Numéro 32-36 en texte intégral, pages 249 à 403
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Numéro 32-36 en texte intégral, pages 249 à 403
EL CONCEPTO DE NACIÓN EN LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA1 Ramón LÓPEZ FACAL S e estudia el concepto de nación que utilizan los estudiantes de bachillerato, tratando de explicar en qué medida la enseñanza de la historia facilita o no la construcción de un concepto que sea aceptable, tanto desde el punto de vista de valores sociales democráticos como desde una perspectiva académica rigurosa. Se combinan metodologías de tipo cuantitativo, para el análisis de libros de texto y materiales producidos por escolares y de tipo cualitativo, para aproximarse a la argumentación de los jóvenes sobre el tema estudiado. Tras los capítulos iniciales dedicados, por una parte, a exponer el estado de la cuestión en la historiografía reciente, en los estudios sobre nacionalismos, y en la investigación educativa y, por otra, la justificación de las metodologías utilizadas, se ha estructurado la investigación en cuatro amplios capítulos con los siguientes títulos: la nación enseñada, la nación ocultada, la nación aprendida y la nación cuestionada. En la nación enseñada se realiza un detallado análisis del concepto de nación en los manuales escolares de historia de España desde principios del siglo XIX hasta la Ley General de Educación de 1970. Llama la atención la continuidad, durante ese largo periodo, de un concepto de nación histórico-organicista, de origen liberalromántico, construido fundamentalmente a mediados del siglo XIX y que fue asumido en algunas de sus características básicas tanto por el pensamiento integrista católico del último cuarto del siglo XIX, como también, aunque con elementos diferenciados, por el liberalismo progresista agrupado en torno a la Institución Libre de Enseñanza. La existencia de elementos comunes —relacionados con la etnicidad e historicidad de la nación— han hecho que este concepto mantuviese su presencia de manera hegemónica e incuestionable hasta los años finales del franquismo sin que las obvias diferencias ideológicas presentes entre los autores de libros de texto a lo largo de más de un siglo, hayan afectado en lo esencial, al concepto de España que se ha enseñado en los libros escolares de historia. Por otra parte, también se analiza la debilidad del sistema educativo español en esa etapa y sus efectos en la débil nacionalización del conjunto de la sociedad. Este hecho explica, en parte, el fracaso de los esfuerzos adoctrinadores del franquismo que, indirectamente, propició un amplio rechazo a un concepto de nación que había tratado de monopolizar: “Además del fracaso del concepto de nación del nacional-catolicismo franquista por ser incompatible con la modernización, el sectarismo excluyente de ese régimen político basado en la retórica de “vencedor de la anti-España”, impedía que, por lo menos el cincuenta por 1Tesis doctoral leída en noviembre de 1999 en la Universidad de Santiago de Compostela (dir.: Prof. Justo G. Beramendi y J. Ignacio Pozo Municio). Existe una edición íntegra en CDRom realizada por la Universidad de Santiago. ciento de la población se pudiese identificar con él. El nacionalismo franquista y su concepto de nación carecieron pues, de la virtualidad político-ideológica más potente de los nacionalismos: la cohesión social interclasista en un sistema de valores compartidos.” [pág. 162]. El capítulo titulado "La nación ocultada" se ocupa de un aspecto poco estudiado hasta ahora: la transformación de la enseñanza de la historia que se inicia en los últimos años del franquismo y llega hasta la actualidad. El punto de partida es la Ley General de Educación —LGE— de 1970 que se presenta como el momento de ruptura con la larga tradición anterior; a partir de ella se abandonaron, en los programas y en los manuales escolares, los elementos más tópicos del nacionalismo español. Este cambio ha venido inducido por lo ocurrido en otros países europeos (Francia, Alemania…) tras las dos guerras mundiales, cuando comenzó a cuestionarse la tradicional intencionalidad nacional-patriótica en la enseñanza de la historia, y se sustituyó la irracional exaltación de lo propio y el menoscabo del enemigo secular por la difusión de valores comunes. Este hecho favoreció el éxito arrollador de la escuela de Annales en la historiografía escolar francesa —y posteriormente en la española— superando los viejos esquemas positivistas. “En la España de finales de los sesenta y primeros setenta está relacionado [el cambio en la enseñanza de la historia] —además de con el íntimo deseo de identificarse con la “civilización occidental” del bando que se apuntaba como vencedor de la guerra fría— con la inadecuación de una identidad simbólica que identificaba la nación con el integrismo católico. La sociedad española, cada vez más urbanizada, cada vez más abierta a las influencias exteriores (…) no podía asumir ya los tópicos decimonónicos: la superioridad del carácter español sobre la “decadencia moral” de los otros países europeos. La nación es una idea, no una realidad material, y únicamente cobra existencia real en la medida en que es asumida por la mayoría de la población que actúa en función de ella. Pero cuando la imagen simbólica, ideal y no material, entra en contradicción con las experiencias cotidianas y las aspiraciones más inmediatas, acaba por derrumbarse y parecer ridícula”. (págs. 240-241). En los planes de estudio posteriores a la LGE, la enseñanza de la historia se diluyó en una imprecisa área de ciencias sociales en las etapas de escolarización obligatoria, reduciéndose el estudio de la historia de España a un único curso de bachillerato. La influencia de Annales incidió en que la historia enseñada, con la excusa de hacerse “total”, se limitase casi únicamente a desarrollar aspectos económicos y sociales reduciendo al mínimo la dimensión política. Desaparecieron así, de golpe, los mitos tradicionales del nacionalismo español; sin embargo no se realizó ni una somera revisión crítica sino que se produjo una ocultación, por lo que no es difícil identificar su presencia implícita en los libros de texto, ya sea en las ilustraciones, la información o los mapas históricos en los que suelen proyectarse fronteras actuales para cualquier época del pasado. En la representación social de la nación que asume la mayoría de los escolares perviven elementos histórico-organicistas, bastante tópicos, pese a que estas formulaciones ya no figuran explícitamente en los libros de texto; sin duda contribuye a ello su presencia implícita y la ausencia de la menor crítica a ese tipo de formulaciones. En el mismo capítulo —la nación ocultada— se analiza el discurso escolar de los emergentes nacionalismos alternativos, centrándose en el caso gallego. Se constata la utilización de una idea de nación especular a la utilizada por nacionalismo español 252 tradicional (histórico-organicista) en la que únicamente cambia el referente nacional. Otro de los aspectos abordados es la mayor presencia de los mitos nacionalistas (tanto españoles como gallegos) en los manuales escolares de otras materias, como las respectivas literaturas, de una manera mucho más explícita que en los de ciencias sociales o en los de historia de España. En el capítulo la nación aprendida se presentan las ideas que expresa el alumnado actual de bachillerato sobre la nación y los nacionalismos. El estudio comienza por el análisis de los problemas específicos de enseñanza y aprendizaje de conceptos históricos, a la luz de las recientes aportaciones de la psicología cognitiva y otras ciencias de la educación para ocuparse, a continuación, de las respuestas escolares obtenidas a partir de las pruebas de acceso a la universidad (análisis de unos 500 exámenes), y de diversos cuestionarios desarrollados entre los años 1996 y 1998 en varios institutos gallegos. Los resultados podrían resumirse en la siguiente frase: “En la representación social de la nación, por lo menos entre los escolares de 17-18 años de Galicia, tienen una importancia muy grande elementos procedentes de la tradición histórico-organicista: lengua, cultura, territorio… y, en menor medida, la historia. Coexisten con otro tipo de representaciones más infantiles como son las de identificar nación y Estado” (pág. 356). Se atribuye a otras asignaturas diferentes a la historia, de manera destacada a los contenidos habitualmente presentes en la enseñanza de la legua y literatura gallegas (materia obligatoria en todos los cursos de la enseñanza primaria y secundaria) una mayor incidencia en la formación del concepto de nación asumido por los y las estudiantes. Esto podría explicar por qué las concepciones que en la investigación se identificaron como histórico-organicistas están presentes en mayor medida entre el alumnado de los bachilleratos de humanidades y ciencias sociales que entre los que siguen las modalidades de ciencias y tecnología. En la nación cuestionada se plasman los resultados de estudios de caso a partir de entrevistas individuales realizadas a diversos escolares y de la organización, transcripción y análisis de debates que se mantuvieron en las aulas —estructurados en grupos reducidos de cinco o seis estudiantes— sobre problemas específicos de conflictos nacionales (Irlanda del Norte tras los acuerdos de Stormont y el País Vasco); se utilizaron técnicas cualitativas. No se aprecian diferencias significativas sobre el concepto de nación expresado por alumnos de diferentes ideologías, que parece independiente del referente nacional asumido (España o Galicia según los casos). La transcripción y análisis de los debates, en los que sólo intervienen los estudiantes, permite apreciar que el esfuerzo que realiza cada alumno o alumna para construir una argumentación convincente favorece la formulación de conceptos de complejidad creciente, incorporando nueva información y haciéndolos progresivamente más consistentes (con mayor coherencia interna, independientemente del concepto o del referente nacional asumido). Los debates no sirven, en casi ningún caso, para que los participantes modifiquen sus posiciones iniciales, sino para desarrollar la capacidad de argumentación. En este sentido apuntan un interesante camino para la renovación de la enseñanza de la historia orientada hacia la comprensión y la construcción de conceptos sociales —es decir, históricos— que faciliten un conocimiento más riguroso. 253 Esta potencialidad educativa queda de relieve en el caso de una alumna, identificada como “Ester”, que llega a percibir sus contradicciones al expresar su idea de nación: “Los tópicos histórico-organicistas chocan con los propios sentimientos que tampoco son racionales. Esta toma de conciencia es, de hecho, fruto de la reflexión escolar, es conocimiento. Se da cuenta de su propia inconsistencia y, en esa medida, estará en disposición de racionalizar mejor su discurso siempre que se le aporten nuevos datos e informaciones que hagan posible la reconstrucción del concepto [de nación] desde la coherencia y la racionalidad; sólo a partir de la consciencia y de la reflexión logrará superar los prejuicios y los tópicos que integran la representación social de la nación que se asumen como verdades evidentes” (págs. 445-446). La cita de Iggers con la que concluye el capítulo sobre la nación cuestionada pone de manifiesto la intencionalidad de esta tesis: “Esta nueva comprensión de la sociedad exige una nueva comprensión de la historia, la cual, a su vez, requiere una reorientación de las ideas sobre las formas establecidas de la ciencia y la utilización de la ciencia. Si el objeto no son ya las instituciones centrales del estado y de la economía, la ciencia histórica ha de desarrollar nuevas estrategias de investigación que sean adecuadas para ocuparse con espíritu crítico de los muchos seres humanos en sus respectivas relaciones existenciales” (Georg G. Iggers, La ciencia histórica en el siglo XX, Barcelona, Idea Books, 1998, p. 21-22). LES REFUGIÉS CARLISTES EN FRANCE DE 1833 A 1843 1 Sophie FIRMINO L e 29 septembre 1833, le roi d’Espagne, Ferdinand VII meurt. Sa fin déclenche la première des guerres carlistes de l’Espagne contemporaine : la guerre de “ sept ans ” (octobre 1833 – août 1840). Ce soulèvement qui affecte principalement le nord de l’Espagne – des Provinces basques, en passant par la Catalogne et jusqu’à la Province de Valence – s’achève par la défaite des carlistes dont environ 30.000 trouvent refuge en France. C’est précisément vers ces exilés (militaires ou civils qui ont subi ce conflit ou y ont pris une part active) que va se tourner notre étude. Nous avons donc la possibilité d’aider à construire l’histoire de ces réfugiés politiques ; étant donné que, dans l’abondante bibliographie traitant de la question carliste, ce thème de l’exil espagnol est rarement abordé. Les questions qui définissent la problématique de 1 Thèse d’Etudes Hispaniques soutenue le 8 décembre 2000 à l’Université François Rabelais de Tours. Directeur de recherches: M. le Professeur Jean-Louis Guereña. 254 cette recherche ont trait, dans un premier temps à la présentation du profil socioprofessionnel de ces réfugiés qui fuient les revers ou les représailles : qui sont-ils ? Ensuite, il s’agit de voir comment ils ont été accueillis par les autorités et, en particulier, par les autorités départementales qui doivent accomplir les ordres émanant des autorités centrales. Quelle conduite ont-ils adopté lors de leur séjour ? Comment ont-ils envisagé leur exil, dans le court ou le long terme ? Les populations ont-elles favorisé l’intégration des membres de cette immigration carliste ? Par notre recherche, nous explorons ainsi un sujet aux multiples facettes. Afin de mener à bien cette étude, nous avons placé ce thème entre deux bornes chronologiques. La première d’entre elle est fournie par l’éclatement du conflit, en septembre 1833, et la venue sur le territoire français des premiers réfugiés. Tandis que la borne extrême se situe elle, en 1843. Ce choix n’est cependant pas motivé par un quelconque événement marquant qui aurait surgi alors, si ce n’est que sur le plan de la politique interne espagnole l’année 1843 marque la fin de la Régence et le début de la majorité du règne d’Isabelle proprement dit. Etudier l’immigration carliste jusqu’en 1843, sans trop s’étendre, permet ainsi de connaître son sort dans les divers dépôts d’accueil, même si la présence de réfugiés carlistes issus de la première guerre est effective au moins jusqu’au début de 1850, parce qu’une minorité d’entre eux s’est intégrée au sein de la société française. Quant à la délimitation géographique de notre champ d’étude, elle est d’autant plus complexe que quasiment tous les départements ont reçu des réfugiés espagnols en plus ou moins grande quantité. Notre champ d’étude porte sur toute la France, mais nous avons choisi de centrer plus spécifiquement notre recherche sur treize départements, à partir des ressources des archives départementales : le Nord, les Yvelines, Paris, la Haute-Marne, la Vendée, la Vienne, la Nièvre, le Lot-etGaronne, la Gironde, les Pyrénées-Atlantiques, les Hautes-Pyrénées, les PyrénéesOrientales, le Var. Nous avons donc dépouillé des centaines de sources manuscrites et une multiplicité de dossiers renfermant des renseignements concernant la surveillance, les catégories socioprofessionnelles des réfugiés espagnols, leurs activités exercées pendant leur séjour en France. Au cours de ce travail, nous avons apporté un certain nombre de réponses aux questions qui définissaient la problématique de cette recherche. Et tout d’abord, nous suivons la trace des réfugiés au moment de leur passage de la frontière des Pyrénées, et nous étudions les modalités d’accueil des autorités françaises à leur égard. Lorsque les réfugiés carlistes foulent le sol français, ils côtoient des Espagnols qui sont venus trouver refuge avant eux. Ce sont, pour la plupart, des anciens “ prisonniers de guerre ” du temps de l’Empire, des afrancesados et des libéraux. De 1833 à 1843, plusieurs raisons conduisent les militaires carlistes à trouver refuge en France : les mauvaises conditions économiques (des rations réduites), les problèmes de santé, mais surtout des actions militaires parfois désastreuses. Nous avons ainsi affaire tantôt à des flots de faible importance (au début de la guerre de 1833 à 1835), tantôt à des foules (surtout à la fin du conflit en 1839-1840), dont le prétendant au trône Don Carlos fait partie, car il doit lui aussi se résigner à passer la frontière française, le 14 septembre 1839. A leur arrivée, les réfugiés carlistes sont l’objet d’une méfiance gouvernementale. Et sous Louis-Philippe, l’organisation de cette immigration est le résultat 255 d’une politique préconçue. Les décisions sont élaborées de façon empirique qui autorisent le gouvernement à fixer la résidence des réfugiés, à contrôler leurs déplacements et leurs activités ou à statuer sur les modalités de versements des subsides. Pour la première fois, une véritable politique d’accueil à l’égard des étrangers et des réfugiés est mise en place, même si, à l’époque, il manque encore une définition juridique du national, de l’étranger et –à plus forte raison– du réfugié. Ce qui est sûr, c’est que la France doit exercer, dès le début du confit carliste, une surveillance renforcée de la frontière des Pyrénées. Les passages d’hommes et les transferts de marchandises destinées aux carlistes (contrebande) sont susceptibles de troubler la sécurité intérieure des deux pays. Et malgré l’accroissement de détachements militaires et de gendarmerie sur la frontière, des zones restent moins surveillées (la Haute-Garonne et les HautesPyrénées). Les autorités tentent néanmoins de canaliser et de contrôler l’immigration carliste grâce, entre autres, à cinq postes frontaliers. Depuis ces villes de la frontière, les réfugiés sont contraints à la loi de l’internement. Au préalable, les officiers sont séparés des sous-officiers et des soldats, et partent pour leur résidence par petits groupes (30 personnes), tandis que ces derniers forment des détachements plus importants de l’ordre de 100 personnes. Tous doivent être pourvus de passeports pour effectuer un voyage qui ne dure, en moyenne, qu’entre un et quinze jours. L’installation des Espagnols doit se faire dans une zone bien délimitée, loin des frontières. Mais malgré l’interdiction qui pèse sur les réfugiés de résider dans certains départements du sud, de l’ouest et du centre, les autorités leur accordent ces destinations. En effet, les départements où l’importance numérique des carlistes est la plus forte sont ceux du sudouest, précisément ceux qui leur sont interdits. Il est incontestable que ce qui caractérise ces réfugiés, c’est leur relative jeunesse, l’âge moyen étant de 30 ans. Quant à l’état matrimonial, 59 % d’entre eux sont célibataires, 39 % sont mariés et les 2 % restants sont veufs. Cette émigration pour cause politique est avant tout une affaire d’hommes : les femmes ne représentent que 5 % de la population carliste réfugiée. Pour ce qui est des catégories socioprofessionnelles, les militaires se trouvent logiquement en première position et représentent 61,5% du total, le groupe des civils est lui de 38,5 %. Nous remarquons que, par opposition à l’immigration de la période 1823-1833, où ses membres faisaient partie d’une élite (hauts fonctionnaires, intellectuels), celle qui nous occupe est d’une autre composition sociale. Le contingent des civils qui, bon gré mal gré, ont laissé leur métier ou se sont arrachés à l’oisiveté, est composé de la façon suivante : 9 % d’ecclésiastiques ainsi que 9 % de travailleurs agricoles ; 6% d’artisans ainsi que 5% d’individus travaillant dans le secteur des services et 3 % de personnes sans profession. Nous trouvons également 2,5% de propriétaires ainsi que 2,5% de membres de professions libérales, 1% d’étudiants et enfin 0,5 % d’aristocrates. Par ailleurs, l’étude de la correspondance entre le ministre de l’Intérieur et les préfets, entre autres, révèle que ces derniers s’écartent très souvent des décrets promulgués par leur supérieur. Cela provoque parfois un froid à l’échelon diplomatique. Pendant leur exil, les Espagnols trouvent des sympathies auprès des populations et, tout particulièrement auprès des notabilités légitimistes qui les aident financièrement et moralement. En général, l’opinion publique oscille entre réserve et bienveillance ; 256 parfois, l’inquiétude l’emporte sur tout autre sentiment lorsque les autorités font état d’évasions, d’intrigues politiques ou de rixes, de jets de pierre provoqués par les réfugiés. Comme les allocations ne peuvent pas leur être distribuées indéfiniment, les autorités et les entrepreneurs locaux se chargent de leur procurer du travail. Ils épousent alors les conditions de vie de la classe ouvrière française et sont employés dans l’agriculture, le bâtiment ou l’artisanat. Très peu de réfugiés ont travaillé dans le secteur tertiaire ; néanmoins il est fréquent qu’ils donnent des cours particuliers dans des familles d’aristocrates ou que des ecclésiastiques disent des messes. Au bout d’un certain temps, la plupart des réfugiés vont progressivement rejoindre leurs foyers en Espagne, en profitant des divers décrets d’amnistie qui sont promulgués, à partir de 1840. Ceux-ci sont des freins à l’installation et à l’intégration des réfugiés en France. D’autres réfugiés vont réussir dans le moyen ou long terme à se fondre dans la masse. L’investissement personnel dans la société d’accueil, dont le travail est un aspect essentiel, est souvent la conséquence de la stabilisation. Les “ mariages mixtes ” constituent également une étape essentielle à l’intégration dans la société d’accueil. Les réfugiés demandent à être naturalisés ou admis à domicile ; là encore, le nombre de demandes est dérisoire. Enfin, d’autres réfugiés préfèrent s’engager dans la légion étrangère en Afrique. 40% de la population espagnole, après 1843, se fixe dans les sept départements du sud-ouest aquitain (Pyrénées-Atlantiques, Haute-Garonne, PyrénéesOrientales, Gironde, Lot-et-Garonne, Tarn-et-Garonne), de façon plus surprenante, dans l’ouest et le nord de la France (Amiens, Arras, Alençon). Grâce à notre étude, nous avons pu nous faire une idée plus précise de la situation politique et sociale de la France et de l’Espagne et prendre conscience de l’importance que revêt, pour l’Espagne contemporaine, le thème de l’émigration politique (phénomène constant à partir de la première guerre carliste). NATIONALISME ET THÉÂTRE PATRIOTIQUE EN ESPAGNE 1 PENDANT LA SECONDE MOITIÉ DU XIXe SIÈCLE Marie SALGUES L e XIXe siècle est généralement donné comme le moment de l’affirmation des identités nationales et, dans ce contexte, l’Espagne connaît une trajectoire modèle, de sa guerre d’Indépendance, au début du siècle, jusqu’au “ Désastre ” de 1898 qui sanctionne la perte de ses ultimes colonies. Si les historiens ont longtemps débattu de l’absence d’une véritable 1Thèse soutenue le 14 décembre 2001 à l’Université de Paris III. Dir: Prof. Serge Salaün. 257 révolution bourgeoise en Espagne, il semble cependant qu’une classe moyenne aisée se consacre, à la faveur de la monarchie, à écrire son histoire et à se chercher une place aux côtés d’une noblesse en perte de vitesse. Parallèlement à l’élaboration d’une Histoire nationale, l’art de Thalie offre à la société la possibilité de se mettre en scène. Le théâtre patriotique parcourt toute la seconde moitié d’un XIXe siècle espagnol que ne cessent de secouer guerres et révolutions ; une telle continuité permet de chercher dans cette production une cohérence, d’en dessiner des constantes. Si ce théâtre est présent sur l’ensemble du territoire et, à ce titre, révélateur d’un phénomène national, il ne constitue, finalement, qu’un faible pourcentage des innombrables représentations théâtrales de l’époque. Cependant, c’est dans ses implications extralittéraires qu’il prend toute son importance. Pendant ces quarante années, théâtre et politique ont véritablement partie liée. Si toute production dramatique est nécessairement ancrée dans la période qui la voit naître, parce que le contexte, ici, est celui de nations en formation, parce que l’heure est aux définitions et à la défiance vis-à-vis des autres, la composante politique du théâtre est, plus que jamais, en jeu. Il se présente donc comme une sorte d’essence, de condensé, des présupposés idéologiques sur lesquels la bourgeoisie montante est en train de bâtir sa société idéale. Le travail s’est effectué à partir d’un corpus constitué de 198 pièces, venues de tous les coins d’Espagne (y compris de Cuba et Porto Rico, quand ces deux îles sont encore colonies espagnoles), et couvrant les quarante dernières années du XIXème siècle ; de 1859 à 1900, le théâtre patriotique s’édite à profusion, et il est joué encore bien plus. La consultation des journaux de l’époque, de façon systématique pour Madrid, sous forme de larges sondages pour la province, fait apparaître l’existence de nombreux autres titres impossibles à localiser actuellement. Les comptes rendus de représentations que l’on y trouve soulignent l’intérêt que prêtait cette société à son théâtre et permet de connaître les conditions dans lesquelles il se jouait. Ces pièces retracent les conflits qui se succèdent et les inquiétudes qu’ils entraînent, notamment autour de la très forte proportion de désertion dans les régions qui se sentent oubliées par le pouvoir central, dans les endroits les plus pauvres. On y voit, également, le reflet des interrogations de la société au sujet de l’inégalité inhérente au système de recrutement militaire (les “ quintas ”), le passage à la retraite des officiers de réserve en temps de guerre… Écrit par la bourgeoisie, comme en témoigne l’étude de l’origine socioculturelle des dramaturges du corpus, ce théâtre bâtit une société idéale et utopique où le bon peuple accepte de partir à la guerre, la fleur au bout du fusil. Mené correctement par une élite sans laquelle il n’est rien, il vient à bout des ennemis les plus terribles. L’Espagne manque des traditionnels vecteurs d’unité, par exemple ceux que la France exhibe pour expliquer l’avènement de son État républicain. Le service militaire, théoriquement obligatoire dans la Péninsule, est, en fait, extrêmement injuste, permettant le rachat des populations aisées et condamnant, inéluctablement, les plus pauvres. L’école ne s’est pas plus démocratisée 258 et les taux d’analphabétisme restent très fort : à la fin du XIXe siècle, ils atteignent encore de 55 à 60%, et peuvent même aller jusqu’à 75% dans le cas des femmes. Enfin, une langue unique n’a pas, non plus, réussi à s’imposer puisque les “ dialectes ”, comme on les appelle alors, et en particulier le catalan, semblent avoir retrouvé une seconde jeunesse. Dans ce contexte éclate la guerre d’Afrique, en 1859, qui soulève un enthousiasme véritablement populaire à travers tout le territoire. Point de départ de cette recherche sur le théâtre patriotique, ce conflit en est l’axe le plus important quantitativement puisqu’il est le thème de 82 des 198 pièces étudiées. De la nation unie autour de la lutte contre le Maroc puis de sa célébration, on passe insensiblement au “ Désastre ” final ; la perte des dernières colonies sanctionne le divorce entre une oligarchie catalane, qui se sent de plus en plus exclue du pouvoir, et les intérêts madrilènes et centralistes. De ce point de vue, la Catalogne apparaît comme un précurseur. La Galice démontre, par son théâtre, une adhésion encore sans faille au gouvernement central, tandis que le Pays Basque semble s’être maintenu à l’écart de ce théâtre durant toute la période, ou presque. Il ne présente, pour ce demi-siècle, que de très rares représentations patriotiques. A l’exclusion, donc, de cette région, le théâtre patriotique couvre toute la Péninsule et peut être envisagé comme un palliatif au faible sentiment d’appartenance à la nation espagnole. Il véhicule un message unifié, doctrinal, qui, parce qu’il adopte la forme théâtrale, est susceptible de toucher une vaste population. (Il faut, cependant, souligner que le “ peuple ”, l’ouvrier ou le paysan sans argent qui partiront, le cas échéant, à la guerre, ne va que très peu au théâtre, qui, malgré une baisse considérable de ses prix, reste fort cher pour lui). Cet art dramatique se base sur la recherche du spectaculaire, déploie de grands moyens techniques, éblouit et provoque une adhésion affective, irréfléchie, qui est son atout majeur. Il est d’autant plus efficace qu’il s’intègre parfaitement dans le panorama théâtral de l’époque et présente, donc, au public des éléments qu’il connaît et apprécie. En effet, ce théâtre est très majoritairement en vers, écriture qui prédomine encore alors. De même, la plupart des pièces ne comptent qu’un acte, relevant ainsi du genéro chico, qui surgit dans les années 1867-68 et occupe ensuite très largement les scènes espagnoles. L’influence de la zarzuela est, également, évidente, et près de la moitié des pièces sont des œuvres lyriques. Les trames et recours dramatiques reprennent les grands axes de la production et puisent à toutes les sources d’inspiration possible : allégories, très en vogue lors de la guerre d’Indépendance, romantiques –et abracadabrantes- histoires d’amour, tentatives de théâtre social vers la fin du siècle. Le modèle le plus fréquent est celui du théâtre historique, comme si les dramaturges s’efforçaient de faire passer à l’Histoire des faits qui relèvent encore d’une actualité immédiate. On présente, donc, comme déjà entérinée par le passage du temps, une lecture des événements sans aucun recul et qui reste la vision privilégiée des classes bourgeoises. Très habile, ce théâtre permet de toucher un public qui se trouve en deçà d’un engagement politique 259 qui conduirait à assister à des meetings, à prendre en compte une parole purement doctrinale. Les classes intermédiaires, moyennes, fréquentent abondamment le théâtre, lieu de sociabilité privilégié, et viennent y écouter ce qu’elles souhaitent entendre, la description d’une société à leur mesure et d’une Espagne revenue à sa gloire passée. Celle-ci se rêve puissance civilisatrice, elle prétend colporter une religion catholique qui la définit, jusqu’à un certain point au moins. Par delà cette image qu’il veut offrir aux nations extérieures, ce théâtre véhicule un message qui pâtit d’un certain archaïsme. Il met en scène l’idéal aristocratique auquel aspire une bourgeoisie qui n’a pas su définir sa propre identité. En ce sens, l’identité espagnole semble présenter les mêmes lacunes, les mêmes manques. L’Espagne ne se sent jamais tant elle-même que lorsqu’elle est en guerre, que lorsqu’un adversaire lui renvoie, en creux, l’image de ce qu’elle n’est pas. De ce fait, les dramaturges sont parfois tentés de s’inventer des ennemis, d’élaborer des conspirations contre la Péninsule, pour donner un contenu à leurs pièces. Cette adaptation de la réalité n’en est qu’une parmi bien d’autres ; alors qu’il se réclame d’une esthétique réaliste, en ce sens qu’il donnerait à voir les combats menés et la grandeur d’âme de celui qui les mène, ce théâtre reflète moins le réel que les clichés constitués dans l’ensemble de la dramaturgie de l’époque. La vision idyllique du peuple en est, probablement, la manifestation la plus criante. Si les critiques s’insurgent, la plupart du temps, contre ce théâtre qu’ils assimilent plus à de la manipulation qu’à de l’art, force est de reconnaître qu’il eut un réel succès, à certaines époques pour le moins. On dénombre plus de 2500 représentations à Madrid pour les quarante ans étudiés, et les sondages faits pour la province semblent montrer des proportions équivalentes. C’est sans doute un chiffre bien plus grand qu’il faudrait retenir finalement, si l’on prend en compte l’aspect lacunaire de l’information (les journaux spécialisés sont rares ; les quotidiens consacrent un espace important au théâtre, mais qui ne peut, cependant, excéder une certaine longueur), et le peu que l’on connaît des sociétés amateurs. Le théâtre est, à cette époque, un divertissement très à la mode, on sait que de très nombreuses sociétés amateurs se sont créées et ont effectivement fonctionné, sans que l’on en conserve aujourd’hui beaucoup de traces. Qu’ils aient une démarche opportuniste ou qu’ils soient guidés par un patriotisme réel, les dramaturges du corpus dressent le tableau d’une Espagne invincible et où l’honneur joue un rôle majeur. Les autorités, tout à fait conscientes du soutien que ce théâtre leur apporte, mais aussi des possibles dommages qu’il pourrait leur créer, le surveillent très étroitement. Jusqu’en 1868, un censeur théâtral unique lit et autorise, le cas échéant, toute production dramatique avant qu’elle ne soit montée. Dans cet ensemble, quelques dysfonctionnements apparaissent puisque certains dramaturges se sont soustraits à cette vigilance, sans qu’il soit possible de déterminer leurs motivations ; volonté d’échapper à des lenteurs administratives qui rendent parfois obsolètes le 260 contenu de pièces de circonstances ou peur d’avoir tenu des propos qui condamneraient leur œuvre au silence ? Rester ainsi en marge de la loi n’est, cependant, possible qu’en province, les théâtres madrilènes étant soumis à une surveillance beaucoup plus directe (et aisée). Parmi les pièces qui passent l’épreuve de la censure, treize sont partiellement censurées et six totalement interdites. Les causes de censure sont les mêmes, dans ce théâtre patriotique, que dans le reste de la production dramatique. Les interdits concernent la monarchie, évidemment intouchable, et les piliers de son maintien au pouvoir : l’Église et l’armée. La première de ces deux institutions est à prendre dans un sens très large ; depuis la Sainte Trinité, dont la représentation sur scène est inimaginable, jusqu’à la vision de la famille qu’elle défend et une certaine décence verbale sur laquelle elle s’appuie. Quant à l’armée, il est impensable de la lier directement à des conflits en cours dont l’issue est encore incertaine, et cet interdit se matérialise par l’impossibilité d’y faire la moindre allusion directe, que ce soit en prononçant le nom d’un glorieux général, ou en portant des uniformes identifiables. Elle doit rester une entité prestigieuse, composée de chefs efficaces et valeureux, et de soldats obéissants, parfois un peu idiots, mais toujours prompts à l’héroïsme et au sacrifice. Quand l’État abandonne ce rôle de garant des institutions, c’est l’armée elle-même qui se charge, éventuellement, de faire respecter son intégrité, en intervenant parfois directement dans la vie théâtrale. Aux moments de crise (conflits ou durcissement de la vie politique), les autorités rétablissent une censure théâtrale, toujours plus forte que celle qui limite les autres modes d’expression. Le théâtre fait peur par sa capacité de rassemblement et son pouvoir de séduction. Écrire du théâtre anti-patriotique n’était, à cette époque, pas envisageable ; les autorités ne l’auraient pas admis et le public non plus. On trouve, cependant, quelques parodies qui tendent à démontrer, d’ailleurs, que le genre est devenu un modèle aisément reconnaissable pour les spectateurs. Ces pièces sont majoritairement catalanes, mais pas seulement, il est vrai ; ce qui n’est que distanciation littéraire au début de la période se transforme peu à peu en une position politique dissonante. A l’instar des distances prises, progressivement, par les élites dirigeantes catalanes vers la fin du siècle, leur théâtre se fait de plus en plus critique et devient virulent après le “ Désastre ”. Ce mouvement est, cependant, très tardif et, au long de ces quarante années prédomine un nationalisme espagnol. S’il existe une conscience de la spécificité, des Catalans notamment, la revendication de l’appartenance à la nation espagnole est source de fierté. Les Catalans se définiront même, longtemps, comme les meilleurs des Espagnols possibles. Là encore, l’usage d’une autre langue que le castillan (c’est le cas de douze pièces, écrites en catalan, alors que trois autres font alterner catalan et castillan et deux autres, enfin, valencien et castillan) n’est pas du tout incompatible avec cet état de choses. La tonalité libérale caractérise ce corpus, récupérant ainsi les positions idéologiques du nationalisme à ses débuts. Les héros revendiqués construisent un passé national consensuel, semblable en tout point à celui que dessinent les 261 grandes Histoires en train de s’écrire, en particulier celle de Modesto Lafuente. Cependant, la patrie qui s’écrit et se dit dans ces textes est tournée vers le passé, vers le souvenir de la grandeur impériale de l’Espagne et vers ses héros d’antan. Aucun dramaturge ne fait l’effort de construire la patrie, ou, pour le moins, de souligner son inscription dans un processus dynamique. L’Espagne est donnée comme un ensemble préexistant de tout temps, ce qui justifie d’ailleurs qu’on se batte pour elle sans formuler la moindre interrogation, et encore moins d’opposition. A force de ne considérer que le passé, les dramaturges en oublient de construire l’avenir ; cette tendance, présente chez tous les historiens ou idéologues nationalistes de l’époque, a des conséquences néfastes sur la construction d’un sentiment national espagnol. Après le “ Désastre ”, l’Espagne n’a plus, comme véritable patrimoine grandiose, que sa littérature et l’inutilité des luttes du siècle précédent apparaît. Les conflits menés à l’extérieur (guerre d’Afrique, de Cochinchine, du Mexique, du Pacifique, dans l’île de St Domingue…) n’avaient de sens que comme reflet des grandes expéditions qui avaient hissé l’Espagne à la première place des nations. Nulle politique, ni coloniale, ni territoriale ne guidait ces guerres et il n’en reste, à la fin du siècle, que leur inanité et leur énorme coût humain. La patrie devient donc, dans ces productions patriotiques, un être décharné et n’offre aucun projet d’avenir, n’ouvre aucun horizon souriant qui légitimerait qu’on se batte –et qu’on meure- pour elle. A trop parler de la patrie en danger, les dramaturges finissent par “ passer à côté ”. Au lieu de “ construire ”, ils maintiennent en l’état un statu quo qu’ils ont hérité et qui apparaît, à chaque instant, plus dépassé. EL PARTIDO NACIONALISTA VASCO EN GUIPÚZCOA (1893-1923). ORÍGENES, ORGANIZACIÓN Y ACTUACIÓN POLÍTICA1 Mikel AIZPURU MURUA E l Partido Nacionalista Vasco surgió en una Guipúzcoa que a principios del siglo XX se encontraba experimentando un importante proceso de modernización socioeconómico que no cuestionó, al menos en este estadio, los valores fundamentales que habían cohesionado la provincia a lo largo de todo el siglo XIX: Religión y Fueros; entendidos ambos de una manera amplia, constituían parte indispensable, conjunta o alternativamente, del bagaje argumental de cualquier grupo que aspirase a poseer un papel importante en la vida política provincial. Podemos distinguir 1 Tesis doctoral leída el 30 de junio del 2000 en la Facultad de Filología, Geografía e Historia de la Universidad del País Vasco (Dir.: Prof. Juan Pablo Fusi Aizpurua). 