
Aparecía de repente por donde no lo esperábamos. Confesaba que la ambición de
practicar aquella historia total, que señalara Manuel Tuñón de Lara siguiendo a Pierre
Vilar, le parecía agobiante, pero la practicó a su manera multiplicando los enfoques.
No se lanzaba a una nueva investigación como quien baja a un sótano con una vela
vacilante. Cada nuevo paso estaba preparado por reflexiones y lecturas, cada intuición
se seguía hasta el final. Y luego, a la hora de redactar, Carlos se volcaba con aquel
entusiasmo de un ensayista sin fichas y con las ideas claras consultando los apuntes que
había tomado en un bloque de cuartillas. Llegó a convencerse de que una tesis es
madura cuando uno es capaz de contestar las preguntas que se ha planteado y de que,
según decía Juan de Mairena “no hay nada que no sea empeorable”. Ésta fue la primera impresión que tuve de Carlos : una gran exigencia intelectual, una recepción calurosa, no exenta de ironía, multiplicada, a lo largo de más de veinte años, por el entusiasmo de su acogida telefónica (que amplificaba quizá el carácter monosilábico de mi
nombre). Cuando uno le llamaba por teléfono, Carlos parecía feliz de hablar con él y
este interlocutor se sentía más inteligente y ahora de repente está abrumado y cohibido
al evocar sin él temas que le preocupaban, al tomar parte en esta mesa redonda en la
que Carlos hubiera tenido que intervenir.
396
UNA OBRA POLIFACÉTICA
Carlos Serrano empezó su itinerario de investigador en un momento en que la historia social se emancipaba de la historia económica —dejando de ser sólo fruto de las
encuestas sociales, según el modelo de Le Play, desde Jaime Vera, Valentín Almirall,
hasta Joaquín Costa y Ángel Marvaud— y se constituía en historia estructural de las
clases sociales basada en las relaciones de producción. Proponía una explicación
coyuntural de los movimientos sociales a partir de la evolución de las grandes variables
(precios, salarios etc.). Desde hace veinte años, el desarrollo de la historia de las mentalidades y de la historia cultural — y todavía más desde que se hundieron los grandes
sistemas explicativos heredados de las teorías del siglo XIX— disminuyeron a su vez
la autonomía de la historia social hasta considerar que lo cultural puede ser un factor
explicativo de lo social cuando anteriormente era más bien un reflejo. Carlos Serrano
siguió esta evolución llegando hasta el estudio de los símbolos, de las representaciones
y de la memoria pero con la inmensa ventaja de quien ya no piensa la cultura sin cuestionar lo social.
La tesis de Estado de Carlos Serrano, leída en 1984, Le tour du peuple. Crise nationale, mouvements populaires et populisme (recientemente publicada en castellano
con el título El turno del pueblo) recoge en un amplio abanico un conjunto de trabajos
en los que se estudian la coyuntura finisecular, los movimientos espontáneos y sus
variantes regionales, la respuesta de los movimientos obreros organizados a la crisis, y
por fin los intentos renovadores (desde los regionalismos, el populismo de Blasco
Ibáñez hasta el nacimiento de los intelectuales como categoría sociopolítica). Con
Jacques Maurice escribió un librito sobre Joaquín Costa (1977) dentro de la misma
colección de Siglo XXI que editó más tarde, en 1984, su síntesis sobre la crisis finisecular, Final del Imperio (1895-1898).
DE LA HISTORIA SOCIAL A LA HISTORIA CULTURAL
Desde la práctica de la historia social, con la publicación de algunos trabajos (como “Juan José Morato y la Historia” (1983) que acogió Antonio Elorza en la revista
que dirigía Estudios de Historia Social, Carlos Serrano no se interesó tanto por el
estudio de las organizaciones como por el de las prácticas y de las ideologías. Así fue
cómo llegó a la historia intelectual por medio del estudio de la cultura obrera.
Nos mostró entonces que la historia cultural no era sólo el estudio de minorías intelectuales y que el estudio de la vida colectiva no pasa sólo por el acercamiento estadístico, aunque los logros de la investigación cuantificada y seriada son indiscutibles, y
constituyen un aporte ya irreversible desde un punto de vista metodológico. De entrada, y para lo que al campo propio de la historia cultural se refiere, no dejaba de ser
insatisfactoria la idea de una metodología que más o menos explícitamente renunciaba
a tomar en cuenta las “obras” literarias, artísticas, etc., cuyo carácter de singularidad
parecía hacer irreductibles al imperio de la serie. Pero, más generalmente, la investigación actual, tras el período eufórico de las largas series, ha señalado el carácter reductor
de un procedimiento cuantitativo que, al no proporcionar más que datos medianos,
trivializa, alisa la realidad histórica de la que pretendía hacerse fiel retratista. Es más:
397
para algunos de sus críticos, este acercamiento cuantitativo peca de raíz, puesto que por
fuerza tiende a borrar no ya sólo el accidente, sino que también la mutación brusca y,
por ende, a infravalorar toda expresión de tensión o de conflicto.