262 varias fases en el desarrollo del nacionalismo guipuzcoano. La primera se extiende desde la última década de 1800 hasta 1908, año en el que se eligió el primer GBB. Su aparición en nuestra provincia vino de la mano de un grupo de exafiliados del partido integrista, nucleado en torno al periódico El Fuerista, cerrado en 1898. Este origen, su debilidad durante los años iniciales y los fuertes ataques que recibió por parte de la mayoría de los otros partidos, determinaron fuertemente la línea política que desarrolló el partido en sus primeras actividades: alejamiento de la participación electoral directa y omnipresencia de las referencias religiosas. La ortodoxia doctrinal aranista, sin embargo, no era tan clara, cuando el análisis de El Fuerista revela un fuerte peso historicista y una ausencia casi total de referencias a la raza. Los comentarios en la prensa vasquista, de elementos que después se declararán como nacionalistas, insisteron sobremanera en la cuestión lingüística como factor de nacionalidad. La segunda fase abarca desde 1908 hasta 1915, año en el que Miguel Urreta obtuvo el primer acta de diputado provincial para los nacionalistas. La incipiente consolidación organizativa y el enfrentamiento clericalismo-anticlericalismo permitieron una actitud más decidida por parte de los nacionalistas guipuzcoanos y, en consecuencia, una mayor presencia tanto en la vida política como en los ayuntamientos de la provincia. Los años 1911-1913 conocieron un fuerte enfrentamiento con carlistas e integristas, agudizada por la enemistad con el obispo de Vitoria, por las medidas antinacionalistas adoptadas por éste. Las grandes diferencias ideológicas con el resto de las fuerzas políticas no deben hacernos olvidar, por otra parte, las aproximaciones tácticas en función de las coyunturas y la sintonía con determinados apartados de la doctrina jelkide. Todos rechazaban el separatismo atribuido a los nacionalistas, pero, un republicano federal como Gascue veía con simpatía la revigorización del vasquismo que suponía el nacionalismo, aunque el carácter religioso de los jelkides le distanciara de él. El catolicismo, precisamente, junto con la reivindicación foral y la defensa del euskera les aproximaba a integristas y carlistas. Su conducta como partido de orden, poco amigo de desestabilizaciones y movimientos revolucionarios, y su progresiva implantación, permitió su alianza con conservadores y liberales. La última fase se extiende desde 1916 hasta septiembre de 1923, fecha en la cual la Dictadura de Primo terminó con la actividad normalizada de los partidos políticos. Su posición minoritaria fue una constante durante la mayor parte del período, aunque su importancia en Vizcaya le sirvió para situarse como una de las referencias políticas de la provincia. Cabe destacar como momento clave el año 1920, ya que experimentó un fuerte crecimiento electoral en los comicios municipales. Sólo en ese momento alcanzó una situación cómoda en el sistema político de la provincia, aunque incapaz, todavía, de convertirse en alternativa a los partidos tradicionales y subordinando su actividad a las disposiciones emanadas de los órganos vizcaínos del partido, como puede observarse en las constantes referencias a los éxitos de los mismos o en las solicitudes de ayuda para organizar cualquier tipo de acto, especialmente los más políticos. El incremento de la conflictividad sociolaboral fue otra de las novedades del momento. La postura nacionalista adoptó dos ejes básicos: impulso de Solidaridad de Obreros Vascos, apoyando las reivindicaciones laborales moderadas y, (en segundo lugar) rechazo radical a cualquier movimiento huelguístico liderado por las organiza- 263 ciones de izquierda. La mayor presencia nacionalista en la provincia no se plasmó, aparentemente, en el liderazgo de una de las líneas fundamentales que marcó la política guipuzcoana de estos años. La búsqueda de la autonomía fue dirigida por personalidades prestigiosas como el jaimista Julián Elorza y el liberal José Orueta, mientras que los nacionalistas mantuvieron una posición secundaria en el movimiento autonomista de 1917 y durante la creación de la Acción Fuerista de 1923. Socialmente, el nacionalismo se abrió paso, sobre todo, entre las clases mediasbajas guipuzcoanas: empleados, artesanos, trabajadores manuales y campesinos constituyeron el grueso de sus seguidores. Sólo un pequeño grupo de personas acomodadas abrazó las ideas sabinianas y su peso fue más destacable al final del período. En lo que respecta a su distribución territorial, ésta fue desigual. Además de constatar la ausencia del nacionalismo en numerosas localidades, lo que es confirmado, asimismo, por sus resultados electorales, hay que diferenciar dos tipos de organización. Aquellos núcleos incapaces de mantener una presencia estable, surgidos en torno a una personalidad o una coyuntura determinada, y que tras varios años de actividad desaparecían sin dejar excesivos rastros; y un segundo bloque formado por Juntas Municipales y batzokis bien consolidados que participaron de forma constante en las actividades promovidas por los diferentes organismos nacionalistas. Geográficamente, el PNV se extendió por el valle del Deva y la línea de la costa, con algunos enclaves en el interior. Sus núcleos más importantes fueron San Sebastián, Vergara, Andoain y Rentería. El nacionalismo se asentó en las zonas, económica, social y demográficamente, más dinámicas de la provincia. La falta o la escasa relevancia de sus dirigentes es otro fáctor relevante. Tras una primera fase en la que, aparentemente, la figura de Engracio Aranzadi dinamizó, controló y hegemonizó la vida nacionalista, su marcha a Vizcaya, que coincidió con el cierre de Gipuzkoarra, provocó el enmudecimiento de un partido, donde la mayor parte de sus dirigentes, cuando menos a tenor de la prensa, devienen siluetas fugitivas incapaces de liderar el movimiento nacionalista. Por otra parte, buena parte de la política nacionalista guipuzcoana del momento fue gestionada por elementos que formalmente no eran miembros de la dirección de la Comunión Nacionalista. Junto a los dirigentes sobresale la presencia de un nutrido y activo grupo de militantes que vendían periódicos, organizaban veladas y excursiones, gestionaban la marcha de los batzokis, aportaban donativos en las frecuentes cuestaciones, acudían a cualquier acto que se realizase en las proximidades de su domicilio o incluso en lugares alejados, realizaban trabajos electorales, ocupaban las concejalías en los ayuntamientos y constituían, en definitiva, la plataforma sin la cual, ni la ideología ni la actuación de sus burukides hubiese tenido resultados relevantes. Se trataba de hombres, y en algunos casos mujeres, demasiado oscuros como para dejar un recuerdo que excediese la mención esporádica en la prensa nacionalista. Personas que trabajaban desinteresadamente por el triunfo de lo que consideraban necesario para la supervivencia de la patria. La presencia de estos militantes no nos puede hacer olvidar, sin embargo, que constituían una minoría, incluso entre los propios nacionalistas y que muchos de éstos eran indiferentes a los dogmas del movimiento, a los constantes requerimientos para que 264 participasen activamente en los actos nacionalistas o aplicasen en su vida cotidiana los principios esbozados en la prensa jelkide. El carácter escasamente político de la acción nacionalista en Guipúzcoa, en el período aquí tratado, es otra consecuencia patente. El análisis de las actividades realizadas, así como la lectura pormenorizada de las crónicas envíadas por numeroso colaboradores a la prensa nacionalista, nos muestran un nacionalismo más preocupado por la conservación del euskera y de la pureza de las costumbres, amenazadas ambas por la irrupción de personas y actitudes ajenas al estilo de vida habitual en el país, que por lo que actualmente entendemos por acción política. Los primeros años del movimiento nacionalista fueron más pródigos en ensayos de tipo moral, denunciando la corrupción de las costumbres o la utilización del castellano en las iglesias, que en artículos de tinte político o que superasen la reivindicación foral. Sólo en los últimos años del período, y aprovechándose de las reacciones contrarias suscitadas por la guerra de Marruecos, aumentaron las referencias políticas, haciendo incidencia en el peso del españolismo como causa de que los jóvenes vascos tuviesen que realizar el servicio militar. La actividad que desarrollaron los batzokis guipuzcoanos era más cultural que política, destacando la importancia que alcanzó el teatro vasco en sus programas. Los actos propiamente políticos fueron escasos, conferencias generalmente y un par de concentraciones provinciales anuales, acompañadas por algunas reuniones comarcales, más de carácter festivo que reivindicativo. Varias son las conclusiones que podemos extraer del conjunto de los resultados nacionalistas en las diferentes luchas electorales que se produjeron en Guipúzcoa hasta 1923. En primer lugar, hay que destacar el importante incremento de la presencia nacionalista en las diferentes instituciones guipuzcoanas, especialmente en la diputación y en muchas poblaciones de mediano tamaño de nuestro territorio. No así en las elecciones a Cortes. El cambio es especialmente significativo en la diputación, donde, frente al solitario escaño de 1915, fueron 5 los nacionalistas que ocupaban asiento en la corporación provincial en 1923, constituyendo, gracias a la división entre tradicionalistas y jaimistas, la minoría con mayor representación. La presencia en el ayuntamiento de San Sebastián (11 concejales de 33) revela asimismo la relevancia adquirida por los seguidores de Sabino Arana en nuestra provincia tras veinte años de actuación. Podemos situar, de hecho, a la Comunión Nacionalista Vasca como segunda fuerza política guipuzcoana, aproximándose al primer puesto ocupado por el tradicionalismo. Este dato pone en cuestión alguna de las afirmaciones que se han realizado en los últimos años sobre el desarrollo del nacionalismo vasco, y no sólo en Guipúzcoa. Así, la vinculación que se realiza entre crecimiento económico y expansión nacionalista queda invalidada en la medida en que los inicios de la década de 1920, momento de fuerte crisis económica, vieron cómo crecía la influencia nacionalista fuera de Vizcaya, e incluso en esta provincia, si uniésemos el número de votos de la Comunión Nacionalista y del Partido Nacionalista Vasco se apreciaría que superaba ampliamente los resultados de 1918, considerado el mejor momento electoral del nacionalismo durante la Restauración. Aunque podemos encontrar antecedentes en la primera fase de su presencia, las prácticas electorales de los nacionalistas guipuzcoanos conocieron, durante los últimos 265 años, una sensible degradación. La compra de votos, el falseamiento del censo electoral, el requerimiento a propietarios rurales para que sus colonos votasen a los candidatos propios, la disposición de los empresarios nacionalistas para que sus empleados les apoyasen políticamente, fueron comportamientos habituales durante 1917 y 1923. La única forma de obtener buenos resultados electorales era actuar sistemáticamente de forma irregular. Todo ello en medio del creciente desinterés popular que, en una época de voto obligatorio, promovía una abstención que en 1923 alcanzaba el 60% (en San Sebastián con ocasión de las elecciones provinciales) o el 73% (en Tolosa durante las elecciones a Cortes). Esta situación se producía, además, en un contexto español y europeo en el que el miedo a la posibilidad de una revolución proletaria había conducido a una fuerte crisis de los grupos liberales y republicanos, mientras que la depresión económica que sufría nuestro territorio y las características socioculturales de la modernización guipuzcoana impedían un desarrollo de los partidos u organizaciones de clase. Estas circunstancias dejaban el campo libre en nuestra provincia a una amplia mayoría derechista. Pese a este contexto, las prácticas clientelares y caciquistas de la Restauración sobrevivieron con toda su fuerza. La evolución de las actitudes electorales protagonizada por los nacionalistas hasta 1915 muestra varias consecuencias ostensibles. Por un lado, el incumplimiento sistemático del art. 92 de los reglamentos nacionalistas que prohibía la coalición con otros partidos, ya que la política de alianzas fue el rasgo fundamental de la actividad nacionalista en nuestra provincia. Apreciamos, en segundo lugar, que frente al mensaje anticaciquista que caracterizó las proclamas del nacionalismo vizcaíno, los nacionalistas guipuzcoanos no tuvieron empacho en recurrir, casi desde sus inicios, a las mismas armas ilegítimas que utilizaban el resto de los partidos de la provincia. La política de alianzas, en tercer lugar, era muy cambiante, y como sucedió con los demás partidos, no respondió necesariamente a unos criterios permanentes e ideológicos, sino que estaba determinada, en buena medida, por las coyunturas concretas en las que se desarrollaban los comicios. En términos generales, los nacionalistas formaron coaliciones con las derechas en aquellas localidades donde la fuerza del carlismo y de las formaciones derechistas era escasa frente a los grupos de izquierda. Allí donde el carlismo presentaba una solidez destacada, los nacionalistas se hallaban entre aquellos que les disputaban el poder, no desdeñando la coalición con los partidos liberales. Estas uniones respondían generalmente a razones de índole exclusivamente electoral y estaban sujetas a la negociación de los puestos en lucha, lo que aclara la fragilidad y escasa durabilidad de los pactos alcanzados entre unos y otros para "repartirse" distintos ámbitos de poder. Estos hechos, además de mostrar la importancia del ámbito local en el marco guipuzcoano, me han llevado a reconsiderar el grado de autonomía del mundo de la política respecto al conjunto de relaciones sociales que dominaban la vida provincial. He de manifestar previamente las dificultades que se ofrecen para interpretar el significado preciso de unos términos, partido, movilización, disciplina, etcétera, idénticos a los que utilizamos hoy en día, pero que en aquella época tenían lecturas mucho más laxas. La debilidad de las estructuras partidistas, más próximas a lo que podríamos considerar una facción que a lo que actualmente entendemos como partido político, es 266 una característica no sólo de las organizaciones dinásticas, sino extensible incluso a aquellos grupos calificados habitualmente como modelos de partidos modernos, entre ellos la Comunión Nacionalista Vasca. La dimensión social de la práctica políticoelectoral restauracionista estaba fuertemente condicionada por el peso de una serie de grupos informales, familia, sociabilidad religiosa, círculo de amistades, relaciones profesionales, etcétera, que trascendían el marco político-ideológico, pero que, al mismo tiempo, proporcionaban a éste los apoyos indispensables para alcanzar o mantener el poder. De ahí las frecuentes quejas de los primeros nacionalistas por la falta de personas de prestigio entre sus filas. Los intentos de superar esa realidad chocaban con la misma, y, durante la fase analizada en este trabajo, tuvieron como consecuencia, o la marginalización o la entrada en un sistema donde las relaciones y los intereses tenían tanta o más importancia que las afinidades ideológicas. La desconfianza de la base nacionalista hacía los compañeros de coalición o las quejas, como las señaladas por La Voz de Guipúzcoa con ocasión de las elecciones provinciales de 1921 y de 1923 eran mínimas o incapaces de modificar una estrategia orientada a conseguir de cualquier forma una mayor representación política, particularmente en la diputación y en el ayuntamiento de la capital. Se aprecia la duplicidad existente entre la movilización política desarrollada por los nacionalistas, encaminada a la construcción nacional, y una movilidad electoral destinada a afianzar sus cuotas de poder. Aunque los datos disponibles no nos permiten confirmar plenamente esta hipótesis, la contradicción existente entre un modelo de partido basado en la movilización y orientado a la transformación del sistema político restauracionista y una práctica política posibilista, moderada y basada en la no confrontación con los grandes partidos generó, además de la escisión aberriana, más de una tensión en el seno de la Comunión Nacionalista. Algunos episodios únicamente pueden entenderse en clave de anteponer los intereses propios o las relaciones sociales más próximas a las convicciones ideológicas. Sólo así es comprensible que algunos nacionalistas de Deva asistiesen a la comida de homenaje al diputado electo maurista Alfonso de Churruca que lo había sido frente a un nacionalista o que durante esa campaña electoral (1919) algunos jeltzales de Motrico participasen en el boicot a Ramón de la Sota, Victoriano Celaya, etcétera producido en dicha localidad. La actitud de esos afiliados increpando a sus propios dirigentes puede tratarse de una respuesta colectiva comunitaria, de participación de un sentido de pueblo amenazado frente al naviero prepotente e "invasor" vizcaíno. Este tipo de hechos demostraría que el paso de la sociabilidad surgida en el batzoki y basada en lazos de amistad, relaciones profesionales o familiares a la solidaridad política, centrada en la afinidad de pensamiento y los lazos administrativos (carnet de afiliación, asambleas, prensa, etcétera) no era tan automática, ni tan eficaz como parece desprenderse de las apologías de la actividad desarrollada en los batzokis. No se trata, nuevamente, de una peculiaridad adscribible en exclusiva al nacionalismo vasco. Diversos estudios sobre partidos políticos en España han subrayado esta característica, destacando la realidad de las organizaciones locales, cuyas particularidades humanas y raíces sociales impedían un cambio profundo en los modos de hacer política. Las decisiones políticas inmediatas recaían sobre unos dirigentes y grupos 267 locales que destinaban más atención a las cuestiones de ámbito municipal que a los problemas nacionales. En el caso de los nacionalistas, además, un sistema de afiliación que en la práctica primaba el vínculo con los batzokis en lugar de al partido, facilitaba una mayor incidencia de los temas localistas en su actividad cotidiana. Ese peso del factor local revela, asimismo, el pluralismo real y la escasa rigidez de las estructuras partidistas nacionalistas que fueron incapaces, o ni siquiera intentaron, conseguir posturas homogéneas en las distintas localidades en las que tenían presencia en lo referente, por ejemplo, a las alianzas electorales en el ámbito municipal. Hemos de subrayar, en este campo, que tal vez se haya insistido en demasía sobre el carácter "modernizador" del nacionalismo vasco en el terreno político. Existe una relación directa entre la diversificación creciente que caracteriza a una sociedad moderna y la formación de partidos políticos, y en la medida en que se produjo la identificación de parte de la opinión pública con una organización política, podemos hablar de partidos en su sentido contemporáneo. Pero no podemos olvidar que junto a la adhesión ideológica y una militancia manifestada en la asistencia a mítines, excursiones y veladas, nos encontramos con la formación de una nueva elite política, en una época en la que dichos grupos constituían el núcleo central de la construcción y puesta en práctica de las diferentes culturas políticas. Esta dualidad formada por ideología y tradición partidaria por un lado y liderazgo y prácticas clientelares por otro, constituye uno de los elementos distintivos del nacionalismo de comienzos de la década de 1920. El clima de consenso provincial ya comentado y la presencia en las filas nacionalistas de personas que por su extracción social, educación, afinidades personales o familiares y comportamientos, estaban muy próximos a aquellos sectores que habían liderado tradicionalmente la vida política y social guipuzcoana obstaculizaron la explicitación de un universo propio de los nacionalistas que incluyese, además de elementos ideológico-culturales, una práctica política diferenciada. La juventud de la clase política nacionalista, su relativa inexperiencia y sus altos niveles de recambio no impidieron la continuidad de unas maneras de hacer política características del siglo XIX y que tienen aún un fuerte peso en nuestra cultura política. El crecimiento nacionalista tendría, por lo tanto, un fuerte componente derivado de un modelo de difusión territorial basado en la relación instrumental y no tanto en la penetración ideológica. La personalización de la actividad parlamentario-gubernamental, la reducción de la participación política al hecho electoral, con las limitaciones ya apuntadas, y la escasa intervención de los militantes en la vida interna condujeron a una debilidad de los debates ideológicos y a la dificultad para poner en cuestión las bases sobre las que se sustentaba la vida política guipuzcoana. Podemos aplicar, con algunos matices, a la CNV guipuzcoana el análisis realizado para la Lliga Regionalista catalana. Los nacionalistas, con una organización estructurada y estable, liderada por un grupo de profesionales conservadores bien relacionados socialmente, aunque alejados de la elite económica provincial, recibieron la adhesión de un sector significativo de las clases medias y bajas guipuzcoanas. Su profundo catolicismo les permitió unirse coyunturalmente con carlistas, integristas y católicos independientes, mientras que el posibilismo de su dirección facilitó el acuerdo con los dos grandes partidos monárquicos. Sería el conjunto de estas características, de 268 forma paradójica, lo que permitió el crecimiento del nacionalismo, al aparecer progresivamente y sin rupturas traumáticas, como el garante más eficaz de la religión, la vida tradicional y los fueros; esto es, de los elementos hegemónicos de la vida sociopolítica de nuestro territorio. Esta afirmación es fruto de la no limitación del análisis del nacionalismo guipuzcoano a unas prácticas político-electorales, similares por lo demás a las utilizadas por el resto de las fuerzas políticas. El hilo conductor del nacionalismo fue la conservación y reconstrucción de la personalidad vasca. Muchos autores, de hecho, sostienen que fue la confusión, entre interesada y resultado de la convicción entre cultura nacional y cultura nacionalista, y no sus propuestas políticas concretas y coyunturales lo que proporcionó al nacionalismo su fuerza motriz, al tratarse del medio de transmisión social más eficaz a medio y largo plazo. Serían la acción cultural y organizativa, el desarrollo del folklore, el excursionismo o el teatro, junto con la extensión de su red de sedes sociales, los batzokis, lo que proporcionaría la fortaleza del movimiento nacionalista. Aun estando básicamente de acuerdo con esta apreciación, entiendo necesario introducir matices significativos sobre alguna de las consecuencias derivadas de la misma. No existe en Guipúzcoa durante la época restauracionista de una comunidad nacionalista vasca, entendida ésta como "un colectivo social interclasista con conciencia de tal, que se manifiesta en elementos ideológicos, pautas culturales y prácticas sociales comunes". No podemos hablar de comunidad si no detectamos en las personas un específico sentido de pertenencia a un pequeño grupo, la vivencia de un "nosotros" homogéneo, un sentimiento solidario que aflora, o se expresa súbita o periódicamente a traves de una simbología ceremonial y en un consenso básico que mantenga unidos a los miembros de la comunidad como componentes de una totalidad. En esta sentido, el pensamiento y, sobre todo, la actuación nacionalista no constituían todavía una comunidad, o no más que la que pudiesen constituir carlistas o socialistas. Otra cosa es que reforzasen una visión tradicional de la sociedad vasca. El carácter no excluyente del nacionalismo guipuzcoano se advierte asimismo en su actitud ante las cuestiones lingüísticas. Una defensa del euskera que superaba el campo simbólico-ideológico para entrar en el de la vida cotidiana, en donde la penetración del castellano era cada vez más importante, preconizando la utilización del euskera en todos los ámbitos de actuación social, incluido el administrativo, fue uno de los rasgos distintivos del nacionalismo guipuzcoano. De hecho, si la presencia de los nacionalistas es más bien escasa en el mundo político guipuzcoano hasta fechas tardías, no ocurre lo mismo en el terreno de defensa del euskera, donde desde inicios de siglo se destaca la presencia de conocidos nacionalistas. Lo verdaderamente relevante es la participación junto con los nacionalistas de personajes de distintas ideologías y afinidades políticas, desde Gregorio Múgica, alma mater de la mayor parte de las iniciativas en este terreno, hasta el integrista Juan Bautista Larreta o el propio presidente de la diputación provincial, Julián Elorza, que llegó a pronunciar un discurso en euskera ante el propio monarca. La colaboración en el terreno de la defensa del idioma de personalidades de diferente signo político, además de generar una mayor familiaridad entre ellas, disminuyó 269 el nivel de conflictividad que caracterizó al nacionalismo vizcaíno y facilitó la consolidación de un nacionalismo guipuzcoano más flexible y predispuesto al consenso. Como consecuencia de lo dicho, buena parte de la actuación de los nacionalistas guipuzcoanos en el período de la Restauración se guió por pautas y formas culturales complementarias, anteriores o paralelas a la formulación teórica ortodoxa del aranismo. El resultado fue positivo, incluso para los propios nacionalistas que tenían en 1923 cinco diputados provinciales en Guipúzcoa por cuatro en Vizcaya. Los rasgos distintivos del nacionalismo vasco en Guipúzcoa constituyen una trilogía formada por la defensa de la religión y la moral tradicional, la reivindicación del sistema foral en su sentido más amplio y la preeminencia del idioma como eje de la nacionalidad. Ninguno de los tres elementos, tomado aisladamente, supone un factor diferenciador del nacionalismo respecto de otras fuerzas políticas. Es la síntesis de estos tres elementos, su política electoral y la capacidad organizativa del nacionalismo, remarcada por muchos contemporáneos, lo que permitió y facilitó el importante crecimiento experimentado por la Comunión Nacionalista Vasca a finales del período aquí analizado. LA SEGUNDA REPÚBLICA EN LA PROVINCIA DE CÁCERES. ELECCIONES Y PARTIDOS POLÍTICOS1 Fernando AYALA VICENTE L a tipología de la documentación consultada ha estado determinada por las peculiares carasterísticas de los archivos históricos visitados, tanto a nivel provincial, como en el plano nacional. Junto a las fuentes tradicionales existentes en los archivos usuales, hay que resaltar la incorporación de acervos documentales hasta ahora vedados al historiador, y por ello escasamente utilizados, como son: determinadas series procedentes del Gobierno Civil, del Ministerio del Interior o de archivos de partidos políticos. Es necesario reseñar la especificidad que ha conferido a nuestro trabajo la consulta de los fondos archivísticos originarios del Gobierno Civil de Cáceres. Éstos nos han permitido incorporar una documentación en principio inexistente en archivos históricos de similares características. Destaca la documentación referente a constitución y configuración de sociedades, orden público, administración local o elecciones. Sobresalen sobre todos los documentos referentes a la conflictividad social, aún sin catalogar, fueron analizados 1Tesis doctoral presentada, el 3 de noviembre de 2000, en la Universidad de Extremadura en Cáceres, (Dir.: Prof. Fernando Sánchez Marroyo). 270 por primera vez durante varios meses en el Archivo Histórico Provincial de Cáceres, pero que provienen del Gobierno Civil. En el plano concreto de la lucha electoral hay que resaltar el hecho de haber encontrado una duplicidad de información referente a las elecciones de febrero de 1936, para las que, en atención a la trascendencia posterior, inducimos con gran sorpresa, que los resultados extraidos de dicha documentación no coincidían con los publicados oficialmente. Hemos de destacar, por otra parte, la consulta de los archivos municipales de muchas localidades de la provincia, que nos han permitido reconstruir el devenir político de los ayuntamientos. Del mismo modo, a pesar, de que el núcleo central de nuestra investigación, han sido los temas electorales y la vida política, fue de gran utilidad tener acceso a documentación complementaria: estadísticas de población, cuestiones económicas... que conjugadas logran dar mayor entidad a nuestras tesis. Por lo que respecta a los archivos nacionales, en particular el Archivo Histórico Nacional de Madrid, he de destacar la consulta dentro de los Fondos contemporáneos de una serie de expedientes policiales, provenientes de los Archivos Centrales de la Dirección General de Seguridad y de la Dirección Nacional de la Policía, que han resultado sumamente interesantes. En la documentación estudiada se puede describir la trayectoria política de un amplio abanico de personajes relevantes en la vida política cacereña durante la Segunda República, información que no hubiera sido posible encontrar en archivos provinciales. Otra parte importante consultada ha sido la documentación procedente del Ministerio de Gobernación, que hace especial referencia a la información enviada a Madrid desde la provincia sobre cuestiones electorales y orden público. No podemos obviar las visitas al Archivo General de la Administración del Estado en Alcalá de Henares o al Archivo Histórico Nacional de Salamanca. En el primero resaltamos la amplísima documentación que existe sobre la Administración local y en Salamanca pudimos encontrar, entre otras muchas cosas, un variado repertorio epistolar de personajes cacereños. Destacamos la correspondencia a los ministros Giral y Lerroux, que, sobre todo, en el caso de Giral nos ha permitido reconstruir el entorno clientelar que había tejido en una buena parte de las poblaciones de la provincia. La consulta de archivos de instituciones o entidades como el de la Fundación Pablo Iglesias, hizo posible conocer los vericuetos internos del comportamiento de determinadas fuerzas políticas, que en muchos casos no se hacían de manera expresa públicos en la provincia. Fue muy interesante, por ejemplo el análisis de las Actas de la Ejecutiva Nacional del PSOE, ya que hizo posible que conociéramos todos los detalles del polémico debate dentro del partido, sobre las candidaturas a las elecciones generales de noviembre de 1933. En el caso del Archivo del Partido Comunista de España, nos ha posibilitado un conocimiento, tomado con la prudencia que merece este tipo de fuentes, de la significación cuantitativa y cualitativa del movimiento obrero durante estos años. En el Archivo y en la Biblioteca del Congreso de los Diputados hemos accedido, por un lado, a la consulta de referencias sobre los resultados electorales, así como a las iniciativas presentadas por los diputados cacereños. Aunque la documentación de 271 mayor relevancia ha sido el seguimiento que hemos realizado, de las intervenciones de los parlamentarios de la provincia en las Cortes, gracias al Diario de Sesiones. Esta información ha sido completada con documentación existente en el Departamento de Derecho Político de la Universidad de Extremadura, así como en la Hemeroteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universidad. A todo ello unimos la indagación realizada en un amplio espectro de fuentes hemerográficas, algunas con colecciones prácticamente completas para toda la Segunda República, que desde muy diversos puntos de vista, nos han ayudado a interpretar numerosas variables. Unidos a éstas hemos procurado consultar un variado repertorio bibliográfico, incluyendo tanto obras clásicas sobre la temática y el período objeto de estudio como una referencia nacional y regional, lo más actualizada que nos ha sido posible. Evidentemente había que estructurar esta vastísima información, y nos pareció que la forma más adecuada, sería utilizar los instrumentos puestos a nuestro alcance por las nuevas tecnologías. De esta forma, iniciamos el proceso de creación de varias bases de datos, que conexionadas nos han posibilitado contar con una amplísima disposición de contenidos, de utilidad fundamental para la redacción de este trabajo. Así, tenemos información muy completa de cerca de 2.000 Sociedades, de los resultados habidos en todos los pueblos de la provincia en las convocatorias electorales, tanto municipales como generales, de datos estadísticos de población y de distribución de la riqueza o las aproximadamente 6.000 fichas de individuos que tuvieron una cierta trascendencia pública o significación política. Para el tratamiento de la información, especialmente los resultados electorales, hemos confeccionado distintas hojas de cálculo, así como nos hemos servido de diferentes fórmulas matemáticas y programas de cálculo, para mostrar una serie de indicadores, coeficientes o índices que contribuyan a mejorar el entendimiento e interpretación de los comicios. Por otro lado, los aspectos gráficos presentados permiten reconstruir detalladamente el análisis de la realidad descrita. Por último hemos de resaltar el tratamiento de inmediated dado a la imagen, aprovechando los recursos que ponen a nuestro alcance las nuevas tecnologías en el tratamiento de la información y que nos ha posibilitado una minuciosa reconstrucción cartográfica de la realidad política y social del periodo analizado. La parte central de nuestro trabajo está dedicada a la vida política y a cuestiones electorales. Así hemos partido a la búsqueda de algunos objetivos como la interpretación, no únicamente del resultado final de una elección, sino también del proceso que lo ha desencadenado: alianzas de fuerzas políticas, tensiones internas, distribución de puestos y/o cargos, el papel del abstencionismo, la construcción de redes clientelares... De la misma forma hemos intentado correlacionar el voto con determinados factores sociales, en el caso de la provincia de Cáceres nos hemos decantado por utilizar el número de jornaleros y el de mujeres para comprobar si existe una relación directa entre la participación de ambos y el voto a cada una de las fuerzas políticas o al menos demostrar si hay tendencias. Las conclusiones obtenidas gracias a la utilización de esta metodología ha desmontado en parte, y para la provincia de Cáceres, el tópico que vinculaba, por ejemplo, 272 la incorporación del voto a la mujer en las elecciones generales de 1933 con la conservadurización de estos resultados, decantándose nuestra tesis por desconectar ambas variables. Hemos procurado analizar un tipo de elecciones que han obtenido un tratamiento muy minoritario en la mayoría de los estudios consultados, como son las elecciones municipales de mayo de 1931(convocadas en 159 poblaciones, tras anularse las del 12 de abril) o las parciales que vinieron a continuación, haciendo especial mención a los ayuntamientos proclamados por el artículo 29 de la ley electoral y a la constitución de Comisiones Gestoras. También hemos pretendido sintetizar los resultados en la provincia de Cáceres de las elecciones para el Tribunal de Garantías Constitucionales del 3 de septiembre de 1933 y las elecciones de Compromisarios para elegir al Presidente de la República, el 26 de abril de 1936. Comenzamos nuestro trabajo al analizar las características del marco espacial en el que nos vamos a desenvolver a través de sus bases demográficas y económicas, con una relación entre la población y la riqueza existente y la estructuración de las mismas. Todo ello imbricado en la comarca, espacio que hemos elegido para la parcelación de nuestro estudio, por entender que reúne condiciones similares en los núcleos que la componen, lo que permite la ponderación de las medias con unos resultados más satisfactorios y/o fiables. Dentro de esta primera parte, nos ha parecido interesante recordar cuáles fueron los antecedentes socio-políticos que se han utilizado como punto de partida. Hemos analizado cómo se produce la llegada de la República comprobando las consecuencias del cambio de régimen y demostrando que, en consonancia con lo que sucede en el resto de España, se desarrolló en medio del júbilo popular y con escasos incidentes en cuanto al orden público. Otro de los objetivosprincipales que nos planteamos es el conocimiento de la importancia de los partidos, tanto en el número de efectivos como en el de comités locales y en significación de sus líderes. Hemos enfocado su estudio a través de dos apartados, por un lado las existentes antes de abril de 1931, viendo como afectó el fenómeno de la disolución de los viejos partidos dinásticos y en segundo lugar hemos tratado de analizar más profundamente la ideología, el proyecto político y la estructura provincial de aquellos que tuvieron repercusión en la vida pública cacereña durante la Segunda República. Un apartado con autonomía propia lo constituye el análisis de las peripecias políticas cotidianas, en este sentido, quisimos averiguar cómo se desarrolló la vida interna de los partidos, sus reuniones y debates políticos, su presencia en la escena pública...Toda esta información la insertamos en la celebración de mítines y manifestaciones, para culminar con un detenido estudio de la trayectoria municipal en las principales localidades de la provincia. Otros temas que resaltamos son: el tratamiento dado por las autoridades y su aceptación o no por la población de cuestiones tan candentes como el paro obrero, el problema agrario, la cuestión religiosa, las obras públicas, la enseñanza, el regionalismo.... que en su conjunto nos deben llevar a comprender mejor una vida cotidiana tan intensa como la que se produjo en el período analizado. 273 El orden público debido a su trascendencia con el consiguiente deterioro de las relaciones personales y el entorpecimiento continuo de la vida política, con sus constantes alteraciones, dio lugar a numerosos problemas. Nos planteamos comprender de una manera minuciosa la posible relación existente entre cambio político y desorden público o bien entre la acción de los distintos poderes y la aceptación o nó por parte de los administrados. El resultado ha permitido aseverar que fueron los momentos de modificación de las estructuras de poder los que vieron incrementar el índice de conflictividad social. Asociado a este parámetro estaría el sello de interinidad e inestabilidad continua que vivieron las instituciones. Un apartado importante lo constituye el análisis de la incidencia en la política nacional de los diputados cacereños, para ello hemos investigado cuáles fueron los cargos desempeñados por éstos durante su presencia en el Parlamento., así como procedimos al pormenorizado estudio de cada una de sus intervenciones, viendo los temas más recurrentes y el tratamiento dado por diputados de distintas ideologías. Evidentemente no todos tuvieron una similar presencia en la Cámara, dándose el caso de algunos a los que ni siquiera se les escuchó su voz, frente a otros, que adquirieron un inusitado protagonismo en los debates parlamentarios. Para la comprensión de la dinámica política ha sido fundamental la consulta de la rica legislación producida durante toda la Segunda República y no sólo en lo concerniente a la temática electoral, con las variaciones producidas a lo largo del tiempo, sino también en lo referente sobre todo al orden público. Por ejemplo la promulgación de la Ley de Defensa de la República en octubre de 1931 o la Ley de Orden Público en julio de 1933. Que duda cabe que fueron de la misma forma fundamentales y en ocasiones determinantes para el normal desarrollo de la vida cotidiana en la provincia de Cáceres otro tipo de leyes como fue el caso de la de Reforma Agraria o la de Términos Municipales. Como ya se ha apuntado, el estudio de los fenómenos electorales ha ocupado buena parte de nuestras pretensiones. Comenzamos con una tipificación de la legislación electoral para adentrarnos de lleno en el análisis en primer lugar de las elecciones municipales. Antes de indicar las consecuencias del cambio producido el 12 de abril de 1931 vimos la constitución de los ayuntamientos proclamados por el artículo 29 de la ley electoral y la constitución de Comisiones Gestoras, con la intención de demostrar si existía una gran desmovilización del electorado y en qué tipo de localidades era más frecuente la ausencia de listas alternativas a la única presentada. El resultado ha sido francamente significativo, un elevadísimo número de ayuntamientos accedieron a estos comicios por el artículo 29 (tenemos documentado 94 localidades) y en gran parte de la provincia se tuvo que nombrar Comisiones Gestoras para velar por el correcto funcionamiento administrativo de sus poblaciones, precisamente en muchos lugares donde se dudaba de la pureza del proceso (hemos conseguido datos de un total de 138 pueblos). Las elecciones tratadas son: en el plano municipal las del 12 de abril de 1931, las del 31 de mayo de 1931 y las parciales de 1932 y 1933 en algunas poblaciones. Por lo que se refiere a las generales: las de junio de 1931, las celebradas en octubre de 1931 para elegir una vacante, las de noviembre de 1933 y las de febrero de 1936. Por último 274 otras elecciones analizadas fueron las celebradas para elegir a los miembros del Tribunal de Garantías Constitucionales el 3 de septiembre de 1933 y las de Compromisarios para elegir al Presidente de la República, el 26 de abril de 1936. Tanto un tipo de elecciones, municipales, como el otro, nacionales, han sido analizadas teniendo siempre como punto de referencia el contexto y la coyuntura de lo que sucedía en el resto del país, observando su discurrir, su evolución y llegado el caso su matiz diferenciador. Con respecto a la evolución del voto a lo largo de las distintas convocatorias electorales vemos como se producen sustanciales transformaciones que en lo fundamental seguían la coyuntura vivida en el resto del Estado. Así, en las elecciones de junio de 1931 se produjo la llegada al poder de republicanos y socialistas con el estrepitoso fracaso de las derechas. En noviembre de 1933 asistimos a un espectacular cambio con el triunfo clamoroso de la CEDA coaligada con el PRR y el hundimiento de socialistas que sólo obtienen las actas de las minorías, mientras que los republicanos de izquierdas no consiguen representación parlamentaria. Por último las elecciones de febrero de 1936 escenifican la polarización de la sociedad cacereña y española, con un equilibrio entre dos grandes bloques que sin embargo no se traduce, debido a la ley electoral, en simetría de fuerzas con presencia en las Cortes. Sobre estas elecciones parece demostrado que el FP consiguió la victoria honestamente en el conjunto de España, si bien y como hemos pretendido comprobar para las elecciones de Cáceres, aquí se produjo una modificación en los momentos del recuento que alteraría decididamente el resultado final. En efecto, el factor relevante que determinó que hiciéramos hincapié en el estudio de las elecciones generales de febrero de 1936, fue el comprobar como desde un primer momento estuvieron sustentadas en la polémica. Así la discusión que en el Parlamento tuvo lugar sobre la idoneidad de las Actas, estaría precedida de un oscuro tratamiento de los resultados finales, en un reducido número de localidades de la provincia. Procuramos pues, exponer, como, al margen de las publicaciones oficiales, se extendió, razonablemente la sombra de la duda sobre la veracidad de los resultados. Mucho más cuando el sistema electoral permitía que por un estrechísimo margen se pudiera pasar de 7 diputados a 2. Todo ello unido con las disensiones internas de la candidatura oficialmente perdedora, uno de cuyos diputados electos retiró las protestas, enrareciendo la clarificación de los hechos. Sorprende, por consiguiente, al historiador descubrir los auténticos motivos para aceptar unos resultados que presumiblemente aparecían viciados. Sobre la interpretación de estos cambios se han apuntado numerosas causas: desmovilización de las fuerzas de la derecha en 1931; incorporación del voto femenino en 1933 o el deterioro ocasionado por funestas prácticas en el poder por ejemplo el sucedido a los radicales en las elecciones de 1936. Si bien hemos de precisar que algunas de estas razones deberían justificarse con la suficiente profundidad, asunto en el que hemos pretendido avanzar algunas conclusiones. Por ejemplo con las correlaciones entre número de votos a determinadas formaciones políticas y número de mujeres o jornaleros en el censo electoral. Para todas las convocatorias electorales hemos estructurado el análisis en varios bloques. En primer lugar el estudio de las candidaturas, su composición y cómo se 275 llega en ocasiones a su proclamación. En segundo lugar el desarrollo de la campaña electoral: incidentes, mítines, mensajes más frecuentes... y por último los resultados, utilizando como ya indicamos un marco general de estudio, la circunscripción provincial, donde tratamos de ver los resultados desde distintos indicadores: la indisciplina, las diferencias de voto entre los miembros de una misma candidatura pero de diferente significación política, el abstencionismo encubierto, la competitividad electoral, los máximos y las medias de voto, las victorias de cada fuerza en las distintas localidades, la correlación entre voto y factores sociales..., para culminarlo con un estudio por pueblos según el número de habitantes y por último el análisis global por comarcas. Mención aparte merece el tratamiento dado a los resultados en la capital de la provincia. El estudio de las élites políticas, ha sido posible con un repaso por la trayectoria de personajes político-sociales divididos en tres apartados: anteriores a la Segunda República, personalidades sociales y políticos, éstos últimos subdivididos en: diputados, alcaldes y dirigentes de partidos y personajes de relevancia. Destacaron, por un lado, los diputados a Cortes que llevaron la voz de Cáceres al resto de España utilizando como plataforma el Parlamento; los gobernadores civiles que tuvieron un enorme papel protagonista en la escena política provincial y, junto a ellos, los presidentes de la Diputación provincial, los alcaldes y los líderes de las distintas formaciones, que con sus actuaciones e intervenciones en la escena pública contribuyeron a que el análisis del periodo republicano en la provincia de Cáceres presente un panorama sumamente rico para la interpretación histórica. Todo ello permite completar la interrelación entre el espacio geográfico y el comportamiento de sus gentes, sobre la que se articuló el devenir y la acción política en la provincia, caracterizado desde el prisma de la variedad, si bien hacemos constar cómo por primera vez adquieren protagonismo un elevado elenco de personajes populares y de capas sociales tradicionalmente desfavorecidas. La dinámica de reivindicaciones que se produjo durante todo el periodo superó enormemente las posibilidades del sistema legal, asistiendo a lo largo de todo el periodo, como hemos tratado de demostrar, a un incesante proceso de deterioro del orden público, que si bien iba en ocasiones al socaire de la coyuntura nacional (huelgas campesinas, revolución de octubre, levantamientos anarquistas….) en muchas otras adquiría una singularidad específica. Por otra parte, es preciso señalar que los nuevos responsables políticos intentaron perpetuar, aunque ahora con otros mecanismos menos coercitivos, el sistema de redes clientelares, para garantizarse una base sólida de apoyo. Esta situación la vimos en el caso de Giral, que supo atraerse al personal sanitario, o bien lo apreciamos en el seguimiento de la vida municipal, donde las autoridades locales, que tanta influencia tuvieron sobre sus paisanos, iban en ocasiones en sintonía con los mandatarios provinciales. Por último, y como hemos observado en el seguimiento de las actas de votación, el ascendiente que muchos personajes públicos tuvieron sobre la zona donde habían nacido. Un detalle significativo es que a pesar de la gran efervescencia política que se vivió durante aquellos años, existió un profundo desequilibrio entre el número de 276 comités locales de los distintos partidos, algunos extendidos por toda la provincia, y el índice de afiliación que fue bajísimo, como prueba la documentación aportada por las memorias de los Congresos de algunos de ellos, (maticemos en este sentido que fue muy bien distinta la afilicación a las Sociedades obreras sindicales, donde fue mucho más numerosa) o el examen de las actas de reunión de otros. La adscripción electoral fue, así mismo, objeto y fruto de un discurrir evolutivo paralelo a lo sucedido en el resto del Estado, si bien con las peculiaridades propias de la mentalidad profundamente rural cacereña (caracteres socio-económicos, importancia de las fuerzas en pugna, representatividad de sus líderes…). Todo ello dio como resultado una transformación de las jerarquías provinciales y locales, resultando complejo buscar una orientación de la tendencia, pues si en el primer bienio fueron republicanos de izquierdas y socialistas los predominantes, serían durante el segundo, conservadores y radicales (ahora muy moderados), para culminar en febrero de 1936 con una polarización de bloques de derechas e izquierdas en situación de gran equilibrio. Para concluir queremos insistir en el hecho de cómo se frustró lo que apareció lleno de tantas expectativas. Un tapiz que comenzó repleto de ilusiones y de esperanzas y sobre el que se dibujaron numerosas deseos de mejora de las condiciones de vida de un pueblo que, como el cacereño, acostumbrado a vivir secularmente sometido a los tradicionales sistemas de dominación social, pugnaba por romper estas dependencias. El aprendizaje democrático, más en un curso tan acelerado como fueron los años republicanos, fue duro e intensivo. En su haber tenemos el adelanto en bienestar social que se alcanzó en muy poco tiempo (creación de escuelas, realización de obras públicas, incremento de la participación y de la organización de sus habitantes…); en su debe, el hecho de que por circunstancias muy ajenas a su voluntad, se viera truncado un proyecto que generó tantas adhesiones y que se vio plagado de una ingente cantidad de obstáculos por todas partes. 277 PODER, ACCIÓN COLECTIVA Y VIOLENCIA EN LA PROVINCIA DE MADRID (1934-1936)1 Sandra Isabel SOUTO KUSTRÍN E sta tesis doctoral se ocupa de la acción colectiva y la violencia política en la provincia, hoy comunidad, de Madrid, en el bienio radical-cedista. En gran parte, su importancia y su novedad reside en el hecho de que son escasos los estudios que analicen la provincia de Madrid como un todo, superando los límites de la capital. Además, aunque se hable mucho sobre la militarización de la política en la Segunda República española, son pocos los trabajos que estudien la estructuración concreta de las organizaciones paramilitares y son igualmente escasas las investigaciones sobre la actuación práctica de las organizaciones obreras en el periodo comprendido entre octubre de 1934 y febrero de 1936. Se partía de no considerar sostenibles las explicaciones existentes sobre el éxito de la huelga y el fracaso de la insurrección de octubre de 1934 en Madrid. Creía que había que destacar más de lo que se había hecho en la historiografía el papel de las organizaciones juveniles (que muestran las mismas divisiones económicas, sociales, políticas e ideológicas existentes en la sociedad) en la conflictividad, tanto pacífica como violenta, del periodo republicano y esperaba encontrar tras octubre de 1934 una paralización de las actividades de las organizaciones obreras madrileñas debido a la represión. Pensaba también que el proceso de acercamiento y de unidad de las organizaciones obreras madrileñas, aunque dificultoso e incompleto, sólo fue posibilitado por las características y consecuencias de los conflictos sociales y políticos y de su violencia durante este período y la correspondiente represión. Considero que la conflictividad y la violencia política no pueden explicarse si no es en relación con la situación económica, social y política, las interrelaciones entre los grupos sociales y organizaciones presentes, los recursos de éstos y sus relaciones con el poder político. De esta forma se conecta con las modernas teorías de la acción colectiva y los movimientos sociales, que incluyen como determinantes de estas actuaciones una serie de elementos, que, aunque conceptualmente quizá sean extensos, al englobar o poder englobar cada uno un gran número de factores, permiten analizar todos los aspectos que influyen en la conflictividad social y política, evitando reduccionismos y/o explicaciones monocausales o deterministas de cualquier clase. Pero la explicación y desarrollo de los aspectos teóricos se realiza a lo largo del estudio, ya que creo que esto permite establecer una verdadera relación entre estos elementos y los datos empíricos. 1Tesis Doctoral. Directores: D. Julio Aróstegui Sánchez (Universidad Complutense de Madrid) y D. Eduardo González Calleja (Instituto de Historia (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Universidad Complutense de Madrid, diciembre de 2000. 278 Así, se estudia la situación económica, social y organizativa de Madrid, que configura una determinada división de intereses y un particular entramado organizativo para defenderlos y desarrollarlos. Después, se analiza la estructura de oportunidades políticas existente, teniendo en cuenta tanto la situación internacional y nacional como la provincial y local y los cambios provocados por las elecciones de noviembre de 1933 tanto en dicha estructura, como en las posiciones de las organizaciones obreras, las relaciones entre ellas y la conflictividad social y política que se desarrollaba en Madrid. Los dos siguientes capítulos se dedican a la preparación y desarrollo de la insurrección de octubre y a la actuación de las organizaciones obreras en el periodo que va del fracaso de dicha insurrección a las elecciones de febrero de 1936, concluyendo con un breve análisis de las primeras medidas del gobierno surgido de dichas elecciones para cumplir los puntos del programa del Frente Popular relacionados con las consecuencias de la represión de la insurrección de octubre. Para la investigación de todos estos aspectos he utilizado fuentes diversas, sobre las que hay que destacar, en primer lugar, la dificultad que supone para algunos trabajos regionales o locales la escasez de fuentes, producida para el periódo organizado principalmente por las consecuencias de la guerra civil en cuanto a destrucción y dispersión de documentos; y, en segundo lugar, ciertos fondos documentales prácticamente inéditos, como sucede con la mayoría de los numerosos documentos encontrados en el Archivo General de la Guerra Civil (Salamanca); los fondos de la Audiencia Territorial de Madrid, conservados en el Archivo Histórico Nacional en Madrid, que contienen numerosos documentos y referencias a la actividad de las organizaciones obreras, principalmente en el periodo comprendido entre octubre de 1934 y febrero de 1936 y los documentos conservados en el International Institute of Social History (Amsterdam) donde he encontrado numerosos informes de las regionales de centro de las organizaciones anarquistas (y dada la extensión de éstas en esta región de España, fundamentalmente de Madrid) inéditos. En estos dos últimos fondos documentales he encontrado también publicaciones periódicas que prácticamente no se conocían anteriormente. A partir de estas abundantes fuentes inéditas, la investigación ha permitido confirmar parte de las hipótesis planteadas, rechazar visiones existentes en estudios generales sobre la Segunda República, lo que muestra la utilidad de las investigaciones parciales y regionales para aceptar o renunciar a postulados considerados genéricamente válidos, y ver la utilidad explicativa de las teorías utilizadas sobre los movimientos sociales y la acción colectiva. Con relación a las organizaciones existentes en la provincia de Madrid, destaca la implantación sostenida de las organizaciones socialistas, las únicas de las que se puede hablar con propiedad de su carácter provincial, gracias, principalmente, a la extensión de las secciones de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra, que refleja la importancia que tenían todavía las actividades agrícolas en Madrid y que confirman, con sus acciones conflictivas, la idea ya planteada por estudios locales de otras zonas de que existía en la Segunda República un sector importante del mundo rural en el que no se llegó al conflicto violento abierto, sino que se mantuvo la lucha dentro de la legalidad. 279 La estructura de oportunidades políticas sufrió un gran cambio a lo largo del periodo republicano por la extensión del fascismo en Europa y la incapacidad de las organizaciones obreras europeas de hacerle frente, la percepción de la CEDA como fascista por parte de las organizaciones obreras y los resultados de las elecciones de 1933 y sus consecuencias. En cuanto a estos aspectos, la tesis destaca varios elementos: en primer lugar, que, aunque se ha planteado que la percepción del peligro fascista se daba principalmente entre los dirigentes de las organizaciones obreras, hay demasiados ejemplos de dicha preocupación por parte de organizaciones intermedias o de base como para aceptar esta idea. En segundo lugar, destaca el voto socialista en el mundo rural madrileño, que seguía bastante fielmente la implantación de la Federación de Trabajadores de la Tierra y que rompe con la visión de la concentración del voto socialista en los medios urbanos. Por último, y en relación con los elementos teóricos, se plantea que algunos investigadores de los movimientos sociales no le dan la necesaria importancia al contexto internacional dentro de la estructura de oportunidades políticas y que, al menos en esta época, el papel de la amenaza o la percepción de una amenaza como posible determinante de una acción colectiva es muy importante, mientras que este elemento era destacado en las primeras versiones de los modelos políticos de la acción colectiva pero posteriormente se ha ido relegando bastante. Los resultados de las elecciones de 1933 supusieron también cambios en la política y la actuación de las organizaciones obreras en los que quisiera destacar tres elementos: en primer lugar, que el debate y la división entre los socialistas sobre la postura a adoptar no se dio sólo en sus órganos centrales sino que afectó a sus organismos regionales y locales, lo que, junto a otros elementos que veremos posteriormente, impiden aceptar la idea de que las organizaciones socialistas no comprendían que lo que se planteaba hacer en octubre de 1934 era un movimiento revolucionario y pensaban en una simple huelga general. En segundo lugar, frente a la visión monolítica de la FAI, y en menor medida, de la Regional de Centro de la CNT, el debate sobre la Alianza Obrera dividió también todos los ámbitos anarquistas de la Regional de Centro, división que se acentuó tras los sucesos de octubre, aunque sin llegar a una ruptura con la posición de los organismos nacionales. Por último, aunque se ha destacado la radicalización teórica de la organización juvenil socialista, no se había planteado como, desde su órgano de expresión, marcó la pauta en los ataques a las otras corrientes socialistas y a la vez, actuó de correa de transmisión de instrucciones para el movimiento insurreccional que se preparaba. Aunque, como ya he dicho, la investigación partía de la importancia de la juventud en la conflictividad del periodo no pensaba que llegara a ser tan destacada: en los conflictos violentos anteriores a octubre, en las milicias socialistas, en las mismas acciones de octubre y en las actividades más o menos clandestinas posteriores participaron principalmente jóvenes. En este sentido, frente a explicaciones teóricas que defienden que hay una mayor participación de la juventud en acciones de protesta cuando no se tiene derecho a voto, no se ha encontrado esta relación durante la Segunda República en Madrid. Los intentos realizados desde el gobierno para frenar esta participación creciente de la juventud en fenómenos violentos lo que lograron fue acercar a las organizaciones juveniles obreras, y así, antes de octubre, los principales 280 actos unitarios obreros fueron organizados principalmente por los jóvenes, como producto del rechazo a estas propuestas del gobierno o por solidaridad frente a las acciones de grupos que consideraban fascistas. En cuanto a la conflictividad antes de octubre de 1934 se destacan otros dos aspectos: primero, su tendencia creciente a la acción violenta, principalmente entre los jóvenes, y como la unidad de acción entre las organizaciones juveniles obreras se fue forjando en la misma acción colectiva, en estos enfrentamientos violentos con miembros de opciones ideológicas opuestas. En segundo lugar, frente a lo planteado por otros estudios, la tesis concluye que no se puede hablar simplemente de que el periodo anterior a octubre fue el de las mayores conquistas y de los mayores logros unitarios entre las organizaciones sindicales madrileñas, lo que llevaba a explicar el éxito de la huelga general en octubre casi como resultado único de la disciplina socialista. Las reivindicaciones conquistadas a la patronal no eran cumplidas por ésta mientras el desempleo aumentaba (principalmente en el sector de la construcción, que, sobre el papel, había sido uno de los que había obtenido más éxitos) y, a falta de estadísticas fiables, se percibía que había un aumento del precio de los productos de primera necesidad, es decir, del coste de la vida. En cuanto a la unidad de acción sindical, en el verano de 1934 se produjeron enfrentamientos importantes entre los dos únicos sindicatos de la UGT y la CNT entre los que se había logrado un acercamiento importante: los de la construcción y los de la metalurgia. Esto, junto al temor a perder las conquistas ya logradas con la entrada de la CEDA en el poder, explicaría que los sectores en los que se mantuvo durante más tiempo la huelga en octubre fueron también los que habían protagonizado importantes conflictos en el período posterior a las elecciones de 1933. Los obreros debieron de comprender pronto que el triunfo no era tan fácil y sólo la creencia en que suponía una defensa de sus intereses junto con elementos de solidaridad, al tener noticias de la lucha que se estaba desarrollando en Asturias, les pudo incitar a continuar la huelga. La disciplina, por tanto, debe pasar a segundo plano como factor explicativo. Además, la UGT madrileña ya había demostrado con las huelgas económicas y políticas anteriores a octubre de 1934 que no toda su acción estaba determinada por su disciplina hacia las órdenes de los organismos superiores. La elección de un determinado tipo de acción colectiva está influida también por la experiencia de acción colectiva anterior, propia o ajena, acumulada y, aunque se ha planteado tradicionalmente la influencia teórica que la revolución rusa ejercía en ciertos sectores obreros españoles, no sólo entre los comunistas, no se ha reconocido la influencia que a efectos prácticos suponía en las formas de movilización y, en este sentido, octubre de 1934 fue en Madrid el primer (y único) intento de realización de una acción colectiva insurreccional, en el que ciertos sectores socialistas buscaban seguir el modelo revolucionario bolchevique. Así, las instrucciones dadas por el órgano de prensa de la juventud socialista y las enviadas por los órganos de dirección socialistas estaban basadas en textos de la Internacional Comunista. El fracaso de octubre de 1934 en Madrid no se puede explicar en función de elementos monocausales o parciales. El planteamiento desde ciertos sectores obreros de una revolución socialista perjudicaba los intereses de aliados potenciales, como la pequeña burguesía republicana; a la vez que la misma concepción de dictadura del 281 proletariado hacía desconfiar a los miembros de la CNT, que participaron en Madrid de forma limitada. Así, faltó una concepción cuanto menos mayoritaria sobre objetivos, estrategias e instrumentos de la acción y no hubo una política de alianzas clara ni una coordinación entre las organizaciones participantes; la elección del momento político quedó supeditada a una acción del gobierno, que, frente a reinterpretaciones recientes de viejas ideas historiográficas franquistas, mantuvo el control de todos los órganos de dirección política y de las distintas fuerzas del orden del Estado y las utilizó con relativa rapidez y eficacia. El Gobierno contó además, con la ayuda de fuerzas sociales y políticas que en otras circunstancias no le hubieran apoyado. La movilización de recursos realizada por los socialistas de cara a la acción insurreccional fue también deficiente, tanto material como culturalmente. Con relación a este aspecto destacan cuatro elementos: los llamamientos y justificaciones de la violencia, la organización de milicias, el armamento y los contactos con los cuerpos armados profesionales. En cuanto al primero, la tesis plantea que aunque, como se ha dicho, los socialistas usaran estos llamamientos para que el presidente de la República no permitiera la entrada de la CEDA en el gobierno, los preparativos revolucionarios que realizaron, aunque incompletos, no permiten considerar que sólo estuvieran dirigidos a Alcalá-Zamora, sino que buscaban también concienciar a sus bases sobre el tipo de acción que querían realizar. Tampoco se puede hablar de que hubiera antes de octubre simples rumores sobre una huelga general que sería la definitiva, sino que los documentos utilizados, demuestran claramente que las organizaciones obreras madrileñas sabían perfectamente qué se estaba preparando por lo menos ya en marzo de 1934. Sobre las milicias socialistas hay que destacar que la mayoría de los miembros que se conocen procedían de lo que se pueden considerar clases medias bajas, aunque, como reflejan los testimonios de la época, su situación económica era muchas veces más precaria que la de los obreros industriales. Además, normalmente tenían acceso a mayores recursos culturales, por lo que podían estar más influidos por el temor al fascismo y ser más fácilmente atraídos por el ejemplo de la revolución rusa. En cuanto al papel de los militares, no se puede decir que había una simple fascinación por ellos entre los jóvenes socialistas. El propio ejemplo del que partían, la revolución rusa, y las teorizaciones de la época sobre ella de autores como Trotski, acentuaban claramente el papel del ejército en la realización de una revolución, lo que también es defendido en la actualidad por diferentes teóricos de la acción colectiva. Por tanto, desde ciertos sectores socialistas, que serían los más activos en la propia insurrección, no se actuaba pensando en seguir el modelo de 1917 y 1930, de realizar sólo una huelga general y la acción insurreccional no se dejó en manos de la organización sindical, a la que se reservó para la huelga. Frente a lo planteado en estudios más o menos generales, durante los días de la insurrección sí se mantuvo una cierta cordinación entre los participantes de las organizaciones socialistas, coordinación realizada principalmente por parte de los miembros más jóvenes de las milicias (por ejemplo, el presidente de las Juventudes Socialistas Madrileñas) y los milicianos se mantuvieron en contacto entre ellos hasta para darse la orden de intentar reintegrarse a sus puestos de trabajo. También se elaboraron consignas e instrucciones claras, como muestran las numerosas octavillas socialistas y comu- 282 nistas de los días de huelga, aunque es prácticamente imposible comprobar a quienes llegaron. La represión de la revolución de octubre de 1934 abarcó diversas facetas y supuso un gran cambio en la estructura de oportunidades políticas de los partidos y sindicatos obreros llamados “de clase”. Dada la importancia de los ayuntamientos por su papel en la vida cotidiana de la gente, la historiografía no ha destacado suficientemente el gran número de ayuntamientos democráticamente elegidos suspendidos tras octubre de 1934, y en gran parte, al menos en Madrid, usando octubre más como excusa que como verdadera causa. Por otra parte, aunque se ha dicho que la crisis entre el partido radical y la CEDA en las instancias políticas intermedias fue debida a la decisión radical de indultar a los revolucionarios condenados a muerte, hay que decir que en Madrid parece estar más influida por una lucha por el poder político provincial, como muestran los debates en la diputación y el hecho de que la recomposición de la alianza en el ámbito provincial no se dio en ningún momento tras la ruptura de febrero de 1935, lo que paralizó casi completamente la vida de estos organismos. Frente a lo que yo misma consideraba al iniciar la investigación, la represión no supuso la paralización de la actividad de las organizaciones obreras. Éstas no sólo actuaron solidarizándose con los presos y reclamando la amnistía, como se ha planteado tradicionalmente en estudios generales, sino que buscaron reducir otras consecuencias de la represión. Utilizaron para esto elementos que actualmente son considerados comunes en los diferentes movimientos sociales para superar etapas desfavorables para la movilización: la defensa de la supervivencia de las redes de activistas (en nuestro caso, de las organizaciones), el mantenimiento de un repertorio de objetivos y tácticas (que en este caso se identificaba con el fin definitivo de las consecuencias de la represión), y la promoción de su cultura e identidad colectiva (la celebración del Primero de Mayo por todas las organizaciones obreras o los actos en los