A través de la serie, lo que se consigue alcanzar a menudo es, más que nada, el resultado de la imposición de modelos culturales pre-elaborados, falsificador en su
aparente continuidad que no es más que el resultado de la eliminación de diferencias o
discrepancias. Michel Vovelle, hablando de las fuentes seriales en el terreno judicial,
marca los límites de su validez en unos términos que pueden hacerse extensivos a los
demás territorios del cuantitativismo: “uno cree aprehender la realidad de los comportamientos y lo que encuentra es el código moral y represivo de una sociedad” (On croit
saisir la réalité des comportements; ce que l'on trouve, c'est le code moral et répressif
d'une société). En el fondo, la actual tendencia de la historia cultural a regresar a lo
excepcional, pero haciendo suyos los logros alcanzados por la investigación de lo
plural y serial, puede entroncar inevitablemente con el examen de la singularidad de
una figura y hasta de una obra, con lo cual, dicho sea de paso, no haría otra cosa que
reanudar con ciertos intentos de sus padres fundadores: ¿no fue acaso el empeño de
Lucien Febvre el entender, por ejemplo, a Rabelais?
Lo que se está planteando a través de estas referencias, es que, en la perspectiva de
una historia cultural auténtica, no es ya posible, por un lado, descartar la “obra” singular en nombre de la serie masiva –como quería hacerlo el cuantitativismo ingenuo de
los años 60–, como tampoco sigue siendo factible, por otro, el de limitarse a considerarla desde la óptica de la historia de la literatura (o del arte) al uso, esto es, como un
mero eslabón en la sarta de las “grandes obras” de un país o de un momento, enfocada,
pues, desde la perspectiva de una total inmanencia.
Así lo entendió Carlos Serrano cuando se interesó por la “institucionalización” del
Don Juan en la tradición cultural española de los siglos XIX y XX (1990). La mayoría
de las historias literarias suelen evocar el hecho de la representación de una obra de
tema donjuanesco para el día de Difuntos como un hecho evidente, del que no parece
que nadie se haya interesado en investigar los orígenes y la función. En una primera
aproximación Carlos Serrano trató entonces de elaborar la cronología documentada del
fenómeno, que parece nacer en Barcelona a finales del siglo XVIII y no tocar Madrid
hasta 1860, donde sin embargo pasa a darse ya como práctica anual y sistemática a
partir de 1863, prolongándose esta tradición hasta por lo menos la Guerra civil. El
conjunto de esta producción invita a interrogarse sobre el uso colectivo que la sociedad
española, en sus diversas componentes, hace de un tema cultural general como es el de
Don Juan y de una obra singular, el Tenorio de Zorrilla.
A lo largo de la última década, quizá la más fecunda de su vida, Carlos Serrano siguió ocupándose de las mismas cuestiones pero con otro enfoque metodológico que
había asimilado los logros de la amplia encuesta de Pierre Nora Les lieux de mémoire,
Pero este cambio lo anunciaba el estudio antes aludido. Desde mediados de los noventa, Carlos Serrano empezó a estudiar la adhesión afectiva a unos valores, retórica,
discurso que contribuyeron, junto a la violencia de la represión, a la eficacia del régimen franquista que ostenta desde la organización del espacio, la escenografía pública
hasta la explotación del cine y de la literatura el monopolio de la expresión pública.
398
Esta labor representa un acercamiento original al franquismo que seguía siendo objeto
de repulsión de parte de los historiadores franceses y sólo había suscitado el interés de
unos cuantos politólogos o literatos.
Después de haber estudiado la España franquista desde sus representaciones en el
coloquio titulado Imaginaires et symboliques dans l’Espagne du franquisme cuyas
actas publicamos en diciembre de 1996 en el Bulletin d’Histoire Contemporaine de
l’Espagne, Carlos Serrano se interesó por la simbología y el imaginario colectivo en la
crisis de Cuba con el coloquio que coordinó con Consuelo Naranjo en l998 en el CSIC
y en la Casa de Velázquez dedicado al estudio de las visiones recíprocas entre España y
sus antiguas colonias, Imágenes e imaginarios nacionales en el ultramar español.