aniversarios de la muerte de Pablo Iglesias en el caso socialista, son dos de los ejemplos más claros). Se inició, además, el establecimiento de nuevos símbolos, como los “mártires” socialistas madrileños (A. San Juan o J. Rico) o las importantes movilizaciones anteriores a octubre, como la del 22 de abril de 1934. Utilizaron los márgenes que les dejaba la legislación existente, sus contactos en los organismos públicos (lo que se puede identificar claramente con lo que los teóricos llaman “aliados influyentes”); las divisiones existentes en el seno de la coalición gubernamental, los recursos con los que contaban y la realización de cambios organizativos. También fue importante, en cuanto a los procesos judiciales, las interpretaciones de las leyes hechas por los distintos jueces o magistrados. Todo esto permitió que a mediados de 1935 casi todas las asociaciones disueltas, judicial o gubernativamente, volvieran a tener un funcionamiento legal, aunque siguiera limitado por las restricciones impuestas por el estado de alarma, cobraran las ayudas de la Caja Nacional contra el Paro y contaran con muchos locales abiertos en toda la provincia. La excepción fue la Casa del Pueblo de la capital, probablemente más por su carácter simbólico que por dificultar la actividad de las organizaciones. También fue importante a partir del fin del estado de guerra en abril de 1935 la abierta y extensa labor de propaganda, en forma de circulares, octavillas o actos públicos, necesarias para transmitir información y mantener el 283 contacto y la solidaridad entre los miembros de las organizaciones. Aunque probablemente la actuación y la coordinación en Madrid eran facilitadas también por la presencia de las direcciones nacionales de las diferentes organizaciones obreras (con excepción de las anarquistas), o de los diputados socialistas, y las dificultades fueron mayores en otras provincias, sería interesante, si la documentación existente lo permitiera, la realización de estudios sobre otras regiones. Por otra parte, aunque se ha dicho que la reforma de los jurados mixtos impidió el funcionamiento de éstos, la realidad es que, al menos en Madrid, esta legislación prácticamente no se llegó a aplicar y los jurados se paralizaron principalmente por los decretos inmediatamente posteriores al movimiento de octubre y por la acción de la misma UGT, que se negó a inscribirse en el nuevo censo electoral social, impidiendo así la renovación de los jurados, mientras lograba seguir participando en algunos de ellos. Aunque no aceptada por las direcciones socialistas, la unidad de acción entre las organizaciones comunistas ortodoxas y socialistas alcanzó mayores cotas que antes de octubre, no sólo entre la juventud, sino también entre organizaciones sindicales y partidistas de base. La actividad propagandística conjunta se acentuó y no sólo se editó la propaganda en común sino que se repartió conjuntamente y se hicieron actos conjuntos. Al igual que en octubre, se produjo una aceptación casi absoluta de las consignas comunistas por las organizaciones de base, principalmente las de las juventudes socialistas, pero también por algunas organizaciones sindicales. Frente a las explicaciones que plantean que el desarrollo de las Alianzas Obreras locales después de octubre se vio favorecido por el mal funcionamiento de las organizaciones socialistas en la clandestinidad, mientras ésta no impedía un funcionamiento centralizado del PCE, el análisis de la evolución de este proceso en Madrid muestra otra respuesta como razón principal: las ejecutivas nacionales nunca elaboraron una política clara a seguir con relación al resto de organizaciones obreras tras el fracaso de octubre y las orientaciones que dieron a las organizaciones madrileñas, siempre como respuesta a cuestiones planteadas por éstas, fueron incompletas y mostraron una confusión constante entre comités de enlace y Alianzas Obreras, confusión que destacaban las propias direcciones provinciales y municipales socialistas. Por último hay que destacar que, frente a las conclusiones a que se ha llegado estudiando los fenómenos de protesta violenta de periodos más contemporáneos al analizado, como los años sesenta y setenta, la violencia de los años 30 en Madrid no parece el resultado del declive de la movilización y de los ciclos de protesta, sino que, por el contrario, parece concentrarse en el punto álgido de la movilización, ya que el fracaso de la revolución de octubre produjo una drástica reducción de los fenómenos violentos. Por otra parte, aunque se ha dicho que en Madrid no hubo problemas con relación a la confección de las candidaturas del Frente Popular, sí hubo discusiones importantes sobre el reparto de puestos entre las distintas fuerzas presentes, tanto en la circunscripción de la capital como en la provincial. La distribución provincial de los votos mantuvo, en general, el mapa electoral de las elecciones de 1933, coincidiendo normalmente los pueblos donde se obtuvieron los mejores resultados en las dos elecciones, y el mayor número de votos parece proceder principalmente de una mayor partici- 284 pación electoral, aunque sí hay algunos pueblos en los que el triunfo fue debido a la presencia de los republicanos en las candidaturas. LA FIGURA HUMANA Y POLÍTICA DE LUIS LUCIA LUCIA 1 (1888-1943) Vicent COMES IGLESIA E sta tesis doctoral sobre el dirigente valenciano Luis Lucia Lucia pretende insertarse en el esfuerzo de una serie de historiadores por recuperar la memoria de quienes fueron líderes destacados de masas, de aquellos que marcaron con su impronta personal una parte de nuestra historia contemporánea. Aunque el avance de los estudios biográficos ha sido notable en los últimos años, continúa siendo cierto que la historiografía española tiene como laguna importante la carencia de estudios sobre los personajes que tuvieron un protagonismo decisivo en nuestro siglo, de forma que continuamos sin biografías de Alcalá Zamora, de Indalecio Prieto, Miguel Maura o José Mª Gil Robles, por citar sólo algunos casos de políticos de diverso signo. Baste decir que, unida a la recuperación de la historia política, la biografía ha empezado ya a ser considerada por los historiadores como una perspectiva útil para realizar el análisis del poder, para acercarse a las creencias y valores culturales de un grupo social determinado, para estudiar un partido y sus vínculos internos y, en definitiva, para acceder a la realidad social de una época, objetivo último del saber histórico. La siempre compleja relación entre individuo y dinámica social está siendo repensada por los historiadores en el sentido de mostrar la estrecha interacción y dependencia que se da entre ambos elementos, de modo que si ningún individuo, líder o personalidad puede comprenderse separadamente del contexto social del que es reflejo y parte, no es menos cierto que el comportamiento de los grupos sociales está a menudo condicionado por la singularidad de sus dirigentes y por la influencia que éstos ejercen sobre ellos. Este ha sido también el presupuesto metodológico que ha marcado nuestra investigación sobre Luis Lucia, por lo que se ha tratado en cada etapa de enmarcar su actividad pública en el seno del grupo político correspondiente, de modo que su trayectoria biográfica no apareciera aislada o al margen del entorno sociopolítico del que formaba parte. De este modo, no sólo ha podido aparecer más claro su enraizamiento histórico, sino que la historia del 1Tesis doctoral leída en la Universidad de Valencia en octubre de 1999. (Dir. : Dr. Aurora Bosch Sánchez). 285 carlismo valenciano, la del catolicismo político en Valencia o la del núcleo dirigente de la CEDA han adquirido nuevos relieves historiográficos. En efecto, fue en el carlismo valenciano de principios de siglo donde Lucia aprendió lo que era la vida organizativa de un partido y donde bebió en las fuentes ideológicas del tradicionalismo, tanto el de carácter más reaccionario de Donoso Cortés, como el más moderado de Balmes. No es difícil comprobar en el joven Lucia los resultados de la intensa sociabilidad que practicaba el carlismo: en sus círculos -con una cultura propia de los grupos/secta- asimiló el radicalismo antiliberal, adquirió una concepción integrista de la verdad y aprendió, en definitiva, a hacer coincidir el triunfo de esa cosmovisión con el retorno de la dinastía carlista. En ese período, su personalidad tenía todos los rasgos de cualquier joven idealista: fogoso en la expresión, fanático en la defensa de su verdad, fustigador de católicos contemporizadores con el liberalismo, insolente discutidor del arzobispo de Valencia, maniqueísta en las reflexiones, etc. En paralelo con esta perspectiva sobre el sujeto, es posible comprobar las profundas tensiones que a principios de siglo se daban en el catolicismo político de Valencia a propósito del grado de antiliberalismo de cada grupo: los enfrentamientos entre carlistas y seguidores la Liga Católica, así como entre unos y otros con el Partido Conservador, ayudan a situar ideológicamente a Lucia y al carlismo en el extremo del arco iris derechista. Desde una perspectiva histórica, puede afirmarse que la ruptura con el pretendiente carlista Jaime III, en 1919, fue muy beneficiosa para la evolución ideológica de Lucia y del grupo con el que se identificaba. Sin las ataduras del pleito dinástico y sin las estrecheces de una concepción antiliberal gestada en el siglo XIX, el simonismo -nombre que hemos dado a la fracción valenciana que se separó del jaimismo- pudo encabezar (ya sin los recelos de las masas católicas) el catolicismo político de Valencia, conducirlo dentro de los márgenes de la monarquía alfonsina y volcarse en el reformismo social del sindicalismo católico como instrumento para hacer frente a las amenazas del sindicalismo revolucionario de esos años. En cierto sentido, a partir de 1919 la elite de la que formaba parte Lucia se "reconcilió" con la jerarquía eclesiástica (que desde años atrás había olvidado la cuestión legitimista), abandonó el antiliberalismo cerrado y asumió como proyecto político el "control de la modernización" en que estaba inmersa la sociedad española, control dirigido sobre todo a los aspectos laicizadores. Este es el marco en el que hay que situar la novedosa experiencia de la Agrupación Regional de Acción Católica (ARAC), cuyo principal ideólogo e impulsor fue Lucia. Conteniendo muchos elementos de lo que años después será la Derecha Regional Valenciana, la actuación de la ARAC entre 1922 y 1923 significó una verdadera movilización de las masas católicas valencianas y una demostración del arrinconamiento en que iban quedando los partidos dinásticos en algunas ciudades. De la solidez de la ARAC es buena prueba no sólo la consideración que se le otorgó en la asamblea constituyente del Partido Social Popular, sino el éxito electoral que en 1923 obtuvo en solitario frente a los demás partidos de la capital y, poco después, en uno de los distritos provinciales. La Dictadura de Primo de Rivera evidencia el comportamiento atípico de Lucia y de los dirigentes de la ARAC . Si el aplauso al Dictador fue general en gran parte de 286 la sociedad española, la actitud de "colaboración sin confusión" proclamada por Lucia descolocó a éste del comportamiento del catolicismo político de otras regiones y, más concretamente, del seguido por muchos miembros del Partido Social Popular. Ciertamente, su firme negativa a integrarse en la Unión Patriótica y las duras críticas que dirigirá a este conglomerado de intereses los hizo compatibles con reiterados elogios a Primo de Rivera. Por otra parte, los seis años de Dictadura fueron verdaderamente importantes desde la perspectiva biográfica. En primer lugar, porque Lucia tomó la decisión de reconocer públicamente a Alfonso XIII, dejando así constancia de su integración plena en el régimen monárquico establecido en España. Además, fue en esos años cuando estrechó lazos con los sectores económicos vinculados a la economía citrícola (considerada por él como fuente principal de riqueza para Valencia), lazos que en la etapa republicana aprovechará para ampliar la base social de su partido. En tercer lugar, porque fue a mediados de esta etapa cuando se produjo definitivamente el relevo generacional en la élite del catolicismo político valenciano y cuando Lucia asumió el liderazgo sobre un grupo de jóvenes procedentes de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, el mismo que unos años después le acompañará en la etapa republicana. Finalmente, porque los años de la Dictadura significaron una profundización y maduración de los principios ideológicos que orientarán la actividad política de Lucia en la etapa siguiente: el compromiso político como un deber de los católicos; la independencia de la Iglesia respecto de cualquier partido; la accidentalidad de las formas de gobierno desde un punto de vista doctrinal; la necesidad de partidos regionales que puedan llegar a federarse en el ámbito nacional; el valencianismo como identidad específica dentro de España; el respeto al pluralismo ideológico como actitud de tolerancia democrática; el intervencionismo político como estrategia irrenunciable; etc. La exposición y justificación de cada una de esas ideas fue hecha en su libro En estas horas de transición, escrito en las últimas semanas de 1929 con el objetivo de preparar al movimiento católico para la transición a la fase de posdictadura. Con cuanto antecede sobre Lucia y el catolicismo político valenciano, resulta más comprensible -y explicable históricamente- la asombrosa expansión de la Derecha Regional Valenciana y el rápido liderazgo que pudo asumir Lucia sobre las masas derechistas y católicas durante la etapa republicana. Es una observación que merece destacarse. En nuestra opinión, hay una clara línea de continuidad entre los años republicanos y los años veinte en cuanto al catolicismo político se refiere, y Lucia, con sus planteamientos ideológicos y con su liderazgo, constituye el eslabón principal que engarza esas dos épocas. Ciertamente, se producirán algunos cambios sustanciales, como, por ejemplo, la salida de Valencia-capital y la expansión por los pueblos de la provincia; o la ampliación social de la base católica que tradicionalmente le había dado su apoyo. Pero los cimientos ideológicos y la élite organizadora son en buena medida anteriores al 14 de abril. En este punto reside, en nuestra opinión, una de las claves para explicar las diferencias entre la Derecha Regional y otras agrupaciones regionales surgidas en 1931, y que después se integrarán en la CEDA. Pero es innegable que Lucia ha pasado a la historia contemporánea por su actuación en los años republicanos, circunstancia que obligaba a detenerse especialmente en este período. Y, en efecto, algunos aspectos son verdaderamente relevantes. En primer 287 lugar, llama la atención la intensa campaña de Lucia y de los dirigentes de la Derecha Regional Valenciana por convencer a sus seguidores y simpatizantes de que había que acatar el nuevo régimen republicano porque “lo habían traído las urnas”, argumento democrático que refleja bien la ideología de Lucia en ese momento. Junto a esta razón, proclamará la doctrina eclesiástica sobre la “accidentalidad de las formas de gobierno” como justificación teórica para que las asustadas masas católicas relativizasen sus sentimientos monárquicos. A ello añadirá, además, que el proyecto político de la Derecha Regional continuaba teniendo pleno sentido en el régimen republicano, pues el intervencionismo era un principio fundacional irrenunciable y la consecución del “bien posible” (el llamado “posibilismo” o, dicho en nuestro esquema interpretativo, el “control de la modernización”) una obligación en cualquier situación política. De esta forma, a los pocos meses de haberse proclamado la República, Lucia ya había zanjado en su partido el debate teórico sobre el nuevo régimen y estaba logrando atraer a buena parte de las masas católicas y derechistas que habían quedado huérfanas de dirección política o que estaban siendo tentadas por las opciones extra-sistema y anti-régimen. Tal vez, ningún otro dirigente de la época dedicó tanto esfuerzo a estas consideraciones de índole ideológica. Cuando con el tiempo aparezcan situaciones que hagan tambalear esos principios o la estrategia adoptada (así ocurrirá, por ejemplo, cuando las Cortes Constituyentes aprueben medidas sobre la religión y el culto consideradas sectarias para los católicos; o cuando se produzca el golpe de Sanjurjo), Lucia no hará sino repetir y reiterar lo que ya había dicho en los primeros meses. Así pues, con esta base teórica, la expansión de la Derecha Regional por la geografía valenciana en el año y medio de régimen republicano ha de valorarse no sólo en lo que tuvo de crecimiento organizativo, sino también en lo que significó de labor doctrinal-ideológica para retener a los derechistas dentro de la “lucha política” del régimen establecido. En segundo lugar, tiene gran interés dibujar y deslindar el espacio político que ocupaban Lucia y su partido. En este sentido, los márgenes próximos eran, por un lado, el Partido Liberal de Alcalá Zamora junto con el Partido de Unión Republicana Autonomista (los blasquistas), y, por otro, los monárquicos, tanto alfonsinos como carlistas. El permanente rechazo de los “republicanos viejos” contra los que ahora pretendían integrarse en el régimen constituyó una barrera con la que repetidamente se enfrentará Lucia, no valiéndole siquiera sus manifestaciones y comportamientos de lealtad republicana. En cuanto a los monárquicos de uno y otro signo, los cada vez más frecuentes enfrentamientos de Lucia con los fundamentalistas (ahí están los ejemplos del marqués de Sotelo, de José Mª Albiñana o de Calvo Sotelo) le sirvieron para ser descalificado como traidor a la monarquía y como oportunista político, descalificaciones que arreciaron tras su inequívoca condena del golpe de Sanjurjo. Con estas consideraciones (que podrán quedar más claras cuando se investigue la extrema derecha valenciana), el espacio político que ocupó la Derecha Regional y su líder aparece mejor delimitado y, en nuestra opinión, más “centrado” de lo que ha sido considerado habitualmente por los historiadores. En tercer lugar, las relaciones de la Derecha Regional con la CEDA y, particularmente, las de Lucia con Gil Robles, tienen una importancia fundamental. No podía ser de otra forma, dada la estrecha vinculación entre ambas organizaciones, así como 288 entre los dos líderes. En cuanto a la primera cuestión, no es, sin duda, ninguna novedad historiográfica mostrar la mayor sensibilidad social y regionalista que existía en la Derecha Regional en comparación con el resto de formaciones políticas agrupadas en la CEDA: son conocidas las diversas situaciones (caso del Estatuto Vasco, o la lección de carácter socialcatólico que dieron los representantes valencianos a los demás miembros de la Asamblea constituyente de la CEDA) en las que los miembros de la Derecha Regional sobrepasaron por la izquierda a sus compañeros cedistas. Tampoco es ninguna novedad descubrir a los diputados valencianos dispuestos en varias ocasiones a hacer manifestación abierta de republicanismo frente a las reticencias y ambigüedades de la mayor parte de diputados cedistas. Todo esto era ya conocido y ha sido divulgado por los historiadores. La aportación ha consistido en reafirmarlo desde la perspectiva valenciana, es decir, ofreciendo los debates internos que tenían lugar en las reuniones y asambleas de la Derecha Regional, señalando el énfasis que este partido ponía en algunas cuestiones claramente relegadas o secundarias en el interés programático de la CEDA y, finalmente, mostrando los reiterados intentos de Lucia por influir personalmente en la estrategia cedista. La conclusión obtenida es que no sólo su partido fracasó en el propósito de “centrar” la CEDA, sino que la coloración conservadora en lo social y ambigua en lo político que caracterizó a esta agrupación de partidos predominó y contaminó -tanto histórica, como historiográficamente- la imagen política más moderada y pro-republicana del partido valenciano. El hecho de que, en la frenética dinámica social y política que se abrió tras las elecciones de Febrero de 1936, una fracción de la dirección del partido y una parte de sus bases juveniles se adentrasen por la vía conspiratoria sin el consentimiento de su máximo dirigente Lucia, no invalida cuanto antecede, pues tiene su explicación en la existencia de una minoría radicalizada en el partido, no representativa, en nuestra opinión, del conjunto de la Derecha Regional. Como complemento de lo anterior, hay que referirse a las relaciones entre Gil Robles y Luis Lucia, marcadas en buena medida por el papel subordinado que el biografiado aceptó desempeñar al lado de aquél. De la amistad personal entre los dos dirigentes hay numerosas manifestaciones públicas del propio Lucia. De las discrepancias, más o menos importantes, entre ambos tenemos, igualmente, abundantes comentarios de prensa -siempre desmentidos por Lucia-, aunque ciertos hechos anteriores a 1936 confirman algunas de las divergencias de las que hablaban los periódicos de la época. Ahora bien, al margen de los rumores, lo que algunos documentos demuestran es que a partir de la crisis de diciembre de 1935 las diferencias entre Gil Robles y Lucia pasaron a ser realmente importantes, pues afectaron a aspectos ideológicos (la progresiva fascistización de las Juventudes), estratégicos (el retraimiento parlamentario y electoral frente al principio “intervencionista” de Lucia) y de estilo (los pulsos personales sostenidos por Gil Robles con Alcalá Zamora, Portela y Azaña, frente al papel de mediación y suavización que siempre le tocó ejercer a Lucia). Fueron diferencias que derivaron en públicas situaciones de tensión y distanciamiento entre los dos amigos. Desde luego, el problema en la primavera de 1936 no era sólo de Lucia, sino también de Giménez Fernández y de la minoría demócrata cristiana de la CEDA, ya que todos juntos fracasaron en su pretensión de arrancar a Gil Robles de su alianza con los “conservaduros” de la CEDA. El interrogante que se plantea a partir de la investigación -al 289 igual que se lo han formulado los biógrafos de Giménez Fernández- es por qué, mientras el dirigente sevillano -un solitario, al fin y al cabo- se retiraba hastiado a su casa de Chipiona, Lucia no abandonó la CEDA a pesar de contar con el apoyo de un sólido partido regional. Algunas explicaciones a esta aparente incongruencia de Lucia son admisibles: la complicada situación interna de la Derecha Regional, el particular sentido de lealtad que practicaba, la precipitación de los acontecimientos de julio, etc. No obstante, más determinante ha de considerarse su propio testimonio, expresado en 1937, según el cual tenía previsto formalizar la ruptura en la asamblea que la CEDA iba a celebrar en septiembre de 1936. De haberse podido cumplir este propósito de Lucia, no cabe duda de que el papel de puente que en ocasiones desempeñó entre las izquierdas moderadas y las derechas habría tenido una relevancia mayor, y su protagonismo histórico hubiera quedado más patente. En cuarto lugar, no podía faltar en un estudio biográfico sobre Lucia un análisis somero de los escasos siete meses en los que Lucia fue ministro de la República. Es cierto que por lo reducido del tiempo y por la frustración en que quedaron la mayor parte de sus proyectos como ministro, esta etapa ministerial representó casi una anécdota en su vida política. Sin embargo, para el historiador significa una oportunidad de comprobar y corroborar la sensibilidad social y política de Lucia cuando tuvo a su alcance la Gaceta de la República. Ése ha sido el resultado del análisis al estudiar sus proyectos sobre la reforma administrativa de Correos y Telecomunicaciones, así como su ambicioso “plan de pequeñas obras públicas” (como a él le gustaba llamarlo), destinado a paliar el grave problema del paro rural. Si las restricciones económicas del ministerio de Hacienda obligaron a Lucia a hacer proyectos de ley realistas, la alocada coyuntura política de finales de 1935 acabó echando por tierra todos sus esfuerzos en el ministerio. En quinto lugar, interesaba aclarar la actitud de Lucia respecto de los preparativos del golpe militar a fin de conocer su actitud, grado de información e implicación en el mismo, cuestión realmente importante en una biografía política. Con la documentación actualmente disponible, la conclusión es clara: en sus editoriales de Diario de Valencia y en su comportamiento (por ejemplo, en la denominada “operación Prieto”), Lucia continuó defendiendo, después del resultado electoral de febrero de 1936, la colaboración con el régimen republicano y la validez de la estrategia posibilista. Es cierto, no obstante, que la grave conflictividad social y el desbordamiento en que se hallaba el gobierno de Casares Quiroga le llevaron a dudar de una solución política y a albergar expectativas (al igual que otros dirigentes moderados) sobre una posible vía autoritaria a partir de las confusas informaciones que poseyó sobre la conspiración en marcha. Ahora bien, cualquiera que fuese la intensidad de sus vacilaciones, al enviar un telegrama de adhesión al gobierno de la República Lucia optó por la lealtad republicana en las horas decisivas del 18 de Julio. Un análisis de las contradictorias versiones existentes sobre este punto ayuda a distinguir las falsas e interesadas de las históricamente verosímiles. Cuestión distinta es -y así ha de ser considerada- que en el transcurso de la Guerra Civil Lucia se colocase anímicamente al lado de los rebeldes y esperanzado en su triunfo, actitud que ha de explicarse por otro tipo de factores. 290 El tramo final de la vida de Lucia, entre 1936 y 1943, aporta interesantes aspectos de su personalidad y arroja cierta luz sobre los comportamientos políticos de ambos bandos. Junto al legalismo procesal con que actuó el Tribunal Supremo de la República ante uno de sus diputados preso, hay que señalar, por ejemplo, la maniobra política de Negrín para cambiar la decisión de los grupos parlamentarios y autorizar el procesamiento de Lucia, procesamiento que, caso de haberse celebrado el juicio, hubiera acabado probablemente en absolución, dada la endeblez de las pruebas recogidas por el fiscal. Asimismo, conquistada Barcelona y prisionero de nuevo en las cárceles franquistas, la sentencia del Tribunal militar no ocultaba el carácter ejemplarizante y “vengativo” de la condena a la máxima pena, “venganza” que quedó atenuada cuando, después de dos años, el general Franco y el grupo de militares de su gobierno determinaron conmutar la pena de cárcel por la de destierro en Palma de Mallorca. El repaso a las numerosas gestiones hechas por familiares y amigos para conseguir la libertad de Lucia pone de relieve los jerarquizados mecanismos de influencia que coexistían en el vértice del régimen franquista en torno al general Franco, único que, en definitiva, podía decidir. Después de su muerte en enero de 1943, el espeso silencio que impuso el franquismo sobre su figura prolongó el castigo que los vencedores hacían pagar a quienes no les habían sido fieles el 18 de Julio. Por su parte, la indiferencia con que el republicanismo político moderado ha considerado la aportación histórica de Lucia no ha sido más que la prolongación de la “injusticia” -término utilizado por Prieto para referirse al lider valenciano- que la República había cometido con él en 1937. En definitiva, pues, la recuperación de la figura histórica de Lucia vuelve a poner en primer plano algunas de las cuestiones que hasta ahora han sido poco profundizadas por la historiografía de la Segunda República. Si en los últimos años se ha avanzado en la diferenciación de las diversas derechas españolas del período republicano y se ha puesto fin a la imagen de un bloque compacto actuando al unísono, menos fortuna, en cambio, ha tenido el capítulo de las derechas accidentalistas, de las que apenas han interesado las diversas tonalidades cromáticas que en su seno coexistían, y de las que carecemos incluso de una rigurosa cronología de sus aproximaciones y alejamientos respecto del régimen republicano. Caracterizar como “conglomerado” a quienes se agruparon en la CEDA no debería ahorrar el esfuerzo de establecer las diferencias ideológicas y estratégicas de las diversas fuerzas y personalidades que la integraban, ni ignorar el dinamismo que tuvo la correlación de tendencias. En este sentido, calibrar las tensiones que entre ellas se dieron y precisar mejor por qué triunfó finalmente la fracción más antirrégimen revelaría los vaivenes temporales que atravesó el conflicto interno –y la influencia que en éste tenía la coyuntura política republicana– y descubriría las posibilidades de éxito que tuvo alguna otra estrategia distinta de la que en verdad ganó. Asimismo, las tensiones y coaliciones electorales con los fundamentalistas monárquicos, así como los puntuales acuerdos con la derecha republicana, aguardan una explicación que combine adecuadamente los factores ideológicos con los caracteriológicos (sin caer, por supuesto, en una historia psicologista), explicación que ayudaría a entender la imposibilidad de facto de constituir un centro político. Ciertamente, como ocurre a menudo, el estudio de la personalidad política de Lucia, a la vez que aporta abundante luz sobre este incompleto listado de temas, desvela 291 suficientes sombras todavía como para estimular la investigación de esta parcela de nuestra historia reciente. Joaquín GIRÓ MIRANDA, Estrategias y relaciones en la formación y desarrollo de la burguesía industrial riojana (1850-1950) L a thèse soutenue le 5 septembre 2000 devant l'Université de La Rioja par Joaquín Giró Miranda, et qui devrait rapidement faire l'objet d'une publication en Espagne, est d'un apport précieux pour la connaissance de l'histoire sociale de La Rioja et de l'Espagne à l'époque contemporaine. En effet, sous le titre "Estrategias y relaciones en la formación y desarrollo de la burguesía industrial riojana (18501950)", l'auteur propose une problématique originale dans laquelle s'articulent les différentes dimensions sociale, anthropologique, économique, démographique et culturelle. Il s'agit d'un véritable exercice de recherche interdisciplinaire qui, à partir de La Rioja, élabore un modèle micro-historique applicable à la construction de macrostructures nationales. Le texte se décompose en trois parties, des causes aux effets : les deux premières portent sur le réseau industriel proprement dit et étudient le passage de formes traditionnelles de travail et de production à la modernité. La troisième s'intéresse aux conséquences des nouvelles formes d'industrialisation et à la constitution de véritables dynasties. Le premier mouvement, intitulé "Désindustrialisation du textile traditionnel à la fin de l'Ancien Régime : les différentes phases de l'industrie", décrit en trois étapes chronologiques les phénomènes de protoindustrialisation (1752-1792), désindustrialisation (1792-1830) et industrialisation (1830-1860) qui ont successivement caractérisé l'industrie locale soumise aux conditions sociales, économiques, politiques et culturelles nationales. Dans un deuxième volet, qui constitue le coeur de la thèse, est détaillé le processus d'implantation de l'industrie moderne capitaliste dans La Rioja lié à la réadaptation de l'industrie textile et à l'émergence de véritables stratégies familiales. Le titre en est "Le système de fabrication intégrale ou de cycle complet (la consolidation du textile (1850-1900)". La troisième partie est, quant à elle, consacrée à l'exposition biographique des principales familles industrielles qui ont peu à peu tissé ce tissu social aux mailles si serrées que pratiquement toutes les familles étaient liées entre elles par le sang. Sous le titre "Les patrimoines, leur transmission et la reproduction sociale", sont présentés et commentés des arbres généalogiques et des pratiques culturelles afin d'expliquer et de justifier la constitution des grandes fortunes industrielles. 292 Ce travail montre finalement et de manière éclairante quel rôle ont joué les pratiques endogamiques dans la reproduction d'une micro-société au sein de laquelle le réseau de parenté a été la base des stratégies et des échanges matrimoniaux et de pouvoir. La bourgeoisie industrielle de La Rioja a ainsi su non seulement défendre et conserver ses positions idéologiques et culturelles mais aussi atteindre ses objectifs économiques. Il est sur ce point tout à fait comparable à l'ouvrage récemment publié par l'historienne stéphanoise Nicole Verney-Carron, "Le ruban et l'acier"1, qui dévoile les arcanes des élites économiques de sa ville au XIXe siècle et en démonte les rouages économiques et culturels. Voici donc ébauchées en quelques mots les étapes d'une étude savamment menée qui est une pierre de plus à l'édifice de l'histoire sociale et pourra intéresser tout historien attentif à l'évolution et aux variations des groupes sociaux dans l'Espagne contemporaine. Marie-Hélène SOUBEYROUX-BUISINE (Université de Saint-Étienne) 1Nicole Verney-Carron, Le Ruban et l'acier. Les élites économiques de la région stéphanoise au XIXème siècle, (1818-1914), Publications de l'Université de Saint-Etienne, Saint-Etienne, 1999, 448p. 293 LA REPRÉSENTATION DU PREMIER FASCISME DANS LA PRESSE D’OPINION ESPAGNOLE : DE LA MARCHE SUR ROME AUX ACCORDS DU LATRAN (TROMPE-L’ŒIL ET LIGNES DE PARTAGE)1 Manuelle PELOILLE S ix quotidiens d’opinion madrilènes, ABC, El Debate, La Época, Heraldo de Madrid, La Libertad, El Sol, ont fourni la matière de base pour une analyse de la réception du premier fascisme italien en Espagne. Leur sélection parmi une presse abondante tient à trois critères : la tendance politique, les propriétaires, et l’influence nationale. Le deuxième critère a fait que nous avons évité un doublet du type El Sol-La Voz. Cette source, systématiquement dépouillée d’après des entrées qui vont au-delà des simples termes «fascisme», «fasciste», ou des noms «Mussolini» et «Italie», est complétée par tous les essais traitant exclusivement ou partiellement des événements italiens parvenus entre nos mains. Pourquoi s’intéresser à la réception des premières années du fascisme ? Les années trente, la gestation du fascisme espagnol, les origines espagnoles du Fascisme, tout cela est amplement abordé par l’historiographie. Par contre, entre la Marche sur Rome du 27 octobre 1922 et 1929, les hésitations qui précèdent la polarisation de la décennie suivante n’ont fait l’objet que de développement ponctuels. On pourrait objecter en ce point que le fascisme ne date pas de la Marche sur Rome des derniers jours d’octobre 1922. Mais dans la presse espagnole examinée, c’est la visibilité du fascisme né en 1919 qui détermine l’intérêt à son égard. Quant à la date de clôture, elle correspond aux premières polarisations d’un Giménez Caballero, aux Accords de Latran aussi, qui règlent les rapports de l’Église catholique à l’État fasciste. La droite catholique espagnole, à travers El Debate notamment, se montre fort sensible à l’évolution de ces relations. Mais surtout, il est permis de se pencher sur les représentations du premier fascisme italien parce que les conditions de l’instauration d’un régime fasciste avaient beau être réunies dans l’Espagne du début des années vingt, le modèle italien n’a pas trouvé de concrétisation avant les années trente. En d’autres termes, comment se fait-il que, malgré le discrédit du système parlementaire de la Restauration, le “ras-le-bol” général perceptible depuis les 1 Thèse soutenue à l’Université de Bordeaux III, le 1er décembre 2001. Dir. : Prof. Jean-Michel Desvois, Carlos Serrano. 294 colonnes d’ABC jusqu’à celles La Libertad, le climat de luttes sociales, le fascisme n’ait pas pris en Espagne ? Telle est l’une des questions qui préside à la présente étude. Afin d’être en mesure d’apporter des réponses, la thèse prétend établir comment le fascisme joue le rôle de réactif par rapport aux débats politiques et sociaux en discussion dans la presse et les essais espagnols, plus spécialement aux polémiques concernant le libéralisme et au problème de la recomposition idéologique des conservateurs et des réactionnaires. De ces deux questions, un enjeu commun essentiel semble ressortir : la place dévolue au peuple quant à l’exercice du pouvoir politique. La méthode est fondée sur l’explication de textes, qui prend en compte les argumentaires, le vocabulaire, les effets stylistiques. Mais comme les textes étudiés ne sont bien évidemment pas hors du temps, les éléments du contexte italien ou espagnol sont convoqués chaque fois que cela s’est avéré nécessaire, notamment dans le cas d’allusions. Parfois aussi, certains compliments de publicistes traditionnellement classés comme libéraux à Mussolini visaient en fait le dictateur espagnol. La perspective est, selon les exigences de l’objet, tantôt thématique, tantôt chronologique. Par exemple, la trajectoire de El Debate et El Sol devant le fascisme appelait la seconde optique. En revanche, le traitement de la question de la démocratie théorique n’évolue pas entre 1922 et 1929 : qui oppose une profession de foi démocrate au régime italien le fera de même, jusqu’à épuisement du lecteur, entre ces deux dates. Dans ce cas, le choix thématique s’imposait. Une autre particularité de l’étude tient au fait que les grandes figures intellectuelles n’ont pas été privilégiées au détriment des publicistes qui, en dépit de leur maigre postérité, occupaient fréquemment les Unes des journaux. Les commentaires d’un Álvaro Alcalá-Galiano ou de Vicente Clavel ont mérité à notre sens la même considération que ceux de Ramiro de Maeztu ou d’Ernesto Giménez Caballero. La thèse s’ordonne en trois parties : la résonance du fascisme sur les débats autour du libéralisme ; les résistances de la droite espagnole à l’application mimétique du modèle italien ; l’étude des rapports, établis par les auteurs eux-mêmes, entre le régime de Mussolini et son antagoniste soviétique. Une interprétation courante des trajectoires intellectuelles à cette période a trait aux débats concernant la crise et l’avenir du libéralisme en Espagne. La première partie prend cette clef pour point de départ, en étudiant comment le fascisme de Mussolini est incorporé aux débats sur le libéralisme. Il en ressort d’abord, à notre grande surprise, que le camp libéral, représenté notamment par El Sol, se caractérise par une attitude attentiste, voire bienveillante, à l’heure de juger le fascisme. Il faut attendre janvier 1925 et le discours sans équivoque de Mussolini pour assister à une prise de position claire de la part du quotidien d’Urgoiti. On pourrait alors penser que les intellectuels et 295 publicistes ignoraient une partie des faits. Il n’en était rien, tous les journaux offraient de fréquents entrefilets signalant la violence infligée aux opposants. Partant, un tel délai peut tenir à un aveuglement, à l’influence de la presse étrangère, française et italienne, à des pressions de la part du gouvernement italien. Notons enfin que l’attitude équivoque de El Sol se retrouve jusqu’en 1928, dans l’essai Italia fascista de Juan Chabás. Par ailleurs, le fascisme est effectivement jugé au regard des questions générales du gouvernement du peuple et de ses conditions (l’éducation notamment), de la responsabilité du pouvoir exécutif devant le Parlement, de l’indépendance des agents économiques ou de l’individu par rapport à l’État. L’intérêt d’une analyse de l’interaction de l’image du fascisme avec les discussions concernant la démocratie, le parlementarisme, les systèmes de représentation politique et le « laissez faire, laissez passer » (ce sont là les différentes acceptions du terme «libéralisme» chez nos auteurs) n’est pas tant d’infirmer en grande partie les clivages existants, que de passer de l’autre côté de certains trompe-l’œil et double discours, et surtout de voir apparaître deux clefs d’interprétation : les réticences d’une droite que le modèle voisin a pu séduire ; le caractère indissociable des représentations du fascisme et de tout ce qui s’apparente au socialisme, sous sa forme anarchiste, réformiste ou bolchevique. Dès le départ, une question légitime était : pourquoi le fascisme n’a pas pris en Espagne dans les années vingt, alors que certaines conditions favorables semblaient réunies ? Afin d’apporter quelques éléments de réponse, la seconde partie de la thèse développe les différentes résistances des conservateurs et réactionnaires. Le quotidien catholique papiste El Debate, par exemple, approuve le fascisme pour sa réduction des mouvements socialistes qui se développèrent dans l’Italie de l’après-guerre, mais sa vigilance à propos des intérêts de l’Église et de ses représentants, comme le Parti Populaire italien de Luigi Sturzo, constitue un frein à l’adhésion inconditionnelle de ce courant au mouvement de Mussolini. D’autres réticences tiennent à la défense des intérêts impérialistes de l’Espagne en Europe, au Maroc et en Amérique latine, que l’Italie semble menacer. Les thèses de « l’affirmation nationale », ou de la particularité des « caractères » ou « génies » nationaux sont utilisées à cette fin concrète. Le fascisme italien n’est pas entièrement soluble dans le nationalisme espagnol tel que le représente Ernesto Giménez Caballero. Comme la bourgeoisie espagnole, et catalane en particulier, a su se doter d’organisations de répression propres contre les aspirations du mouvement populaire organisé, le modèle des faisceaux, malgré les bravades des premières semaines qui ont suivi la Marche sur Rome, n’a pas connu d’heureuse fortune en Espagne. Les somatenes d’origine catalane, les Sindicatos libres et autres uniones ciudadanas suffisent pour les classes au pouvoir à réduire l’ennemi 296 ouvrier. Les traces de cet état de fait et d’esprit se retrouvent dans la presse et les essais considérés. On aurait pu enfin attendre que la figure de Mussolini eut constitué un modèle d’homme d’État. Il est indéniable que le dirigeant fasciste, loué ou dénigré, devient une référence, l’objet de comparaisons et de caricatures variées. Mais la figure qui s’impose alors en Espagne est celle du « chirurgien de fer » de Costa, qui tient tout à la fois du dictateur temporaire, du politique efficace et du purificateur des mœurs politiques. La troisième partie cherche à interpréter le constat, opéré au cours de l’analyse de l’interaction entre le fascisme et les débats sur le libéralisme, que l’image du régime italien est indissociable de celle du socialisme sous toutes ses formes, et notamment sous sa forme soviétique. Une évaluation quantitative permet d’établir que la totalité des essais et les deux tiers des articles considérés n’abordent pas le fascisme sans aborder son antagoniste. L’observation des rapprochements oblige à faire une large part aux modalités de l’assimilation des deux régimes sociaux, fréquente chez les auteurs rencontrés. Elle s’opère par rapport au déroulement de l’histoire, ou bien sous une préfiguration du concept de « totalitarisme », celui de « Tout-État » ou d’« ÉtatDieu », entrevu en première partie. L’analyse ponctuelle du vocabulaire, à travers le binôme « revolución/reacción », permet de préciser la nature des rapprochements opérés entre fascisme et bolchevisme. Ainsi par exemple, le terme « revolución » permet-il, selon qu’il est pris selon le seul critère de la violence ou selon ce critère ajouté à celui du renversement d’un ordre social, tantôt d’identifier, tantôt de distinguer les deux régimes. Les fréquentes assimilations entre fascisme et bolchevisme tendraient à faire penser, chez ceux qui les formulent, en une volonté de neutralité, conforme aux idéaux libéraux. Or, sous ce voile, après une analyse encore plus approfondie, on découvre un retrait par rapport à l’un des deux termes, le socialisme, au profit d’une bienveillance envers le fascisme, comme si le premier jouait le rôle de repoussoir. 297 LE DISCOURS POLITIQUE DE MANUEL AZAÑA SOUS LA DEUXIÈME RÉPUBLIQUE ESPAGNOLE (1931 – 1939)1 Alexandra PALAU L a trajectoire politique et intellectuelle de Manuel Azaña a suscité bien des débats, bien des controverses. La façon dont coexistent au sein de cette personnalité complexe, l’homme politique et l’homme de lettres est particulièrement remarquable. Cette double vocation a été pour Azaña l’objet de longues hésitations. Sa carrière politique est d’ailleurs ponctuée par l’écriture de romans, d’essais de réflexion et d’œuvres dramaturgiques. Politique et littérature semblent être chez lui complémentaires. Cependant, la période où cette imbrication atteint son point culminant et s’avère la plus créative pour Azaña est la Deuxième République espagnole. Ministre de la guerre, puis Président du Conseil des Ministres, il accède enfin à des responsabilités importantes sur la scène politique nationale. Il ne cessera, dès lors, de consacrer son énergie à la concrétisation de son idéal républicain. Ce nouveau régime et Azaña sont intimement liés puisqu’il est le symbole de la légitimité démocratique espagnole, et qu’il incarne cette République naissante et inexpérimentée, porteuse d’espoirs mais également soumise à de nombreuses incertitudes. Dans une telle conjoncture, la parole est partie intégrante de son action politique. Elle réunit dans un même élan créateur sa double vocation pour la littérature et la politique en donnant à sa démarche une profonde cohésion. Ses discours rythment, en effet, une actualité politique fort mouvementée et témoignent d’une volonté permanente de communiquer de personne à personne, dans le but de convaincre ses différents auditoires de la nécessité de transformer la société espagnole. La production oratoire de Manuel Azaña est donc l’expression de cette foi et de cet enthousiasme dans le programme réformateur. Son étude devrait nous apporter un éclairage nouveau sur l’efficacité des choix discursifs de Azaña et son talent d’orateur. Le corpus est composé de onze discours prononcés par Azaña pendant la période allant de la proclamation de la République et de sa participation au Gouvernement provisoire en avril 1931 jusqu’à la fin de la Guerre civile en 1939. Nous avons retenu trois interventions devant les Cortès1 qui ont lieu durant le bienio reformador (avril 1931- octobre 1933). A partir du 14 octobre 1931, Azaña occupe la Présidence du Conseil des Ministres, il insiste sur la nécessité de moderniser le régime politique, les institutions et l’administration. Il souhaite mettre en place un Etat démocratique fort, capable de réaliser toutes les réformes que requiert la situation du pays : le statut des régions, la 1Thèse soutenue à l’Université de Perpignan, le 10 décembre 2001. Dir. : Prof. Christian Lagarde. 298 sécularisation de l’ Etat, les réformes de l’ Armée, le développement de l’enseignement public et la réforme agraire. Manuel Azaña expose également son programme politique aux membres de son parti Acción Republicana et à des assemblées ayant une conception de la République proche de la sienne. Dans ces discours2, il s’attache à développer son idéal républicain et les principes politiques qui lui sont chers. Lors de ces interventions, il laisse volontiers transparaître ses sentiments, son émotion. En novembre 1933, la victoire de la droite aux élections met fin au bienio reformador et Azaña se retrouve dans l’opposition. Même si dans un premier temps, ses déceptions le rendent très amer, dès 1934, ses discours comportent une problématique civique très ardente. Il lance un appel à la capacité morale de chaque individu pour se mettre du côté de la justice, de la raison et du bien commun sans jamais perdre de vue le respect des libertés publiques. Ces discours3 s’adressent à des cercles restreints qui adhèrent à ses idéaux. Mais, en 1935, Azaña intervient également devant un nouveau type d’auditoire. Face à de grandes assemblées populaires dont la composition est très hétérogène, l’homme politique insiste ouvertement sur son souhait d’intégrer le prolétariat au jeu démocratique 4. En essayant d’inspirer confiance à la majorité des Espagnols, Azaña souhaite leur faire retrouver leur élan républicain du départ. Il remobilise ainsi son électorat. Ces discours5 “ en plein air ” s’inscrivent donc dans le cadre de la campagne électorale du Front populaire en vue des élections de février 1936. Tout en critiquant la politique du gouvernement “ radical-cedista ”, Azaña y prône la nécessité d’une coalition de la gauche républicaine avec le socialisme. Ces interventions témoignent de l’inébranlable foi d’Azaña dans le pouvoir du discours politique en tant qu’action. C’est ce même instrument, la parole, qu’il utilise à nouveau dans des circonstances beaucoup plus tragiques. La date du 18 juillet 1936 marque la fin des illusions : la Guerre civile signifie pour Azaña l’effondrement de ses plans de modernisation. A travers ses discours, nous constatons qu’il se situe au-dessus des deux camps qui s’affrontent ; pendant cette période, Azaña cherche à s’adresser à tous les 1 Manuel Azaña, “Política religiosa : El artículo 26 de la Constitución ”, 13 octobre 1931, Obras Completas, Edición y prólogos de Juan Marichal, México, Oasis,1966-1968, t.II, p.49-58. -Ibid., Política militar : Líneas generales de las reformas de Guerra y creación del cuerpo de suboficiales ”, 2 décembre 1931, p.85-102. -Ibid., “Discurso en defensa del Estatuto de Autonomía de Cataluña”, 27 mai 1932, p.249-285. 2 Ibid., Discours de clôture de l’assemblée de Acción Republicana, 28 mars 1932, p. 223-230 – Discours de Valladolid, 14 novembre 1932, p.457-472– Discours de clôture de l’assemblée de Acción Republicana, 16 octobre 1933, p.875-889. 3 Manuel Azaña, Grandezas y miserias de la política. Conferencia en el “ Sitio ” , de Bilbao, el 21 de abril de 1934, Madrid, Espasa-Calpe, 1934; Manuel Azaña, “ Discurso a los republicanos catalanes ”, 30 août 1934, O.C., op.cit., t.II, pp.983-998. 4 Paul Aubert, “ Manuel Azaña, un intellectuel au pouvoir ”, J.P. Amalric, P. Aubert, (eds.), Azaña et son temps, Madrid, Casa de Velázquez, 1993, p.312. 5 Manuel Azaña, Discours dans le pré de Mestalla, 26 mai 1935, pp.229-247, Discours dans le pré de Comillas, 20 octobre 1935, p.269-293, O.C., op.cit., t.III. 299 Espagnols, c’est un appel à la raison. Son discours du 18 juillet 19381 prononcé à l‘Hôtel de ville de Barcelone constitue sa dernière intervention publique avant qu’il ne quitte le sol espagnol ; elle est très significative de son état d’esprit. Son message, aussi bien dans le fond que dans la forme, est très pathétique et laisse transparaître son émotion et sa douleur. Il s’agit à la fois d’un témoignage poignant qui ne peut laisser indifférent et d’une réflexion mélancolique et désespérée sur le destin du peuple espagnol. Ces discours sont représentatifs de la production oratoire de Manuel Azaña. En effet, cette sélection prend en considération les différents rôles institutionnels assumés par Azaña : Ministre de la Guerre, Président du Conseil des Ministres, député, chef de parti, leader de l’opposition dans le cadre d’une campagne électorale et Président d’un Etat en guerre. Cette diversité concernant les multiples fonctions qu’il a occupées sous la Deuxième République s’avère être du plus grand interêt pour notre analyse ; une étude comparative permet d’observer les incidences que ces rôles ont sur les choix discursifs de l’orateur. Cependant, afin de ne négliger aucun élément et de bien comprendre l’incidence des paramètres contextuels sur les pratiques langagières, les caractéristiques et les attentes de chaque auditoire constituent également des données essentielles. Quel rôle joue ce destinataire dans les interventions publiques d’Azaña ? Et, dans quelle mesure celui-ci conditionnet-il ses propos ? La production discursive en question étant dans ce cas orale, cette influence est d’autant plus importante que le récepteur est situé dans le même espace-temps que l’émetteur. L‘étude de cette production oratoire a été envisagée à partir de deux approches différentes mais complémentaires. Il s’agit d’utiliser à la fois les concepts issus de la théorie de l’énonciation et certains instruments théoriques relatifs à l’interactionnisme verbal. L’approche énonciative place au premier plan la relation du sujet à son énoncé : l’énonciation est cette mise en fonctionnement de la langue par un acte individuel d’utilisation2. Les énoncés ne sont plus envisagés comme des entités abstraites débarrassées des contingences événementielles, mais comme des réalités déterminées par leurs conditions contextuelles de production-réception. La “ subjectivité ”3 du locuteur est donc au centre des théories de l’énonciation, et tout un matériel linguistique organise son expression. Deux catégories distinctes s’avèrent particulièrement intéressantes dans le cadre de ce travail : les déictiques de personne et les mots porteurs d’évaluations positives ou négatives. Ces derniers organisent l’expression de la modalisation. Elle regroupe l’ensemble des ressources linguistiques par lesquelles le locuteur implique ou détermine l’attitude de l’allocutaire à partir de sa propre énonciation et les moyens par lesquels le locuteur manifeste une attitude par rapport à ce qu’il dit. 1 Ibid., Discours du 18 juillet 1938, pp.365-378. 2 Emile Benveniste, Problèmes de linguistique générale, t.I, Paris, Gallimard, 1966, p.260. 3 Catherine Kerbrat-Orecchioni, L’énonciation, Paris, Armand Colin, 1980, p.31. 300 Le relevé et l’analyse des unités linguistiques qui signalent la présence du locuteur au sein de son énoncé constituent un procédé efficace pour comprendre de façon plus approfondie les stratégies discursives d’Azaña et l’impact des moyens langagiers qu’il mobilise pour influencer le destinataire. La démarche qu’implique la problématique de l’énonciation privilégie le sujet énonciateur. Or un centrage exclusif sur celui-ci peut sembler arbitraire car le rôle de l’allocutaire, c’est à dire le destinataire des discours est négligé. Pourtant, il est également présent dans l’énoncé, même si son inscription dans celui-ci est beaucoup plus directe et aléatoire que celle de l’énonciateur. Il est donc indispensable de faire appel à l’une des notions fondamentales de l’Analyse du discours : l’interaction. Alors que dans le cas précis de ce corpus, un seul locuteur a vraiment la parole, avoir recours à ce concept peut paraître abusif. Mais nous sommes bien en présence d’une interaction sans structure d’échange dans laquelle l’orateur doit tenir compte des caractéristiques et des attentes du destinataire. Par ailleurs, tout discours est porteur d’enjeux et a une visée d’influence. Le discours politique est un domaine où la parole est action, ce qui explique sa force illocutoire. Les réactions de l’auditoire, notamment les applaudissements et les reprises, marquent l’effet perlocutoire du dispositif. Le destinataire est par conséquent un facteur essentiel qui conditionne dans une grande mesure les choix discursifs de l’orateur. Ainsi, en plus du contenu informationnel véhiculé par un énoncé donné, il est indispensable de s’attacher à expliquer sa valeur relationnelle. La théorie de la politesse linguistique, telle qu’elle a été conçue par Brown et Levinson, puis aménagée par Catherine Kerbrat-Orecchioni1, constitue le modèle conceptuel permettant de décrire d’un point de vue relationnel le comportement langagier de Azaña. Ce modèle instaure une distinction entre la politesse positive et la politesse négative. Font partie de la première catégorie les actes qui ont intrinsèquement un caractère anti-menaçant comme les manifestations d’accord, les compliments, les invitations, les remerciements, etc. On essaie de renforcer les comportements polis. Dans la seconde catégorie sont regroupés l’ensemble des procédés que la langue met à la disposition des locuteurs pour adoucir la formulation de certains actes qui pourraient blesser le destinataire. Une corrélation entre les pratiques langagières relevant de l’un où de l’autre de ces domaines et les caractéristiques et les attentes de l’auditoire doit être établie. En envisageant le discours politique de Azaña comme une interaction sans structure d’échange, sont pris en compte des phénomènes linguistiques aussi différents que les termes d’adresse, les préliminaires, les précautions oratoires, les justifications, les actes de langage directs et indirect, les sousentendus… L’analyse de ces choix discursifs fournit des indications précieuses quant aux relations entre l’homme d’Etat réformateur et les parlementaires, entre ce leader et son parti, entre l’orateur exceptionnel et son peuple. 1 Catherine Kerbrat-Orecchioni, Les interactions verbales, t.II, Paris, Armand Colin, 1992, p.167197. 301 L’orateur politique est bien au centre de son discours ; pourtant, il se méconnaît et se masque, se donne à voir et se cache, cherche des effets sans en être totalement maître. Une analyse comparative qui s’appuie sur le repérage et l’étude des marques langagières traduisant cette présence montre que le rôle institutionnel endossé par Azaña conditionne ses choix discursifs. A cet égard, le relevé des pronoms personnels, des pronoms et déterminants possessifs ainsi que les formes et temps verbaux offre des résultats très intéressants. La prédominance du yo associé à des verbes énonciatifs est une constante de ce corpus. Azaña assume pleinement son énoncé. En outre, le regard réflexif de celui-ci sur son propre énoncé est permanent, rendant compte de sa perception à la fois des autres et de lui-même. Quant à la première personne du pluriel, son utilisation dépend du contexte situationnel et des enjeux qu’elle peut servir. Cette marque de personne possède une valeur individuelle et une valeur collective, et les deux circulent dans le discours de Azaña, renforçant encore sa présence. Le vosotros qui exclut le locuteur est très peu employé par Azaña, sauf lorsqu’il s’adresse à de grandes assemblées populaires ; c’est alors pour lui une façon d’interpeller ce public. Les choix langagiers de Azaña présentent donc les caractéristiques d’une véritable décision tactique dépendant pour chaque discours des objectifs et des enjeux d’une situation déterminée. Il est un autre domaine où sa présence est manifeste et traduit sa volonté d’influencer le destinataire de son message. Sont également concernés par cette problématique tous les procédés qui visent à la mise en œuvre d’une stratégie argumentative. Certes, les moyens et les procédures de construction et d’agencement de ces arguments présentent de nombreuses similitudes dans tous les discours, qu’il s’agisse des connecteurs argumentatifs, des questions rhétoriques, où bien des procédés d’explication et d’exemplification. La construction de l’argumentation relève toujours dans cette production oratoire d’un souci de cohérence, de concision et de sobriété. En revanche, les types d’arguments sont très différents d’un discours à l’autre. En fonction du contexte, Azaña soit met l’accent sur la logique de sa propre démarche de pensée, soit choisit de faire état d’émotions et de sentiments. L’identification et la description de ces marques langagières permet d’évaluer comparativement et qualitativement le fonctionnement énonciatif de plusieurs discours. Mais cette présence de l’orateur au sein de son discours est modulée. C’est pourquoi, cette étude prend également en considération les autres lieux, plus subtils, d’inscription dans l’énoncé de la subjectivité langagière, notamment les unités linguistiques à valeur émotive et à contenu évaluatif. A travers ces choix terminologiques, Azaña laisse transparaître son lyrisme, son émotion, ses sentiments. En faisant appel aux réactions émotives du récepteur, il cherche à modifier ou infléchir son comportement. Durant cette période de transformations sociales et politiques profondes, son discours politique reflète le poids de la langue dans le procès de transmission des idées politiques et idéologiques nouvelles. Il conçoit l’activité discursive à la fois comme un outil essentiel qui vise le renforcement des convictions et positions 302 du destinataire et comme un instrument de pouvoir. Le discours politique comme moyen d’action et comme signe d’autorité prend ici toute sa signification : “ La palabra crea, dirige y gobierna ”1 . Or la force du discours ne découle pas seulement de ce que dit Azaña. Elle dépend dans une grande mesure de l’image que celui-ci donne de sa personne et de l’impression qu’il produit sur son auditoire. En ce sens, les concepts théoriques fournis par la notion d’interaction sont particulièrement intéressants pour expliquer les choix langagiers destinés à réguler la relation interpersonnelle, et comprendre la valeur relationnelle de cette production oratoire. Azaña s’appuie, certes, sur la légitimité que lui confère sa position institutionnelle, mais, cette image est retravaillée dans la construction discursive en fonction des paramètres d’une situation de communication déterminée. Parmi les pratiques langagières considérées comme des reflets, des constructeurs de la relation entre l’orateur et son auditoire, on peut citer le rôle joué par les séquences d’ouverture et de clôture, ainsi que les actes de langage et les multiples formulations auxquelles ils se prêtent. Les séquences encadrantes constituent un élément essentiel dans l’établissement et le maintien de la relation. Dans ces discours politiques, rien ne vient infléchir voire inverser le rapport de places inégalitaire institutionnalisé initial. Azaña est en position haute, pourtant, pour conserver cette place, il doit parvenir à imposer à l’auditoire son point de vue, et l’amener à réagir dans une certaine direction. Une part importante du matériel verbal produit tend à concilier deux exigences : avoir raison de l’auditoire tout en le ménageant. Les paramètres contextuels, notamment les caractéristiques et les attentes de l’auditoire, déterminent la plupart des choix discursifs effectués par Azaña : la sélection des thèmes et des formes d’adresse, le niveau de langue et les actes de langage. La signification rituelle de ces derniers est primordiale, une part considérable de ces actes ayant surtout une fonction relationnelle. La production d’un acte de langage est étroitement liée à la nécessité pour le locuteur de créer une impression positive vis-à-vis de son auditoire et de prévenir les impressions défavorables. Parmi les actes qui ont un caractère antimenaçant et qui relèvent de la politesse positive, on trouve surtout dans le discours d’Azaña la manifestation d’accord, le compliment, et le remerciement. Ils contribuent à apaiser les tensions et à maintenir une relation harmonieuse entre les participants. Les procédés linguistiques relatifs à la politesse positive visent toujours l’établissement d’une certaine solidarité et entraînent un mouvement de rapprochement entre l’orateur et son public. Cependant, très souvent le discours politique d’Azaña est un discours polémique, voire critique, dont l’enjeu est de dévaloriser la position discursive de l’adversaire tout en valorisant la sienne propre. C’est le cas des discours parlementaires du premier bienio et des interventions publiques face aux 1 Manuel Azaña, En el poder y en la oposición, Madrid, Espasa-Calpe, 1934, p.57. 303 grandes assemblées populaires de 1935. A ce moment-là, Azaña adopte un comportement langagier qui relève davantage de la politesse négative. Elle met à la disposition de l’orateur toute une panoplie de moyens qui modèrent la formulation de certains actes de langage, grâce à des procédés préventifs destinés à ménager le destinataire dans certaines circonstances, ou des procédés correctifs pour compenser les désagréments déjà occasionnés. C’est pourquoi, dans ce type de communication politique, la structure pragmatique de l’implicite est exploitée stratégiquement par Azaña. Il n’hésite pas à exprimer sur le mode implicite certaines accusations à l’encontre de ses adversaires. Il se sert du fait que l’implicite est une énonciation qui comporte peu de risques interlocutoires pour celui qui la profère ; à condition, bien évidemment, que le destinataire dispose des éléments nécessaires pour le décodage du non-dit. Le recours à la formulation implicite représente également pour l’orateur un moyen de solliciter la coopération, la participation active du destinataire. Celui-ci doit, à ce moment-là, fournir un surcroît de travail interprétatif et redoubler d’attention pour mobiliser les données, présentes dans le texte, le cotexte et le contexte, qui pourraient l’aider. De même, l’habileté d’Azaña consiste à savoir parfois laisser de côté des actes trop explicitement directifs comme les requêtes, les ordres, voire les conseils pour faire preuve de beaucoup de tact. Soit il les remplace par un acte de langage dérivé, soit certains constituants linguistiques de l’acte de langage en question sont modifiés dans le but d’adoucir ladite formulation. Les formes temporelles, les verbes modaux ou une transformation de la prise en charge énonciative ont pour fonction commune de mettre à distance la réalisation de l’acte problématique. Lorsque l’acte de langage “ menaçant ” ne peut être évité, Azaña dispose alors de procédés “ additifs ”, lesquels ont une fonction accompagnatrice. Azaña a surtout recours aux précautions oratoires. Elles se présentent sous la forme d’énoncés préliminaires ou “ préparatoires ”, toujours placés avant la formulation de l’acte de langage. Azaña les emploie souvent pour préfacer les requêtes et les critiques, relativement fréquentes dans les discours aux Cortès et adressées directement à l’une des personnes présente dans l’assemblée. Les procédés qui relèvent de la politesse négative sont largement prédominants. Les actes de langage constituent une des dimensions fondamentales de la production oratoire de Azaña. Les envisager sous l’angle de la théorie de la politesse linguistique garantit une certaine cohésion dans l’étude de ce phénomène langagier. Par ailleurs, une telle approche apporte un éclairage complémentaire concernant le comportement langagier de cet orateur politique. Malgré une impression de spontanéité et de vivacité, aucun mot, aucune tournure, aucune construction ne semblent être laissés au hasard. Sa stratégie obéit à la fois à un impératif argumentatif et communicationnel. Chaque discours donne lieu à une mise en scène publique de soi, dans laquelle, en fonction de l’ancrage situationnel, Azaña mobilise les moyens langagiers les plus appropriés afin de gagner l’estime et la considération de son public. Tour à tour 304 discret ou manifestant clairement sa présence, il sait saisir le moment opportun pour glisser un argument décisif ou avancer un jugement catégorique. Tel un acteur face à des “ spectateurs-citoyens ”, sa “ représentation ” doit correspondre aux attentes de l’auditoire puisque ce dernier sanctionne, dans une certaine mesure, la réussite de cette prise de parole. Cette production oratoire n’est par conséquent pas uniquement l’expression d’un sujet qui se dit à travers son discours, elle est aussi le reflet de la construction de l’orateur dans sa relation à autrui. Manuel Azaña, por Bagaría. El Sol, 14 de octubre de 1931 305 JORGE SEMPRÚN: RÉÉCRITURE ET MÉMOIRE IDÉOLOGIQUE1 Marta RUIZ GALBETE D u bruit et de la fureur de ce siècle, l’œuvre de Jorge Semprún porte un témoignage littéraire exceptionnel. Exilé à treize ans, déporté à Buchenwald, homme de parti, hétérodoxe et ministre de la démocratie restaurée en Espagne, il suffit à l’écrivain d’évoquer son propre parcours pour que se dessine en filigrane le canevas de l’Histoire. Aussi, en cette fin de siècle où l’accent est si souvent mis sur la célébration de la mémoire et sur la débâcle historique du communisme, l’itinéraire intellectuel de l’homme a atteint une valeur exemplaire grâce à son œuvre autobiographique. Le but de notre travail est donc d’analyser le rapport que littérature et biographie entretiennent dans le cadre d’une œuvre engagée, rapport qui culmine dans ce témoignage unanimement salué qu’est L’Ecriture ou la vie (1994). En réalité, l’intérêt suscité par ce lien complexe qui relie chez Semprún le vécu à son écriture était général au moment où nous avons abordé son œuvre dans un cadre universitaire. En 1995, quelque chose remuait dans la mémoire collective de l’Espagne à la lecture de ce témoignage maîtrisé sur l’expérience des camps. Trente-six longues années de dictature avaient été scellées par un pacte d’oubli et justice est toujours loin d’avoir été rendue à cet exil dans l’exil que fut la déportation par les nazis de plus de vingt-cinq mille réfugiés républicains. En France, loin de s’éteindre, l’émotion que l’ouvrage suscita une année plus tôt se voyait magnifiée et largement médiatisée dans le cadre de la célébration du cinquantenaire de la libération des camps de concentration. Semprún prenait sur lui ce rôle de survivant et témoignait de son expérience lors de nombreuses émissions télévisées, dans des entretiens et dans des commémorations... L’Ecriture ou la vie serait récompensé à cette période en France, en Allemagne et, d’une certaine manière, aussi en Israël. Mais, si un tel retentissement renvoyait au plus profond d’un phénomène de société, le récit de cette expérience venait aussi modifier radicalement ce qu’avait été la perception de l’écrivain par son public. Depuis que le lauréat du Prix Fémina 1969 lança, avec un brin de provocation, qu’ “en ce moment, à mon stade, l’action littéraire est une thérapeutique provisoire”, l’idée de ne pas être un véritable écrivain était souvent revenue dans les déclarations de Semprún, dont personne n’ignorait le passé politique de dirigeant clandestin communiste en Espagne entre1953 et 1963. La gravité de l’enjeu dévoilé par L’Ecriture ou la vie venait toutefois problématiser ce rapport sous forme de disjonction : il y eut un moment à son retour de Buchenwald, —affirme l’auteur— où, le fait d’entretenir par l’écriture la mémoire mortifère des 1 Thèse soutenue à l’Université de Provence, le 8 décembre 2001. Dir: Paul Aubert. Jury : Gérard Dufour (Université de Provence), Jean-François Sirinelli (IEP, Paris), Antonio Elorza (Universidad Complutense, Madrid), Jean-Michel Desvois (Université de Bordeaux III), Bernard Martocq (Université de Provence) et Paul Aubert. 