Últimamente este giro metodológico le llevó al estudio de la búsqueda iconográfica del héroe español en las estatuas conmemorativas en los siglos XIX y XX así como
el dedicado en Madrid a los héroes del Caney que murieron junto al general Vara de
Rey cerca de Santiago de Cuba durante el verano del 98. Rafael María de Labra había
soñado con un monumento que tuviese el significado abstracto de un sacrificio común
y no fuera una mera ilustración de una batalla. Carlos Serrano muestra cómo ilustra
esta estatua la emergencia de una idea de la Hispanidad. Su posterior acercamiento
crítico a los discursos sobre la crisis o su contribución al estudio del léxico político
español con título de Edgard Morin “ Le paradigme perdu: Camarada, compañero,
ciudadano” (Bulletin Hispanique, 1999), ilustra un proceso que culminó en 1999 con
el libro consagrado al estudio de las expresiones simbólicas de la identidad nacional en
los dos últimos siglos, El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos y nación, centrado
en temas de memoria histórica y de simbología nacional: bandera, himno, fracaso de
los monumentos nacionales, fiesta nacional.
UN HISPANISTA COMPLETO
Carlos Serrano fue un hispanista completo que se especializó tanto en historia como en literatura, sin olvidar que era capaz de prologar un libro de fotos de Capa. Cabe
mencionar las aportaciones notables de Carlos Serrano al estudio de la literatura desde
los rasgos autobiográficos en la obra del joven Unamuno (1979) hasta la poesía de
Abel Martín (1993), el personaje apócrifo de Antonio Machado (“Hipotexto místico
para un cancionero profano. A propósito de Abel Martín”), en el que examina la huella
de San Juan de la Cruz en la obra machadiana, mostrando cómo el erotismo de Abel
Martín, aunque derivado del misticismo nace como aspiración a la diversidad, como
reconocimiento de una necesaria alteridad y cómo lo apócrifo puede fundamentarse en
una hipertextualidad que muestra lo mismo en lo otro, y reproduce para negar. Encuentra asimismo las huellas de un populismo ambiguo hasta en el reverso convulsivo
de un discurso histórico que estudia en el teatro de Valle-Inclán, partiendo del análisis
de la violencia de la historia pero también de la irrisión y de la farsa en las Comedias
bárbaras (1997) interesándose por la nueva escritura y la nueva estética de Valle, que
desvirtúa este discurso histórico con una vuelta al pueblo, mediante una carnavalización de la historia.
Los españoles no ignoran desde Cervantes (y los franceses quizá desde Proust) que
la idea que uno se hace de la realidad forma parte de esta misma realidad. Si entende-
399
mos por historia lo que se vive y por literatura lo que se imagina, hablar de historia de
la literatura incurre en una práctica pleonomástica puesto que la literatura forma parte
de la totalidad histórica. La historia y la crítica literaria no constituían para Carlos
Serrano dos vías de exploración distintas. Lo cual no significa que quepa sugerir la
preeminencia de lo real sobre lo imaginario estableciendo una jerarquización científica
entre ambos ámbitos en base a unos criterios objetivos. Pero la historia, aunque sigue
interesándose poco por los hechos literarios (como si se tratara de un universo demasiado subjetivo como para ser fidedigno), ha sacado provecho de los notables progresos de la crítica literaria entre los años 1960 y 1980: el documento llegó a ser un texto y
acabó siendo un discurso cuyo estudio el historiador amplía al de las representaciones
mostrando cómo unas texturas heterogéneas encierran marcas del sujeto e indicios de
lo social.
En estos márgenes —cambiando a menudo de punto de vista para aclarar mejor su
objeto de estudio— Carlos Serrano se movía a sus anchas. Conocía las nuevas disciplinas que revelan la vanidad de las antiguas fronteras y los progresos fulgurantes de la
antropología, de la sociología, de la psicología, de la linguística que fecundaron tanto
su crítica literaria como su práctica de la historia social, de la historia de las mentalidades o de la historia cultural.
Carlos Serrano deja un gran vacío en el hispanismo francés y en esta Casa de Velázquez en la que participó en numerosos encuentros sobre historia social, sobre Machado, Azaña etc. Carlos Serrano amaba la vida, le gustaba dialogar, animar seminarios
y equipos de investigación como aquel en el que, con Brigitte Magnien, Jean-François
Botrel, Serge Salaün, Jean-Michel Desvois, y otros colegas, me honré de colaborar. Era
una colaboración peculiar aquella que pocos son capaces de llevar a cabo, pues después de haber redactado un esquema en función de las especialidades de cada uno, la
crítica mutua era feroz y cada uno la practicaba y se sometía a ella sin que dejásemos de
ser amigos. Desde estas presuposiciones se abordó para los años 1900 y más recientemente para los años 20, la vida económica y política, los medios de comunicación, la
edición y la prensa, la producción cultural, la educación, el papel de los intelectuales, la
cultura urbana, los espectáculos, la crisis del realismo como modelo narrativo: un
proyecto y una ilusión que desde una reunión que celebramos en Toledo, en marzo de
1984, llamábamos “la historia cultural”.