306 camps lui aurait valu la mort. L’écrivain posait donc autour de la mémoire concentrationnaire le problème qui nous intéressait tout en fournissant la solution. D’une part, il prétendait avoir dû renoncer à la littérature, en 1945, et ne s’être plongé dans le combat politique que pour survivre. D’autre part, il affirmait avoir rompu avec son engagement politique pour revenir à sa véritable vocation d’écrivain au moment même où, grâce à sa longue cure d’oubli, la mémoire du camp se serait apaisée, en lui rendant le “pouvoir d’écrire”. Or, dans cette démonstration biographique si bien menée, quelque chose appelait à la réflexion. Pourquoi réduire quarante ans de militantisme politique à un pis-aller devant la tentation du suicide, à une “aliénation” regrettable mais nécessaire pour rester en vie ? Peut-on d’ailleurs contredire l’esprit et la lettre des ouvrages précédents dans une sorte de révélation littéraire ultime ? Est-il possible, enfin, de restituer objectivement le “sens” d’une vie engagée dans le parti et pour la réforme du parti alors qu’on est devenu foncièrement anticommuniste ? En réalité, le début de la création littéraire a coïncidé chez Semprún avec l’exclusion du PCE, mais non avec la fin de l’idéal révolutionnaire du communisme. Et c’est justement à partir de 1963, au fur et à mesure que la distance avec l’esprit de parti, avec le passé stalinien et avec l’illusion révolutionnaire se creuse, que la réflexion autobiographique commence à se transformer peu à peu en entreprise de réinterprétation politique : les contradictions entre le dirigeant orthodoxe, l’auteur engagé et l’intellectuel libéré de toute servitude partisane, sont devenues déchirantes et Semprún semble avoir trouvé dans le récit de soi le meilleur moyen de les gommer. Ainsi, dans la première partie de notre étude nous avons tenté de clarifier les enjeux de l’écriture par un certain nombre d’interrogations touchant aussi bien à l’engagement qu’à des aspects formels ou à des ressorts narratifs : le comment et le pourquoi du défi semprunien au genre autobiographique, l’aggiornamento idéologique perpétuel de la perception de soi, ou encore la distorsion référentielle inhérente à une autobiographie à thèse. Dans la deuxième partie, consacrée à la mémoire littéraire en tant que mécanisme de médiatisation par excellence du vécu, nous avons essayé de désamorcer le dispositif temporel du souvenir (rupture de la linéarité chronologique, fonction de l’anachronisme, brouillage des voix et des perspectives narratives, instructions de lecture fournies par le discours d’auteur) et de mettre en évidence l’engrenage de causalités et d’oublis structurant la double thématique du communisme et de la déportation. Dans la troisième partie, enfin, notre objectif a été de proposer une interprétation globale de l’œuvre et de sa réception, en dévoilant, d’abord, la logique textuelle qui préside à la laborieuse construction du personnage semprunien et en illustrant sa validation par la lecture, ensuite. C’est donc à la lumière de cette analyse que nous avons pu constater chez Semprún une idéologisation progressive de la mémoire qui, loin de faidir avec le desengagement politique, s’intensifie dans la dernière étape de sa production au point de changer de nature… et de sens. En effet, c’est dans L’Ecriture ou la vie que Semprún franchit le Rubicon séparant la simple réinterprétation de la réécriture. Le prétendu choix de 1945 n’est, en ce sens, que la séquence charnière autour de laquelle l’écrivain renverse le rapport que littérature et politique ont entretenu dans sa vie, et ceci avec une aisance narrative qui laisse 307 songeur. La “cure d’amnésie volontaire” proclamée dans L’Ecriture… ne lui sert-elle pas à escamoter tout ce qu’il avait produit avant Le Grand voyage alors que, tout simplement, il n’en avait pas le pouvoir ? Que devient donc Les Beaux dimanches, cette pièce sur les camps écrite au cœur de la guerre froide, au moment où le procès de David Rousset contre les Lettres françaises apportait la preuve incontestable de l’existence de la Kolyma ? Pourquoi ne pas imaginer —comme le suggére ce téléscopage de dates— que ce trauma concentrationnaire, dont les premiers signes apparaissent dans les années 80, traduit en réalité une prise en compte tardive du Goulag ? Après tout, de la même manière que l’extermination des Juifs n’aurait pu être menée à bien sans la complicité passive du peuple allemand, les camps soviétiques n’avaient-ils pas nécessité la complicité des communistes du monde occidental, complicité d’autant plus accablante que Semprún était lui-même un ancien de Buchenwald ? La manière dont Semprún escamote la dimension politique de son expérience concentrationnaire et met en avant son identité recouvrée d’écrivain appelle, enfin, une dernière remarque en guise de conclusion. Il est évident que la réécriture autobiographique consacrée dans l’ouvrage de 1994 rompt avec une autocritique qui s’était toujours voulue impitoyable et libératrice. Mais il ne faut pas oublier que, pour l’apostat d’après “l’houragan Soljénitsyne”, persévérer dans une telle démarche eût été dangereux. “La lucidité est la blessure la plus rapprochée du soleil” se plaisait-il à répéter dans les années 80, à l’instar de René Char, pour évoquer son désespoir d’avoir été communiste. Et ce désespoir, l’autobiographie politique risquait désormais de l’attiser au-delà du supportable, alors que les ressources littéraires du témoignage pouvaient au moins le canaliser. Si Semprún s’engage donc sur cette voie, au point de réécrire complétement sa vie, c’est que, après l’exil, les camps et le stalinisme, il a non seulement survécu à son autocritique mais, en bon dialecticien, il a surtout trouvé les ressources nécessaires pour la dépasser. 308 Reseñas 309 LARRIBA, Elisabel, Le Public de la presse en Espagne à la fin du XVIIIe siècle (1781-1808), Paris, Ed. Honoré Champion, 1998, 403 p. Grâce aux travaux des Professeurs Guy Mercadier et Gérard Dufour, le département d’espagnol de l’Université d’Aix-en-Provence constituait déjà l’un des points forts de la recherche française sur le XVIIIe siècle espagnol. Il compte désormais un chercheur de qualité de plus, à en juger par la thèse qu’a défendue Elisabel Larriba et qu’elle a publiée aux éditions Honoré Champion, en 1998, dans la collection « Bibliothèque de littérature générale et comparée ». Le choix de cette collection est dans une certaine mesure surprenant, car Elisabel Larriba a avant tout réalisé un travail d’historienne en étudiant, comme l’indique le titre de l’ouvrage, le public de la presse en Espagne à la fin du XVIIIe siècle. On ne peut cependant pas nier que ce travail sur la sociologie des lecteurs de périodiques à la fin du XVIIIe doit aussi intéresser les spécialistes de littérature et l’auteur se situe ainsi dans la tradition de l’hispanisme français qui s’intéresse aussi bien aux Lettres qu’à l’Histoire. Elisabel Larriba base son étude sur 15277 abonnements réalisés par 8526 individus à 18 publications périodiques comprises entre 1781 et 1808, périodisation qui ne surprendra pas les spécialistes de cette époque et qu’elle justifie parfaitement dans son introduction. A partir de ces données qui, assurément, dépassent de très loin tout ce qui a été utilisé jusqu’à présent pour étudier la diffusion de la presse à cette époque, Elisabel Larrriba remet en cause bien des idées reçues. Ainsi, elle démontre de façon indiscutable que Madrid ne constituait pas le seul lieu où se publiait et où se lisait la presse, mais qu’au contraire la périphérie et les zones portuaires de l’Andalousie (Cadix en particulier) constituaient elles aussi des lieux privilégiés pour ceux qui voulaient publier et ceux qui s’intéressaient aux nouvelles. Elle remet également en cause une vision encore trop répandue d’un clergé exclusivement ignare en montrant que de très nombreux ecclésiastiques (et même des inquisiteurs et des membres d’ordres religieux) s’abonnèrent volontiers à des périodiques, même si la tentative de Godoy d’utiliser les curés de paroisses pour diffuser les sciences et les nouvelles techniques par l’intermédiaire du Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos se heurta à beaucoup de difficultés, dues en particulier aux réticences financières des intéressés, et peut-être à une opposition politique qu’il conviendrait d’étudier avec autant de profondeur que dans l’ouvrage dont nous faisons le commentaire. Elisabel Larriba souligne comment autour de la presse, et grâce à la presse, se crée une mécénat collectif qui forme une élite sociale et intellectuelle. S’abonner à un journal permet à un plébéien de figurer dans la même liste que la fleur de la société, nobles, prélats, grands d’Espagne ou ministres, ou même la famille royale. La présence de nombreux habitants de petits villages parmi ces listes de souscripteurs montre que la diffusion des Lumières ne s’est pas limitée à la seule Cour, mais qu’elles ont pénétré en Espagne beaucoup plus largement qu’on ne se l’imaginait jusqu’à aujourd’hui. L’analyse détaillée des souscripteurs, basée–comme on a dit- sur des données chiffrées particulièrement importantes conduit Elisabel Larriba à des conclusions qui peuvent surprendre un grand nombre de lecteurs : les partisans des Lumières en Espagne ne furent pas constitués seulement, comme l’affirma Franco Venturi, par des fonctionnai- 310 res préoccupés de leur avancement et il convient d’en amplifier considérablement la base sociologique. Cela nous conduit naturellement à nous interroger sur un champ de recherche jusqu’à présent peu exploité, à savoir l’étude de ceux que l’on pourrait qualifier (sans doute de façon provisoire et inexacte) d’hommes des Lumières de seconde catégorie. L’ouvrage d’Elisabel Larriba constitue en la matière un excellent point de départ pour des recherches futures . Une bibliographie très complète et un index nominorum très utile accompagnent l’ouvrage. Pour ce qui concerne les personnages de premier plan (famille royale, ministres, noblesse titrée) ou particuliers (femmes, militaires hors de la péninsule, etc.), on trouvera très facilement dans le texte ou dans les notes les ouvrages périodiques auxquels ils étaient abonnés, ce qui est d’une grande utilité pour apprécier leur engagement (réel ou apparent) à l’égard des Lumières et de la culture. A ce propos, le lecteur sera plus d’une fois surpris et sera donc dans l’obligation de réviser certaines idées reçues sur les partisans espagnols des Lumières. (Pour ne prendre qu’un seul exemple, il est très significatif que Mariano de Urquijo, le brillant secrétaire d’Etat de Charles IV, qui deviendra un des afrancesados les plus notoires, n’apparaisse dans aucune liste de souscripteurs de journaux alors que d’autres hommes politiques, traditionnellement classés par l’historiographie comme anti-ilustrados, eux, s’intéressèrent aux périodiques En définitive, ce livre nous offre une série d’apports de première importance qui nous obligent à nuancer, ou à rectifier, un certain nombre d’affirmations sur la portée sociale des Lumières en Espagne et qui est aussi un instrument particulièrement utile (en tant que source de renseignements) pour d’autres sortes de travaux. Soulignons en dernier lieu que bien souvent les données empiriques sur lesquelles se basent des recherches comme celle qui nous occupe ici sont réduites à l’oubli. L’importante banque de données utilisée par Elisabel Larriba mériterait d’être connue, dans sa totalité, par les chercheurs. De par son ampleur, il est peu probable qu’une maison d’édition soit disposée à l’imprimer sur un support papier, mais il est possible de le faire en utilisant d’autres moyens. Les nouvelles technologies nous offrent à ce niveau de grandes possibilités, soit sous forme de Cd-Rom, soit par les bibliothèques virtuelles ou digitales. Voici un terrain à exploiter pour la diffusion des résultats empiriques des recherches qui, comme c’est ici le cas, présentent un extrême intérêt. Peut-être Elisabel Larriba devrait-elle compléter son apport à la connaissance historique, brillamment réalisé dans son livre, par la publication des données qu’elle a utilisées. Un tel instrument, que nous appelons de nos vœux, contribuerait beaucoup à améliorer notre connaissance des Lumières et de la pratique de la lecture. Emilio LA PARRA (Universidad de Alicante) 311 Esperanza NAVARRETE MARTÍNEZ, La Academia de Bellas Artes de San Fernando y la pintura en la primera mitad del siglo XIX, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1999, 577 p. En 1974, Claude Bédat publiait sa thèse sur L'Académie des Beaux-Arts de Madrid (1744-1808) (Toulouse, Université de Toulouse-Le Mirail). Les chercheurs qui, depuis lors, se sont intéressés à cette institution, ont privilégié son idéologie au détriment de son fonctionnement ; ajoutons qu'ils ne se sont guère aventurés au-delà de la Guerre d'Indépendance1. Etant donné la place centrale que continue à tenir l'Académie de San Fernando dans le champ artistique espagnol au XIXe siècle, l'étude d'Esperanza Navarrete Martínez vient très utilement combler une lacune historiographique de taille. Cette thèse de doctorat que l'auteur, par ailleurs archiviste à l'académie, a soutenu en 1998 à l'UNED, déborde amplement le cadre apparemment restreint annoncé par le titre. En effet, au-delà de l'enseignement de la peinture, c'est bien de la structure de l'académie, de son évolution et des différentes modalités de son intervention dans la vie artistique dont il est ici question. Systématisant et prolongeant les informations apportées par Bédat, Esperanza Navarrete expose en détail la structure qui régit l'académie jusqu'en 1846, date à laquelle les statuts de 1757 subissent une profonde modification. Protecteur, secrétaire, conseillers, académiciens d'honneur, professeurs, etc. : les différentes catégories d'académiciens sont clairement distinguées, et l'auteur prend soin de confronter les règles aux pratiques (nomination, participation aux assemblées). L'enseignement de la peinture fait l'objet d'un long chapitre qui s'attache à ses réalités très concrètes (cursus, examens, sujets proposés) mais aussi aux débats qui surgissent périodiquement au sein de l'académie au sujet de cet enseignement. Une mise au point bienvenue devrait mettre un terme aux informations fréquemment erronées que l'on pouvait lire ici ou là sur les expositions publiques organisées par l'académie. On retiendra en particulier que, dès 1794, les expositions trisannuelles d'œuvres d'élèves cèdent la place à des expositions annuelles où le public peut admirer des œuvres appartenant à l'académie et à des collectionneurs particuliers. On observera également la prééminence numérique du portrait dans ces expositions, la thématique religieuse occupant le deuxième rang, devant la peinture de genre et le paysage. Un chapitre est consacré aux collections artistiques de l'académie. L'auteur étudie leur accroissement (dons, legs, achats), mais également leur progressive mise en forme muséale. Après l'échec, en 1814, d'un grandiose projet d'installation dans le palais de Buenavista, doit se contenter de ses locaux traditionnels, rue d'Alcalá. A partir de 1817, 1Andrés Ubeda de los Cobos, Pintura, mentalidad e ideología en la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando de Madrid, 1741-1800, thèse de doctorat, Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, 1988 (2 vol.) Hacia una nueva idea de la arquitectura : premios generales de arquitectura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1753-1831), Madrid, Dirección General de Patrimonio Cultural, 1992. 312 des catalogues sont régulièrement publiés, pour servir de guides aux visiteurs lors de l'exposition annuelle. Malheureusement, la documentation conservée ne semble pas permettre de connaître les modalités d'accès aux collections de l'académie en dehors de cette période d'ouverture. Après un chapitre portant sur la bibliothèque (ouverte au public en 1794), Esperanza Navarrete conclut son étude par un examen des activités de la "Commission de peinture et de sculpture". Créée en 1814, cette commission devait exercer un contrôle sur l'évaluation du prix des peintures et sculptures, mais aussi sur les projets d'œuvres d'art (notamment celles destinées à être vues par un large public, par exemple dans les églises), ou encore sur les publications concernant les beaux-arts. Son efficacité, inférieure à celle de la "Commission d'architecture" créée en 1786, se révèle très relative. Les nombreux index proposés en appendice complètent un ouvrage qui se caractérise par l'abondance et la pertinence de la documentation offerte au lecteur. Outil indispensable au chercheur travaillant sur le champ artistique espagnol de cette période, ce livre devrait aussi susciter des vocations : aucune étude sérieuse n'existe à ce jour sur les heurs et malheurs de l'académie de San Fernando après 1846. Pierre GÉAL (Université de Grenoble III) Jorge URÍA (coord.), Institucionismo y reforma social en España. El Grupo de Oviedo, Barcelona, Talasa, 2000. «Excuso decir nuestra (y digo nuestra por todo el grupo) admiración y nuestra adhesión al programa y a su admirable razonamiento.[…] Me ligan aquí muchos deberes ideales y los correligionarios todos son resueltamente opuestos a la desmembración del núcleo.» Carta de Rafael Altamira a Joaquín Costa, 20 de noviembre de 1898 (El Renacimiento ideal: Epistolario de Joaquín Costa y Rafael Altamira, G. J. Cheyne ed.), Alicante, 1992, pág. 111). Este fragmento de una de las cartas de Altamira a Costa, que forma parte del abundante y rico epistolario que hubo entre los dos intelectuales regeneracionistas y en el que puede apreciarse el apoyo prestado —al menos inicialmente— por el profesor e historiador alicantino en nombre del Grupo de Oviedo al movimiento costista de la Liga de Productores y las Cámaras de Comercio, me parece que expresa bien, por una parte, la conciencia que los componentes del Grupo tuvieron —al contrario de lo que ocurrió con los de la Generación del 98, cuya denominación, como es sabido, fue creada por Ortega y difundida después por Azorín— de su identidad como grupo; cuyos integrantes especifica Altamira en esa misma correspondencia en varias ocasiones: Adolfo Buylla, Aniceto Sela, Adolfo Posada y él mismo. Pero también denota, por otra, la 313 conciencia del Grupo de ser el centro —núcleo es el término que emplea Altamira en su epístola— de un importante movimiento de profesores e intelectuales de variada tendencia ideológica, es decir, no estrictamente institucionistas como eran ellos, que en Oviedo colaboraron activamente con sus planteamientos reformistas. Esta obra colectiva, Institucionismo y reforma social en España. El Grupo de Oviedo, coordinada por el profesor de Historia contemporánea de la Universidad de Oviedo, Jorge Uría, autor de su excelente prólogo y también uno de los coautores, trata de la historia del Grupo de Oviedo no sólo considerado en su sentido estricto, es decir, de la trípode pedagógica, como les denominaba ofensivamente a Buylla, Sela y Posada el periódico integrista La Cruz, más Rafael Altamira, sino también del movimiento de profesores e intelectuales que propició su liderazgo intelectual dentro del marco, y más allá de él, de la Universidad de Oviedo. Así en este libro se incluyen, desde la perspectiva concreta que adopta, trabajos sobre Clarín —a quien, a pesar de comulgar con las ideas madres del krausoinstitucionismo, por su desvinculación formal con la Institución Libre de Enseñanza y por su independencia intelectual no se considera en sentido estricto miembro del Grupo— y también acerca de Melquíades Álvarez, Rafael María de Labra y Arturo Buylla Alegre. Ese análisis de la labor intelectual y práctica de los institucionistas ovetenses se realiza en esta obra desde el prisma de la reforma social, entendida ésta en el sentido concreto de las medidas para resolver la cuestión obrera, y por ello, se incluyen en ella trabajos que hacen referencia a la convergencia de esa concepción y práctica de la reforma social con las ideologías y partidos que también la defendieron y trataron de hacer realidad como el republicanismo de viejo cuño y aquel nuevo liberalismo que comenzaba a imponerse desde finales de siglo en diversos Estados europeos con una clara orientaciÓn intervencionista del Estado en lo social y cuyos planteamientos adoptó el reformismo melquiadista. Y también trata de la influencia que la propia concepción de la reforma social de los institucionistas ejerció sobre el liberalismo argentino a través de la labor realizada en ese sentido por Altamira y Posada en sus sendos viajes a ese país latinoamericano. Estamos ante el intento de proporcionar desde la perspectiva de la reforma social una visión integral de la obra del Grupo de Oviedo, cuyo significado tiene mayor alcance que ser otra visión más sobre la reforma social de una facción o escuela dentro del institucionismo español, contextualizada en el marco de las relaciones y convergencias que tuvo con las que adoptaron el republicanismo y el liberalismo intervencionista en España. Puesto que, sin duda, la concepción y práctica que de ella desarrolla el Grupo de Oviedo representa los planteamientos que sobre esta cuestión mantuvieron los institucionistas de otras partes de España, si tenemos en cuenta, ademá de lo dicho anteriormente, que fueron los del Obelisco de Oviedo —como también se les denominó significativamente— los que marcaron las pautas dentro del institucionismo español sobre su concepto y práctica de la reforma social, debido quizás a la presencia coincidente de ese conjunto de profesores e intelectuales institucionistas en una región como la asturiana; que caminaba en aquellos años del fin de siglo a pasos acelerados hacia su industrialización con graves y frecuentes tensiones sociales derivadas del enfrentamiento entre la emergente clase obrera y el capital. 314 Los trabajos que componen este libro se articulan, coherentemente con esa orientación con que ha sido planteado, en tres grandes conjuntos o secciones. Primero, bajo la rúbrica de la Cuestión social, reformismo y republicanismo, están los que tratan de la convergencia de la reforma social, tal y como la pensaron y la aplicaron los componentes del Grupo, con la del primer republicanismo español (Sisinio Pérez Garzón), el liberalismo intervencionista melquiadista (Manuel Suárez Cortina), la influencia que tuvo sobre el ideario reformista social del liberalismo argentino a través de Altamira y Posada (Eduardo Zimmermann) y los puntos en común y las especificidades que presenta con relación al Grupo de Oviedo el reformismo social de Rafael María de Labra (Francisco Erice). El núcleo del libro lo forman los estudios que componen su segunda parte bajo el título «Teoría y práctica de la Reforma social», dedicados al análisis del discurso y la acción de la reforma social de aquellos miembros del Grupo que mayor atención le dedicaron como fueron Adolfo Posada (Jorge Uría) y Adolfo Buylla (J. A. Crespo Carbonero), además del trabajo de Santiago Castillo en el que analiza la posición ambivalente que adoptaron de los socialistas españoles ante el reformismo social de los institucionistas ovetenses a través del estudio de la actitud que adoptó ante la Extensión Universitaria el dirigente socialista Juan José Morato. Finalmente, la tercera parte se dedica a las proyecciones de la reforma social en la literatura con el trabajo de Yvan Lissorgues sobre Clarín, de excelente factura por la amplia perspectiva comparativa con que aborda el hacer y pensar del autor de La Regenta sobre la reforma social en relación con los del Grupo de Oviedo; en la ciencia, de la que Alfredo Baratas analiza el significado del giro hacia el positivismo de los institucionistas y su importante labor en pro de la institucionalización de la labor cientÌfica. La proyección en el campo de la medicina es tratada con el estudio de los planteamientos de Arturo Buylla y Alegre sobre la lucha antialcohólica; y en la educación con el documentado y novedoso trabajo de Carmen García sobre la labor de Rafael Altamira al frente de la Dirección General de Enseñanza, y el más general de Aída Terrón sobre el ideario y las realizaciones pedagógicas del Grupo de Oviedo. Los límites y el alcance de esta concepción y práctica de la reforma social que mantuvieron los integrantes del Grupo de Oviedo y, por extensión, los del proyecto institucionista quedan claros a través de este libro, especialmente, en algunos de sus trabajos como los de Erice, Uría y Lissorgues. El idealismo utópico —en los sentidos filosófico y negativo de uno y otro término respectivamente— que fundamenta sus planteamientos sociales, les lleva a la convicción de que, en el marco de una progresiva evolución de la Humanidad, está en el orden de las cosas la posibilidad de una sociedad armónica en la que puedan convivir sin antagonismo las clases sociales, una vez que se logren superar las causas que los producen a través de la mejora de su condición social por la intervención del Estado, pero también por la acción de las otras clases sociales. Y, sobre todo, dado que consideran que la raíz de la pobreza del cuarto estado es de carácter ético, nacida del egoísmo de las clases que lo explotan y de su propio comportamiento inmoral derivado de su ignorancia y falta de cultura, ponen un énfasis desproporcionado en la educación y la enseñanza como elemento decisivo de la reforma social. De ahí su negativa a reconocer la realidad de la lucha de clases y su rechazo, no sólo a aceptar todo planteamiento revolucionario del partido obrero, como se decÌa 315 entonces, sino también la aceptación de una posición más limitada de basar la acción de la organización obrera en el supuesto de la inherente reproducción de desigualdad que conlleva el sistema económico capitalista; de ahí también el carácter paternalista y la actitud defensiva y profiláctica con que abordaron la cuestión obrera. Con todo y como contrapunto de lo anterior, también algunos de los autores (Lissorgues, Crespo Carbonero) señalan ciertas aportaciones positivas que esa manera de entender y hacer la reforma social supuso, aportaciones que incluso vistas desde la coyuntura del capitalismo neoliberal y de la cultura de la posmodernidad de hoy pueden parecernos más aceptables. Su condición de intelectuales comprometidos, su decidido apoyo y práctica de la intervención social del Estado y, más allá del aspecto concreto de la cuestión social, su lucha por la superación del orden caciquil de la Restauración y por la implantación en España de un orden democrático y desarrollado social y económicamente. Es ese contenido amplio el auténtico significado que tiene para los del Grupo de Oviedo y para el resto de los institucionistas, la expresión «reforma social» que supone para ellos algo más que la solución de la cuestión obrera y, aunque a ello se refieren algunos de los autores en sus trabajos y de manera más explícita lo plantea Lissorgues en el suyo sobre Clarín, no hubiera estado de más haber dedicado un trabajo específico al análisis de esa concepción amplia de la reforma social como contexto desde el cual poder comprender mejor su visión de la cuestión obrera. Lo cual no disminuye un ápice el valor de este libro, cuya importante aportación no va a pasar desapercibida —o no debería— dentro de la producción historiográfica de este año sobre la historia contemporánea de España. Libro que, proyectado en el marco de la conmemoración centenaria de la creación y la acción universitaria del Grupo de Oviedo, ha sido uno de los escasos frutos valiosos que ha aportado tal evento. Y un buen preludio, sin duda, para los que es deseable se consiga con la conmemoración el próximo año del centenario aniversario de la muerte de Clarín. Julio Antonio VAQUERO IGLESIAS 316 CLIENTELISMO Y CACIQUISMO EN ESPAÑA Armando GARCÍA SCHMIDT, Die Politik der Gabe. Handlungsmuster und Legitimationsstrategien der politischen Elite der frühen spanischen Restaurationszeit (1876-1902), Verlag für Entwcklungspolitik Saarbrücken GmbH. Saarbrücken, 2000. (La política del regalo. Pautas de comportamiento y estrategias de legitimación de la élite política en la primera época de la Restauración (1876-1902) En este estudio de Armando García Schmidt, nos encontramos con uno de los temas "estrella" de nuestros contemporaneístas actuales: el del clientelismo, en este caso orientado a estudiar las estrategias de actuación y legitimación de la élite política de la Restauración hasta 1902; es decir más su comportamiento público que privado; parte para ello del análisis de su actividad parlamentaria, tanto discursos como trabajo legislativo. La adopción de este concepto, aceptado por las ciencias sociales hace ya bastantes años, como medio explicativo de nuestra práctica política del XIX-XX, consiguió elevar los estudios sobre el "caciquismo" al nivel de lo teórico y extrapolable, y no de algo específica e incluso vergonzantemente español. Es decir, con él se puede abordar el tema del caciquismo sin partir de la demoledora crítica regeneracionista que tanto eco tuvo en la historiografía española hasta nuestros días; y ello porque, como dice García Schmidt permite obviar lo moralizante y las ideas preconcebidas. Es un ejemplo más del nuevo nivel que adquieren los estudios de historia contemporánea en España: dejó de ser vista como un país del que era mejor olvidar ciertas épocas de su más reciente pasado. Por el contrario, se está entrando a fondo en el análisis de ese pasado para descubrir los paralelismos con su entorno cultural. El reto ahora es, manteniendo esa pujante vía, colocar acertadamente el caso español entre lo que es común a su entorno y lo que es específico de su transcurrir histórico. Y es que en lo que logremos separar como específico, como en cualquier investigación científica, hallaremos la clave más directa para la explicación de ese proceso. Varela Ortega viene señalando -acaba de hacerlo ampliamente en su aportación a Elecciones, alternancia y democracia-, que lo específico español fue el encasillado y el "ejecutivismo"; es decir la dirección, el "fraude" de las elecciones desde el Gobierno mucho más que la "corrupción" en el momento de llevarse a cabo las mismas; y ésta sería la tendencia desde mediados del siglo XIX, cuando tras la primera violación de la Constitución de 1837, la del pacto liberal, por parte de Espartero, se produjo la violación siguiente por parte de Narváez, y como consecuencia, lo que se llamó su "error" (Sevilla Andrés) con la Constitución de 1845. Medió en todo ello el intento de control de los Ayuntamientos con la ley de 1840, lo que no deja de ser absolutamente significativo en el transcurso de la política liberal española, dado el papel que en las elecciones jugaron estas instituciones locales, y particularmente el alcalde. De hecho, como nos recuerda Varela Ortega, los publicistas del XIX nos muestran el relativo grado de participación y competencia en las primeras elecciones, que no fue creciendo con el 317 tiempo sino a la inversa, como conocemos muy bien por los estudios que, como el que nos ocupa, analizan la época de la Restauración canovista. Quizá sea éste uno de los matices, si no el matiz, que haya que introducir en todos los estudios del clientelismo en la época en España, porque, como nos señala García Schmidt, hablar de poder local de los caciques es hablar del poder central de cuya mecánica interna formaban parte. Señala el autor lo artificial de la disputa historiográfica entre los que consideran que el poder central era fuerte y controlaba a los caciques locales, y aquellos que consideran que los caciques fueron la sustitución de un poder central incapaz de extenderse a todo un territorio carente de buenas comunicaciones, o simplemente de comunicaciones en la mayoría de los casos: simplemente el poder local sería una forma, un medio de aplicar el poder central. A estas alturas el parlamentario de la Restauración se nos presenta como la sustitución de lo que debían haber sido los canales que el Estado crea para la fluida relación con los ciudadanos en todos los aspectos de su gobernación; a falta de ellos, y mostrando el gran peso de las relaciones sociales frente a las relaciones institucionales, los individuos que llegaban a las Cortes eran los encargados de solucionar los problemas particulares y locales de sus representados. Para ello las redes de contacto personal eran el medio adecuado, y a través de ellas "viajaban" los recursos estatales hasta la localidad y el individuo, con un criterio totalmente partidario y contradiciendo las normas básicas del liberalismo, sobre todo aquella que rezaba "igualdad". En favor de la tesis de perfecta imbricación de poder central y poderes locales estaría el hecho, sumamente significativo de poder ser generalizable, de que incluso los cacicatos estables que se van formando con el transcurso de la Restauración, habrían sido también pactados desde los partidos en la coyuntura de la lucha por la jefatura a la muerte de los líderes (caso del romerista Juan de Dios Roldán en Priego tras la muerte de Cánovas, como explicaba ya en 1988 M. López Calvo); en definitiva, que serían síntoma y consecuencia de la división de los partidos y del proceso de desmonte de la casi perfecta máquina organizada por Cánovas y Sagasta para asegurarse las mayorías parlamentarias, pero no un aumento de la independencia política de los territorios como podían serlo las alternativas nacionalistas que surgieron al cambio de siglo. El libro de Armando García Schmidt ofrece en primer lugar un buen panorama de cómo se encuentra la investigación en España sobre clientelismo; aborda los estudios más relevantes sobre el tema y los incluye en el panorama que presenta, que ocupa una buena parte del trabajo. Su aportación novedosa es el análisis del comportamiento, estrategias y modo de legitimación de los parlamentarios basándose en el estudio de los de una provincia, Soria, "la Cenicienta". Una de sus conclusiones más significativas es que la política del favor, y la política "die Gabe", es decir de los beneficios materiales que reciben los clientes (la diferencia entre favorecer a alguien con el uso de la ley o privilegios, u otorgarle algo material, "regalos" concretos), era precisamente la base de su legitimación, y por lo tanto no quedaba en el ámbito de lo privado, de lo informal (María Sierra) sino que se reconocía públicamente, como demuestra el análisis de los discursos de estos parlamentarios, empeñados en hacer saber que cumplían fielmente en el Parlamento su función de beneficiar al distrito al que representaban. 318 Otra de las fuerzas que rigen este estudio es la observación de que España, y lo pone en contradicción con Alemania, está organizada, dice, de un modo socio-territorial, es decir, predomina la localidad a la que se pertenece sobre cualquier otra referencia social de clase o de partido. Por el contrario en Alemania dominaría lo que denomina el modo socio-moral, en que los partidos políticos mediatizarían las concepciones sociales de los ciudadanos. En este sentido el caso español sería un ejemplo perfecto de predominio de la cultura clientelar, no sólo en lo social sino también en lo político; esto avalaría la tesis de la política "die Gabe" como legitimadora de los parlamentarios, destacando que las referencias al Estado se hacen siempre como patrón o protector, como recompensa justa a la lealtad pacífica de la población. Es en el estudio de la legitimación social y política de las actitudes y comportamientos de esos parlamentarios donde encontramos las aportaciones más novedosas de este trabajo. Fue, dice el autor, esta política del regalo/favor la que estructuró la actividad pública de los parlamentarios; y lo sostiene en base al estudio que hizo sobre la actividad parlamentaria de la época, dando resultados interesantes. Analiza el autor 3.024 leyes en las 11 legislaturas correspondientes (refiriéndose a los diferentes períodos de Cortes surgidos con cada elección general, aunque en la época una legislatura correspondía a un período anual, por lo que se produjeron 25 legislaturas (Lario, El Rey, piloto sin brújula, p. 521-524), y las organiza según contenidos. De ahí puede concluir que predominó la iniciativa legislativa del Parlamento frente a la del Gobierno, pero con un carácter limitado en sus contenidos: en su inmensa mayoría tenían carácter local, incluso para la construcción de ramales minúsculos de carreteras que les afectan, líneas de ferrocarriles, etc., sin que tampoco pueda percibirse una diferente táctica legisladora entre Liberales y Conservadores. La única excepción fue el período también excepcional de 1876-1879 por la construcción de un nuevo ordenamiento legal. Sin embargo, y como ya viene señalándose en otros campos, la aprobación del sufragio universal no dio lugar a la variación de la tendencia establecida, sino que aumenta el contenido local de la legislación, al menos hasta la época estudiada: el 80% frente al 70% anterior. La razón de este crecimiento la encuentra el autor en la necesidad de ampliar las redes de relaciones locales. En cuanto a la iniciativa legal del Estado se caracteriza por la falta de acción reguladora o intervencionista; sin embargo atiende, como es lógico, a intereses más amplios que los locales. Característico de esta política, y que es señalado por el autor, es la falta de consideración de las cuestiones técnicas a la hora de legislar. García Schmidt lo refiere al caso concreto de la construcción de carreteras y líneas de ferrocarril, que sin un plan general, se aprobaban antes de comprobar si eran factibles. Es significativo que la proposición de Navarro Reverter en 1889 para hacer preceptivo el previo control técnico por el ministerio de Fomento, fuera desechada. Es precisamente este fortísimo componente local de la actividad política, materializado en el hecho de la aceptación del parlamentario como mandatario de un pueblo o de una provincia -y no representante de los intereses generales propio del liberalismo-, el que impedía, como ya decía Azcárate al estudiar el régimen parlamentario en la práctica, la organización de los partidos. 