En un momento en que la espeficidad de la historia cultural en relación con las
demás historias estaba por definir, y, en el caso de la España de los siglos XIX y XX,
por explorar, este ensayo que coordinó con Serge Salaün, titulado 1900 en España está
dedicado al estudio de la bisagra entre ambos siglos (1895-1905). Propone una serie de
calas en torno a la difusión y al mercado de los bienes culturales, a las causas institucionales o estructurales del divorcio entre el país legal y el país real, y a la aparición de
unos intelectuales que se creen capaces de hablar en nombre del pueblo. Se trata de
evaluar la capacidad renovadora y las voluntades modernizadoras en el momento en
que España entra en el siglo XX.
Carlos nos enseñó algo más: nos dio una gran lección de vitalismo y de valor que
compartió con su compañera Amaya a quien cabe dedicar este homenaje. Estuvo
convencido y logró convencernos a todos de que la enfermedad no podía con él y de
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que cada día que pasa es una felicidad añadida. (No me es fácil conjugar los verbos en
imperfecto del indicativo. Carlos está aquí, me espera en la Hemeroteca, o en la Biblioteca Nacional). No se quejó nunca y siguió trabajando “como si todo tuviera sentido”.
Cuando sabemos que otro gran hispanista, el historiador de la época moderna Alain
Milhou, quien presenció con nosotros su entierro, le acompaña ahora en nuestro recuerdo tenemos la impresión de cruzar un terreno minado y —al despedir a quienes
nos acogieron tan generosamente en el oficio— el consiguiente deber de ser más
activos, más rigurosos y quizá de tener más prisas, en cualquier caso de ir a lo nuevo y
a lo esencial. Carlos Serrano detestaba el saber que paraliza la actividad. Una frase
puede resumir la inquietud intelectual que le caracterizó. Según decía Goethe a Schiller
(19 de diciembre de 1798) citado por Nietzsche en el prólogo a Sobre la utilidad y
sobre los inconvenientes de la historia para la vida: “Detesto lo que sólo sirve para
instruirme, sin aumentar ni estimular directamente mi actividad” o, según me escribía
Carlos para animarme, con este vocabulario taurino que compartíamos a veces hasta en
las gradas de la plaza de toros de Ventas: “¡Al toro!”
Por estas aportaciones a los estudios históricos y literarios, por la inquietud intelectual permanente que le caracterizó, por esta cordialidad indefectible que tenía tanta
importancia a la hora de orientar a los más jóvenes, Carlos Serrano contribuyó a hacer
que el hispanismo fuera más riguroso, más abierto y más inteligente, pero también más
humano y más alegre.
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l’Homme/UMR TELEMME/Université de Provence B.P. 647/F-13094 AIX-ENPROVENCE CEDEX 2.
• Mandat-poste international (imprimé jaune) adressé à Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne/C.C.P. BORDEAUX 5060 95 X 022/France.
IBAN : FR56 2004 1010 0105 0609 5 X02 209
BIC : PSSTFRPPBOR
Nous recommandons cette solution simple et peu onéreuse à nos lecteurs résidant à
l’étranger, qui devront pour cela s’informer auprès d’un bureau de poste.
Pour tout renseignement complémentaire:
Téléphone : 33 (0)4 42 52 42 05 Télécopie: 33 (0)4 42 52 43 73
Courrier électronique : [email protected]
403
HOJA DE PEDIDO
APELLIDO, Nombre
DIRECCIÓN
IMPORTE
Suscripción por dos números (a partir del nº……), al Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne (particulares:36 €, bibliotecas,instituciones, etc.: 46 €., franco de
porte)
FF.
Números sueltos (25 €., franco de porte)
-nº
1-2:
La crisis ideológica de la Restauración
-nº
14:
Alfabetización y escolarización en España
-nº
24:
Imaginaires et symboliques dans l’Espagne
du franquisme
-nº
26:
Dedicado a Manuel Tuñón de Lara
-n°
30-31 : Fêtes, sociabilités, politique dans l’Espagne
contemporaine
TOTAL
€
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€.
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Pago, según su conveniencia, por:
• Giro internacional (impreso amarillo) dirigido a nuestra cuenta corriente postal:
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• Cheque francés o cheque extranjero (en euros o divisas convertibles –su banco o caja
de ahorros se lo extenderán–) adjunto, a la orden de Bulletin d’Histoire Contemporaine
de l’Espagne, dirigido a Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne/Maison
Méditerranéenne des Sciences de l’Homme/UMR TELEMME/Université de Provence B.P. 647/F-13094 AIX-EN-PROVENCE CEDEX 2.
Información: Tel. 33 (0)4 42 52 42 05
Fax 33 (0)4 42 52 43 73
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