319 El autor no encuentra diferencia entre la élite política nacional y la élite local, pues considera altamente homogénea a la clase política. El intercambio aparece claro: los notables a nivel nacional necesitaban su red de relaciones que a nivel local les daba el poder; por su parte los notables locales gobernaban su distrito sin que el Estado se inmiscuyera ni controlara sus acciones, así que sólo a su través se producían las relaciones con el Estado, convirtiéndose ellos mismos en verdaderos "broker" de la política. Es significativo que el autor afirme que a los partidos políticos se les impedía asegurarse una base electoral por medio de la ideología -seguramente debido a este funcionamiento de la máquina del Estado-; sin embargo eso es lo que habría logrado la politización de la sociedad a través de los partidos, que fue precisamente la carencia de la política española de graves consecuencias (eso sí, de haberse producido habría dificultado y a la larga impedido la alternancia mecánica, el "turno"). La función social positiva de estos "broker" o intermediarios -canales de comunicación, según la teoría del mismo nombre- a través de la mecánica del clientelismo, habría sido la de la integración social de sociedades rurales e incluso familiares con un sistema político no adecuado a la realidad preexistente -y cuya función primera, por ello, habría debido ser la reforma de la misma a través de la educación, las comunicaciones..., sin entrar en las razones políticas y económicas que dificultaron la tarea de un Estado con una Hacienda permanentemente deficitaria-. García Schmidt hace un análisis del origen del término "cacique" desde la administración colonial como "señor de vasallos", pasando por la ampliación del concepto "caciquismo" en el XVIII hasta "la manera de ejercer el poder político", y llegando al XIX y en concreto a la Restauración, todavía bajo Alfonso XII, en que el término ya adquiere connotaciones negativas, definiéndose en el Diccionario de la Real Academia Española como "excesiva influencia en ámbitos políticos o administrativos", denunciando ya la apropiación de la Administración pública para beneficio de los amigos políticos y en apoyo de una política de control desde el Estado central hasta las pequeñas localidades, en que a su vez el cacique encontró los medios para su dominación política. Me parece extraordinariamente significativa esta evolución del término y en la época en que se recoge, y explica que a finales del XIX en la prensa española se hablara del "buen" y "mal" cacique, siendo este último el propio de la época, como agente que invalidaría los beneficios propios de un Estado de Derecho. Esto nos lleva directamente a la necesidad ya urgente de un estudio comparativo de las prácticas clientelares, desde el caso español, en los diferentes países que están sirviendo de referencia a estos estudios, y sobre todo en lo que se refiere al uso y abuso de la administración, el uso "ilegal" de los tres poderes constitucionales propios del liberalismo, incluido de un modo definitivo el Judicial; y todo con el fin de conocer la influencia de estos comportamientos en el ritmo de modernización de los diferentes países. En las conclusiones el autor declara su intento de que este libro sea un paso en la dirección que él mismo resume en una serie de preguntas destinadas a analizar el tipo de solapamientos de los elementos premodernos en el liberalismo del XIX en el campo de la articulación de intereses, la separación de lo público y lo privado, la frontera entre familia-clientela y grupo político, entre un liderazgo pesonal y uno político, o entre los favores privados y la autoridad pública. 320 En definitiva, además de su interesante aportación sobre el comportamiento y legitimación de los parlamentarios partiendo del caso de Soria, el libro aporta un buen estudio teórico de síntesis de lo conocido sobre el clientelismo y los trabajos más relevantes sobre España pero también de otros países, como el muy interesante caso turco. A veces, sin embargo, parece perderse entre las variadas opiniones que recoge, dando lugar a algunas contradicciones, al menos para el lector, como en el caso de la débil nacionalización y el fuerte localismo que uno puede recoger en alguna ocasión, al lado de la explicación del localismo como parte de la fuerza del poder central que había recogido unas páginas antes (36). Del mismo modo la lectura puede resultar repetitiva al tratar, aun de forma diferente en ocasiones, temas que ya habían sido tratados con anterioridad. En este campo de las posibles mejoras del texto, hay que mencionar su paso por las bases del sistema de la Restauración, que le lleva a colocar la soberanía en el Rey, cuya legitimidad sería de derecho divino; posiblemente influido por la historia alemana, para el caso español, sin embargo, el modelo monárquico requiere otras apreciaciones, aquellas que llevan a distinguir a una Monarquía "puramente constitucional", como se definía la alemana, de las de una Monarquía constitucional de gobierno parlamentario, no tan pura precisamente porque la soberanía había dejado de estar en el Rey, cuya legitimidad en todo caso, y al lado de la de las Cortes, procedía de la historia, de la llamada "constitución interna" (Ángeles Lario, El Rey, piloto sin brújula). Finalmente planea una duda en todos estos estudios sobre clientelismo, caracterizado generalmente como "intercambio de favores" si bien con una relación asimétrica, vertical y jerárquica pero, y es un dato importante, con consentimiento mutuo, voluntaria. La duda es: ¿se puede utilizar el término para aquellos que no tienen ninguna capacidad de elegir? ¿Se puede hablar en este caso, que es el de los lugareños con su cacique, de consentimiento cuando no hay ninguna otra alternativa? ¿Ofrecía el Estado una alternativa "política", un camino legal, con una justicia entregada al cliente, para poder hablar de relación voluntaria en el más bajo nivel -y con el tiempo también el más amplio? No creo que sea vano hacerse estas preguntas porque habrá que definir el límite entre relación clientelar y relación de dominio en base precisamente a esa característica de "voluntaria", que siempre implica capacidad de elección. Ángeles LARIO GONZÁLEZ (UNED-Madrid) 321 DEL CARLISMO AL NACIONALISMO VASCO Vicente GARMENDIA (ed.), Jaungoicoa eta Foruac. El carlismo vasconavarro frente a la democracia española (1868-1872), Universidad del País Vasco, Bilbao, 1999, 280 p. Esteban ANTXUSTEGI (ed.), Países y razas. Las aspiraciones nacionalistas en diversos pueblos (1913-1914), Universidad del País Vasco, Bilbao, 1999, 202 p. El carlismo y el nacionalismo son dos ideologías y movimientos políticos cruciales en la España contemporánea, que han atraído poderosamente la atención de los historiadores en los tres últimos decenios, dando lugar a polémicas y controversias. Si esto parece lógico en el caso de los nacionalismos por su complejidad y su creciente influencia política, resulta sorprendente que el carlismo (ya extinguido, salvo pequeños rescoldos en Navarra) siga suscitando interpretaciones antagónicas entre los historiadores actuales. De ahí la necesidad de recurrir a sus propios documentos, que a veces clarifican más su naturaleza que las obras de algunos estudiosos. Y lo mismo es aplicable también a los diversos movimientos nacionalistas. En los últimos años la Universidad del País Vasco está publicando una serie de “Textos clásicos del pensamiento político y social en el País Vasco”. Si los cuatro primeros volúmenes se han referido a la Edad Moderna y a los albores de la Contemporánea y se han centrado en el fuerismo, el quinto y el sexto conciernen al carlismo y al nacionalismo, vinculados entre sí desde finales del siglo XIX hasta la II República.. Jaungoicoa eta Foruac (Dios y Fueros) es una recopilación de nueve folletos de políticos carlistas vasco-navarros, publicados entre la revolución de 1868, que destronó a Isabel II, y el inicio de la última guerra carlista en 1872. Entre ellos sobresalen los escritos por el novelista Francisco Navarro Villoslada (La España y Carlos VII), el canónigo Vicente Manterola (Don Carlos o el petróleo) y el jurista Arístides de Artiñano (Jaungoicoa eta Foruac. La causa vascongada ante la revolución española). Precisamente, la condena furibunda de la revolución y la democracia en la España del Sexenio (1868-1874) es el común denominador de estos folletos, junto con la defensa a ultranza de la religión, del orden social y de los Fueros. Todo ello figura encarnado por el partido carlista y su pretendiente Carlos VII, cuya monarquía católica y tradicional se presenta como “la solución española” (Antonio Juan de Vildósola). La “intransigencia doctrinal” de estos dirigentes carlistas contribuyó a la “legitimación de la violencia”, que culminó en seguida con la guerra civil de 1872-1876, tal y como señala el historiador Vicente Garmendia, conocido autor de La ideología carlista (1868-1876). En los orígenes del nacionalismo vasco (1984). Este catedrático de la Universidad de Burdeos concluye su interesante introducción con una reflexión muy oportuna: “Al leer estos folletos carlistas escritos hace bastante más de un siglo, se echa de ver (…) la extraña pervivencia y vitalidad de ciertas ideas. En los umbrales del tercer milenio muchas de aquellas ideas defendidas a machamartillo hace tanto tiempo particularmente por algunos de los espíritus más retrógrados de la sociedad vasca de entonces, y repetidas incansablemente año tras año, siguen efectivamente muy lozanas, a pesar del tiempo, en ciertos sectores de la opinión vasca”. 322 Por su parte, Países y razas. Las aspiraciones nacionalistas en diversos pueblos (19131914) es la reedición del libro de Luis de Eleizalde (1878-1923) sobre Irlanda y los movimientos nacionalistas de los eslavos en la Europa centro-oriental en vísperas de la primera guerra mundial, escrito con la finalidad de extraer enseñanzas de ellos para el nacionalismo vasco: “Hablamos de extranjeros, pero en nuestra mente está Euzkadi”, reconoce su autor. Eleizalde fue uno de los principales discípulos de Sabino Arana, que, como éste, procedía de las filas carlistas. A los veinte años se incorporó al PNV de Arana y se convirtió en un nacionalista “ingenuo y sentimental”, de “tonos románticos”, que soñaba con imitar a los viejos guerrilleros carlistas. Pero al cabo de unos años se percató de lo complicado que era “el problema de levantar una nacionalidad decaída” como la vasca y de que toda solución simplista a un problema complicado era falsa (“Nuestros veinte años”, Hermes, 1917, nº 6). Por eso, Eleizalde abandonó su radicalismo juvenil y llegó a ser un destacado ideólogo del nacionalismo vasco moderado y pragmático, autonomista y no independentista, que otorgaba prioridad a la acción cultural y educativa de cara a restaurar la nacionalidad euskara, siguiendo el ejemplo de otros pueblos europeos, que conocía bien, según refleja en Países y razas. Esta obra, rescatada ahora del olvido, se halla precedida de un detallado estudio de Esteban Antxustegi, profesor de Filosofía Política de la Universidad del País Vasco, quien se basa en su reciente libro sobre Luis de Eleizalde. Un vasco polifacético (1998). En la introducción resalta su labor en pro del euskera y su proyecto político posibilista, que le enfrentó a la independentista Juventud Vasca de Bilbao, escindida en 1921 con la refundación del PNV (Aberri), precedente ideológico del actual abertzalismo radical. Así pues, las dos caras tradicionales del nacionalismo vasco, la moderada y la radical, existían ya a principios de siglo y pugnaban entre sí por la hegemonía en el seno de este movimiento. Al igual que los citados folletos carlistas, la lectura de los escritos de Eleizalde coadyuva a entender ciertas continuidades históricas vigentes aún en la política vasca de nuestros días. José Luis DE LA GRANJA (Universidad del País Vasco) 323 José Luis ABELLÁN, Ortega y Gasset y los orígenes de la transición democrática, Fórum, Espasa Calpe, Madrid, 2000. 378 p. Le spécialiste de la pensée philosophique espagnole qu’est J.L. Abellán s’intéresse dans cet ouvrage à la figure de José Ortega y Gasset, philosophe, penseur, politique, mari et père, mais aussi voyageur et intellectuel exilé – en somme, ce sont toutes les facettes de l’homme qu’il tente de débusquer. Ce n’est pas, bien entendu, la première biographie d’Ortega que l’on a pu lire. Mais le pari est ici de comprendre la vie du philosophe en fonction de son contexte historique –de ses “circonstances”, pourrait-on dire— et de cerner son rôle de précurseur, ou de déclencheur, dans le mouvement de pensée qui a précédé et accompagné la « transition démocratique » espagnole. C’est pourquoi cet ouvrage est une biographie quelque peu atypique, en ce qu’elle consacre plus du tiers de ses pages aux années postérieures à sa mort, en 1955. J.L. Abellán s’en justifie par l’idée que l’émergence de la « génération de 56 », caractérisée par une « claire conscience critique vis-à-vis du régime franquiste », a « une dette évidente envers l’héritage ortéguien et tout spécialement envers les circonstances qui ont marqué sa mort », et qui en ont fait entre tous le philosophe de la transition. Le titre de l’ouvrage d’Abellán s’en comprend alors mieux. La première partie est consacrée à la vie d’Ortega jusqu’à l’exil à Lisbonne, en 1945. Divisée en dix chapitres, cette centaine de pages commence par aborder la naissance, le contexte familial, l’enfance et l’adolescence du jeune Ortega, en insistant sur le fait que depuis sa prime jeunesse, il a baigné dans un climat intellectuel –l’activité journalistique de la branche paternelle ayant été déterminante— et de remise en question progressive du catholicisme, appris chez les Jésuites au collège de Miraflores del Palo. Les vacances scolaires, passées à l’Escorial et à Guadalajara, ont très tôt insufflé à Ortega ce sens si aigu du paysage espagnol, qui lui inspirera notamment la célèbre « théorie de la perspective » ébauchée dès les Meditaciones del Quijote, en 1914. Abellán souligne également l’importance de deux passions du jeune homme, les toros et la tertulia, elles aussi typiquement espagnoles et qui accompagneront la pratique du penseur sa vie durant. C’est à partir du chapitre 4, intitulé « Primeros años de vida pública », que l’auteur aborde l’entrée précoce sur la scène publique du jeune Ortega ; c’est en effet en 1902, âgé d’à peine 19 ans, qu’il publie son premier article, dans la revue Vida Nueva. « La estructura básica política y religiosa de su entramado intelectual está ya claramente asentada », note J.L. Abellán. Elle est largement déterminée par le contexte politique de l’époque, où la restauration alphonsine commence à vaciller sous la pression des premiers mouvements sociaux de masse, et le climat intellectuel encore fortement imprégné des idées de décadence et de régénération de l’Espagne, portées par la « génération de 98 ». La première décennie du nouveau siècle sera marquée par les fréquents voyages d’Ortega en Allemagne, où il complète sa formation philosophique auprès d’Hermann Cohen et de Paul Natorp. Très tôt s’affirme en lui la vocation de l’enseignement, activité qu’il exerce dès 1908 et qui confère rapidement une large notoriété (due également à son activité au sein de la Residencia de Estudiantes). Son mariage, en 1910, et la naissance de Miguel, en 1911, tous deux célébrés civilement, 324 sont l’occasion pour le philosophe d’officialiser son a-catholicisme, qui n’a jamais été, rappelle J.L. Abellán, un anti-cléricalisme. C’est à la même époque qu’Ortega fait ses premiers pas dans la sphère politique, auxquels l’auteur consacre un chapitre séparé. C’est en particulier au sein de la Liga de Educación Política, dont le programme coïncide avec les convictions exposées dans de nombreux textes comme « La pedagogía social como programa político » (1910), ou Vieja y nueva política (1914), que cet engagement s’incarne. L’amitié avec Ramiro de Maeztu (qui durera jusqu’en 1914) incitera Ortega à se rapprocher du credo socialiste, développé dans la revue España, porte voix de la Liga, qu’Ortega dirige de 1915 (année de sa création) à 1922. Les années de la première guerre mondiale sont déterminantes : élu à la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, il entretient des dialogues féconds avec les grands intellectuels de l’époque, voit la naissance des éditions Espasa Calpe, et collabore aux journaux El Imparcial et surtout à El Sol, chef de file de la presse indépendante. La conviction républicaine d’Ortega s’affirme (on se souvient de sa retentissante formule de 1930 : Delenda est monarchia), et se concrétise dans la mise en place de la Agrupación al servicio de la República, en 1930, qui l’amènera à un siège de député aux Cortes Constituyentes de juin 1931. Les œuvres de cette période (La redención de las provincias, en 1931, ou Rectificación de la República, 1933) éclairent le projet politique d’un pédagogue et philosophe parfois mal compris à la tribune. Le premier des trois voyages qu’Ortega fera à Buenos Aires (1916) est selon J.L.Abellán décisif, et étroitement lié à la parution de El Espectador (ainsi qu’à plusieurs amitiés féminines, notamment avec Victoria Ocampo). Le second voyage, en 1928, sera lui marqué par des textes pénétrants sur l’idiosyncrasie argentine, son lien intrinsèque avec la culture espagnole et la densité prospective du continent américain, tout entier fait de « promesses ». L’accueil enthousiaste dont Ortega bénéficie en 1916 et 1928, manifeste dans l’affluence publique à ses cours et conférences, contraste avec l’isolement dont il a souffert lors de son troisième voyage, en 1939, dû selon Abellán à ses positions relatives à la guerre civile. Pour clore son chapitre sur les pérégrinations d’Ortega et son influence sur les milieux universitaires latino-américains, l’auteur mentionne le projet de voyage à Puerto Rico et son lien avec l’idéal pédagogique du penseur, tel qu’il apparaît notamment dans Misión de la Universidad ; ainsi que les invitations au Venezuela et à Cuba, dans les années 50, sans doute déclinées à cause de l’amer souvenir de la dernière expérience argentine. J.L. Abellán revient ensuite à la situation espagnole en 1923 : année décisive là encore, puisqu’elle voit l’avènement de la dictature de Primo de Rivera et la fondation de la Revista de Occidente, fruit d’un projet « meditado y maduro », qui débouchera sur la création des éditions éponymes. L’édition et le journalisme sont pour Ortega un « outil d’influence optimal pour élargir le rayon de son action intellectuelle », et sont aussi le témoin de l’effervescence intellectuelle qui s’empare de l’Espagne lors de ces “années folles”. J.L. Abellán insiste ici sur la variété et l’excellence des parutions de la maison d’édition, ainsi que sur les tertulias de la Granja del Henar qui accompagnaient la publication de la revue et où Ortega manifestait son génie oratoire et son charisme. L’auteur analyse ensuite l’apport d’Ortega à l’avènement de la République. La parution de l’article intitulé « El error Berenguer » le 15 novembre 1930 dans El Sol est considé- 325 rée à juste titre comme un « important épisode de sa biographie intellectuelle ». Les positions qu’il défendra une fois élu député s’articuleront autour de « l’idée d’un État laïque, éloigné des extrêmes, et marqué par une conception centraliste, bien que soumis à une réorganisation territoriale qui concèderait une vitalité nouvelle aux provinces et aux régions ». (p.100). Ortega met en revanche son bémol face à ce qu’il considère comme une poussée anticléricale de la jeune République ; d’autre part, il considère qu’elle est suffisamment solide sur ses bases pour que ne se justifie plus l’existence de la Agrupación al servicio de la República, qu’il dissout en 1932. Il subit de la part de journalistes et de parlementaires plusieurs attaques — son style étant jugé trop fleuri pour être honnête— ; et y répond en réaffirmant son droit à faire une politique « poétique, philosophique, cordiale et allègre ». Il lance Crisol, publication destinée à remplacer sa collaboration à El Sol, qu’il a du abandonner en 1917, comme Urgoiti, son fondateur, et plusieurs de ses collaborateurs, suite aux attaques du roi Alphonse XIII. L’action publique d’Ortega ne peut être comprise sans prendre en compte son activité journalistique, souligne justement J.L.Abellán ; plusieurs publications suivront, écourtées par les difficultés financières et les péripéties politiques. En 1932, conscient selon l’auteur qu’il est au méridien de sa carrière, Ortega envisage la publication de ses œuvres complètes ; il fait aussi le constat que sa vie entière à été dédiée à l’Espagne, et renoue alors avec le besoin de philosopher, que les articles de presse ne permettent pas de combler. Entre 1932 et 1942, il publie une demi douzaine d’œuvres qui témoignent de sa maturité philosophique ; le dévouement au destin de l’Espagne y reste présent comme un « devoir inexorable », juge J.L. Abellán. La seconde République est aussi l’époque florissante de « l’Ecole de Madrid », qui démontre que si « l’échec d’Ortega comme politique est évident, il atteint alors en tant que professeur le faîte de sa carrière ». (108). Le fraîchement inauguré bâtiment de Philosophie et Lettres de la Ciudad Universitaria voit émerger une génération de professeurs et d’émules qui marqueront l’histoire de la philosophie espagnole : Manuel García Morente, Julián Besteiro, María Zambrano, José Gaos… Ce dernier, disciple et ami d’Ortega, est pour le penseur un précieux interlocuteur, et pour nous un témoin de l’admiration et de la reconnaissance unanimes que lui portait le milieu universitaire. Mais la dégradation du climat politique affectera sa santé, et forcera la famille Ortega à l’exil. Entre 1936 et 1939 (date de son troisième voyage à Buenos Aires), la vie du philosophe est une suite de déménagements précipités. Son silence relatif à la situation espagnole réaffirme de facto les déclarations de 1916 : « en tiempo de guerra, cuando la pasión anega a las muchedumbres, es un crimen de leso pensamiento que el pensador hable ». Sans négliger la gravité du conflit espagnol, il se maintient dans une difficile position d’indépendance vis-à-vis des républicains, ce qui lui vaudra les reproches mordants des exilés. Le choix de l’Argentine comme terre d’exil, quoique délicat, s’imposait ; le soutien de Victoria Ocampo et le projet éditorial d’Espasa Calpe Argentina soutenu par Manuel Olarra sont déterminants. Mais la brouille avec ce dernier, et les difficultés financières d’Ortega font de ce séjour à Buenos Aires un calvaire pour un homme physiquement et moralement affaibli. Les acerbes accusations de « trahison » de Guillermo de Torre (dans une lettre à Alfonso Reyes, publiée dans les Cuadernos Americanos en 1942 et reproduite en annexes) exilé au Mexique lui portent un coup 326 douloureux. Il décide alors de retourner en Europe et fait de Lisbonne sa résidence principale, qu’il ne quittera pas entre 1942 et 1945. Il retrouve sa vitalité et sa faconde littéraire, écrit de nombreux ouvrages consistant surtout en des refontes de textes antérieurs : Historia como sistema (1941), Ides y creencias, Castilla y sus castillos (1942), Introducción a Velázquez (1943)… Lisbonne est un discret observatoire sur la guerre qui se déroule alors en Europe, mais le régime de Salazar empêche toute action publique ; de même, la collaboration avec l’Université de Lisbonne entreprise en 1944 ne sera que de courte durée. A partir de 1945, Ortega s’emploiera à retrouver la place qu’il pense lui être due dans son Espagne de toujours. Les dix années suivantes, que J.L. Abellán résume sous le titre de « la década ominosa », font l’objet de la seconde partie de son ouvrage. Les années immédiatement postérieures à la fin de la seconde guerre mondiale sont pour Ortega celle d’un « semiexil », c’est à dire d’incursions discrètes et prudentes en Espagne, pour « sonder la situation ». L’opinion espagnole est alors convaincue que la victoire des alliés entraînera la chute de Franco ; et Ortega pense qu’il peut contribuer par son « prestige intellectuel » à ouvrir à des horizons plus vastes une société qu’il juge fermée. Il reprend la tertulia avec ses amis madrilènes, et prend ouvertement part à « l’opération monarchique » qui a suivi le Manifeste de Lausanne déclaré en 1945 par Don Juan de Borbón, exigeant la transmission de pouvoir. Mais il est déjà trop tard : Franco s’est transformé en « bastion de l’anticommunisme, et à l’intérieur du pays en dictateur implacable ». J.L. Abellán essaie alors de dresser un panorama de la philosophie espagnole dans un tel contexte. Il considère, s’appuyant sur des commentaires de José Gaos et Julián Marías, que La idea de principio en Leibniz y los orígenes de la teoría deductiva, publiée en 1958 mais qu’Ortega rédige en 1947, comme son œuvre philosophique majeure. Jusqu’ici mal étudiée, elle doit se comprendre à la lumière d’un projet « d’européisation » central dans la pensée d’Ortega, et d’une “circonstance” bien précise : son exil, aux portes même de l’Espagne. Il s’agirait aussi d’une réaction face à « l’idéologisation de la philosophie » mise en place par le régime franquiste à travers l’imposition à l’Université d’un modèle néo-scolastique univoque. La rigueur philosophique inusitée de l’ouvrage, sa critique systématique de la logique aristotélicienne en témoignent. Convaincu de la portée subversive d’un livre encore inachevé, Ortega décide en 1948 avec Julián Marías de fonder l’Instituto de Humanidades, qu’il voit comme une plate-forme d’action intellectuelle destinée à sauver la jeunesse du naufrage auquel elle semble promise. C’est pourquoi J.L. Abellán qualifie le projet de l’Institut comme un véritable « défi au régime » ; le brouillon de son premier Bulletin, reproduit en annexes, rend compte de l’ambition pluridisciplinaire des conférences qu’entend proposer Ortega. L’autonomie financière était indispensable pour la réussite et l’indépendance intellectuelle du projet ; c’est sur ce plan qu’il montrera sa principale faiblesse. Ortega veut s’adresser à un public jeune, et il constate la moyenne d’âge élevée du public ; il espère attirer l’attention sur des domaines peu connus des universitaires espagnols, et il s’avère que seules ses propres interventions ont du succès —succès aussitôt critiqué par la presse de « l’Espagne officielle ». La déception d’Ortega l’entraîne dans des dépressions successives qui relancent les maux ressentis lors de l’exil. Renonçant alors à contre- 327 cœur à sa circonstance espagnole, il se tourne de nouveau vers l’Europe en laquelle il situe l’avenir de son propre pays. Celui qui en 1929 s’estimait déjà « le doyen de l’idée d’Europe » dénonce en 1954 l’illusion présente dans les idées de souveraineté ou d’État nation et décèle derrière les termes de « concert européen » ou « d’équilibre européen » le profil d’un État européen, dont l’avènement passera selon lui par une unification économique. Le Traité de Rome, en 57, donne un relief étonnant à ces propos. Après plusieurs conférences données en 1949 en Allemagne, Ortega s’y installe entre 1951 et 1953. L’épisode de sa rencontre avec Heidegger est pour J.L. Abellán l’occasion de souligner une fois de plus l’antériorité des thèses de l’espagnol sur celles de l’allemand ; Heidegger, dans une note nécrologique que l’auteur reproduit, rendra d’ailleurs un hommage posthume à son collègue méridional. 1951 est également l’année de la retraite d’Ortega, qui a elle aussi fait l’objet d’une controverse. L’auteur, prenant appui sur une lettre de son fils José, démontre qu’il a cessé de toucher son solde de professeur en 1936. Les dernières années d’Ortega sont marquées par de fréquents séjours à Zumaya, où se réunit une petite communauté littéraire et artistique. Ortega y fréquente notamment le peintre Ignacio Zuloaga ; leur amitié se double d’une admiration réciproque. Le philosophe accède, à la fin de sa vie, à une reconnaissance internationale que peu d’espagnols ont connu. Jusqu’aux derniers moments de sa vie Ortega livre textes et conférences ; mais la maladie le ronge, « comme une somatisation de son incommodité intellectuelle », écrit Gregorio Morán. Il meurt d’un cancer généralisé le 18 octobre 1955. La troisième partie de l’ouvrage d’Abellán est sans doute la plus surprenante au regard d’un projet classique de biographie. Intitulée « la mort d’Ortega y Gasset et les origines de la transition démocratique (1955-1975) », elle entend montrer comment les circonstances de la mort d’Ortega ont contribué à l’émergence d’une nouvelle génération philosophique et politique. Comme le souligne l’auteur, cette partie tient presque autant de la biographie que de l’autobiographie : sa réaction de stupeur à l’annonce de la mort d’Ortega a été celle de la jeunesse universitaire madrilène. L’hommage académique et laïc organisé à l’Université peu après sa mort a permis de mesurer son prestige au sein du milieu universitaire et la prégnance de sa pensée. Le second chapitre est consacré à la polémique entre catholicisme et ortéguisme. Dans ce que J.L. Abellán appelle une manipulation religieuse, les autorités ont prétendu que dans un dernier instant de lucidité, Ortega avait consenti à se repentir et à recevoir l’extrême onction. Ce que ses enfants ont aussitôt démenti, dans une lettre publique restée inédite jusqu’à sa publication dans ABC en 1975, reproduite par l’auteur. Celuici reprend les nombreux ouvrages de critique (allant parfois jusqu’à la diffamation), souvent écrits par des Jésuites et publiés autour des années quarante. Il mentionne les défenses publiées par les émules d’Ortega, Julián Marías en tête, qui prônent la compatibilité entre catholicisme et ortéguisme. Il s’agissait pour J.L. Abellán « de la seule façon de sauver l’héritage ortéguien pour les espagnols de l’intérieur, opprimés par une dictature confessionnelle de nature intégriste ». (240). Pour la génération de 56, en revanche, il était indispensable de reconnaître Ortega comme le penseur a catholique qu’il avait voulu être. 328 Cette reconnaissance universitaire, qui a mis en relief le potentiel subversif de la pensée d’Ortega, n’est pas passée inaperçue au yeux des autorités. J.L. Abellán fournit dans ses annexes le rapport secret de la police sur l’hommage posthume dédié à Ortega et les réseaux universitaires qui se constituaient alors : le Congreso de Escritores jóvenes, les Encuentros entre la Poesía y la Juventud, derrière lesquels la police voyait des réseaux d’infiltration communiste ; J.L. Abellán précise la diversité politique de ces courants universitaires et leur principal motif d’action : une réforme démocratique de l’université. Il relate la tension palpable lors de cette « crise de 1956 », qui a débouché sur l’arrestation, sur des motifs fallacieux, de plusieurs étudiants, dont l’auteur lui même. Il relate son séjour choquant à la prison de Carabanchel, paradigmatique de la pression exercée par les autorités, et du climat de terreur régnant à l’époque. Un romance de los estudiantes écrit par les prisonniers rend compte du « sentiment ressenti par tous de vivre un moment historique qui aurait sans aucun doute des répercussions sur le futur ». Cette crise est pour l’auteur l’acte de naissance d’une nouvelle conscience générationnelle, dont l’événement déclencheur a été la mort d’Ortega y Gasset. J.L. Abellán s’attache ensuite à caractériser cette « génération de 56 ». Récapitulant les jugement d’Elias Díaz, Juan Marichal ou Luis Araquistain, il insiste sur le fait que la sociologie a été l’instrument déterminant dans l’élaboration d’une conscience critique visant à « démystifier l’image “officielle” de la société espagnole ». Il s’agit d’une véritable « révolution copernicienne pour la “conscience intellectuelle” d’opposition au régime », particulièrement sensible en philosophie dans l’émergence de courants comme l’existentialisme ou le marxisme, face à la néo-scolastique et au spiritualisme chrétien. Au sujet de l’influence déterminante des sciences sociales dans ce processus, J.L. Abellán rappelle le rôle majeur qu’ont eu Enrique Tierno Galván et José Luis Aranguren dans la divulgation de la pensée européenne contemporaine. Suit une longue énumération des penseurs de cette génération, dans tous les champs du savoir : psychiatrie, sociologie, droit, philosophie, science politique, histoire sociale, mais aussi journalistes et cinéastes… La comparaison avec la « génération de 1968 », que l’on a pu qualifier de néonietzschéenne et sans doute influencée par les évènements français du mois de mai, révèle une continuité dans la liberté critique de la pensée, mais aussi les contradictions et la radicalisation extrême de la seconde. Cet esprit « iconoclaste et hyper critique », dans lequel le régime franquiste confinait les penseurs, doit céder, pour la mise en place de la démocratie, à une attitude plus constructive, et ce d’autant plus que le seul changement de régime n’amène pas automatiquement un modus vivendi démocratique au sein d’une société. J.L. Abellán voit cependant dans la génération de 56 un précurseur fondamental de la pensée démocratique, laquelle s’est présentée en philosophie sous la forme d’un questionnement sur la Raison. Dans ce processus intellectuel, la relecture des penseurs du XIXe et du XXe siècle (des krausistes aux exilés) s’avère essentielle, et montre qu’une problématique au moins a traversé le temps : la question de l’Espagne. On regrettera peut-être que José Luis Abellán ait sacrifié à l’analyse approfondie de textes et de leur portée philosophique et politique le récit détaillé de la vie du penseur. S’il apporte sur quelques points (la question de la perception de la retraite d’Ortega, ou 329 sa mort a-catholique, par exemple) un éclairage nouveau, notamment grâce à des textes d’époque, l’insistance sur les conditions de vie matérielles du penseur se fait parfois au détriment d’une mise en relief plus pertinente de son cheminement de pensée. J.L. Abellán a tenté de séparer en des chapitres distincts l’activité journalistique, politique, universitaire et les aspects plus personnels de la vie d’Ortega, mais il en reste souvent aux pétitions de principe, se contentant d’affirmer, sans la démontrer vraiment, l’étroite imbrication qui existe entre ces différentes facettes du personnage. Et le principal argument du livre —c’est à dire de montrer en quoi la pensée d’Ortega a été une condition de possibilité de la transition à la fois politique et culturelle vers la démocratie— est plus postulé que démontré. Il convient peut-être d’envisager cet ouvrage comme un hommage personnel et admiratif d’Abellán à l’une des plus grandes figures intellectuelles espagnoles du XXe siècle, plus qu’un essai scientifiquement novateur. Si c’est bien d’un hommage qu’il s’agit, le pari de José Luis Abellán est réussi : la figure d’Ortega en ressort humanisée, grandie, et évaluée à l’aune de son importance dans le XXe siècle espagnol. Eve GIUSTINIANI (Université de Provence) Max AUB, Cuerpos Presentes. Edición, introducción y notas de José Carlos Mainer, Segorbe, Biblioteca “Max Aub” 9 - Patronato de la Fundación Max Aub, 2001. José Carlos Mainer a établi l’édition de cet ouvrage, jusque-là inédit, à partir de textes écrits entre 1944 et 1970 qui se trouvaient dans la chemise n° 30 des archives de la Fondation Max Aub de Segorbe1. Dans le prologue, il situe ce projet de biographies, nécrologies, hommages, portraits, qui réunit ensemble morts et vivants dans une longue tradition qui remonte au Moyen Age et qui renvoie au dernier adieu en présence du corps du défunt. Cependant, certains de ces hommes politiques ou intellectuels qui en sont l’objet étaient encore vivants et Max Aub propose même sa propre biographie (p. 273-280). Cuerpos Presentes se compose de cinquante six textes de longueur variable, entre une demie et dix huit pages. Beaucoup sont des nécrologies d’amis proches disparus comme ses camarades du lycée de Valence, José Medina Echavarría, (p. 209-225) et José Gaos, mort en 1970 à qui il consacre le texte le plus long (p. 209-227) mais certai1 Il faut souligner le travail fait par la Fondation Max Aub de Segorbe qui a entrepris la publication de l’ensemble de son œuvre. Cet ouvrage ainsi que d’autres furent présentés lors du colloque organisé par l’Université de Paris X-Nanterre les 27, 28 et 29 mars 2003 à l’occasion du centenaire de la naissance de l’écrivain. 330 nes renvoient à ceux qui ont trahi en se rangeant du côté des vainqueurs. L’auteur exprime ses propres tourments : l’exil et le silence sur un moment historique exceptionnel que seule l’écriture peut faire revivre. La publication de cet ouvrage poursuit la récupération de cette mémoire longtemps occultée. Pour José Carlos Mainer « El exilio es la vivencia que vertebra todos estos retratos ». A travers ces récits, on peut reconstruire l’itinéraire de Max Aub, son enfance choyée à Paris au sein d’une famille aisée d’origine allemande et juive puis la rupture avec la guerre de 14 qui conduit la famille en Espagne. On trouve les traces des déchirures de l’époque : la Première Guerre mondiale, la Guerre Civile, la Seconde Guerre mondiale et les camps. A son retour en France, il est interné à Roland Garros, au Vernet puis en Algérie à Djelfa, avant de rejoindre le Mexique en 1942. Il ne revient en Europe qu’en 1954 et en Espagne en 1969. José Carlos Mainer souligne qu’au Mexique, cet Espagnol pourvu d’un nom allemand et qui prononçait les r à la française, avait été perçu comme doublement étranger et là se trouve une des clefs de son œuvre profondément marquée par ces multiples déracinements. Après une jeunesse placée sous le signe de la poésie et des avant-gardes, il a dû affronter, comme bon nombre de ses amis évoqués dans Cuerpos presentes, les difficultés de l’exil pour la seconde fois. A travers ces portraits se dessine sa propre errance, en Europe d’abord puis d’un côté de l’Atlantique à l’autre. A Paris où il est attaché culturel, en 1937, il participe au montage de Sierra de Teruel réalisé par André Malraux - et à la préparation du pavillon espagnol de l’Exposition Universelle où allait être exposé le Guernica de Picasso. Malraux, l’ami admiré en dépit des vicissitudes politiques (p. 199) qui, selon José Carlos Mainer, aura été pour Max Aub «el perfecto paradigma del escritor testimonial del siglo XX y, en cierto modo la realización más cabal de sus propias aspiraciones» (p. 321). Dans cet ouvrage figurent les grands écrivains du XXe siècle qu’il a connus et dont beaucoup ont eu des liens avec l’Espagne comme Ernest Hemingway, il se souvient de sa force naturelle « primitive » qu’il associe à la guerre et à la chasse. Souvent, ces portraits révèlent une identification avec un destin commun qui dépasse l’individu, tel celui de León Felipe «caminante», «español errante» qui passera, lui aussi, plus de la moitié de sa vie au Mexique, et que Max Aub compare au Victor Hugo des Châtiments ou L’année terrible. Sa poésie si poignante qu’elle est plus que simple poésie : «un documento humano que queda ahí, clavado, para remordimiento de Dios» (p. 67). Une association au juif errant tout comme Marc Chagall défini comme juif et russe « soumis uniquement à l’influence du Talmud ». Identification également avec ceux qui associent talent et qualités humaines : liberté, justice, bonté, générosité, intelligence et que d’autres regardent avec défiance voire ironie : Tristan Tzara, riche et communiste, pour qui « la poésie a été un élément de lutte pour un monde plus juste » (p. 44) ; Emilio Prados, mort au Mexique en 1962. « Bondad, benignidad, altruismo, justicia, finura », la fin de son portrait révèle une déchirure partagée : « aunque (…) le cubra tierra mexicana, está enterrado en Madrid y en su Málaga natal en la que nunca dejó de vivir y ha muerto » ; ou encore Manuel Altolaguirre : « más bueno que el pan », « feliz de hacer feliz » (p. 86). 331 Cependant, d’autres portraits sont plus nuancés voire critiques. S’il reconnaît le talent de certains auteurs, il établit parfois une distance avec l’homme, comme Luis Cernuda, également exilé au Mexique, mort en 1963, mais rarement rencontré. Un homme élégant et froid; un exilé existentiel avant de l’être politiquement (p.89-91). Il émet également des réserves sur Henri de Montherlant tout en soulignant l’actualité de sa pièce Port-Royal qui, à partir d’un thème historique oublié, parle du présent et de la lutte contre l’hérésie qui a conduit aux procès de Moscou, de Prague et de Budapest (p. 53-56). Sa connaissance des civilisations et littératures françaises, espagnoles et allemandes lui permet de détacher les spécificités bonnes et mauvaises de ses créateurs comme il le fait pour Montherlant. Ces portraits sont prétexte à une réflexion sur son propre destin, comme lorsqu’il écrit la nécrologie d’Edgar Neville, un homme solide dont rien ne laissait présager une mort si rapide : « tan alto, tan gordo, tan sano : muerto antes que yo (…) El muerto debería ser yo » (p. 57). Revanche du destin face à l’ancien ami républicain retrouvé à Paris en 1937 alors qu’il était devenu fasciste. Plus qu’une condamnation ce sont des regrets que l’auteur exprime face à ceux qui n’ont pas su rester fidèles à leur idéal : «¿Quién se acuerda de eso? Yo, con tristeza, porque me hubiese gustado que todos mis amigos fueran personas decentes » (p. 58). Toutefois, José Carlos Mainer invite à nuancer l’engagement franquiste d’Edgar Neville, comte de Berlanga de Duero, qui n’aurait fait que rejoindre sa classe sociale. L’appartenance au même camp n’aveugle pas pour autant Max Aub : il dénonce l’ambition du socialiste Indalecio Prieto, « hipopótamo dañino de la República ». Dans les nombreuses notes, à la fin du volume (p. 301-329), qui permettent de situer les hommes et leur cadre historique, José Carlos Mainer rappelle les divisions du PSOE auquel appartenait l’auteur proche de la tendance radicale de Largo Caballero et d’Araquistáin, ambassadeur à Paris en 1937, mort en exil à Genève (p. 231) et qu’il avait rejoint comme attaché culturel (p. 143). Ces notes complètent les informations qui aujourd’hui font défaut au lecteur sur des personnalités désignées simplement par leur prénom. Du muraliste communiste Siqueiros –qui aurait servi de modèle au personnage de Francisco Laparra de Campo abierto1- il ne veut retenir que le colonel, porteparole du président mexicain le général Cárdenas, que tous étaient venus écouter parler de peinture à l’Université de Valence en 1937 en raison de l’aide morale et matérielle apportée à la République espagnole par son pays (p.101-102). Il regrette que le Mexique ait laissé partir vers les Etats Unis ou d’autres pays d’Amérique, des exilés qui lui auraient été bien utiles. Une fois de plus, face à ce nationalisme étroit, il ressent un sentiment de gâchis qui lui rappelle l’immense perte que leur départ a signifié pour l’Espagne (p. 224). Cuerpos Presentes est la lutte pour la mémoire d’un temps qui promettait d’être meilleur et qui a été aboli par la force des armes. Les textes permettent la reconstruction 1 Selon Dolores Fernández Martínez, citée par José Carlos Mainer, “Relación con el país de acogida: el debate artístico mexicano en la obra de Max Aub”, El exilio literario español de 1939, GEXEL, Bellaterra, 1998, 1, p. 263-272, note p. 310. 332 d’un passé qui a réuni les plus grands intellectuels et artistes, thème récurrent de l’ouvrage: España fue un país agraciado en el primer tercio del siglo XX; no porque Juan Ramón fuera o no mejor que Elliot o Valéry sino porque uno podía ir o no a su casa o sentarse a perder el tiempo con Valle, con Machado, con Federico o irse a París o quedarse en Madrid para andar y beber con Buñuel, y Dalí era todavía una persona decente. Y Américo Castro y Salinas y Moreno Villa estaban en Medinaceli o en la residencia. Y Ortega daba clases. No es cierto aquello de que “cualquier tiempo fue mejor’. Aquel tiempo, sí. (“J.R.J”, p. 115-116). La mort est le signe du temps écoulé comme celle d’Esteban Salazar Chapela : “Uno más, uno menos, de los nuestros. Un periodista, un novelista español republicano, viviendo de cualquier manera, en Londres, dignamente, ¡qué le importa al mundo! ” (p. 119). Une des constantes de l’ouvrage, celle qui lui donne son unité est l’amour, le déchirement de l’exil et la mort loin de la terre aimée, le souvenir des autres disparus : Ahí están tus cenizas con las de Cernuda, Prados, Salinas, Quiroga, Domenchina, Plá y Beltrán, Azaña, Díaz Fernández, Moreno Villa, -y con las de Juan Ramón y Altolaguirre-, con las de miles y miles que, como tú, soñaron lo que no pudo ser. Hablo de España, claro (p. 120). Ces textes courts sont écrits dans un langage simple qui établit un dialogue avec le disparu ou celui qui est loin mais aussi une complicité avec le lecteur à qui il révèle par bribes les espoirs du passé et les valeurs défendues par ceux dont il retient les noms. A travers le temps et l’espace, les anciens amis se trouvent parfois réunis comme autrefois lors de la disparition de l’un d’entre eux: « Estábamos todos : Cernuda, Prados, Manolo Altolaguirre, Rejano (…). León Felipe no vino : estaba en Veracruz». Celle de José Moreno Villa permet de rappeler leur participation dans l’effervescence culturelle des années 30 : José Moreno Villa, malagueño por todo, por Litoral primero. Litoral de pie azul, sangre negra y pulpa tan blanca. (¿Quién recuerda a Hinojosa? Pepe Moreno Villa es el muerto inicial de Litoral). Detrás de la Residencia, los chopos, la República, la Revista de Occidente, El Sol, La Voz, Azaña, el café de Regina, alta la Residencia con sus tejas rojizas y sus chopos temblones. (p.123) Pendant quelques instants et grâce à l’écriture, le temps semble aboli, comme lorsque les anciens amis et leur nouvel ami mexicain, Octavio Paz, discutent dans un café comme trente ans plus tôt (p.124). Ces portraits sont aussi l’occasion de continuer à débattre de thèmes essentiels : littérature, justice par delà les frontières et les distances. Dans son hommage à Elio Vittorini, Max Aub s’interroge sur les raisons qui lui avaient fait abandonner le roman au profit de la maison d’édition Mondadori à Milan. Les préoccupations de l’auteur pour le sort des déshérités et l’arrivée au pouvoir de la classe ouvrière entre 1917 et 1945 (p.128) avaient pris fin avec le stalinisme et l’amélioration des conditions de vie. Il avait alors cessé d’écrire des romans, comme bien d’autres, Vittorini, Hemingway, Malraux, Faulkner etc., alors qu’à droite les romanciers continuaient de produire souligne l’auteur. 333 Les allusions à l’Espagne franquiste sont relativement rares et elles servent de contrepoint aux valeurs d’autrefois que certains, comme lui, continuent de défendre au loin : Ofelia, ha pasado algún tiempo, pero seguimos siendo los mismos, España, no. Allí ya son cosa, otra España, una nueva España que poco tiene que ver con la que conocimos (...) Has hecho mejor teatro aquí que el que hubieras hecho allá. Luego aquí está España. Y hasta que España no vuelva a ser España, hasta que tú no seas la primera actriz del teatro Español, yo su director, España no será España. (“Por Ofelia Guilmain”, 1.2.1965, p. 140). Max Aub gardera l’espoir qu’un jour tout redevienne possible en Espagne mais l’échéance a toujours reculé. Avoir vécu une époque privilégiée justifie la nécessité de la sauver de l’oubli, ce thème revient au long des pages : No es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor. Las casas eran más oscuras. Hitler desfilaba por las calles; pero nosotros, en Madrid, en Valencia, en Barcelona, no teníamos dudas. Y eso no se paga con nada como no sea recordándolo, como lo hago ahora, para tu mayor gloria que es la nuestra (p. 142). Cependant, il a toujours gardé une inquiétude face au réveil, toujours possible, de la folie du monde, comme en 1966, lorsqu’il s’interroge sur la censure qui frappe Günter Grass (« Presentación de Günter Grass », p. 161). Il s’identifie à cet écrivain de père allemand et mère polonaise, soumis lui aussi à la censure dans son pays natal : « ese mozo socialista y alemán, que vive en Berlín y que quisiera, como tantos de nosotros, un mundo sin pasaportes, sin fronteras, sin murallas, más justo y mejor » (p. 165). Les anniversaires des disparitions d’amis disparus font resurgir les drames vécus: « Antonio Machado en el décimo aniversario de su muerte » (p.167) : « Don Antonio se ha quedado fuera, a la intemperie, en la tierra que no quería pisar » (p.172), « en cuanto le faltó su tierra desapareció », comme au théâtre... En 1958, dix neuf ans après la mort du poète, il associe sa mort et celle de Lorca en parodiant le poème de Machado : « El crimen fue tras la frontera, para que no se viera (…) Sé: olvidar, manda la ley. Viéndole así, ¿cómo? ¡Que olviden otros! » (p. 174). La lutte contre l’oubli est au cœur de ces portraits où l’émotion est tenue à distance par l’humour, l’ironie ou la tendresse. Cet ouvrage permet de mesurer la capacité de l’auteur à maintenir la mémoire des disparus en ne les séparant pas du monde des vivants. Nous terminerons par son regard porté sur l’œuvre de Giacometti : «Sus mejores obras están y son movimiento, esqueletos puros de seres muertos llenos de vid»(p. 136). C’est bien ce que lui-même a réalisé avec Cuerpos Presentes. Marie-Claude CHAPUT (Université de Paris X-Nanterre) 334 Bibliografía Bibliografía reunida por José-Luis de la GRANJA y elaborada por Marta RUIZ GALBETE. 336 SISTEMA DE CLASIFICACIÓN BIBLIOGRÁFICA La conveniencia de que nuestra información bibliográfica sea útil y de fácil manejo nos ha aconsejado la adopción de un doble sistema de clasificación: • Clasificación por orden numérico, que corresponde a un criterio cronológico: 1 –Archivos, bibliografía, metodología, historiografía. 2 –Edad contemporánea en general (siglos XIX y XX). 3 –Siglo XIX. 4 –Siglo XX. 5 –Guerra de Independencia y reinado de Fernando VII (1808-1833) 6 –Reinado de Isabel II y Sexenio Democrático (1834-1874). 7 –Restauración y Dictadura de Primo de Rivera (1875-1930) . 8 –Segunda República y Guerra Civil (1931-1939). 9 –Franquismo (1939-1975). 10 –Transición y Democracia (desde 1976). • Subclasificación por orden alfabético, que corresponde al contenido de las obras y apunta a una sistematización sectorial: A – Historia general (de España o sus nacionalidades, regiones, etc./). B – Historia política: Estado, instituciones, partidos, etc. C – Economía y demografía. D – Historia social: estructuras sociales (clases y subdivisiones, categorías, profesiones, familia, etc.); movimiento obrero, movimiento patronal y diversos grupos de presión. Aspectos sociológicos generales, problemas femeninos e historia del feminismo, organizaciones juveniles, etc. E – Ideología y cultura: instituciones ideológicas, medios de comunicación, universidades, enseñanza en todos sus niveles, Iglesias y asociaciones religiosas, mentalidades y, en general, todo lo relativo a la producción ideológica, sus funciones y sus aparatos. Por consiguiente, todo libro o artículo reseñado tiene una notación numérica, que corresponde a la cronología, y una notacion alfabética, que corresponde a su contenido específico. 337 de la historia”, Aula Historia Social, nº 5, Valencia, primavera 2000, págs. 88-94. MOMOITIO, Iratxe, "La repercusión internacional del bombardeo de Guernica", Sancho el Sabio, n° 11, Vitoria, l999, págs. 217-249. SÁNCHEZ VIGIL, Juan Miguel, Caravaña. Documentación histórica 1528-1939. Prólogo de Manuel FERNÁNDEZ ÁLVAREZ. Madrid, Tercer Milenio, 1999, 221 págs. SCOTTI DOUGLAS, Vittorio, “L’Archivo Histórico Militar di Madrid oggi”, Spagna contemporánea, nº 16, Madrid, 1999, págs.147-162. l. ARCHIVOS, BIBLIOGRAFÍA, METODOLOGÍA, HISTORIOGRAFÍA 1.1 ARCHIVOS ARACIL, Rafael, “El Centre d’Estudis Històrics Internacional i la Biblioteca del Pavelló de la República”, L’Avenç, nº 247, Barcelona, mayo 2000, págs. 64-66. ARACIL, Rafael et alii, Prensa de l’exili cátala republicà, 1939-1975. Catàleg del Fons del CEMI al Pavelló de la República. Barcelona, CEMI/Universitat de Barcelona, 2000. 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Desde la crisis finisecular hasta nuestros días, no hay un tema por el que Carlos Serrano no se haya interesado (desde el ensanche de Bilbao, hasta la guerra de Cuba, la polémica entre Maeztu y Unamuno en torno a la reforma agraria, la fotografía, la tauromaquia o la figura de Don Juan, la cultura obrera, la Guerra civil, etc. ). Nos deja una obra pionera, polifacética, abierta y desgraciadamente inacabada, porque se apasionó últimamente por las Hurdes. UNA OBRA PIONERA En un momento en que la España del siglo XX parecía demasiado próxima como para constituir un objeto de estudio, porque el camino real seguía siendo el estudio del Siglo de Oro, porque se razonaba en función de la reciente Guerra Civil cuyos orígenes o consecuencias se rastreaban desde principios del siglo XIX y hasta el estudio de la novela social de los años 50, porque los archivos no eran fácilmente accesibles y porque el hispanismo francés carecía de catedráticos capaces o deseosos de llevar a cabo esta tarea, el hecho de que Jean-François Botrel y Serge Salaün, luego Carlos Serrano y Jacques Maurice consiguieran desempeñar cátedras desde la segunda mitad de los años ochenta fue un dato importante en la evolución del hispanismo francés. Antes de que Noël Salomon (cofundador con Albert Dérozier y Marcel Bataillon en 1964 de la Sociedad de Hispanistas franceses) dedicara en 1969 en Burdeos un seminario a la sociedad del siglo XIX, Pierre Vilar incitaba a los jóvenes investigadores a interesarse por fenómenos tales como el anarquismo andaluz o catalán o el populismo. A menudo les había acogido Albert Dérozier en Besançon y luego, fuera de la vía 1Carlos Serrano formaba parte del Consejo de redacción del Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne que que se unió al homenaje organizado por la Asociación de Historia Contemporánea en la Casa de Velázquez, el 25 de abril de 2001. Este texto se publicó en la revista Ayer, n°43, 2001, p. 267-275; y, con una versión resumida, en Cercles, revista d’historia cultural, Universidad de Barcelona, n°5, enero de 2002, p. 174-182. académica, Manuel Tuñón de Lara en los coloquios que organizaba en la Universidad de Pau. Conocí precisamente a Carlos Serrano en 1977 en uno de estos coloquios en el que presentó un avance de los trabajos que recogió luego en su tesis doctoral. Me llamó la atención la seguridad del juicio crítico del universitario, la cordialidad y la generosidad del hombre así como su gran capacidad para exponer claramente sus convicciones. Nacido en exilio, en Buenos Aires en 1943, era hijo del escritor republicano Arturo Serrano Plaja y nieto del escritor francés Jean-Richard Bloch. Aunaba en su investigación universitaria el rigor y el entusiasmo desde una aproximación metodológica marxista que se fundamentaba en una gran cultura y una inquietud intelectual constante. Esto le permitía recorrer pistas originales, explorar intuiciones hasta moverse en los márgenes de la historia social y de la historia cultural como quien no se complace con un enfoque único y desde la pluridisciplinaridad procura fecundar cada ámbito con nuevos planteamientos. Desde la tesis de tercer ciclo sobre La guerra de África y sus repercusiones en España, en 1976, redactada conjuntamente con Marie-Claude Lécuyer, dedicada al estudio de las consecuencias de la guerra hispano-marroquí de 1859-1860 hasta sus trabajos más recientes, Carlos Serrano se interesó por los movimientos sociales a finales del siglo XIX, el populismo, la cultura obrera, y últimamente por la memoria histórica. De la crisis de los años 1890 hasta la Guerra civil y luego el franquismo, Carlos Serrano contribuyó con una serie de trabajos pioneros a la historiografía española. Desde la historia social a la historia cultural se adaptó y contribuyó a la evolución de la historiografía finisecular, con una inteligencia y una apertura espiritual poco comunes, desde enfoques originales. Carlos Serrano no se contentaba con explotar una fama adquirida en un dominio. Aparecía de repente por donde no lo esperábamos. Confesaba que la ambición de practicar aquella historia total, que señalara Manuel Tuñón de Lara siguiendo a Pierre Vilar, le parecía agobiante, pero la practicó a su manera multiplicando los enfoques. No se lanzaba a una nueva investigación como quien baja a un sótano con una vela vacilante. Cada nuevo paso estaba preparado por reflexiones y lecturas, cada intuición se seguía hasta el final. Y luego, a la hora de redactar, Carlos se volcaba con aquel entusiasmo de un ensayista sin fichas y con las ideas claras consultando los apuntes que había tomado en un bloque de cuartillas. Llegó a convencerse de que una tesis es madura cuando uno es capaz de contestar las preguntas que se ha planteado y de que, según decía Juan de Mairena “no hay nada que no sea empeorable”. Ésta fue la primera impresión que tuve de Carlos : una gran exigencia intelectual, una recepción calurosa, no exenta de ironía, multiplicada, a lo largo de más de veinte años, por el entusiasmo de su acogida telefónica (que amplificaba quizá el carácter monosilábico de mi nombre). Cuando uno le llamaba por teléfono, Carlos parecía feliz de hablar con él y este interlocutor se sentía más inteligente y ahora de repente está abrumado y cohibido al evocar sin él temas que le preocupaban, al tomar parte en esta mesa redonda en la que Carlos hubiera tenido que intervenir. 396 UNA OBRA POLIFACÉTICA Carlos Serrano empezó su itinerario de investigador en un momento en que la historia social se emancipaba de la historia económica —dejando de ser sólo fruto de las encuestas sociales, según el modelo de Le Play, desde Jaime Vera, Valentín Almirall, hasta Joaquín Costa y Ángel Marvaud— y se constituía en historia estructural de las clases sociales basada en las relaciones de producción. Proponía una explicación coyuntural de los movimientos sociales a partir de la evolución de las grandes variables (precios, salarios etc.). Desde hace veinte años, el desarrollo de la historia de las mentalidades y de la historia cultural — y todavía más desde que se hundieron los grandes sistemas explicativos heredados de las teorías del siglo XIX— disminuyeron a su vez la autonomía de la historia social hasta considerar que lo cultural puede ser un factor explicativo de lo social cuando anteriormente era más bien un reflejo. Carlos Serrano siguió esta evolución llegando hasta el estudio de los símbolos, de las representaciones y de la memoria pero con la inmensa ventaja de quien ya no piensa la cultura sin cuestionar lo social. La tesis de Estado de Carlos Serrano, leída en 1984, Le tour du peuple. Crise nationale, mouvements populaires et populisme (recientemente publicada en castellano con el título El turno del pueblo) recoge en un amplio abanico un conjunto de trabajos en los que se estudian la coyuntura finisecular, los movimientos espontáneos y sus variantes regionales, la respuesta de los movimientos obreros organizados a la crisis, y por fin los intentos renovadores (desde los regionalismos, el populismo de Blasco Ibáñez hasta el nacimiento de los intelectuales como categoría sociopolítica). Con Jacques Maurice escribió un librito sobre Joaquín Costa (1977) dentro de la misma colección de Siglo XXI que editó más tarde, en 1984, su síntesis sobre la crisis finisecular, Final del Imperio (1895-1898). DE LA HISTORIA SOCIAL A LA HISTORIA CULTURAL Desde la práctica de la historia social, con la publicación de algunos trabajos (como “Juan José Morato y la Historia” (1983) que acogió Antonio Elorza en la revista que dirigía Estudios de Historia Social, Carlos Serrano no se interesó tanto por el estudio de las organizaciones como por el de las prácticas y de las ideologías. Así fue cómo llegó a la historia intelectual por medio del estudio de la cultura obrera. Nos mostró entonces que la historia cultural no era sólo el estudio de minorías intelectuales y que el estudio de la vida colectiva no pasa sólo por el acercamiento estadístico, aunque los logros de la investigación cuantificada y seriada son indiscutibles, y constituyen un aporte ya irreversible desde un punto de vista metodológico. De entrada, y para lo que al campo propio de la historia cultural se refiere, no dejaba de ser insatisfactoria la idea de una metodología que más o menos explícitamente renunciaba a tomar en cuenta las “obras” literarias, artísticas, etc., cuyo carácter de singularidad parecía hacer irreductibles al imperio de la serie. Pero, más generalmente, la investigación actual, tras el período eufórico de las largas series, ha señalado el carácter reductor de un procedimiento cuantitativo que, al no proporcionar más que datos medianos, trivializa, alisa la realidad histórica de la que pretendía hacerse fiel retratista. Es más: 397 para algunos de sus críticos, este acercamiento cuantitativo peca de raíz, puesto que por fuerza tiende a borrar no ya sólo el accidente, sino que también la mutación brusca y, por ende, a infravalorar toda expresión de tensión o de conflicto. A través de la serie, lo que se consigue alcanzar a menudo es, más que nada, el resultado de la imposición de modelos culturales pre-elaborados, falsificador en su aparente continuidad que no es más que el resultado de la eliminación de diferencias o discrepancias. Michel Vovelle, hablando de las fuentes seriales en el terreno judicial, marca los límites de su validez en unos términos que pueden hacerse extensivos a los demás territorios del cuantitativismo: “uno cree aprehender la realidad de los comportamientos y lo que encuentra es el código moral y represivo de una sociedad” (On croit saisir la réalité des comportements; ce que l'on trouve, c'est le code moral et répressif d'une société). En el fondo, la actual tendencia de la historia cultural a regresar a lo excepcional, pero haciendo suyos los logros alcanzados por la investigación de lo plural y serial, puede entroncar inevitablemente con el examen de la singularidad de una figura y hasta de una obra, con lo cual, dicho sea de paso, no haría otra cosa que reanudar con ciertos intentos de sus padres fundadores: ¿no fue acaso el empeño de Lucien Febvre el entender, por ejemplo, a Rabelais? Lo que se está planteando a través de estas referencias, es que, en la perspectiva de una historia cultural auténtica, no es ya posible, por un lado, descartar la “obra” singular en nombre de la serie masiva –como quería hacerlo el cuantitativismo ingenuo de los años 60–, como tampoco sigue siendo factible, por otro, el de limitarse a considerarla desde la óptica de la historia de la literatura (o del arte) al uso, esto es, como un mero eslabón en la sarta de las “grandes obras” de un país o de un momento, enfocada, pues, desde la perspectiva de una total inmanencia. Así lo entendió Carlos Serrano cuando se interesó por la “institucionalización” del Don Juan en la tradición cultural española de los siglos XIX y XX (1990). La mayoría de las historias literarias suelen evocar el hecho de la representación de una obra de tema donjuanesco para el día de Difuntos como un hecho evidente, del que no parece que nadie se haya interesado en investigar los orígenes y la función. En una primera aproximación Carlos Serrano trató entonces de elaborar la cronología documentada del fenómeno, que parece nacer en Barcelona a finales del siglo XVIII y no tocar Madrid hasta 1860, donde sin embargo pasa a darse ya como práctica anual y sistemática a partir de 1863, prolongándose esta tradición hasta por lo menos la Guerra civil. El conjunto de esta producción invita a interrogarse sobre el uso colectivo que la sociedad española, en sus diversas componentes, hace de un tema cultural general como es el de Don Juan y de una obra singular, el Tenorio de Zorrilla. A lo largo de la última década, quizá la más fecunda de su vida, Carlos Serrano siguió ocupándose de las mismas cuestiones pero con otro enfoque metodológico que había asimilado los logros de la amplia encuesta de Pierre Nora Les lieux de mémoire, Pero este cambio lo anunciaba el estudio antes aludido. Desde mediados de los noventa, Carlos Serrano empezó a estudiar la adhesión afectiva a unos valores, retórica, discurso que contribuyeron, junto a la violencia de la represión, a la eficacia del régimen franquista que ostenta desde la organización del espacio, la escenografía pública hasta la explotación del cine y de la literatura el monopolio de la expresión pública. 398 Esta labor representa un acercamiento original al franquismo que seguía siendo objeto de repulsión de parte de los historiadores franceses y sólo había suscitado el interés de unos cuantos politólogos o literatos. Después de haber estudiado la España franquista desde sus representaciones en el coloquio titulado Imaginaires et symboliques dans l’Espagne du franquisme cuyas actas publicamos en diciembre de 1996 en el Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, Carlos Serrano se interesó por la simbología y el imaginario colectivo en la crisis de Cuba con el coloquio que coordinó con Consuelo Naranjo en l998 en el CSIC y en la Casa de Velázquez dedicado al estudio de las visiones recíprocas entre España y sus antiguas colonias, Imágenes e imaginarios nacionales en el ultramar español. Últimamente este giro metodológico le llevó al estudio de la búsqueda iconográfica del héroe español en las estatuas conmemorativas en los siglos XIX y XX así como el dedicado en Madrid a los héroes del Caney que murieron junto al general Vara de Rey cerca de Santiago de Cuba durante el verano del 98. Rafael María de Labra había soñado con un monumento que tuviese el significado abstracto de un sacrificio común y no fuera una mera ilustración de una batalla. Carlos Serrano muestra cómo ilustra esta estatua la emergencia de una idea de la Hispanidad. Su posterior acercamiento crítico a los discursos sobre la crisis o su contribución al estudio del léxico político español con título de Edgard Morin “ Le paradigme perdu: Camarada, compañero, ciudadano” (Bulletin Hispanique, 1999), ilustra un proceso que culminó en 1999 con el libro consagrado al estudio de las expresiones simbólicas de la identidad nacional en los dos últimos siglos, El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos y nación, centrado en temas de memoria histórica y de simbología nacional: bandera, himno, fracaso de los monumentos nacionales, fiesta nacional. UN HISPANISTA COMPLETO Carlos Serrano fue un hispanista completo que se especializó tanto en historia como en literatura, sin olvidar que era capaz de prologar un libro de fotos de Capa. Cabe mencionar las aportaciones notables de Carlos Serrano al estudio de la literatura desde los rasgos autobiográficos en la obra del joven Unamuno (1979) hasta la poesía de Abel Martín (1993), el personaje apócrifo de Antonio Machado (“Hipotexto místico para un cancionero profano. A propósito de Abel Martín”), en el que examina la huella de San Juan de la Cruz en la obra machadiana, mostrando cómo el erotismo de Abel Martín, aunque derivado del misticismo nace como aspiración a la diversidad, como reconocimiento de una necesaria alteridad y cómo lo apócrifo puede fundamentarse en una hipertextualidad que muestra lo mismo en lo otro, y reproduce para negar. Encuentra asimismo las huellas de un populismo ambiguo hasta en el reverso convulsivo de un discurso histórico que estudia en el teatro de Valle-Inclán, partiendo del análisis de la violencia de la historia pero también de la irrisión y de la farsa en las Comedias bárbaras (1997) interesándose por la nueva escritura y la nueva estética de Valle, que desvirtúa este discurso histórico con una vuelta al pueblo, mediante una carnavalización de la historia. Los españoles no ignoran desde Cervantes (y los franceses quizá desde Proust) que la idea que uno se hace de la realidad forma parte de esta misma realidad. Si entende- 399 mos por historia lo que se vive y por literatura lo que se imagina, hablar de historia de la literatura incurre en una práctica pleonomástica puesto que la literatura forma parte de la totalidad histórica. La historia y la crítica literaria no constituían para Carlos Serrano dos vías de exploración distintas. Lo cual no significa que quepa sugerir la preeminencia de lo real sobre lo imaginario estableciendo una jerarquización científica entre ambos ámbitos en base a unos criterios objetivos. Pero la historia, aunque sigue interesándose poco por los hechos literarios (como si se tratara de un universo demasiado subjetivo como para ser fidedigno), ha sacado provecho de los notables progresos de la crítica literaria entre los años 1960 y 1980: el documento llegó a ser un texto y acabó siendo un discurso cuyo estudio el historiador amplía al de las representaciones mostrando cómo unas texturas heterogéneas encierran marcas del sujeto e indicios de lo social. En estos márgenes —cambiando a menudo de punto de vista para aclarar mejor su objeto de estudio— Carlos Serrano se movía a sus anchas. Conocía las nuevas disciplinas que revelan la vanidad de las antiguas fronteras y los progresos fulgurantes de la antropología, de la sociología, de la psicología, de la linguística que fecundaron tanto su crítica literaria como su práctica de la historia social, de la historia de las mentalidades o de la historia cultural. Carlos Serrano deja un gran vacío en el hispanismo francés y en esta Casa de Velázquez en la que participó en numerosos encuentros sobre historia social, sobre Machado, Azaña etc. Carlos Serrano amaba la vida, le gustaba dialogar, animar seminarios y equipos de investigación como aquel en el que, con Brigitte Magnien, Jean-François Botrel, Serge Salaün, Jean-Michel Desvois, y otros colegas, me honré de colaborar. Era una colaboración peculiar aquella que pocos son capaces de llevar a cabo, pues después de haber redactado un esquema en función de las especialidades de cada uno, la crítica mutua era feroz y cada uno la practicaba y se sometía a ella sin que dejásemos de ser amigos. Desde estas presuposiciones se abordó para los años 1900 y más recientemente para los años 20, la vida económica y política, los medios de comunicación, la edición y la prensa, la producción cultural, la educación, el papel de los intelectuales, la cultura urbana, los espectáculos, la crisis del realismo como modelo narrativo: un proyecto y una ilusión que desde una reunión que celebramos en Toledo, en marzo de 1984, llamábamos “la historia cultural”. En un momento en que la espeficidad de la historia cultural en relación con las demás historias estaba por definir, y, en el caso de la España de los siglos XIX y XX, por explorar, este ensayo que coordinó con Serge Salaün, titulado 1900 en España está dedicado al estudio de la bisagra entre ambos siglos (1895-1905). Propone una serie de calas en torno a la difusión y al mercado de los bienes culturales, a las causas institucionales o estructurales del divorcio entre el país legal y el país real, y a la aparición de unos intelectuales que se creen capaces de hablar en nombre del pueblo. Se trata de evaluar la capacidad renovadora y las voluntades modernizadoras en el momento en que España entra en el siglo XX. Carlos nos enseñó algo más: nos dio una gran lección de vitalismo y de valor que compartió con su compañera Amaya a quien cabe dedicar este homenaje. Estuvo convencido y logró convencernos a todos de que la enfermedad no podía con él y de 400 que cada día que pasa es una felicidad añadida. (No me es fácil conjugar los verbos en imperfecto del indicativo. Carlos está aquí, me espera en la Hemeroteca, o en la Biblioteca Nacional). No se quejó nunca y siguió trabajando “como si todo tuviera sentido”. Cuando sabemos que otro gran hispanista, el historiador de la época moderna Alain Milhou, quien presenció con nosotros su entierro, le acompaña ahora en nuestro recuerdo tenemos la impresión de cruzar un terreno minado y —al despedir a quienes nos acogieron tan generosamente en el oficio— el consiguiente deber de ser más activos, más rigurosos y quizá de tener más prisas, en cualquier caso de ir a lo nuevo y a lo esencial. Carlos Serrano detestaba el saber que paraliza la actividad. Una frase puede resumir la inquietud intelectual que le caracterizó. Según decía Goethe a Schiller (19 de diciembre de 1798) citado por Nietzsche en el prólogo a Sobre la utilidad y sobre los inconvenientes de la historia para la vida: “Detesto lo que sólo sirve para instruirme, sin aumentar ni estimular directamente mi actividad” o, según me escribía Carlos para animarme, con este vocabulario taurino que compartíamos a veces hasta en las gradas de la plaza de toros de Ventas: “¡Al toro!” Por estas aportaciones a los estudios históricos y literarios, por la inquietud intelectual permanente que le caracterizó, por esta cordialidad indefectible que tenía tanta importancia a la hora de orientar a los más jóvenes, Carlos Serrano contribuyó a hacer que el hispanismo fuera más riguroso, más abierto y más inteligente, pero también más humano y más alegre. 401 402 Bulletin de commande NOM, Prénom ADRESSE MONTANT Abonnement pour deux numéros (à partir du nº ……) au Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne (particuliers: 36 €, franco de port; bibliothèques, institutions.: 46 €, franco de port) €. 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